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Martes, 19 de Febrero de 2019 Tiempo de lectura:

Soberanistas contra globalizadores

[Img #15253]Quizá como las antiguas ideas que derribaron el Antiguo Régimen, las nuevas escuelas de pensamiento habrían de llegar impulsadas también por rebeldes del país galo. Nunca como hasta 1968 había surgido una contestación (que discurrió paralela a la famosa que cambio todo para no cambiar nada) que renovaría el discurso de quienes se habían sentido extraños al 'statu quo' imperante en Europa desde 1945.

 

No hablamos de movimientos políticos ni de opciones electorales. Hablamos de eso tan deletéreo como perturbador que es otra forma de entender e interpretar la realidad alejada, muy alejada, del marxismo cultural y del conformismo burgués americano impuesto por las armas.

 

La llama se prendió de la mano de Alain de Benoist, calificado ya como “Maestro de pensamiento”, puesto que, de su pluma y palabra, hemos aprendido a contemplar Europa como algo muy distinto a Occidente, hemos entendido el concepto de Soberania, de Etología, de lo Sagrado y de la Ecología de modo muy diferente al discurso dominante.

 

Volvamos al inicio. 1968. Enero. Se funda el GRECE (Groupement de recherches et détude pour la civilization européene). Siguiendo el pensamiento de Heidegger y Louis Dumont, Alain de Benoist, su principal animador. Sus maestros Dominique Venner y Jean Mabire entre otros. Se intentan alejar del nacionalismo maurrasiano  y de Barres para esbozar un nacionalismo europeo, donde los factores genéticos, la crítica al universo judeo-cristiano y un estudio del antiguo paganismo y sus valores, ocuparon un papel señalado.

 

Quienes se acercaron a aquellas primeras lecturas del pensamiento 'neodroitter' se encontraron con lemas tan llamativos como aquel de “Por Europa, contra Occidente”, que, en sí mismos, constituían toda una declaración de principios. Durante los años y décadas que siguieron al final de la contienda mundial, el pensamiento único impuesto por la colonización cultural y ecónomica norteamericana hizo creer que no cabía otra Europa que aquella que estaba dentro del universo americanomorfo y sumergido en la organización atlántica y dentro del mercado común que ya tenía aspiraciones a terminar con las soberanías nacionales bajo la excusa de un mismo manto comercial común.

 

El tiempo fue dando la razón a esta escuela de pensamiento cuando esa Unión Europea que crecía e iba incorporando naciones no definía ni sus fronteras, ni tenía un ejercito propio y no era más que un satélite de influencia esgrimido contra –entonces- una Unión Soviética ya debilitada o, ahora, una Rusia que busca romper un mundo que deseaban unipolar.

 

No solo la conciencia de que las soberanías nacionales se perdían en medio de ese gigante burocrático que todo lo absorbía hasta dejar que las democracias occidentales quedaran convertidas en un mero espectáculo sin poder de decisión real para los dirigentes designados en las urnas, también esa escuela de pensamiento supo trazar y designar un enemigo concreto - en pura terminología schmittiana - : el liberalismo como destructor de identidades colectivas, como neutralizador del decisionismo en manos de poderes económicos que nadie ha elegido.

 

Pocos como Alain de Benoist han sabido reformular el sentido de la Democracia para dotarla de contenido ante la crisis de representación política que ese mundialismo ha creado. Ni una izquierda, huérfana ya de todo liderazgo en las ideas, ni las llamadas “derechas”, satélites de los mercados, han llegado al nucleo de la pregunta esencial: “¿Es un problema la democracia?”

 

La respuesta es no. No es ningún problema la democracia. Mas Benoist considera que democracia y liberalismo no son sinónimos. La primera es una forma de poder político, y el segundo es una ideología para la limitación de todo poder político. La democracia está basada en la soberanía popular, el liberalismo en los derechos del individuo.

 

La Nueva Derecha hace una distinción esencial: “en un sistema democrático, los ciudadanos tienen los mismos derechos políticos, no en virtud de ningún aclamado derecho inalienable de 'la persona humana', sino porque todos ellos pertenecen a la misma comunidad nacional y cultural. La fuente de la democracia no brota de la idea de 'sociedad', sino de una comunidad de ciudadanos que son todos herederos de la misma historia hacia un destino común.”

 

Y en esa recuperación del autentico sentido de la democracia y la soberanía, el pensamiento de Alain de Benoist es recurrente con la idea de Europa como Imperio. Concepto que es cultural y que ya aparece esbozado, como apunta Jordi Garriga, en el “Manifiesto para un renacimiento europeo”, texto que, en el año 2000, pretendía sintetizar todo lo reflexionado por esta corriente de pensamiento desde 1968 y que apostaba por una Europa Federal no jacobina, definida frente al otro Imperio atlántico, se reivindicaba el mediterraneo de nuevo como el “mare nostrum” declarando una guerra cultural de liberación que sigue abierta.

 

Y en ese enfrentamiento que libran las almas no está de mas finalizar con palabras de quien, por su elegido final vital, ha sido llamado “el samurái de Occidente”, Dominique Venner: “Existir es combatir todo aquello que me niega”.

 

En esa designación, existimos. Y todos los movimientos políticos que, en este siglo XXI, se están levantando en Europa aparcando las viejas distinciones entre derechas e izquierdas, transformándolas en soberanistas contra globalizadores, son herederos de aquella llama que un lejano 1968 se encendió en París.

 

Puede que los años venideros traigan cumplido el sueño de ver esa Europa unida de Finisterre a los Urales. Sea.

 

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