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Lidia Falcón
Miércoles, 24 de Junio de 2020 Tiempo de lectura:

De la libertad de expresión y de la democracia

La directora del periódico Público.es Virginia Pérez me ha comunicado por teléfono que ya no puedo colaborar más en ese medio, en el que empecé a escribir cuando lo fundaron en 2007. El motivo, explicado por ella misma, es que me he atrevido a publicar un artículo en la web Actuall de adscripción católica, lo que de ninguna manera puede consentir la señora Pérez.

    

Este argumento es tan falso como ella misma, dado que solo hace un par de meses me había retirado de mi blog en Público un artículo sobre la Ley Trans, porque no estaba de acuerdo con lo que yo defendía. Cuando le dije que esa situación no me había vuelto a  suceder desde la dictadura quiso verme para darme personalmente explicaciones que se resumieron en que ella –o el periódico- no van a consentir que se publiquen críticas al lobby trans. Desde entonces, si cualquiera rastrea mis artículos en Público.es lo comprobará, no he publicado más sobre ese tema. Pero, ¡ay!, me atreví a hacerlo en la página de Actuall que para ella –no sé si para el periódico- es anatema, y como al parecer cree que puede ordenarme dónde y qué puedo escribir y publicar, me ha despedido.

    

La sombra del franquismo es alargada. No en vano hemos sufrido la dictadura más sangrienta y larga de Europa, cuyas consecuencias se proyectan en ciertas situaciones que estamos sufriendo, una de ellas la que ha protagonizado la señora Pérez. Instalar el pensamiento y la acción democrática en la cultura española está siendo tarea ardua. Esa señora Pérez, como tantas y tantos otros, se ha educado en las aulas fascistas, han consumido el material ideológico que proporcionan las televisiones, y han aprendido de los gobiernos democráticos que se han sucedido que el mejor enemigo es el enemigo muerto. Es inimaginable que los partidos políticos españoles sepan negociar las soluciones mejores para el país, incluso en momentos de crisis como el actual, porque son incapaces de entender que la democracia burguesa en la que estamos instalados no es más que un pacto de convivencia entre las clases según el poder que cada una detenta.

     

Hemos visto cómo algunos juzgados aceptaron denuncias por tuits, canciones, declaraciones y obras de títeres que criticaban al ya histórico Carrero Blanco, se mofaban de la religión o (creyeron) que ensalzaban a ETA. El Tribunal Supremo ha tenido el trabajo de estudiar los recursos y dictar sentencias reiterando que esas críticas corresponden al ejercicio del derecho constitucional de la libertad de expresión.

    

Países donde saben ejercerlo únicamente retiran de sus medios de comunicación aquellas informaciones que son falsas, las opiniones de sus colaboradores son libres. Hoy, en EEUU, hemos conocido que ni el Departamento de Justicia ha logrado que el Tribunal Supremo retire de la circulación el libro de John Bolton, fue asesor de Estado de Trump, recién publicado, La habitación donde ocurrió donde se hace una crítica acerba de la actuación del Presidente de los Estados Unidos.

    

Pero no sólo los españoles no han aprendido a tolerar las opiniones contrarias, sino que ahora el lobby trans se ha convertido en un fuerte poder de presión social e ideológico en los sectores de izquierda, para lo que no encuentro explicación.

    

Se ha convertido en religión la llamada teoría queer que elimina, como si borrara lo escrito en una pizarra, las categorías antropológicas de mujer y hombre, de padre y madre, para dejarnos en el más absoluto desconcierto y desolación con esos constructos lingüísticos de “progenitor gestante” y “progenitor no gestante”. Que, aunque algunos lectores no puedan creerlo, significa que “hay mujeres con pene” y “hombres con vulva” y que según decida el sujeto en cuestión también puede ser “hombre gestante”. Y si usted rechaza semejante despropósito es transfóbico.

    

Conocemos las fantasías distópicas de 1984 –y qué lejana nos queda esa fecha- pero ni Orwell pudo imaginar un horror como el que nos augura el lobby trans. Que además, para mayor cinismo, se presentan como las víctimas de la persecución social, mientras sus influencias logran expulsar al Partido Feminista de la coalición de IU, que contribuyó a crear en 1986 y en la que ha trabajado desde 2015, amenazan con presentar denuncias por delito de odio, y pretenden acallar mi voz con la expulsión de Público.es.

    

Si el Movimiento Feminista no se espabila nos encontraremos con la desaparición legal y lingüística de las mujeres, por lo que no será necesario.

   

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