Lo que el ojo ve
A raíz de los disturbios en Barcelona muchos hemos podido llegar a la conclusión de que lo que nuestros ojos han visto, nuestros oídos han oído y lo que hemos leído, no es verdad.
No es cierto que lo que ocurrió en septiembre y octubre de 2017 fuera un delito de rebelión. No es cierto que en aquel momento se proclamara la República Catalana y se vulnerara claramente la Constitución, intentando segregar de su ámbito una parte del territorio español, ni que mediara violencia en tal intento. Lo que vimos en televisión no fue eso, por mucho que cuando volvemos a ver las imágenes así nos lo parezca y que los testimonios que hemos oído en el juicio así lo corroboren.
Tampoco es cierto que estos días los CDR hayan sido brutalmente violentos. Sólo han sido grupúsculos muy minoritarios, a pesar de que en las imágenes aparezcan muchedumbres. Los violentos eran esencialmente de extrema derecha, aunque según algunas noticias éstos sólo eran un par de cientos y aparecieron, que se sepa, una sola noche.
Tampoco es cierto que fueran catalanes, pues es evidente que desde el lunes 14 de octubre la mayor parte de los violentos vinieron de fuera siendo, por supuesto, falsas las noticias de que la llegada de estos elementos de otras regiones y del extranjero fue a partir del viernes 18 y sábado 19.
Tampoco es verdad que sea violencia cortar carreteras y cerrar comercios, en contra de la voluntad de sus propietarios y de sus empleados, ni paralizar una infraestructura esencial como el aeropuerto. Por tanto, tampoco es cierto que la coacción sea violencia.
Tampoco es cierto que recientemente el presidente de la Generalidad, ese acrisolado estandarte de la legalidad, defendiera que los deseos de una parte de la población catalana están por encima de la Ley, como se ha defendido en lugares de tan reveladora memoria como la Alemania nazi o de tan esperanzadora actualidad como la Venezuela chavista.
Tampoco es cierto que desde los medios de comunicación públicos catalanes se defienda la vulneración de la legalidad vigente.
Tampoco es cierto que desde las escuelas se adoctrine a los menores, a pesar de los múltiples testimonios de padres que no comulgan con la doctrina nacionalista ni que se vea a grupos de niños repetir alegremente consignas como antiguamente a las falanges fascistas.
Tampoco es cierto que en la función pública se margine a los no afectos al nacionalismo. T
Tampoco es cierto que se señale con el dedo a los “españolistas”, quienes cada vez tienen más miedo de significarse, ni que se boicotee a quien se señala con el dedo acusador.
Tampoco es cierto que el presidente del Gobierno autónomo anime a la protesta tumultuaria.
Tampoco es cierto que los sanitarios se hayan manifestado contra la presencia de un policía malherido en su hospital.
Tampoco es cierto que el Gobierno haya contenido a las fuerzas de seguridad para minimizar la respuesta a los actos violentos a costa del orden público, de la integridad física de los policías, de la imagen de España y de un mayor aliento para los activistas.
Tampoco es cierto que una cadena de televisión sectaria blanquee las protestas. Ni que la cadena pública catalana califique de ilegítima la violencia de respuesta de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Tampoco es cierto que las protestas se parezcan demasiado a lo que en otro tiempo y lugar se denominaba terrorismo.
Tampoco es verdad que los activistas nacionalistas hayan dejado Barcelona y Cataluña asoladas.
Evidentemente, los GDR no actúan como los SA nazis, y las marchas “pacíficas” no se parecen en nada a las muchedumbres alemanas que jalearon y aprobaron las acciones de los SA. Por supuesto, ni que decir tiene que el nacionalismo catalán no se parece en nada al nazismo.
Todo lo que usted se puede imaginar al respecto es manipulación y mentira. Pura ensoñación.
Por tanto, tenga cuidado porque, como ha podido comprobar, lo que ven sus ojos, lo que oyen sus oídos y lo que lee en la prensa, no es cierto, sólo es una ilusión de sus sentidos.
(*) Winston Galt es escritor, autor de la novela Frío Monstruo
A raíz de los disturbios en Barcelona muchos hemos podido llegar a la conclusión de que lo que nuestros ojos han visto, nuestros oídos han oído y lo que hemos leído, no es verdad.
No es cierto que lo que ocurrió en septiembre y octubre de 2017 fuera un delito de rebelión. No es cierto que en aquel momento se proclamara la República Catalana y se vulnerara claramente la Constitución, intentando segregar de su ámbito una parte del territorio español, ni que mediara violencia en tal intento. Lo que vimos en televisión no fue eso, por mucho que cuando volvemos a ver las imágenes así nos lo parezca y que los testimonios que hemos oído en el juicio así lo corroboren.
Tampoco es cierto que estos días los CDR hayan sido brutalmente violentos. Sólo han sido grupúsculos muy minoritarios, a pesar de que en las imágenes aparezcan muchedumbres. Los violentos eran esencialmente de extrema derecha, aunque según algunas noticias éstos sólo eran un par de cientos y aparecieron, que se sepa, una sola noche.
Tampoco es cierto que fueran catalanes, pues es evidente que desde el lunes 14 de octubre la mayor parte de los violentos vinieron de fuera siendo, por supuesto, falsas las noticias de que la llegada de estos elementos de otras regiones y del extranjero fue a partir del viernes 18 y sábado 19.
Tampoco es verdad que sea violencia cortar carreteras y cerrar comercios, en contra de la voluntad de sus propietarios y de sus empleados, ni paralizar una infraestructura esencial como el aeropuerto. Por tanto, tampoco es cierto que la coacción sea violencia.
Tampoco es cierto que recientemente el presidente de la Generalidad, ese acrisolado estandarte de la legalidad, defendiera que los deseos de una parte de la población catalana están por encima de la Ley, como se ha defendido en lugares de tan reveladora memoria como la Alemania nazi o de tan esperanzadora actualidad como la Venezuela chavista.
Tampoco es cierto que desde los medios de comunicación públicos catalanes se defienda la vulneración de la legalidad vigente.
Tampoco es cierto que desde las escuelas se adoctrine a los menores, a pesar de los múltiples testimonios de padres que no comulgan con la doctrina nacionalista ni que se vea a grupos de niños repetir alegremente consignas como antiguamente a las falanges fascistas.
Tampoco es cierto que en la función pública se margine a los no afectos al nacionalismo. T
Tampoco es cierto que se señale con el dedo a los “españolistas”, quienes cada vez tienen más miedo de significarse, ni que se boicotee a quien se señala con el dedo acusador.
Tampoco es cierto que el presidente del Gobierno autónomo anime a la protesta tumultuaria.
Tampoco es cierto que los sanitarios se hayan manifestado contra la presencia de un policía malherido en su hospital.
Tampoco es cierto que el Gobierno haya contenido a las fuerzas de seguridad para minimizar la respuesta a los actos violentos a costa del orden público, de la integridad física de los policías, de la imagen de España y de un mayor aliento para los activistas.
Tampoco es cierto que una cadena de televisión sectaria blanquee las protestas. Ni que la cadena pública catalana califique de ilegítima la violencia de respuesta de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Tampoco es cierto que las protestas se parezcan demasiado a lo que en otro tiempo y lugar se denominaba terrorismo.
Tampoco es verdad que los activistas nacionalistas hayan dejado Barcelona y Cataluña asoladas.
Evidentemente, los GDR no actúan como los SA nazis, y las marchas “pacíficas” no se parecen en nada a las muchedumbres alemanas que jalearon y aprobaron las acciones de los SA. Por supuesto, ni que decir tiene que el nacionalismo catalán no se parece en nada al nazismo.
Todo lo que usted se puede imaginar al respecto es manipulación y mentira. Pura ensoñación.
Por tanto, tenga cuidado porque, como ha podido comprobar, lo que ven sus ojos, lo que oyen sus oídos y lo que lee en la prensa, no es cierto, sólo es una ilusión de sus sentidos.
(*) Winston Galt es escritor, autor de la novela Frío Monstruo











