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Ernesto Ladrón de Guevara
Jueves, 12 de Junio de 2014 Tiempo de lectura:

Reflexiones monárquicas de un republicano

Puedo ser republicano, pero no estúpido.

 

Cualquiera de los más renombrados personajes de la II República, como Azaña, Indalecio Prieto, Ortega y Gasset, Unamuno, Maura, José Antonio Primo de Ribera, Madariaga, Sánchez Albornoz, Alcalá Zamora, Calvo Sotelo, Lerroux, etc, estaría espantado viendo los especímenes que abogan hoy por la III República, y saldría corriendo despavorido buscando un rey al que coronar.

 

Yo, como ellos, como Sánchez Albornoz que fue el presidente de la República en el exilio, quiero una forma de gobierno para España, no para partes de una nación descompuesta.

 

Viendo las intervenciones de ayer, memorable fecha en la que el Congreso de los Diputados ha aceptado la abdicación del Rey a favor de su hijo, siento una desazón profunda, una perturbación del alma al borde de la desesperación. Observamos a unos abogando por la república catalana,  otros por la república de Euskal Herria, algunos por la gallega, y así un largo etc. Esto no es una apología republicana, es un esperpento balcanizante, es un aquelarre carnavalesco, una degradación del templo donde se expresa la soberanía del pueblo español que ni Dante hubiera podido imaginar en su descripción de los infiernos. Absurdo, abominable, demencial. ¿Pero cómo hemos podido llegar a esto?  Esta gente esquizofrénica,  delirante, no añora la II República, que fue más seria que toda esta panda de mangantes, no; aspira a  resucitar  la I República, que tan bien describió Gustave Le Bon desde el país vecino a finales del siglo XIX (“La psicología de las masas”):

 

Los radicales hicieron el descubrimiento de que una república centralizada es una monarquía disfrazada y, para burlarse de ellos, las Cortes, unánimemente, proclamaron una república federal, a pesar de que ninguno de los votantes podría haber explicado qué era lo que había acabado de votar. Esta fórmula, sin embargo, encantó a todos; la alegría fue intoxicante, delirante. El reino de la virtud y de la felicidad acababa de ser instaurado sobre la tierra. Un republicano cuyo oponente le negaba el título de federalista se consideraba mortalmente insultado. Las personas se saludaban en la calle con las palabras ‘¡Viva la República Federal!’ Después de lo cual se cantaban loas a la mística virtud de la ausencia de disciplina en el ejército y a la autonomía de los soldados. ¿Qué se entendió bajo ‘república federal’? Hubo quienes dieron en entender que significaba la emancipación de las provincias, instituciones similares a las de los Estados Unidos, y la descentralización administrativa; otros tenían a la vista la abolición de toda autoridad y el rápido comienzo de la gran liquidación social. Los socialistas de Barcelona y de Andalucía estaban por la soberanía absoluta de sus comunas; propusieron endosarle a España diez mil municipios independientes, legislar por cuenta propia y hacer que su creación fuese acompañada por la supresión de la policía y del ejército. En las provincias del Sur pronto se vio a la insurrección extenderse de pueblo en pueblo y de villorrio en villorrio. Después de que un pueblucho había hecho su ‘pronunciamiento’, su primera preocupación consistió en destruir los cables telegráficos y las líneas de ferrocarril tanto como para destruir toda comunicación con sus vecinos y con Madrid. El caserío más lamentable estaba determinado a erguirse sobre su propio trasero. La federalización había dado lugar al cantonalismo, marcado por masacres, incendios, más toda clase de brutalidades, y sangrientas saturnalias se celebraron a lo largo y a lo ancho del país.”

 

Es ese el modelo y destino que nos ofrece la mayoría de los republicanos representados en el Congreso de los Diputados, en un espectáculo circense que en cualquier otro país de nuestro entorno próximo civilizado –incluso en Venezuela- no se permitiría.

 

Evidentemente, los dirigentes de la II República cometieron muchos errores que nos llevaron a una guerra fraticida, pero nunca hubieran caído en una abominación de la idea republicana como la ofrecida en el Parlamento español para cualquiera que tenga un poco de dignidad de serlo. No hay mas que revisar los diarios de sesiones del Congreso de Diputados en aquel ciclo frustrado de nuestra historia para comprobar que el nivel intelectual y su generosidad por sus conciudadanos distaban años luz de esta plebe que clama por la República de las repúblicas, que es como decir la mesa de las mesas o los pantalones de los pantalones, es decir, la locura.

 

Desgraciadamente caminamos a velocidad de vértigo hacia el suicidio colectivo. De los dos grandes partidos cuyo destino histórico ha llevado a la responsabilidad de Estado, ya solamente queda uno, gravemente erosionado por un persistente empeño de su dirigente y hoy presidente de Gobierno de dejar que el tiempo resuelva los problemas, mientras acompaña a Zapatero a ver pasar las nubes. El otro ya no es un partido, es un enjambre sin reina, donde cada cual pulula a su manera, y nos amenaza con poner al frente a un tal Madina que pertenece a la dinastía de Zapatero y le podríamos  bautizar como Zapatero II, y cuyas virtudes, méritos y cualidades desconocemos.  Ya tuvimos bastante con la hégira zapateril que dejó despedazada en todos los órdenes a nuestra España, como bien refleja en su magnífico libro el también socialista Joaquín Leguina (“Historia de un despropósito. Zapatero, el gran organizador de derrotas”, 2014), como para repetir la aventura del desconcierto.

 

Vaya caramelo envenenado le ha dejado su padre al futuro Felipe VI. Si sabe sacar a España adelante con estos mimbres, como Jefe del Estado, merecerá el premio Nóbel del logro  de lo imposible.

 

Por eso, aunque republicano de ideas, soy un monárquico exaltado.

 

¡Que Dios nos proteja!

 

www.educacionynacionalismo.com

 

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