El fracaso de la nueva política
De verdad que apostamos por ustedes. Habían llegado justo en el momento oportuno. Regeneración y reformas del sistema que necesitaba otros dirigentes para gestionar el poder popular de otra manera. Era tan fácil de entender. Sabíamos que sería muy difícil de emprender. Tanto por la reacción de los que viven instalados en la perversión del sistema democrático, como por la tradicional pereza del pueblo mezclada con la idea de que "más vale malo conocido que bueno por conocer", o aquello que sin duda debió salir entre sotanas: "Virgencita, que me quede como estaba".
Cuando algunos señalamos que es preciso retroceder para avanzar, es que tenemos muy claro, por formación humanística que hay que regresar a los orígenes de la democracia para terminar con la partitocracia. Esa perversa gestión del poder popular por los partidos políticos, que se instalan para disfrutar mandando. Lo mismo que en la historia se acuñó aquello de "todo para el pueblo, pero sin el pueblo"; ahora bien podíamos ponerle titular al método: "Vamos al pueblo, tomamos su mandato en las urnas, y al día siguiente nos olvidamos de su existencia, para así hacer lo que nos conviene, lo que nos enriquece, lo que nos hace casta".
La partitocracia es el desprecio al pueblo, a sus demandas, a los contratos sociales, a las promesas delante de esa cámara de televisión, cuando se enciende la luz roja que indica conexión directa con los hogares. Es el momento de convertir la política en teatro y basura. Ilusionar a los necesitados. Pero en realidad de lo que se trata es de obtener la confianza del voto para hacer posible lo imposible.
La partitocracia no sólo es usar los partidos como empresas de poder. Es que son instrumentos a manejar por los denominados antaño poderes fácticos. Que siguen ahí. Que lo único en que se diferencian es en sus uniformes. Ahora no son el ejército, la Iglesia y los terratenientes. Ahora son esos mercaderes que con sus préstamos controlan a la UE. Ahora son esos círculos de poder oculto que mueven el mundo, son las multinacionales, son los que poseen la tierra mediante el mando a distancia con el que hacen de los dirigentes meras polichinelas.
Y nos llegaron a emocionar. Unos con asambleas en las plazas de los grandes ciudades, partiendo de aquel grito ¡Indignaos!. Otros con la firma promesa de terminar con algo tan vulgar y obsceno como la corrupción. Pero, sobre todo, con la llegada de nuevos dirigentes. Gentes con formación intelectual, salidos de una sociedad civil que estaba dispuesta a recuperar su pulso y marcar el rumbo en las instancias del Sistema.
Pero qué poco ha durado la revolución. Han bastado los aromas del poder y sus privilegios para que se vendieran o se dejaran llevar por las ambiciones. Ni siquiera nos han dado tiempo a los ciudadanos para tomar la Bastilla. Fue llegar a los Parlamentos y descubrir el glamur del viejo estatus. Estoy seguro de que hasta los más optimistas con la teoría del bipartidismo no podían imaginar lo barato que les iba a salir neutralizarles.
Las encuestas son como los sueños. La vida es un sueño... Pero marcan una tendencia. Son una herramienta sociológica para saber la único que es imprescindible. ¿Qué grado de conexión existe entre la nueva política y el tejido social?. Pues a poco que sepan leer se darán cuenta que las gentes vuelven a dónde estaban: unos, exiliados, dispuestos a no votar; otros desencantados dispuestos a votar a los de siempre, al menos ya saben de sus defectos, precios y pecados. Sólo una minoría está aun esperando que los nuevos reaccionen y vuelvan a donde comenzaron su periplo. Que demuestren ser verdad, mucho más que un oasis en la mente del sediento que recorre el desierto en busca de la tierra prometida.
Vamos a tener elecciones en noviembre. Es lo que conviene al viejo partido socialista. Es el final del ciclo de un empecinado que cuando se mira al espejo por las mañanas se queda fuertemente impresionado con la imagen de su trayectoria. Y ahora no va a perder la ocasión de ajustar las cuentas pendientes con todos los que le humillaron. Será como la conquista del Santo Grial de un caballero que fue expulsado de Camelot y regresa a la Mesa Redonda con el cáliz para sorpresa de unos y expulsión definitiva de otros que ya nunca más volverán a ser consultados, pues habrán perdido la condición de gurús y sumos sacerdotes del análisis político.
Lo van a facilitar tres pilares. La corrupción del primer partido de la derecha, que no ha sido capaz de regenerarse. La soberbia del partido que desde la izquierda pretendía quitarles el cetro. -No hay más que ver la venganza de Sánchez con Iglesias en las formas de cómo le trata en el Parlamento, y como el "coletas" cayó en la trampa del poder para mi esposa y para mi- La deriva del partido que comenzó haciendo gala de patriotismo español en Cataluña, de mensaje claro y contundente, de conductas hacia el centro de la ideología; pero conforme se fue agrandando en votos, escaños y militantes, se fue haciendo pequeño en mensajes, objetivos, alianzas y gestos de Estado. Puede que nunca dieran la talla y sólo fueran un experimento de algún grupo mediático.
Y, mientras tanto, la casa sin barrer. España arruinada. España en peligro de partición. España sin oportunidades en los cenáculos del poder de Europa. España, como dijo Ortega: "Dios mío, ¿qué es España?". Claro que de inmediato ante los silencios ignorantes de los dirigentes, se adelantan las voces del nacionalismo. España es una entelequia. Un invento. Sólo aceptamos un Estado plurinacional. Las naciones son Cataluña, Euskadi, Galicia y el resto...quizá ahí encuentres a España.
En las elecciones generales hay que dar la batalla. Puede que sea la última. Pero si hemos llegado hasta aquí con nuestro romántico patriotismo hispano, es la hora de exigir autonomía para hacer de cada circunscripción electoral un baluarte. No permitiendo paracaidistas, cuneros, viejos truhanes, trileros, endomingados pailanes. Queremos que nos devuelvan lo nuestro. El poder popular. El derecho a elegir a los mejores. Hagamos de nuestro solar un Monte Medulio contra la Imperial Roma y su decadencia.
De verdad que apostamos por ustedes. Habían llegado justo en el momento oportuno. Regeneración y reformas del sistema que necesitaba otros dirigentes para gestionar el poder popular de otra manera. Era tan fácil de entender. Sabíamos que sería muy difícil de emprender. Tanto por la reacción de los que viven instalados en la perversión del sistema democrático, como por la tradicional pereza del pueblo mezclada con la idea de que "más vale malo conocido que bueno por conocer", o aquello que sin duda debió salir entre sotanas: "Virgencita, que me quede como estaba".
Cuando algunos señalamos que es preciso retroceder para avanzar, es que tenemos muy claro, por formación humanística que hay que regresar a los orígenes de la democracia para terminar con la partitocracia. Esa perversa gestión del poder popular por los partidos políticos, que se instalan para disfrutar mandando. Lo mismo que en la historia se acuñó aquello de "todo para el pueblo, pero sin el pueblo"; ahora bien podíamos ponerle titular al método: "Vamos al pueblo, tomamos su mandato en las urnas, y al día siguiente nos olvidamos de su existencia, para así hacer lo que nos conviene, lo que nos enriquece, lo que nos hace casta".
La partitocracia es el desprecio al pueblo, a sus demandas, a los contratos sociales, a las promesas delante de esa cámara de televisión, cuando se enciende la luz roja que indica conexión directa con los hogares. Es el momento de convertir la política en teatro y basura. Ilusionar a los necesitados. Pero en realidad de lo que se trata es de obtener la confianza del voto para hacer posible lo imposible.
La partitocracia no sólo es usar los partidos como empresas de poder. Es que son instrumentos a manejar por los denominados antaño poderes fácticos. Que siguen ahí. Que lo único en que se diferencian es en sus uniformes. Ahora no son el ejército, la Iglesia y los terratenientes. Ahora son esos mercaderes que con sus préstamos controlan a la UE. Ahora son esos círculos de poder oculto que mueven el mundo, son las multinacionales, son los que poseen la tierra mediante el mando a distancia con el que hacen de los dirigentes meras polichinelas.
Y nos llegaron a emocionar. Unos con asambleas en las plazas de los grandes ciudades, partiendo de aquel grito ¡Indignaos!. Otros con la firma promesa de terminar con algo tan vulgar y obsceno como la corrupción. Pero, sobre todo, con la llegada de nuevos dirigentes. Gentes con formación intelectual, salidos de una sociedad civil que estaba dispuesta a recuperar su pulso y marcar el rumbo en las instancias del Sistema.
Pero qué poco ha durado la revolución. Han bastado los aromas del poder y sus privilegios para que se vendieran o se dejaran llevar por las ambiciones. Ni siquiera nos han dado tiempo a los ciudadanos para tomar la Bastilla. Fue llegar a los Parlamentos y descubrir el glamur del viejo estatus. Estoy seguro de que hasta los más optimistas con la teoría del bipartidismo no podían imaginar lo barato que les iba a salir neutralizarles.
Las encuestas son como los sueños. La vida es un sueño... Pero marcan una tendencia. Son una herramienta sociológica para saber la único que es imprescindible. ¿Qué grado de conexión existe entre la nueva política y el tejido social?. Pues a poco que sepan leer se darán cuenta que las gentes vuelven a dónde estaban: unos, exiliados, dispuestos a no votar; otros desencantados dispuestos a votar a los de siempre, al menos ya saben de sus defectos, precios y pecados. Sólo una minoría está aun esperando que los nuevos reaccionen y vuelvan a donde comenzaron su periplo. Que demuestren ser verdad, mucho más que un oasis en la mente del sediento que recorre el desierto en busca de la tierra prometida.
Vamos a tener elecciones en noviembre. Es lo que conviene al viejo partido socialista. Es el final del ciclo de un empecinado que cuando se mira al espejo por las mañanas se queda fuertemente impresionado con la imagen de su trayectoria. Y ahora no va a perder la ocasión de ajustar las cuentas pendientes con todos los que le humillaron. Será como la conquista del Santo Grial de un caballero que fue expulsado de Camelot y regresa a la Mesa Redonda con el cáliz para sorpresa de unos y expulsión definitiva de otros que ya nunca más volverán a ser consultados, pues habrán perdido la condición de gurús y sumos sacerdotes del análisis político.
Lo van a facilitar tres pilares. La corrupción del primer partido de la derecha, que no ha sido capaz de regenerarse. La soberbia del partido que desde la izquierda pretendía quitarles el cetro. -No hay más que ver la venganza de Sánchez con Iglesias en las formas de cómo le trata en el Parlamento, y como el "coletas" cayó en la trampa del poder para mi esposa y para mi- La deriva del partido que comenzó haciendo gala de patriotismo español en Cataluña, de mensaje claro y contundente, de conductas hacia el centro de la ideología; pero conforme se fue agrandando en votos, escaños y militantes, se fue haciendo pequeño en mensajes, objetivos, alianzas y gestos de Estado. Puede que nunca dieran la talla y sólo fueran un experimento de algún grupo mediático.
Y, mientras tanto, la casa sin barrer. España arruinada. España en peligro de partición. España sin oportunidades en los cenáculos del poder de Europa. España, como dijo Ortega: "Dios mío, ¿qué es España?". Claro que de inmediato ante los silencios ignorantes de los dirigentes, se adelantan las voces del nacionalismo. España es una entelequia. Un invento. Sólo aceptamos un Estado plurinacional. Las naciones son Cataluña, Euskadi, Galicia y el resto...quizá ahí encuentres a España.
En las elecciones generales hay que dar la batalla. Puede que sea la última. Pero si hemos llegado hasta aquí con nuestro romántico patriotismo hispano, es la hora de exigir autonomía para hacer de cada circunscripción electoral un baluarte. No permitiendo paracaidistas, cuneros, viejos truhanes, trileros, endomingados pailanes. Queremos que nos devuelvan lo nuestro. El poder popular. El derecho a elegir a los mejores. Hagamos de nuestro solar un Monte Medulio contra la Imperial Roma y su decadencia.