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Viernes, 25 de Septiembre de 2020 Tiempo de lectura:

Las redes sociales nos están alienando cada vez más y nos convierten en "egomonstruos"...

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Lo que el psiquiatra estadounidense Ivan Goldberg ya había definido en 1995 como el "Trastorno de Adicción a Internet" (Internet Addiction Disorder) se ha extendido hasta tal punto que ha conquistado, de hecho, a casi todos los habitantes de la Cosmópolis por obra de una cosificación integral.

 

No es difícil comprender cómo, en virtud de la proliferación de las relaciones digitales propias de la comunidad virtual, el nuevo poder de seducción del tecno-capitalismo ha logrado realmente, por vía de conquista, la inhibición de las relaciones interpersonales reales, disolviendo así, de hecho, la base de una revuelta colectiva.

 

La iGen, la generación hiperconectada descrita por Jean Twenge, está poblada por un enjambre de jóvenes que están permanentemente en línea, siempre conectados a Internet y desconectados de la realidad y los lazos sociales. El paradigma del iniciador y promotor individual de uno mismo es también hegemónico en las redes sociales. El compartir, que en un principio puede parecer una comunidad, es en cambio la apoteosis del individualismo en la época de la red social.

 

Como bien demostró Ricolfi en La società signorile di massa, en el gesto de compartir digitalmente los contenidos multimedia no prevalece el elemento comunitario y altruista, sino la hipertrófica ostentación del propio ser y de sus actividades; una ostentación que, en consonancia con el nuevo perfil dominante de los "egomonstruos", se resuelve puntualmente en la invasión inoportuna de la vida de los demás mediante la exhibición narcisista del propio ser.

 

Tales prácticas sólo pueden apelar abstractamente al "compartir" en la red ya que, en realidad, son lo contrario del gesto al que el verbo "compartir" [en el texto italiano original: condividere] alude propiamente. "Con-dividir", de hecho, significa dividir algo que se posee, privándose parcialmente de ello para hacer participar a otros sujetos.

 

Pero, en la era de Internet y de la egocracia compulsiva, los que comparten no se privan de nada: se limitan a invadir la vida de los demás con su propio ser, utilizando a los demás como un simple medio, como un espejo en cuya superficie contemplan su yo auto-esculpido. La generación del “selfie de la gleba" vive narcisistamente en la ininterrumpida auto-promoción de su propia imagen, aspirando a ese pico de alienación que va bajo el nombre de influencer

 

Como sugiere Andrea Zhok, la autopromoción de la imagen es el nuevo horizonte del Anerkennung [Reconocimiento] en la época de la alienación planetaria: de hecho, el poder de la propia imagen, anunciada como una mercancía, es ya el principal camino hacia el éxito; éxito que, entonces, muy a menudo termina en tener una buena imagen, obteniendo un valor añadido (pensemos en el caso de la red social llamada Instagram).

 

Esto apoya, una vez más, una de las tesis en las que se resume el nuevo orden neoliberal desordenado: en sus ámbitos no se "tiene" un negocio, sino que se "es" un negocio. Uno se convierte, por así decirlo, en capital vivo o, como se ha acostumbrado a decir desde hace tiempo, "capital humano", mercancía itinerante que se autovalora al promocionarse, en la plena coincidencia entre el vendedor y la mercancía vendida.

 

Fuente: https://www.ilfattoquotidiano.it/2020/09/15/i-social-network-ci-alienano-sempre-piu-e-ci-trasformano-in-egomostri/5931987/

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