Fascismo en estado puro
La diferencia entre la cosmovisión nacionalista y la democrática, entre el fascismo y el liberalismo cultural, consiste en aceptar o no la dialéctica del “puño y las pistolas” como forma de hacer política. Se delimita conceptualmente con el hecho de aceptar o no el pluralismo político enmarcado en el imperio de la ley, y, en definitiva, de la Constitución como norma de funcionamiento democrático. La admisión del semejante que discrepa, que tiene otra concepción del mundo y de las cosas, es la medida clave para diferenciar al que es demócrata del que no lo es, pero, también, el acatar el imperio de la ley aunque no guste. Puede, cómo no, cuestionarse los procedimientos democráticos, la forma de constituir el marco de elaboración de las leyes, pero nunca puede aceptarse el sobrepasar, como técnica de acción política, el marco de la ley para corregirla fuera de los marcos convenidos del juego político que viene a ser el constitucionalismo como filosofía liberal. De hacerlo, y de consentirse, el paso del Estado de Derecho al del Estado de la naturaleza que describió Hobbes, pasa a ser una realidad indeseada, es decir, la guerra, que es la ley del más fuerte, la selva, el fenómeno incívico del que el siglo XX estuvo tan plagado en Europa.
Por eso es denostable el nacionalismo, que nunca respeta el pluralismo político y social, ni el cultural, y que no defiende la verdad como paradigma de todas las cosas, de una forma de estar ante la vida. Nacionalismo y democracia son incompatibles. La historia lo demuestra. Tanto la próxima como la remota. Nuestra intrahistoria está plagada de gestos y acciones que demuestran este aserto. Por poner alguna muestra de ello tenemos en nuestro País Vasco (a mí me gusta más el término Vascongadas por ser más estricto con la realidad histórica y cultural) la carga de la prueba de la insistente connivencia entre el mundo proetarra y el llamado -de forma impropia- “nacionalismo democrático”. Pero no hace falta ser un lince ni demasiado perspicaz para ver en los comportamientos del nacionalismo catalán en sus diferentes expresiones, muestras más que evidentes de intolerancia cultural, de falta de pluralismo político y social, de acoso y persecución social al no adscrito al etiquetado nacionalista, y de exclusión cultural.
Pere Navarro, el secretario general del PSC ha sido este pasado fin de semana agredido mediante un puñetazo dado por una de esas excrecencias totalitarias que son el producto de ese nacionalismo intolerante y excluyente, en un acto privado familiar. Es el síntoma de esa degradación moral y de esa exacerbación exaltada del nacionalismo alimentada por políticos irresponsables que gobiernan en esa Comunidad autónoma. Del puñetazo, del insulto, de la agresión física, a la pistola o la metralleta solo hay un paso, es una gradación de la misma violencia que no acepta al diferente. Lo tenemos a la vista en Ucrania, pero lo tenemos también aquí en nuestra propia Guerra Civil del 36 o en las guerras carlistas de las que tan poco hemos aprendido pese a las insistentes referencias a la memoria histórica.
Por eso nuestros gobernantes han de ser tan especialmente cuidadosos con la inexcusable aplicación del imperio de la ley, del cumplimiento de la justicia mediante una separación clara del poder judicial, buscando su independencia respecto al poder político. Y no se debe ser transigente con la intolerancia y con un nacionalismo que nos lleva indefectiblemente al enfrentamiento.
www.educacionynacionalismo.com
La diferencia entre la cosmovisión nacionalista y la democrática, entre el fascismo y el liberalismo cultural, consiste en aceptar o no la dialéctica del “puño y las pistolas” como forma de hacer política. Se delimita conceptualmente con el hecho de aceptar o no el pluralismo político enmarcado en el imperio de la ley, y, en definitiva, de la Constitución como norma de funcionamiento democrático. La admisión del semejante que discrepa, que tiene otra concepción del mundo y de las cosas, es la medida clave para diferenciar al que es demócrata del que no lo es, pero, también, el acatar el imperio de la ley aunque no guste. Puede, cómo no, cuestionarse los procedimientos democráticos, la forma de constituir el marco de elaboración de las leyes, pero nunca puede aceptarse el sobrepasar, como técnica de acción política, el marco de la ley para corregirla fuera de los marcos convenidos del juego político que viene a ser el constitucionalismo como filosofía liberal. De hacerlo, y de consentirse, el paso del Estado de Derecho al del Estado de la naturaleza que describió Hobbes, pasa a ser una realidad indeseada, es decir, la guerra, que es la ley del más fuerte, la selva, el fenómeno incívico del que el siglo XX estuvo tan plagado en Europa.
Por eso es denostable el nacionalismo, que nunca respeta el pluralismo político y social, ni el cultural, y que no defiende la verdad como paradigma de todas las cosas, de una forma de estar ante la vida. Nacionalismo y democracia son incompatibles. La historia lo demuestra. Tanto la próxima como la remota. Nuestra intrahistoria está plagada de gestos y acciones que demuestran este aserto. Por poner alguna muestra de ello tenemos en nuestro País Vasco (a mí me gusta más el término Vascongadas por ser más estricto con la realidad histórica y cultural) la carga de la prueba de la insistente connivencia entre el mundo proetarra y el llamado -de forma impropia- “nacionalismo democrático”. Pero no hace falta ser un lince ni demasiado perspicaz para ver en los comportamientos del nacionalismo catalán en sus diferentes expresiones, muestras más que evidentes de intolerancia cultural, de falta de pluralismo político y social, de acoso y persecución social al no adscrito al etiquetado nacionalista, y de exclusión cultural.
Pere Navarro, el secretario general del PSC ha sido este pasado fin de semana agredido mediante un puñetazo dado por una de esas excrecencias totalitarias que son el producto de ese nacionalismo intolerante y excluyente, en un acto privado familiar. Es el síntoma de esa degradación moral y de esa exacerbación exaltada del nacionalismo alimentada por políticos irresponsables que gobiernan en esa Comunidad autónoma. Del puñetazo, del insulto, de la agresión física, a la pistola o la metralleta solo hay un paso, es una gradación de la misma violencia que no acepta al diferente. Lo tenemos a la vista en Ucrania, pero lo tenemos también aquí en nuestra propia Guerra Civil del 36 o en las guerras carlistas de las que tan poco hemos aprendido pese a las insistentes referencias a la memoria histórica.
Por eso nuestros gobernantes han de ser tan especialmente cuidadosos con la inexcusable aplicación del imperio de la ley, del cumplimiento de la justicia mediante una separación clara del poder judicial, buscando su independencia respecto al poder político. Y no se debe ser transigente con la intolerancia y con un nacionalismo que nos lleva indefectiblemente al enfrentamiento.
www.educacionynacionalismo.com