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Pablo Mosquera
Domingo, 29 de Diciembre de 2019 Tiempo de lectura:

España necesita sacudirse los complejos

Me decía un viejo y gran amigo, socialista de verdad: "España es una gran nación, sólo hay que conocer su historia y el papel real que tuvo en América". Yo le respondía: "Pero hay tres problemas: la ignorancia, los complejos y el Gobierno de los miserables". Me respondió: "España y su patrimonio histórico no merecen a los dirigentes que manejan el país, y que cada vez son peores, de tal desgracia que los llegados hacen buenos a los que marcharon". Terminé diciendo: "¿Quién pondrá fin a la maldición del Principio de Murphy pensado y descrito para España?".

 

Necesitamos urgentemente que una nueva generación de dirigentes se haga cargo del país, desde al menos tres principios. Somos la nación más antigua de Europa. Dimos nuestro idioma como punto de encuentro para el mundo. Debemos querernos a nosotros mismos mucho más y obviar las envidias tradicionales de los enanos mentales.

 

Para empezar, no podemos consentir la desigualdad. Tierras de España que se consideran con derechos históricos y desprecian al resto, como si estos no hubieran escrito páginas que conforman la enciclopedia de un gran país. Lo malo ya no es negarlo o consentirlo. Lo peor es creerlo y permitir las exigencias que promueven unos dirigentes indecentes. Ni Cataluña, ni el País Vasco, son superiores al resto de las tierras Ibéricas.

 

No podemos consentir que unos pocos definan las coordenadas de ley y democracia. Y mucho menos que establezcan presuntos derechos de autodeterminación para pueblos de la nación. España es indivisible. España es una nación, cuyas comunidades están señaladas en derechos y deberes por la Constitución española, que mientras no se altere, está vigente y debe ser de obligado cumplimiento.

 

Los problemas de convivencia se establecen cuando una minoría trata de vulnerar los derechos de la mayoría del pueblo español, despreciando la soberanía que reside en las Cortes de España, y cuya vigilancia para el cumplimiento del orden, queda en manos de los Tribunales de Justicia para España, libres, independientes y no supeditados a organismos de la Unión Europea. Ante tales despropósitos y atentados al orden constitucional, no caben componendas políticas, sólo caben actuaciones de los poderes públicos españoles.    

 

No soy monárquico. No tengo explicaciones para justificar la herencia en la Jefatura del Estado. Pero coincido con algunos articulistas, de mi generación, que han percibido en el discurso de Felipe VI, en Nochebuena, una llamada a recuperar el orgullo por pertenecer a un viejo país cargado de gestas para la humanidad, frente a ese clima derrotista que produce la debilidad en que han colocado los políticos, nada menos y nada más que al Estado. No sé si ha sido fruto oportunista de los ideólogos de Podemos, que nos quieren hacer creer en un necesaria coalición de izquierdas para arreglar los gravísimos problemas con los que afrontamos la nueva década. Pero reconozco que más allá del rito navideño, donde todo el que manda se nos mete en nuestros hogares para pontificar, al menos el Rey hizo un llamamiento al espíritu hispano que a través de la historia fue capaz de las grandes gestas por Europa y América. Un pueblo como este, que parió personajes para hacer el Siglo de Oro, la Reconquista, y sobre todo la Hispanidad, necesita sacar de sus cenizas el orgullo para afrontar las reformas y la regeneración que dé respuesta a los miserables.

 

No podemos consentir que sigan imponiéndose los dicterios de mequetrefes, badulaques, vendepatrias, mercaderes y antiguos filibusteros pertenecientes al reino de Aragón. España es el Románico, el sacrificio de sus generaciones para sacar adelante el país, la capacidad creativa de artistas y artesanos, una lengua común que avanza como nexo de comunicación universal, el esfuerzo de las generaciones para superar las catástrofes humanitarias. No dejemos que nos representen la cobardía, la codicia, la mediocridad y la mentira.

 

Las mejores tripulaciones son aquellas que vencen en las galernas. Los mejores patrones son aquellos que predican con su ejemplo desde el puente que gobierna el buque, poniendo proa al temporal.

 

Una vez más. Preguntémonos qué podemos hacer cada uno de nosotros por nuestro país... y pasemos de las palabras a los hechos. No perdamos el tiempo en banalidades. No toleres al que se rinde. No te dejes embaucar por el trilero. No le ejes una nación descompuesta a tus hijos y nietos. Saquemos fuerzas de la flaqueza para ponernos en las filas de aquellos Tercios de Flandes y vencer a esos que ahora desde las togas flamencas, pretenden acabar con nuestra nación, quizá como venganza aplazada por la figura del Duque de Alba, con el que asustaban a sus niños antes de dormirse...   

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