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Winston Galt
Domingo, 23 de Febrero de 2020 Tiempo de lectura:

Revolución

[Img #17118]Todas las revoluciones han acabado en un baño de sangre. La revolución que propongo no requiere derramar ni una gota.

 

Nadie discute que la verdad existe, pero sólo a unos pocos iluminados se les ha aparecido. Como las visiones místicas, el espectro de la verdad sólo está al alcance de creyentes de poderosa fe. Los demás, nos vemos sumergidos en la ingente cantidad de mensajes que nos llegan a diario y que nos invaden como una ola gigante, dejándonos tan inermes que ya pocos discuten que vivimos en un mundo de mentiras. Por eso, lo verdaderamente revolucionario sería la verdad.

 

En todos los ámbitos de la vida, la verdad se cotiza muy cara. Es mucho más fácil decirle a tu cliente lo que quiere oír que la verdad cruda. Es mucho más fácil decirle a tu amigo o a tu pareja lo que quiere oír que la cruda verdad. Tanto en el trabajo como en la vida, la verdad es falseada, manipulada u ocultada según los intereses del momento. También es cierto que una mentira piadosa puede hacer menos daño que la verdad y que cierto grado de hipocresía puede hacer más llevadera la vida.

 

Pero esas excepciones no deben presidir la vida política. En ésta, cuando los políticos y quienes nos sirven de enlace con ellos, los periodistas, no dicen la verdad, se está cometiendo un crimen. Cierto que no está tipificado en el Código Penal, pero moralmente deberíamos ser tremendamente exigentes con nuestros políticos y con el gremio periodístico y acusarlos de crimen de falsedad y espetarles nuestro desprecio hasta que se les hiciera insoportable volver a mentir.

 

La cantidad y calidad de las mentiras existe en una sociedad en proporción inversa a su calidad moral y política.

 

Lo sabían los Padres Fundadores. Jefferson confiaba en haber establecido el principio de que el hombre puede gobernarse por la razón y la verdad. Los hechos lo han desmentido, sin perjuicio de matizar que en su país, EEUU, un político que mienta descaradamente está sentenciado por el electorado, lo que no ocurre aquí, donde aplaudimos la mentira y la falsedad con nuevos votos masivos considerando que el político que dice la verdad no es un buen político (una muestra evidente de estupidez colectiva).

 

Es la herencia de la picaresca, dicen muchos, como si la picaresca fuera un defecto únicamente de los españoles. Más bien creo que es un efecto de nuestra falta de cultura democrática provocado por dos razones: una historia ausente tradicionalmente de libertad y un fanatismo político estulto y sucio que nos lleva a volver a votar al mentiroso siempre que sea de nuestra facción.

 

Cuando se unen la mentalidad franquista (que caló profundamente en la psique de los españoles de cualquier ideología) y el fanatismo de las ideologías de izquierda, el resultado no puede ser otro que la entronización de la mentira como valor político al alza.

 

Olvidan muchos que prefieren votar a los políticos de sus partidos afines, por obscenamente mendaces que sean, y que prefieren ver los programas de sus periodistas favoritos, por obscenamente manipuladores que sean, que una vida basada en mentiras es como si no hubiera sido real y que, como decía Hume, el hombre sabio cree en proporción a las pruebas.

 

Lo anterior sólo ofrece una conclusión: en pleno siglo XXI la mayoría de nosotros continúa viviendo y recreándose en la fe. La fe en esos políticos y periodistas mendaces y venales.

 

Vivir en la fe no deja de ser una muestra evidente de estupidez. Estupidez a la que contribuyen notablemente las ideologías, siendo la estupidez más dañina que la maldad, como se ha demostrado sobradamente, realizando una equiparación errónea entre ambas cuando la mayor parte de las veces actúan conjuntamente, habiendo sido la amalgama de maldad y estupidez la mayor causante de daño en el mundo: fascismo, nazismo, comunismo.

 

Cuando en el futuro lejano se estudie nuestra época nadie podrá comprender cómo en pleno siglo XXI aún continuaban campando a sus anchas tamañas e inhumanas formas de maldad y estupidez como el fascismo o el comunismo, del mismo modo que ahora nos asombra cómo pudieron sucederse tantos siglos de oscurantismo y brutal ignorancia durante la Edad Media.

 

Los tontos dicen que no hay verdades absolutas. Hacen así patente la inferioridad de su pensamiento. Un pensamiento éste alejado de la libertad, que es una facultad de la inteligencia. Por eso, los tontos eligen cualquier alternativa que es, siempre, una forma de servidumbre. La verdad tiene límites, la mentira no los tiene. La verdad no se convierte en mentira con el tiempo ni por la reiteración. Y la mentira tampoco se convierte en verdad con el paso del tiempo (a pesar de Goebbels y sus muchos discípulos).

 

Las personas que se dejan llenar de mentiras es que antes han estado vacías. La verdad es única y hermosa, como una obra de arte, aunque puede ser cruel. La verdad es solitaria, en tanto que la mentira es acompañada de gran boato. La verdad no necesita añadidos, en tanto que la mentira está subvencionada. El inteligente necesita la verdad para sobrevivir, en tanto que el tonto necesita la mentira para no tener que mirarse al espejo. El creyente de la mentira está convencido de que su mentira descubre el mundo, cuando realmente lo cubre. Y el corolario perfecto, la trampa con que seduce finalmente a los incautos, es cuando la mentira se convierte en algo inalcanzable (ideal socialista, por ejemplo) por lo que es imposible probar su falsedad ontológica.

 

Así, la mentira es un cuerpo cerrado que ofrece todos los manás que quieras demandarle, por lo que se convierte en mayoritaria. La mentira es superficial y banal. Y venal. En una sociedad sincera, los mentirosos serían infelices, por lo que en la nuestra sus mentiras imaginadas crean mentiras reales, tan contagiosas como un virus.

 

La mentira, al final, siempre es colectivista pues busca convencer a una mayoría o a un grupo. La mentira, por su propia naturaleza, busca socializar su mensaje. La mentira tiene poco predicamento frente al individualismo, porque los individuos verdaderamente soberanos de sí mismos no la compartirán. Si a ello se añade que el socialismo se basa en las mentiras primigenias de las que derivan las demás: que tu vida ha de ser sacrificada para otros y si no, no es válida; que tu alegría es pena de otros; que te debes a tu comunidad, clase, tribu y no a ti mismo; que tu vida, por sí misma, no tiene ningún valor... Si no aceptas sus planteamientos falaces es que eres imperfecto, no que sus planteamientos sean erróneos.

 

No es fácil imaginar el impacto de una revolución de la verdad. ¡Pero sería tan higiénico!

 

Se hace evidente que la verdad se ha convertido en nuestros días en una utopía. Como toda utopía ni existe ni puede existir. Por ello, no podemos contar verdades, pero, como en el juego infantil, sí podemos contar mentiras:

 

El islam es incompatible con la democracia y la libertad.

 

El comunismo es el peor enemigo de la Humanidad. El socialismo es su versión descafeinada, pero más peligrosa, porque se posa casi sin darnos cuenta como un polvo sucio y luego deriva en comunismo como una piedra cae por la fuerza de la gravedad.

 

El marxismo cultural y el pensamiento políticamente correcto son los medios para acabar con la democracia.

 

Las revoluciones son la catarsis de sangre que, de cuando en cuando, utilizan los criminales y los puritanos para satisfacer sus instintos. Nada hay más parecido a la mente de un criminal que la de un puritano de credo político. Cuando ambas condiciones se mezclan aparecen el comunismo y el fascismo.

 

No se puede ser fascista sin ser antes socialista.

 

Todo lo que tiene de social un Estado lo tiene de antidemocrático en una proporción inversa.

 

"Seamos realistas, pidamos lo imposible", lema del 68, es una frase de imbéciles para imbéciles. Una generación perdida para la democracia que ha contaminado de basura intelectual a las siguientes generaciones occidentales.

 

La izquierda dice defender la libertad, pero siempre instaura la servidumbre.

 

La neolengua ha ganado la batalla semántica, de modo que ya las palabras no significan lo que son, primera fase de la derrota de la libertad.

 

El PSOE es irrecuperable para una democracia sana. El Psoe no es un partido político. Es un espectro de partido animado sólo por el poder.

 

La desigualdad es una bendición para la Humanidad. Exijo mi derecho a la desigualdad.

 

La inmigración masiva es suicida para nuestra cultura y nuestra democracia.

 

Europa exporta jóvenes cualificados e importa inmigrantes ignorantes y sin cualificación, gran éxito de la socialdemocracia que gobierna Europa que ha conseguido tasas de crecimiento económico ridículas desde hace años y nos mantiene vivos a base de ingentes cantidades de dinero barato.

 

Le deuda pública es robar a nuestros descendientes.

 

Existe el derecho individual a la libertad de movimientos, pero no existe ningún derecho colectivo de inmigración masiva para nadie ni a costa de nadie.

 

La paz no es gratis y el diálogo entre contrarios es una derrota para el bien y no luchar contra el mal es perecer del modo más estúpido.

 

La izquierda defiende el Islam porque ambos odian la civilización occidental y el capitalismo y el odio une más que el amor.

 

El socialismo es al comunismo como amputar la mano frente al asesinato, un grado menor del mismo mal.

 

El Gobierno no es tu cómplice, es tu enemigo. No hay Gobierno que no pretenda que estés a su servicio.

 

Para el socialismo nada que no provenga del Estado es bueno ni tiene relevancia. Es tan absurdo que es convertir al Estado en el nuevo rey absoluto, en el nuevo Rey Sol.

 

Todas estas afirmaciones tal vez tuvieran algún crédito en una utopía de la verdad. Pero no deben inquietarte, querido lector. Al fin y al cabo, ambos sabemos que sólo son mentiras.

 

(*) Winston Galt es autor de la novela distópica Frío Monstruo

 

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