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Sábado, 16 de Noviembre de 2019 Tiempo de lectura:

Progreso, progresista y progresismo

¿Cuántas veces hemos oído dichos vocablos durante los últimos días, semanas?. Uno se levanta por las mañanas y desayuna tostadas progresistas, a media mañana el típico cafelito con un bollo relleno de progreso, va a casa a comer y toma unos huevos fritos rotos acompañados de progresismo. 

 

El resto de la jornada hasta acostarnos seguimos acompañados por esas mismas palabras como si fuesen el otrora famoso caballero del frac o, peor aún, un agente de la Stasi; los políticos las repiten cual ametralladoras que jamás agotan la munición comportándose como papagayos mecánicos llevando en sus espaldas insertada una pila Duracel. 

 

Avance, desarrollo, perfeccionamiento, mejora, son tan solo cuatro ejemplos para no ser tan reiterativos y parcos en el lenguaje; el uso y abuso de las mismas palabras hace que pierdan su verdadero significado y acaben adulteradas, prostituidas.

 

Es de todos sabido que muchas veces, progresismo y progreso son antónimos dependiendo quien las pronuncie; en realidad quieren decir pensamiento único, fiscalidad asfixiante a la llamada clase media, supresión de la educación privada y concertada, erradicación de la religión sustituida por un engendro, control exhaustivo de todo lo que hace la persona, convertida en súbdito, ingeniería social, falta de privacidad debido a que El Gran Hermano lo vigila todo y a todos. La delación es un arma que tampoco desdeñan, además de fomentar su uso y premiarlo.

 

La historia nos enseña ejemplos de políticas que bajo el epígrafe de progresistas condujeron a sus pueblos a la ruina  moral y económica; todos pobres, todos iguales menos ellos que vivían en suntuosas dachas, fincas, mansiones, ellos sí, progresaban pregonando el mismo mantra. 

 

Francisco Javier Sáenz Martínez 

FJS. 

Lasarte-Oria 

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