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Ernesto Ladrón de Guevara
Lunes, 19 de Mayo de 2014 Tiempo de lectura:

El voto europeo

Pertenecer de pleno derecho a Europa siempre ha sido una aspiración de los regeneracionistas, de los de la Generación del 98 que tanto buscaban compensar el secular atraso de España, su aldeanismo cultural y el caciquismo que desde épocas inmemoriales siempre ha transitado por la piel de toro con pertinaz insistencia, incluido, no lo ignoremos, en el presente momento.

 

Por tanto no hay que achacar a nuestros gobernantes post-constitucionales  que nos incorporaran a un proyecto llamado común, mal  denominado de “Unión Europea”, más bien podríamos acusarles de haberlo hecho mal y de haber construido una Europa de pies de barro, de burocracia ilimitada, y de democracia falsaria.

 

Entramos mal porque se nos exigió el desmantelamiento de sectores claves para la economía del país, ya que interesaba al eje franco-alemán el monopolio de los mismos, dejando a España para sol y playa, para la especulación inmobiliaria consiguiente a la opción residencial de la tercera edad de los países nórdicos aquejados de frío y nubes perpetuas, y para la exportación de mano de obra cualificada.

 

Se ha construido una Unión ficticia porque, derivado de ese poder centralizador, no ha habido una homogeneización económica, ni social, ni unión política, fiscal o financiera, sino una Europa de dos velocidades, con el agravante de una unión monetaria que ha atenazado a los estados miembros más desfavorecidos impidiéndoles adecuar las políticas monetarias más acordes para sus necesidades económicas y financieras. Por ello, países como Finlandia, Reino Unido, Noruega o Islandia no han tenido dificultades para resolver sus déficits fiscales o su endeudamiento, simplemente articulando la emisión de moneda, las políticas inflacionarias, o el ajuste de los tipos de cambio pertinentes para hacer competitivas sus respectivas economías. En Europa, el gendarme por antonomasia de la Unión, Alemania, ha controlado el BCE impidiendo la compra de bonos del Estado, como ha hecho la Reserva Federal en EE.UU, haciendo la política contraria a los intereses de los países del sur que han sido los que hemos pagado las consecuencias de una crisis de ámbito global pero agravada por la explosión de la burbuja inmobiliaria, en su obsesivo empeño de evitar políticas inflacionistas, recordando lo sucedido en los periodos anteriores al III Reich. Estas políticas han sido todo menos democráticas, pues lejos de acordarse en el seno parlamentario que es donde corresponde, se han decidido en una Comisión convertida en órgano ejecutivo ajeno a la acción parlamentaria representativa. El Parlamento es una cámara de paja, que no sirve en la práctica más que para retribuir jugosamente a unos elefantes retirados a una reserva de oro por sus respectivos partidos  para que no molestaran. Por eso afirmo que Europa no funciona democráticamente sino burocráticamente. A los miembros de la Comisión no se les elije por vía ciudadana, de manera directa y representativa, sino por el juego de poderes de quienes mangonean a su gusto y manera los hilos del manejo de intereses representados por los lobbys que son los que realmente pesan e influyen en la toma de decisiones. Además, el euro, más que una vía para resolvernos la vida ha sido una losa que nos ha impedido el ejercicio de la soberanía fiscal y la resolución de nuestros problemas. Solamente así se entiende que países como EE.UU o Reino Unido hayan salido relativamente del déficit presupuestario sin especiales asfixias mientras que Grecia, Irlanda, Portugal y España han estado al borde del impago; sobre todo Grecia que estuvo en situación de insolvencia.

 

En consecuencia, la Unión Europea, lejos de ser la panacea, como se nos predica desde instancias europeas, ha sido nuestra losa, pese al mucho dinero que se ha inyectado a través de los fondos estructurales y de cohesión, empleado en subvenciones improductivas y en infraestructuras en muchos casos innecesarias y suntuarias. Pan para hoy y hambre para mañana.

 

No soy yo quien lo afirma, solamente, sino, ante todo economistas como Paul Krugman, Premio Nobel de Economía en 2008 y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2004, muy crítico con el funcionamiento de la Unión.

 

Pese a ello, los sucesivos gobiernos españoles han mantenido una actitud genuflexa y subordinada a las decisiones del núcleo duro de la Unión, llevándonos a una situación colonial respecto a Alemania. Solamente Aznar se caracterizó por defender nuestra propia personalidad e idiosincrasia en el seno de la Unión para que se nos respetara, y así le fue.

 

A mi juicio esa es la situación de la Unión. La convergencia europea era necesaria, los acuerdos de libre comercio también, las políticas de homogeneización social, laboral y formativa, igualmente, pero nada se ha hecho salvo una unión monetaria sin crear las bases suficientes para fortalecerla y darla estabilidad temporal. A punto estuvo el euro de saltar por los aires, y yo no diría que no lo pueda hacer en una próxima recesión que algunos ya anuncian para el año 2016, pues las bases de la economía están sustentadas en un intercambio de capitales de índole especulativa con el modelo piramidal que dio a traste con bancos como Lehman Brothers.

 

En este contexto, y con este euroescepticismo que me abruma, ¿cuál es la opción lógica? ¿Podemos realmente influir en las decisiones de la Unión con nuestro voto? Mi opinión es que casi nada. Las decisiones se adoptan en órganos opacos, por lo que antaño llamábamos poderes fácticos ocultos. ¿Qué hacer?

 

Una opción legítima es abstenerse. Pero ello da más poder representativo a los grandes partidos que son los culpables de la situación, ya que a menos participación más porcentaje de reparto de escaños y menos posibilidades para las opciones alternativas, ya de por sí marginadas por su incapacidad financiera y de acceso a los medios de comunicación.

 

Yo pienso que hay que votar, pero a partidos con ideas solventes, con fundamentos humanistas, y con frescura en sus propuestas y con protagonistas no quemados. Cualquier opción no es buena, pero candidaturas como Ciudadanos, UPyD o VOX son solventes y consistentes tanto en cuanto a su fundamentación ideológica como a la seriedad de sus análisis.

 

Particularmente, sobre todo tras leer a Ortega Lara en la entrevista que publica hoy domingo el periódico El Mundo, opto por VOX. No solamente por la enorme legitimidad, rigor y razón de la víctima de Bolinaga, sino porque con valentía se realiza una propuesta de reforma institucional del Estado para resolver esta sangría económica que supone el Estado de las Autonomías y los múltiples niveles institucionales que hacen que tengamos el doble de políticos que Alemania para la mitad de población; eso sin contar con la corrupción y el ejército de chupópteros que esquilman el erario público. España así no es sostenible, y es el pueblo el que con una insostenible tasa de desempleo y recortes en los servicios básicos paga los platos rotos.

 

www.educacionynacionalismo.com

 

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