De situaciones de contingencia hay que extraer decisiones a abordar cuando sea el momento.

Me parece muy sensato y responsable lo que ha hecho Santiago Abascal ofreciendo al Gobierno su colaboración y apoyo para neutralizar a la parte comunista del Gobierno que apoya a los independentistas vascos y catanes. Sánchez tiene que tener apoyos para que no esté sometido al constante chantaje de comunistas y secesionistas en estos momentos de conturbación.

En situaciones normales Sánchez debería ser combatido por tierra, mar y aire por su incapacidad para gobernar el país, por su negligencia y su irresponsabilidad.

Lo sucedido el 8 de marzo con la difusión del coronavirus en las manifestaciones ultrafeministas es imperdonable. Las ministras que participaron en la manifestación de Madrid deberían ser cesadas de inmediato por el auspicio que dieron con su presencia a esos actos públicos multitudinarios, verdadera plataforma para hacer las delicias a la propagación del virus, o lo que sea. Este hecho, más el retraso de un mes en la toma de decisiones drásticas para frenar la propagación vírica, es digno de estudio sobre cómo un Gobierno puede sustentar comportamientos contra el interés general.

Pero, aun así, en esta situación crítica, no es el momento de atacar a Sánchez, sino que hay que apoyar sus decisiones por el bien de todos.

No obstante, habría que considerar, una vez que termine esta pesadilla de la pandemia, el resolver de una vez el  problema de los nacionalismos en España mediante una reforma del Estado de las autonomías y una modificación de la ley electoral que impida a partidos que no sean de ámbito estatal a concurrir a elecciones al Congreso y al Senado.

La actitud de los nacionalistas vascos y catalanes en estos momentos convulsos, invocando la no invasión de competencias por el Gobierno de la nación, además de incívica es simplemente asquerosa, repulsiva e impropia de gente con un mínimo sentido humanitario de las cosas.

Es la evidencia de que a esta gentuza lo único que le interesa es su feudo de poder; no el problema de los ciudadanos, y la solidaridad que requiere una situación de alarma generalizada.

El coronavirus no tiene límites de fronteras. Se mueve sin contención. Cuanto más amplia sea la acción de freno y de evitación de los contagios, antes se resolverá la situación. No caben ante esto actitudes insolidarias y endogámicas, y deben ser señaladas como sediciosas.

No hay razones para posiciones miserables y miopes. Todos somos una sola persona, un solo equipo, para abordar con decisión y responsabilidad la extinción de esta pandemia.