Golpistas, fascistas, machistas y bocazas
El nivel de nuestros -de todos, incluso de los que no nos sentimos representados- políticos es muy bajo. Su incultura sólo es comparable a la desvergüenza con la que se comportan en público y en privado. Mientras para ser funcionario hay que acreditar méritos objetivos, para actuar como parlamentario basta con ser de la confianza del partido y así figurar en lugar de salida desde listas cerradas encabezadas por el logo de la formación presuntamente democrática.
En días pasados, al mismo tiempo que por enésima vez sus señorías, ilustrísimos por Reglamento, daban un espectáculo bochornoso desde las Cortes, un medio de comunicación, prestigioso y potente por su influencia, recordaba aquel discurso de Don Manuel Azaña, pronunciado en Barcelona, a la tarde de un lunes 18 de julio en 1938.
Es preciso recordar la personalidad del orador. Un intelectual metido a político. Un verbo libre en medio de la vorágine pendenciera y zafia que producía la denominada clase política. Tanto que aseguran los que describen al hombre llegado hasta la Presidencia de la República como trabajador, estudioso, ilustrado, con tanta superioridad intelectual que resultaba arrogante. Y es que el ilustre hijo de Alcalá de Henares, amén de compaginar la política con la cultura, terminaba por sentirse muy alejado de unos y otros, en un país enfrentado por una contienda tras un golpe de Estado, pero con un tejido social inculto, zaherido por la gestión del miedo que propiciaba la Iglesia, o por la violenta actitud frentista de las clases dirigentes alineadas en dos bandos fratricidas.
Aquel discurso que pedía, sin papeles, desde la improvisación que sale por boca de un espíritu de servicio, "paz, piedad y perdón", es una pieza retórica con un enorme calado de autoridad propia del conocimiento, por la forma y por el fondo, aun a riesgo de ser tachado como débil y derrotista, por la España del alarido.
Recomiendo a toda esa banda que se insulta para salir en los informativos de televisión, la lectura del citado discurso. Es gratis, está accesible desde el buscador en Internet. Resulta un bálsamo para el alma de quienes nos sentimos huérfanos y exiliados, de rufianes o similares, con o sin corbata, pero luciendo palmito en provincias, una vez que transcurre la semana para los debates en Cortes y Parlamentos regionales. ¡Dios mío, y esto es España!. ¡Par diez, y estos son los encargados de nuestros asuntos!. ¡Voto a bríos, y estos badulaques tienen todas las herramientas para defender o empeorar nuestras causas!¡Paren que me bajo!
Y así algunos que son muchos, sacan de continuo el calificativo de fascista. Sin tener la decencia de indagar sobre tal concepto histórico. Lo han oído y sin mayor esfuerzo mental lo aplican cuando algo o alguien no es de su agrado. Así, en el País Vasco, los fascistas éramos, para los 'abertzales', quienes poníamos en peligro nuestras vidas desde el momento que aspirábamos a un país dónde no hubiera terrorismo al servicio de la construcción nacional. Nos llamaban fascistas por no ser de su credo, y luego, si podían, nos mataban.
El otro calificativo de uso parlamentario: golpista. Lo acontecido en Cataluña durante los meses de septiembre y octubre de 2017 ha sido calificado como intento de golpe de Estado. Si repasamos a Curzio Malaparte, escritor italiano muy próximo a Mussolini, en su "Técnica del golpe de Estado". Cuando escribe tal obra, ya había adjurado del fascismo y sufría prisión por tales. Lo acontecido en Cataluña no reúne todas las condiciones que va desgranando a través de diferentes golpes de Estado.
Luego la presidenta del Parlamento, se siente insultada con lenguaje "machista" por sus señorías que la denominan como institutriz. ¡No lo entiendo!. Tal actividad era de enorme e imprescindible presencia para la educación y observancia conductual de personajes llamados desde su juventud a ser, estar y comportarse como auténticos caballeros y damas. ¿Entonces?. Una vez más, el que usa el vocablo y quien se siente ofendida, desconocen el contenido historicista del término. Una vez más, la ira, el oportunismo, la pasión desatada, la moda y los complejos, ponen sobre el juicio popular lo que comprende el espacio del "machismo".
Y así, si aplico lo que antecede a muchas de las grandes obras del Siglo de Oro, no tendré por menos que catalogarlas como fascistas, golpistas y machistas. Es más, requiero de inmediato un Tribunal a modo del Santo Oficio, para eliminar cualquier vestigio de tales conceptos aplicados con la facilidad, ignorancia, zafiedad y gratuidad del presente. ¡Lo siento por el Tenorio!
Y para completar los dislates con los que la clase política nos mantiene entretenidos y alejados de nuestras justas reivindicaciones sociales, el incidente del mensaje enviado a un grupo portadores de telefonía moderna. ¡Eureka, hemos logrado meter en cintura al poder judicial! Lo malo no es pensarlo o hacerlo mediante acuerdos mercantiles, lo malo es presumir cuan botarate 'abraza-farolas'.
Quiero terminar con la esperanza. Dicen los cantos populares que es lo último que se pierde. Y regreso al refugio del discurso antes aludido.
"El Estado, en sus fines propios es insustituible, y no hay Estado digno de este nombre sin sus bases funcionales, cuales son: el orden, la competencia y la responsabilidad; que no puede fiarse nada a la indisciplina ni al arbitrio personal, ni confiarse nada a la improvisación, como quiera decir que ésta es hacer pronto y bien las cosas que la torpeza o la desidia hacían tarde y mal..."
Lo del escupitajo al Ministro de Exteriores, una anécdota más. A mí me tocó algo peor. A un garrulo vasco, descerebrado, pelín asesino, volcando una bolsa de cal viva en el escaño del Parlamento sito en Vitoria de mi amigo Ramón Jáuregui.
El nivel de nuestros -de todos, incluso de los que no nos sentimos representados- políticos es muy bajo. Su incultura sólo es comparable a la desvergüenza con la que se comportan en público y en privado. Mientras para ser funcionario hay que acreditar méritos objetivos, para actuar como parlamentario basta con ser de la confianza del partido y así figurar en lugar de salida desde listas cerradas encabezadas por el logo de la formación presuntamente democrática.
En días pasados, al mismo tiempo que por enésima vez sus señorías, ilustrísimos por Reglamento, daban un espectáculo bochornoso desde las Cortes, un medio de comunicación, prestigioso y potente por su influencia, recordaba aquel discurso de Don Manuel Azaña, pronunciado en Barcelona, a la tarde de un lunes 18 de julio en 1938.
Es preciso recordar la personalidad del orador. Un intelectual metido a político. Un verbo libre en medio de la vorágine pendenciera y zafia que producía la denominada clase política. Tanto que aseguran los que describen al hombre llegado hasta la Presidencia de la República como trabajador, estudioso, ilustrado, con tanta superioridad intelectual que resultaba arrogante. Y es que el ilustre hijo de Alcalá de Henares, amén de compaginar la política con la cultura, terminaba por sentirse muy alejado de unos y otros, en un país enfrentado por una contienda tras un golpe de Estado, pero con un tejido social inculto, zaherido por la gestión del miedo que propiciaba la Iglesia, o por la violenta actitud frentista de las clases dirigentes alineadas en dos bandos fratricidas.
Aquel discurso que pedía, sin papeles, desde la improvisación que sale por boca de un espíritu de servicio, "paz, piedad y perdón", es una pieza retórica con un enorme calado de autoridad propia del conocimiento, por la forma y por el fondo, aun a riesgo de ser tachado como débil y derrotista, por la España del alarido.
Recomiendo a toda esa banda que se insulta para salir en los informativos de televisión, la lectura del citado discurso. Es gratis, está accesible desde el buscador en Internet. Resulta un bálsamo para el alma de quienes nos sentimos huérfanos y exiliados, de rufianes o similares, con o sin corbata, pero luciendo palmito en provincias, una vez que transcurre la semana para los debates en Cortes y Parlamentos regionales. ¡Dios mío, y esto es España!. ¡Par diez, y estos son los encargados de nuestros asuntos!. ¡Voto a bríos, y estos badulaques tienen todas las herramientas para defender o empeorar nuestras causas!¡Paren que me bajo!
Y así algunos que son muchos, sacan de continuo el calificativo de fascista. Sin tener la decencia de indagar sobre tal concepto histórico. Lo han oído y sin mayor esfuerzo mental lo aplican cuando algo o alguien no es de su agrado. Así, en el País Vasco, los fascistas éramos, para los 'abertzales', quienes poníamos en peligro nuestras vidas desde el momento que aspirábamos a un país dónde no hubiera terrorismo al servicio de la construcción nacional. Nos llamaban fascistas por no ser de su credo, y luego, si podían, nos mataban.
El otro calificativo de uso parlamentario: golpista. Lo acontecido en Cataluña durante los meses de septiembre y octubre de 2017 ha sido calificado como intento de golpe de Estado. Si repasamos a Curzio Malaparte, escritor italiano muy próximo a Mussolini, en su "Técnica del golpe de Estado". Cuando escribe tal obra, ya había adjurado del fascismo y sufría prisión por tales. Lo acontecido en Cataluña no reúne todas las condiciones que va desgranando a través de diferentes golpes de Estado.
Luego la presidenta del Parlamento, se siente insultada con lenguaje "machista" por sus señorías que la denominan como institutriz. ¡No lo entiendo!. Tal actividad era de enorme e imprescindible presencia para la educación y observancia conductual de personajes llamados desde su juventud a ser, estar y comportarse como auténticos caballeros y damas. ¿Entonces?. Una vez más, el que usa el vocablo y quien se siente ofendida, desconocen el contenido historicista del término. Una vez más, la ira, el oportunismo, la pasión desatada, la moda y los complejos, ponen sobre el juicio popular lo que comprende el espacio del "machismo".
Y así, si aplico lo que antecede a muchas de las grandes obras del Siglo de Oro, no tendré por menos que catalogarlas como fascistas, golpistas y machistas. Es más, requiero de inmediato un Tribunal a modo del Santo Oficio, para eliminar cualquier vestigio de tales conceptos aplicados con la facilidad, ignorancia, zafiedad y gratuidad del presente. ¡Lo siento por el Tenorio!
Y para completar los dislates con los que la clase política nos mantiene entretenidos y alejados de nuestras justas reivindicaciones sociales, el incidente del mensaje enviado a un grupo portadores de telefonía moderna. ¡Eureka, hemos logrado meter en cintura al poder judicial! Lo malo no es pensarlo o hacerlo mediante acuerdos mercantiles, lo malo es presumir cuan botarate 'abraza-farolas'.
Quiero terminar con la esperanza. Dicen los cantos populares que es lo último que se pierde. Y regreso al refugio del discurso antes aludido.
"El Estado, en sus fines propios es insustituible, y no hay Estado digno de este nombre sin sus bases funcionales, cuales son: el orden, la competencia y la responsabilidad; que no puede fiarse nada a la indisciplina ni al arbitrio personal, ni confiarse nada a la improvisación, como quiera decir que ésta es hacer pronto y bien las cosas que la torpeza o la desidia hacían tarde y mal..."
Lo del escupitajo al Ministro de Exteriores, una anécdota más. A mí me tocó algo peor. A un garrulo vasco, descerebrado, pelín asesino, volcando una bolsa de cal viva en el escaño del Parlamento sito en Vitoria de mi amigo Ramón Jáuregui.











