Sexo y menores
Nos estamos acostumbrando desde hace mucho tiempo, demasiado, a convivir con noticias que exasperan a cualquiera y que demuestran a qué niveles de perversión y aberración es capaz de llegar el llamado ser humano para satisfacer sus más bajos instintos y pasiones.
Los hechos son tercos y mes sí y mes también nos enteramos que han sido desarticuladas redes de depredadores que comparten archivos informáticos con escenas de sexo explícito con niños y bebés; los agentes que proceden a la detención de esas hienas, perdón a dicho animal, apenas pueden soportar la visión de esos actos nefandos, escenas escabrosas, a pesar de estar acostumbrados a ver todo tipo de vilezas.
Una variante de esos comportamientos abyectos es la de aquellos que se prevalen de una situación de dominio sobre niños y adolescentes como pueden ser profesores, monitores y entrenadores.
Qué podemos decir de quienes escudados, amparados en una sotana o un alzacuello, que han jurado voto de castidad y dicen representar a Dios ante su grey se refocilan cometiendo con sus alumnos los actos más perversos que imaginar podamos.
Mención aparte merecen quienes valiéndose de su relación familiar cometen actos incestuosos, estupro, con los menores; todos conocemos que en diversos países han surgido movimientos que abogan por legalizar la pedofilia pero que afortunadamente no han tenido éxito al menos hasta el día de hoy. Todo se andará.
Por último, no debemos olvidarnos de las mafias que comercian con menores aunque tal vez peores que ellos sean quienes pagan por ese servicio.
Estos comportamientos demuestran bien a las claras que el Mal sí existe y convive entre nosotros en múltiples vertientes siendo la relacionada con los niños tal vez la más repugnante.
Debemos ser inmisericordes con esos delincuentes y una vez salgan del presidio identificarlos públicamente allí donde vayan a vivir como hacen cada vez en más países. La seguridad de los niños es infinitamente más importante que la privacidad de quienes cometieron esos actos abominables.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria
Nos estamos acostumbrando desde hace mucho tiempo, demasiado, a convivir con noticias que exasperan a cualquiera y que demuestran a qué niveles de perversión y aberración es capaz de llegar el llamado ser humano para satisfacer sus más bajos instintos y pasiones.
Los hechos son tercos y mes sí y mes también nos enteramos que han sido desarticuladas redes de depredadores que comparten archivos informáticos con escenas de sexo explícito con niños y bebés; los agentes que proceden a la detención de esas hienas, perdón a dicho animal, apenas pueden soportar la visión de esos actos nefandos, escenas escabrosas, a pesar de estar acostumbrados a ver todo tipo de vilezas.
Una variante de esos comportamientos abyectos es la de aquellos que se prevalen de una situación de dominio sobre niños y adolescentes como pueden ser profesores, monitores y entrenadores.
Qué podemos decir de quienes escudados, amparados en una sotana o un alzacuello, que han jurado voto de castidad y dicen representar a Dios ante su grey se refocilan cometiendo con sus alumnos los actos más perversos que imaginar podamos.
Mención aparte merecen quienes valiéndose de su relación familiar cometen actos incestuosos, estupro, con los menores; todos conocemos que en diversos países han surgido movimientos que abogan por legalizar la pedofilia pero que afortunadamente no han tenido éxito al menos hasta el día de hoy. Todo se andará.
Por último, no debemos olvidarnos de las mafias que comercian con menores aunque tal vez peores que ellos sean quienes pagan por ese servicio.
Estos comportamientos demuestran bien a las claras que el Mal sí existe y convive entre nosotros en múltiples vertientes siendo la relacionada con los niños tal vez la más repugnante.
Debemos ser inmisericordes con esos delincuentes y una vez salgan del presidio identificarlos públicamente allí donde vayan a vivir como hacen cada vez en más países. La seguridad de los niños es infinitamente más importante que la privacidad de quienes cometieron esos actos abominables.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria