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Pablo Mosquera
Domingo, 10 de Noviembre de 2019 Tiempo de lectura:

A la deriva en pleno temporal

"Cuatro cosas tiene el hombre que no sirven en el mar: ancla, timón y remos, y el miedo a naufragar". Hermosos versos de Don Antonio Machado, poeta al que popularizó, hasta entre la juventud, un catalá: J. M. Serrat. Aquel cantautor que nos deslumbró con "El poema de amor" en catalán, acercándonos a la obra de Salvador Espriu, a cuyo hermano médico traté por aquella Barcelona de los años setenta. Ciudad cosmopolita, abierta, libertaria y culta. Nada que ver con esos CDR a los que atizan, tanto el prófugo Puigdemont como el sátrapa Torras. Aquí sí que puedo  emitir sentencia por vía socio-cultural. Cualquier tiempo pasado fue mucho mejor...

 

Tengo muchos recuerdos, nostálgicos afectos y personas queridas, en Cataluña. Tuve el inmenso honor de hacerme especialista, doctor y director de hospitales, en Barcelona y Gerona, iniciarme como experto en Salud Pública y Laboral. Pero, sobre todo, en una España cañí, de charanga y pandereta, devota de Frascuelo -El Cordobés- y María -nacional-catolicismo- mi generación allí, disfrutamos y aprendimos a ser, estar y ejercer como ciudadanos europeos, sintiendo vergüenza de la España en blanco y negro, con aquel cine dónde los personajes hacían el ridículo ante las suecas dejando constancia audiovisual para aquella definición sobre el español: "un hombre, moreno, bajito, con cara de mala leche por creer que ha jodido poco".

 

Dicho lo que antecede. No puedo admitir que todos los residentes en Cataluña -ciudadanos de pleno derecho- sean unos salvajes dispuestos a incendiar las calles o tomar al asalto el Parlamento sito en el Parque de la Ciudadela. No puedo admitir que los nacionalistas sean todos unos aprendices de terroristas, entre otras razones por su tradicional burguesía y temor a perder esa convivencia pacífica que es básica para el comercio. No puedo admitir que hasta los más radicales seguidores de la ERC con Oriol Junqueras y el estrafalario Rufián, puedan admitir una Cataluña al más puro ejemplo de aquellos acontecimientos en octubre de 1934.

 

Pero aun queriendo ser optimista, practicante del buenismo, y una vez más observando cómo se pueden cometer errores históricos como el de aquellos prohombres alemanes que escucharon el discurso de Hitler un 27 de febrero de 1925 -"así se toma el poder"-, creyendo que aquel hombrecillo con ridículo bigote iba a parar los pies a los bolcheviques y que luego ellos, los de siempre en el poder, se desharían de tal espécimen; pues bien, la realidad superará a la ficción. Cataluña es un polvorín. Los socialistas catalanes hacen el papel de aquellos alemanes "juiciosos" que se creyeron capaces para ordenar los tiempos y usar a las personas, como al cabo y sus huestes con camisas pardas.

 

Como algunos españoles, confieso haber visto y digerido todo el debate del pasado lunes. Me quedé como estaba. No pude señalar vencedores o vencidos. Peor aún. Tuve y tengo motivos para sentirme huérfano, sin saber a quién debo votar,  siguiendo aquella reflexión que hizo J.F.K. cuando dijo "no te preguntes que puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tu por tu país". Y al llegar a este pensamiento me asalta el deber. Pero no encuentro a nadie que pueda ejercer la función de hombre de Estado, ante una tormenta perfecta. Secesionismo con previsible violencia. Crisis económica de incalculables consecuencias para las clases populares, en un país endeudado hasta cotas insostenibles. La amenaza objetiva de un cataclismo climático que requiere de una intervención decidida, urgente e integral, con las connotaciones específicas para España, tanto por los problemas de catástrofes naturales más frecuentes, y lo peor. La colisión entre industrias contaminantes y puestos de trabajo en tales.

 

Durante el debate no hubo empatía con el pueblo. Durante el debate no hubo compromisos compartidos, lo que denominábamos antaño acuerdos de Estado para problemas de Estado. Parece imposible establecer acuerdos patrióticos para desbloquear la situación y terminar con la incertidumbre.

 

Estamos ante el fracaso de la política. Los partidos y sus dirigentes no son capaces de abordar las demandas en la sociedad, entre otras razones por haberse convertido en parte del problema.

 

No me imagino, ni en los peores tiempos del nacionalismo vasco, a un Lendakari haciendo pública exhibición de tutelaje para con los grupos radicales dispuestos a emprender la violencia hasta sus últimas consecuencias. Y es que el Partido Socialista siempre llega tarde. ¿Cuánto tiempo tardaron en Euskadi en darse cuenta que su colaboracionismo con los nacionalistas no paraba a los independentistas, y que hacían posible la teoría del árbol y las nueces?.

 

No puedo admitir que el Estado siga pendiente de un posible diálogo. ¿Me pregunto, sobre qué y quien será el interlocutor de los secesionistas?. Deberíamos haber aprendido la lección de Euskadi. Al secesionismo se le derrota con la unidad de los constitucionalistas. Y, desde luego, como en otros países, bajo el amparo de la ley, sin complejos, sin sordinas, con todo su peso, caiga quien caiga.

 

Creo que, al menos en este capítulo, Cs es el partido más fiable. Por eso tuvieron el magnífico resultado de ser los más votados en las últimas elecciones autonómicas de Cataluña. Es una lástima que no hayan sabido dar el salto a la política nacional. O que no hayan sido capaces de seguir el mismo camino que platearon con energía y contundencia en Andalucía.

 

Pero como todos los partidos en alza, cayó entre los cantos de sirenas de unos y los intereses bastardos de otros. Esos que saltan desde formaciones tipo UPD y regresan a la política entrando por la puerta, mientras los buenos dirigentes saltan por las ventanas.

 

Este domingo puede pasar cualquier cosa. Dimisiones. Euforias teatrales. Exigencias de cargos y coaliciones. Por si puede servir, una vez más recurro a los grandes pensadores: "Deberíamos ser los padres de nuestro futuro en lugar de los descendientes de nuestro pasado". (Miguel de Unamuno).             

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