Made in P.R.C.
Nos han lanzado una bomba. Casi atómica pues, aquí estamos, como ratones en la madriguera, protegiéndonos de la radiactividad. Conocemos las coordenadas del epicentro. Sabemos que se sabía y se tapó el hecho de que podría explotar. Ni se nos pasa por la cabeza (no, por favor) que todo fuese premeditado. Pero fue, y es un hecho, como quiera que sea. Quizir: yo asisto a un comercio, hago compras y me la meten doblada, indiscutiblemente. Sin querer, oiga. Entonces vuelvo y, lejos de pedir explicaciones, sigo comprando, y mañana otra vez. De modo que el dueño de la tienda, muy correctamente, concluye: “a este tío le va la marcha”, y me casca el triple, y así. De igual manera, mantenemos nuestras cordiales relaciones con la República Popular China (los comunistas, ¿no eran el demonio?). Sabemos que mintió al ocultar la bomba. Ahora nos cuentan que allí han vencido la batalla contra la radiación, y los tomamos como ejemplo, y seguimos su política de lucha. Nos la vuelven a colar dobladísima. Y todo ello en un clima de mundo Yupi quédate en casa, de ininterrumpida y ruidosa corriente de cifras, muertes, positivos, las veinticuatro horas, que “hay que” conocer. Porque sí, señoras, porque nos gusta sufrir, como buenos patriotas, lo cual es muy bonito pero, ¿qué más? Eso es lo que me perturba, más que el hecho en sí de la explosión: la falta, en general, de la más mínima y humana demostración de cabreo para con el régimen chino. Todo el mundo sabe quién es Sánchez, oyen hablar de Conte, etc., pero muy pocos pronuncian a diario, con el mismo odio y semejante rabia, el nombre de Míster Xi Jinping, caudillo de la República Popular China, epicentro de la bomba destructora de nuestra gente y nuestra economía (cómo habrían crucificado a Putin, ¿no?, de haberse cuajado el bicho en Rusia). Se galopa en pos de una vacuna. Y si la venden ellos, a comprarla, tan felices. Y la plana mayor del periodismo, de la “intelectualidad”, los artistas, los bohemios, los integrantes de la antiguamente llamada “disidencia”, se ubican frente al móvil, graban un “quédate en casa” y hala, a esperar, calladitos, formales, (¿silenciados?), acomodados en la desgracia o, como mucho, indignados por falta de mascarillas made in P.R.C. Menudo futuro, gente. “Todos aprenderemos de esta experiencia”, se dice. Exacto. Y el dueño de la tienda el primero: a España le va la marcha. Sí señor. Constatado. Ya solo me pregunto, y esto me inquieta, como dije, mucho más que el bicho en sí: ¿cómo y cuándo caerá la próxima bomba?
Nos han lanzado una bomba. Casi atómica pues, aquí estamos, como ratones en la madriguera, protegiéndonos de la radiactividad. Conocemos las coordenadas del epicentro. Sabemos que se sabía y se tapó el hecho de que podría explotar. Ni se nos pasa por la cabeza (no, por favor) que todo fuese premeditado. Pero fue, y es un hecho, como quiera que sea. Quizir: yo asisto a un comercio, hago compras y me la meten doblada, indiscutiblemente. Sin querer, oiga. Entonces vuelvo y, lejos de pedir explicaciones, sigo comprando, y mañana otra vez. De modo que el dueño de la tienda, muy correctamente, concluye: “a este tío le va la marcha”, y me casca el triple, y así. De igual manera, mantenemos nuestras cordiales relaciones con la República Popular China (los comunistas, ¿no eran el demonio?). Sabemos que mintió al ocultar la bomba. Ahora nos cuentan que allí han vencido la batalla contra la radiación, y los tomamos como ejemplo, y seguimos su política de lucha. Nos la vuelven a colar dobladísima. Y todo ello en un clima de mundo Yupi quédate en casa, de ininterrumpida y ruidosa corriente de cifras, muertes, positivos, las veinticuatro horas, que “hay que” conocer. Porque sí, señoras, porque nos gusta sufrir, como buenos patriotas, lo cual es muy bonito pero, ¿qué más? Eso es lo que me perturba, más que el hecho en sí de la explosión: la falta, en general, de la más mínima y humana demostración de cabreo para con el régimen chino. Todo el mundo sabe quién es Sánchez, oyen hablar de Conte, etc., pero muy pocos pronuncian a diario, con el mismo odio y semejante rabia, el nombre de Míster Xi Jinping, caudillo de la República Popular China, epicentro de la bomba destructora de nuestra gente y nuestra economía (cómo habrían crucificado a Putin, ¿no?, de haberse cuajado el bicho en Rusia). Se galopa en pos de una vacuna. Y si la venden ellos, a comprarla, tan felices. Y la plana mayor del periodismo, de la “intelectualidad”, los artistas, los bohemios, los integrantes de la antiguamente llamada “disidencia”, se ubican frente al móvil, graban un “quédate en casa” y hala, a esperar, calladitos, formales, (¿silenciados?), acomodados en la desgracia o, como mucho, indignados por falta de mascarillas made in P.R.C. Menudo futuro, gente. “Todos aprenderemos de esta experiencia”, se dice. Exacto. Y el dueño de la tienda el primero: a España le va la marcha. Sí señor. Constatado. Ya solo me pregunto, y esto me inquieta, como dije, mucho más que el bicho en sí: ¿cómo y cuándo caerá la próxima bomba?