Caldo de cultivo
Se ha dicho de todo acerca de la muerte de George Floyd en el momento de su detención a manos de la policía. Pero de lo que no queda ninguna duda tras los ríos de tinta vertidos tras este suceso para el observador imparcial es que su muerte no le importó a nadie fuera de su familia. Como cualquier otro acontecimiento, fue utilizado políticamente por los que decían sentirse indignados. Pero ésta no era la indignación verdadera. La verdadera es la de quienes observamos que se utilizó una fuerza desproporcionada y que se causó, inútilmente, la muerte de una persona. La verdadera indignación es la de quienes nos quedamos más tranquilos cuando los policías causantes de esa muerte gratuita están procesados y encarcelados, única respuesta digna, racional, democrática y justa.
Que realmente George Floyd y su inútil muerte no le importa a los movimientos que han provocado disturbios, destrucción y muerte en Estados Unidos (incluso hubo algunas manifestaciones en otros muchos lugares del mundo, incluida España) es que nadie se ha preocupado por los miles de negros que mueren en África habitualmente víctimas de la violencia de otros negros más poderosos y de sistemas de opresión política que jamás se denuncian por los mismos que denuncian como insostenible, injusto y objeto de ataque el sistema democrático que permite que los policías que cometen tales actos sean procesados y encarcelados.
El movimiento Black Lives Matter (BLM) no es más que un movimiento de hipocresía de la izquierda como tantos otros. Ningún observador mínimamente imparcial puede dudar de que Antifa es un movimiento de agitación, propaganda (y eventualmente terrorista) total y complemente comunista.
No sorprende, por tanto, comprobar que estos movimientos están muy preocupados por la violencia sobre los negros en América y Europa, pero no denuncian jamás la violencia a que son sometidos muchos más negros en Sudán o en Somalia, y tampoco están preocupados por la violencia que sufren los homosexuales o las adúlteras en Irán. Y no lo están porque los muertos negros de África lo son a manos de otros negros y los ahorcados en Irán lo son a manos de otros iraníes. Otra cosa sería que a esos negros en Sudán o Somalia los asesinaran blancos y que a los homosexuales en Irán los ahorcaran blancos. Entonces sí serían objeto de la denuncia de BLM y de Antifa.
No aceptar, en consecuencia, que los únicos objetivos de BLM y Antifa es destruir los sistemas capitalistas y democráticos occidentales es estar completamente ciego y sordo y no saber leer.
Analizó José Carlos Rodríguez estos hechos en un artículo del pasado junio en Disidentia.com. Mencionaba allí el ejemplo de Chicago, cuya policía no pudo dedicarse a controlar el crimen precisamente por las manifestaciones de BLM y Antifa y el resultado fue que "los cadáveres de los afroamericanos caían a un incremento sin parangón desde 1961". Menciona también que cuando en 2016 el alcalde de la ciudad impuso a la policía local una política de "brazos caídos" el efecto fue evidente: un incremento del 58% en el número de homicidios. Pero estas muertes de negros no importan a BLM ni a Antifa porque son causadas, muchas de ellas, por otros negros delincuentes contra los cuales no sólo no tienen nada sino que pretenden cultivarlos porque cuanto peor mejor para los movimientos revolucionarios.
El mismo autor menciona una relación de la cantidad de arrestos y el uso de la fuerza física en EEUU, resultando que analizados más de 100.000 arrestos, el 99% de ellos fueron sin uso de la fuerza. Además, cita el resultado de un estudio: "A nivel nacional, la policía descargó sus armas de fuego aproximadamente 3.043 veces en 2018, con el resultado de 992 muertes". El mismo año, casi 700.000 oficiales de tiempo completo hicieron más de 10 millones de arrestos".
Y más abajo cita la estadística según la cual en la legislatura de Trump las muertes de negros en arrestos han ido descendiendo respecto a los años de presidencia de Obama. Del mismo modo, confirma que el número de blancos muertos en arrestos es dos veces y media superior al número de negros muertos en arrestos en el mismo periodo.
Esas son las cifras reales, lejos de la manipulación informativa en que nos vemos sumergidos a diario, según la cual tales muertes, como la desgraciada de George Floyd, son asesinatos sistemáticos de la sociedad blanca, heteropatriarcal y neoliberal que hay que erradicar como único medio de acabar con ese supuesto genocidio.
Pura mentira: socialismo en estado puro.
Si bien nadie medianamente informado puede dudar de que Antifa es un movimiento comunista, cuyas dirigentes así lo han reconocido en diversas ocasiones y cuyo objetivo consta por escrito: "La lucha contra el fascismo (para ellos, en su delirio, el sistema democrático) sólo se podrá ganar cuando el sistema capitalista sea destruido y se alcance la sociedad sin clases". La filosofía de Antifa es luchar contra el fascismo, el racismo y el capitalismo. Esto provocaría hilaridad si no fuera un movimiento que infunde terror, puesto que los fascistas son ellos (socialismo, fascismo y comunismo son el mismo movimiento con pequeñas variantes), la izquierda ha sido la ideología más racista a lo largo de la historia (nazismo, comunismo y también puede comprobarse la historia del Partido Demócrata de EEUU) y el capitalismo es el sistema que provoca una prosperidad que no soportan porque no se puede controlar a las masas cuando sus individuos prosperan.
Por tanto, Antifa no es sino un movimiento prototerrorista contra la sociedad occidental que busca derribarla para implantar un régimen socialcomunista. BLM es su socio, compartiendo objetivos. El movimiento Metoo es otra cabeza de la hidra.
Pero estos grupos habrían sido arrasados sin problemas si no contaran con el caldo de cultivo de la izquierda supuestamente democrática, esa izquierda que ha colocado muchos alcaldes que se han negado a combatir estos movimientos, esa izquierda que provocó la censura y el despido en The New York Times de quien decidió publicar el artículo de un político republicano que se mostraba de acuerdo con el presidente Trump en usar la Guardia Nacional para luchar contra la insurrección y el vandalismo. Esa izquierda que provocó la renuncia a su puesto en el mismo periódico de Bari Weiis denunciando que no se sentía libre para escribir en sus páginas.
Sabido es que The New York Times ha escrito algunas de las páginas de más vergonzosa ignonimia de la historia del periodismo, nada nuevo por lo tanto. El correlativo ejemplo lo tenemos en España en el periódico El País, que también ha escrito algunas de las páginas más ignominiosas del periodismo en España.
Ambos medios son algunos, de los más importantes, que crean el caldo de cultivo para que BLM y Antifa tengan éxito en sus reivindicaciones. Ambos medios instruyen a sus miles de lectores en el discurso progresista que da pábulo a movimientos como los mencionados y a los que los jalean.
En la edición del pasado 17 de octubre se incluían en El País dos artículos que ejemplifican a la perfección ese caldo de cultivo para la destrucción de la democracia. Por supuesto, sostienen que su intención es precisamente preservar la democracia de las manos de alguien como Trump, pero la verdad, aunque no nos hará libres porque la mayoría de nuestra sociedad no quiere verla, se puede desvelar.
En el primero de tales artículos, firmado por Elizabeth F. Cohen y Jason Stanley, ambos, por supuesto, profesores de distintas universidades americanas, se acusa a Donald Trump de restablecer "unas prácticas policiales que se reflejan en abusos indiscriminados contra los indocumentados", refiriéndose a la frontera sur de Estados Unidos. Mienten ambos eximios profesores. Y mienten no porque no sea verdad, que no es lo importante ya que, en cualquier caso, se estaría cumpliendo la Ley, sino porque ocultan que durante el mandato de Obama ha sido cuando más devoluciones en frontera se han hecho en las últimas décadas. Mienten también por ocultar que no existe ningún derecho, por pobre que se sea, de entrar ilegalmente en otro país. Mienten también porque ocultan que no existe ningún derecho colectivo a entrar en otro país a oleadas para huir de la pobreza del tuyo. Mienten porque denuncian que no se deje entrar a miles de inmigrantes ilegales mientras se olvidan de denunciar por qué hay miles de centroamericanos y sudamericanos que se ven obligados a huir ilegalmente a EEUU porque sus países, que no son precisamente un ejemplo de capitalismo, viven en la ruina, muchas veces expoliados precisamente por sistemas políticos muy cercanos a la "sensibilidad" de tales eximios profesores.
Más abajo, en el mismo artículo, acusan a Trump de dejar sin subvenciones federales a los programas de cursos de sensibilización sobre raza, género y orientación sexual. Acusan a quienes se oponen a tales programas, especialmente a Trump, de defender el "nacionalismo blanco" porque la historia de EEUU ha sido siempre una cuestión de raza.
Jamás ha existido un nacionalismo blanco, concepto que se inventa la izquierda para reducir la sociedad a una lucha de colectivos ahora que la lucha de clases no tiene predicamento en la sociedad. Es demencial definir la historia de EE.UU. como una cuestión únicamente de raza, cuando es una historia muy compleja, un país creado por el aluvión de inmigrantes de todas las partes del mundo y de todas las razas y religiones del mundo. Sin olvidar obviamente el esclavismo y el mantenimiento del sistema esclavista hasta los años sesenta del siglo XX obvian ambos profesores que fue precisamente el Partido Demócrata el que sostuvo tales valores en el sur, no el Republicano, quien ya en pleno siglo XIX dio entrada a los primeros congresistas negros en sus filas. El reduccionismo de tales profesores no es sino una traslación del marxismo al día de hoy: como no podemos defender la lucha de clases, nos inventamos que la historia de EE.UU. es una lucha de razas, de géneros (un concepto de algo inexistente, pues lo único que existe es el sexo) lo cual es completamente falso, pues si algo caracteriza a EE.UU. es precisamente haber sido durante toda su historia un crisol de culturas y de razas. Si bien existe el ejemplo del Sur mencionado también habrá que compartir que Nueva York es la mayor torre de Babel de la historia en la que conviven millones de personas de todas las razas humanas existentes en una situación más que aceptable. Seguramente muchos neoyorquinos tendrán problemas con otras personas de su raza y mantendrán excelentes relaciones con otras personas de otras razas, porque la naturaleza humana es diversa y rica, para lo bueno y para lo malo, y reducir los conflictos humanos a la raza es una solución estúpida consecuencia de un pensamiento de la inferioridad evidente: el progresismo.
Estos autores, por supuesto, no mencionan que quien más daño hace a la raza negra son los negros, en África. Tampoco mencionan que los programas de raza, género y orientación sexual no son más que trampantojos marxistas que sólo tienen por objeto subvertir una sociedad compleja, variada y democrática como la estadounidense y crear compartimentos estancos entre las personas en función de variables biológicas que, en buena lógica, a nadie deberían importar si realmente no fueran utilizados como arma política.
Pero el ejemplo perfecto del caldo de cultivo para el socialismo del siglo XXI que proporciona la izquierda ilustrada lo escribe David Eggers en su artículo recogido en Babelia.
Eggers es el autor de la novela El Círculo, una distopía sobre la información que se presta a empresas privadas (Facebook seguramente sería la fuente de inspiración) y la falta de identidad y libertad que provoca carecer de intimidad. No la recuerdo con detalle, pero he de reconocer que se trata de una novela interesante y oportuna.
Ahora bien, su artículo, seguramente escrito desde la inocencia de intentar defender la democracia, provoca el mismo terror que su novela precisamente porque muchas personas como él que desde la izquierda honestamente creen en la democracia son las que más están propiciando las circunstancias que servirían para demolerla a favor de sistemas socialistas que, sin duda alguna, conculcarían la libertad y la democracia.
Afirma Eggers en su artículo que ha pasado varios meses en el hotel La Garita de Gran Canaria, al que él llama una "comunidad". No sé si los lectores se consideran una comunidad con el resto de huéspedes de hotel donde se alojan. Lo cierto es que lo compruebo por Internet y La Garita se anuncia sólo como hotel. Desconfío de las personas que presumen de formar parte de una comunidad, siempre tienen el esquema mental del comunismo en la cabeza, lo que seguramente explica el artículo de Eggers.
A continuación dice que vivieron aquí un periodo lleno de "cordura". Imagino que el señor Eggers no habla español y no se entera de lo que es España en este momento y de qué ocurre en nuestro país. Menciona que EE.UU. se ha convertido en un reality show televisivo, una república bananera y un Estado fallido. Creo que le falla el subconsciente y está hablando realmente de España.
Por supuesto, menciona expresamente que Donald Trump está loco y que su Gobierno es irracional y reaccionario. No recuerda que si algún partido en EEUU ha sido irracional, reaccionario y ha defendido posturas inadmisibles ha sido el Partido Demócrata, que sostuvo el sistema de real apartheid en el sur de Estados Unidos y que fue el partido de Roosovelt, el peor presidente con Carter de la historia de EEUU pues, a pesar de la buena prensa que tiene entre los progres, lo cierto es que gobernando desde 1932 no fue capaz de frenar la Gran Depresión, no fue capaz de sanear la economía durante años (economía que sólo comenzó a despuntar tras entrar en la II Guerra Mundial y gracias al esfuerzo bélico). F. D. Roosovelt fue el presidente que sí que cambió el Estado norteamericano y lo hizo intrusivo en la vida de los americanos, no sólo a través de las políticas keynesianas, sino que intentó, antecedente claro de Pedro Sánchez, violentar y violar al Poder Judicial cambiando las reglas de juego de la elección de los magistrados del Tribunal Supremo de una forma idéntica a lo que hizo Cháves en Venezuela y lo que pretenden actualmente Sánchez e Iglesias en nuestro país.
Menciona que en su país el consenso sobre la decencia y el honor ha desaparecido y culpa, lógicamente, al Partido Republicano, cuando lo cierto es que acaba de descubrirse que el Rusiagate era cosa del Partido Demócrata y que la corrupción del hijo de Biden no tiene parangón en las acusaciones que se hacen a Trump, del mismo modo que el "impeachment" que se ha intentado frente a Donald Trump era mucho menos evidente que el que rechazó al Partido Demócrata frente a Bill Clinton.
A continuación menciona la gestión de la pandemia de Trump, ciertamente desafortunada, pero mucho mejor que la que se ha llevado a cabo en España, sobre la que parece que tampoco ha leído mucho. El Gobierno USA, al igual que el británico e incluso el sueco, optaron por una vía diferente de lucha frente a la pandemia. Trump reculó en algunos aspectos, pero siempre se ha mostrado contrario al confinamiento total, y parece que esa solución es menos mala que la que ha elegido el Gobierno español que ha sumado, a las peores cifras porcentuales de contagiados y muertos, una ruina económica que no se adivina en esos países, mucho menos en EEUU, que ha conseguido en pocos meses recuperar el 60% del empleo destruido durante la pandemia (y debemos recordar que en febrero el paro en EEUU era de menos de un 3%, o sea, inexistente).
Menciona que cubrió un mitin de Donald Trump hace tiempo y que la policía cargó contra él y otros manifestantes con gases lacrimógenos sin mediar ninguna provocación. Pero inmediatamente menciona que estaba parapetado tras una barricada, por lo que cabe preguntarse para qué hicieron barricadas si su protesta era totalmente pacífica. Tampoco menciona que se denunciara por él o por sus compañeros a la policía por brutalidad, lo que induce al lector a concluir que tras su denuncia lo que se esconde no es sino una evidente hipocresía.
Acusa, como no podía ser de otra manera, de autoritario a Trump y alega que ha utilizado los medios del Estado (agentes federales, policía, guardia nacional) a su favor. Pero obvia mencionar que fue precisamente el Gobierno de Obama el que utilizó desde la CIA al FBI para acusar sin pruebas a Trump durante la campaña electoral de 2016.
Refiere que muchos norteamericanos no están comprometidos con la democracia y sólo están con mantener el 'statu quo'. Sin embargo, todas las cifras de incremento de empleo y mejora de vida en las minorías negra e hispana se han disparado durante el Gobierno de Trump, le guste o no a Eggers. Si hay alguien que no ha mejorado la vida de las clases inferiores y las ha condenado a una falta de movilidad social ha sido el Partido Demócrata, que llegó a arrastrar más de un 8% de paro durante el mandato de Obama, cifra escandalosa en EE.UU. aunque a los españoles un porcentaje como ése nos parezca una bendición. La diferencia de sistemas políticos y económicos justifica esa diferencia de valores y no hay peor ataque a la igualdad, que tanto les gusta mencionar a los progres, que la falta de empleo. Pero claro, esto tampoco lo menciona el señor Eggers, a pesar de que son cifras oficiales.
Le vuelve a fallar el subconsciente a Eggers cuando menciona como un logro que a Hillary Clinton la votaron los americanos con más nivel educativo. A pesar de ello, acusa a Trump de formar un Gobierno "elitista". No puede haber mayor cinismo cuando desprecia a los votantes del Partido Republicano porque no son "intelectuales" como él. Es la hipocresía socialdemócrata de siempre que quiere salvar a los menos favorecidos pero en el fondo los desprecia. No se pregunta por qué sus compatriotas votan mayoritariamente a Trump ni se plantea por qué los progres están tan lejos de la mayoría de sus compatriotas. Tal vez porque no comparten la simpatía por el socialismo. Los norteamericanos desprecian en su mayoría esa ideología que propone una vida inferior y que conduce, como demuestran todos los intentos de implantarla, a la ruina y la opresión. Seguramente será cierto que la mayoría de los votantes de Donald Trump no sepan escribir una novela ni hacer disquisiciones exquisitas sobre literatura o política, pero seguramente tiene mucho más sentido común que los intelectuales neoyorquinos quienes, viviendo prósperamente en el país más rico del mundo, desprecian su modo de vida en un ejercicio no sólo de hipocresía sino de estupidez en el sentido más profundo del término.
Advierte Eggers que muchos de sus amigos están estudiando las leyes de inmigración de otros países (Nueva Zelanda, Australia) para emigrar. Sinceramente, no acierto a comprender por qué se plantean emigrar a Nueva Zelanda o Australia cuando tienen tan cerca Cuba y Venezuela. Finalmente, afirma que su país es una idiocracia sin civilizar. Demuestra un desprecio enorme por quienes piensan diferente, en un ejercicio de soberbio elitismo típico de la progresía y que no nos puede extrañar dado que aquí el desprecio de la izquierda a todos los demás no sólo es habitual sino que llega a extremos que rozan la violencia y que comienzan a recordar los que vivieron nuestros antepasados hace ochenta años. Se comienza por llamar idiotas a los que piensan diferente y de ahí se pasa al odio y del odio a la aniquilación (afortunadamente, sólo civil, de momento).
Un personaje como Donald Trump es, caso incluso de que Eggers tuviera razón y fuera exactamente como él lo describe, un episodio pasajero, pues su supuesto autoritarismo tendría un límite: la segunda legislatura. En cambio, implantar elementos socialistas en la sociedad no es algo pasajero sino que permanecen en las estructuras del Estado (el keynesianismo que implantó F. D. Roosovelt ha conseguido finalmente sumir al país en una deuda impagable, poniendo en un evidente riesgo su prosperidad) y provoca que incluso en EE.UU. el poder del Estado sea ahora mucho mayor que hace unas pocas décadas y que dicho poder estatal esté socavando la tradicional costumbre americana del asociacionismo que tanto admiraba Tocqueville y que convirtió en un determinado momento a la sociedad americana en la sociedad civil más fuerte del mundo, lo que motivó (en mucha más medida que otras cosas) el grado de libertad y prosperidad de que ha gozado y sigue gozando. El Estado cada vez más gigantesco implica que se produzca una proporción inversa en el poder de la sociedad civil y que se estén restando cada vez más parcelas de libertad a la sociedad.
Los Eggers de este mundo, con su buenismo progresista y socialismo de salón, son mucho más peligrosos que las muchedumbres que al amparo del BLM y Antifa han provocado disturbios, ruina y muerte por donde han pasado o que están intentando borrar el pasado mediante la incultura de la cancelación. Son los realmente peligrosos, porque los Eggers de la civilización occidental son los que están cavando la fosa para que los violentos de BLM y Antifa nos entierren.
Se ha dicho de todo acerca de la muerte de George Floyd en el momento de su detención a manos de la policía. Pero de lo que no queda ninguna duda tras los ríos de tinta vertidos tras este suceso para el observador imparcial es que su muerte no le importó a nadie fuera de su familia. Como cualquier otro acontecimiento, fue utilizado políticamente por los que decían sentirse indignados. Pero ésta no era la indignación verdadera. La verdadera es la de quienes observamos que se utilizó una fuerza desproporcionada y que se causó, inútilmente, la muerte de una persona. La verdadera indignación es la de quienes nos quedamos más tranquilos cuando los policías causantes de esa muerte gratuita están procesados y encarcelados, única respuesta digna, racional, democrática y justa.
Que realmente George Floyd y su inútil muerte no le importa a los movimientos que han provocado disturbios, destrucción y muerte en Estados Unidos (incluso hubo algunas manifestaciones en otros muchos lugares del mundo, incluida España) es que nadie se ha preocupado por los miles de negros que mueren en África habitualmente víctimas de la violencia de otros negros más poderosos y de sistemas de opresión política que jamás se denuncian por los mismos que denuncian como insostenible, injusto y objeto de ataque el sistema democrático que permite que los policías que cometen tales actos sean procesados y encarcelados.
El movimiento Black Lives Matter (BLM) no es más que un movimiento de hipocresía de la izquierda como tantos otros. Ningún observador mínimamente imparcial puede dudar de que Antifa es un movimiento de agitación, propaganda (y eventualmente terrorista) total y complemente comunista.
No sorprende, por tanto, comprobar que estos movimientos están muy preocupados por la violencia sobre los negros en América y Europa, pero no denuncian jamás la violencia a que son sometidos muchos más negros en Sudán o en Somalia, y tampoco están preocupados por la violencia que sufren los homosexuales o las adúlteras en Irán. Y no lo están porque los muertos negros de África lo son a manos de otros negros y los ahorcados en Irán lo son a manos de otros iraníes. Otra cosa sería que a esos negros en Sudán o Somalia los asesinaran blancos y que a los homosexuales en Irán los ahorcaran blancos. Entonces sí serían objeto de la denuncia de BLM y de Antifa.
No aceptar, en consecuencia, que los únicos objetivos de BLM y Antifa es destruir los sistemas capitalistas y democráticos occidentales es estar completamente ciego y sordo y no saber leer.
Analizó José Carlos Rodríguez estos hechos en un artículo del pasado junio en Disidentia.com. Mencionaba allí el ejemplo de Chicago, cuya policía no pudo dedicarse a controlar el crimen precisamente por las manifestaciones de BLM y Antifa y el resultado fue que "los cadáveres de los afroamericanos caían a un incremento sin parangón desde 1961". Menciona también que cuando en 2016 el alcalde de la ciudad impuso a la policía local una política de "brazos caídos" el efecto fue evidente: un incremento del 58% en el número de homicidios. Pero estas muertes de negros no importan a BLM ni a Antifa porque son causadas, muchas de ellas, por otros negros delincuentes contra los cuales no sólo no tienen nada sino que pretenden cultivarlos porque cuanto peor mejor para los movimientos revolucionarios.
El mismo autor menciona una relación de la cantidad de arrestos y el uso de la fuerza física en EEUU, resultando que analizados más de 100.000 arrestos, el 99% de ellos fueron sin uso de la fuerza. Además, cita el resultado de un estudio: "A nivel nacional, la policía descargó sus armas de fuego aproximadamente 3.043 veces en 2018, con el resultado de 992 muertes". El mismo año, casi 700.000 oficiales de tiempo completo hicieron más de 10 millones de arrestos".
Y más abajo cita la estadística según la cual en la legislatura de Trump las muertes de negros en arrestos han ido descendiendo respecto a los años de presidencia de Obama. Del mismo modo, confirma que el número de blancos muertos en arrestos es dos veces y media superior al número de negros muertos en arrestos en el mismo periodo.
Esas son las cifras reales, lejos de la manipulación informativa en que nos vemos sumergidos a diario, según la cual tales muertes, como la desgraciada de George Floyd, son asesinatos sistemáticos de la sociedad blanca, heteropatriarcal y neoliberal que hay que erradicar como único medio de acabar con ese supuesto genocidio.
Pura mentira: socialismo en estado puro.
Si bien nadie medianamente informado puede dudar de que Antifa es un movimiento comunista, cuyas dirigentes así lo han reconocido en diversas ocasiones y cuyo objetivo consta por escrito: "La lucha contra el fascismo (para ellos, en su delirio, el sistema democrático) sólo se podrá ganar cuando el sistema capitalista sea destruido y se alcance la sociedad sin clases". La filosofía de Antifa es luchar contra el fascismo, el racismo y el capitalismo. Esto provocaría hilaridad si no fuera un movimiento que infunde terror, puesto que los fascistas son ellos (socialismo, fascismo y comunismo son el mismo movimiento con pequeñas variantes), la izquierda ha sido la ideología más racista a lo largo de la historia (nazismo, comunismo y también puede comprobarse la historia del Partido Demócrata de EEUU) y el capitalismo es el sistema que provoca una prosperidad que no soportan porque no se puede controlar a las masas cuando sus individuos prosperan.
Por tanto, Antifa no es sino un movimiento prototerrorista contra la sociedad occidental que busca derribarla para implantar un régimen socialcomunista. BLM es su socio, compartiendo objetivos. El movimiento Metoo es otra cabeza de la hidra.
Pero estos grupos habrían sido arrasados sin problemas si no contaran con el caldo de cultivo de la izquierda supuestamente democrática, esa izquierda que ha colocado muchos alcaldes que se han negado a combatir estos movimientos, esa izquierda que provocó la censura y el despido en The New York Times de quien decidió publicar el artículo de un político republicano que se mostraba de acuerdo con el presidente Trump en usar la Guardia Nacional para luchar contra la insurrección y el vandalismo. Esa izquierda que provocó la renuncia a su puesto en el mismo periódico de Bari Weiis denunciando que no se sentía libre para escribir en sus páginas.
Sabido es que The New York Times ha escrito algunas de las páginas de más vergonzosa ignonimia de la historia del periodismo, nada nuevo por lo tanto. El correlativo ejemplo lo tenemos en España en el periódico El País, que también ha escrito algunas de las páginas más ignominiosas del periodismo en España.
Ambos medios son algunos, de los más importantes, que crean el caldo de cultivo para que BLM y Antifa tengan éxito en sus reivindicaciones. Ambos medios instruyen a sus miles de lectores en el discurso progresista que da pábulo a movimientos como los mencionados y a los que los jalean.
En la edición del pasado 17 de octubre se incluían en El País dos artículos que ejemplifican a la perfección ese caldo de cultivo para la destrucción de la democracia. Por supuesto, sostienen que su intención es precisamente preservar la democracia de las manos de alguien como Trump, pero la verdad, aunque no nos hará libres porque la mayoría de nuestra sociedad no quiere verla, se puede desvelar.
En el primero de tales artículos, firmado por Elizabeth F. Cohen y Jason Stanley, ambos, por supuesto, profesores de distintas universidades americanas, se acusa a Donald Trump de restablecer "unas prácticas policiales que se reflejan en abusos indiscriminados contra los indocumentados", refiriéndose a la frontera sur de Estados Unidos. Mienten ambos eximios profesores. Y mienten no porque no sea verdad, que no es lo importante ya que, en cualquier caso, se estaría cumpliendo la Ley, sino porque ocultan que durante el mandato de Obama ha sido cuando más devoluciones en frontera se han hecho en las últimas décadas. Mienten también por ocultar que no existe ningún derecho, por pobre que se sea, de entrar ilegalmente en otro país. Mienten también porque ocultan que no existe ningún derecho colectivo a entrar en otro país a oleadas para huir de la pobreza del tuyo. Mienten porque denuncian que no se deje entrar a miles de inmigrantes ilegales mientras se olvidan de denunciar por qué hay miles de centroamericanos y sudamericanos que se ven obligados a huir ilegalmente a EEUU porque sus países, que no son precisamente un ejemplo de capitalismo, viven en la ruina, muchas veces expoliados precisamente por sistemas políticos muy cercanos a la "sensibilidad" de tales eximios profesores.
Más abajo, en el mismo artículo, acusan a Trump de dejar sin subvenciones federales a los programas de cursos de sensibilización sobre raza, género y orientación sexual. Acusan a quienes se oponen a tales programas, especialmente a Trump, de defender el "nacionalismo blanco" porque la historia de EEUU ha sido siempre una cuestión de raza.
Jamás ha existido un nacionalismo blanco, concepto que se inventa la izquierda para reducir la sociedad a una lucha de colectivos ahora que la lucha de clases no tiene predicamento en la sociedad. Es demencial definir la historia de EE.UU. como una cuestión únicamente de raza, cuando es una historia muy compleja, un país creado por el aluvión de inmigrantes de todas las partes del mundo y de todas las razas y religiones del mundo. Sin olvidar obviamente el esclavismo y el mantenimiento del sistema esclavista hasta los años sesenta del siglo XX obvian ambos profesores que fue precisamente el Partido Demócrata el que sostuvo tales valores en el sur, no el Republicano, quien ya en pleno siglo XIX dio entrada a los primeros congresistas negros en sus filas. El reduccionismo de tales profesores no es sino una traslación del marxismo al día de hoy: como no podemos defender la lucha de clases, nos inventamos que la historia de EE.UU. es una lucha de razas, de géneros (un concepto de algo inexistente, pues lo único que existe es el sexo) lo cual es completamente falso, pues si algo caracteriza a EE.UU. es precisamente haber sido durante toda su historia un crisol de culturas y de razas. Si bien existe el ejemplo del Sur mencionado también habrá que compartir que Nueva York es la mayor torre de Babel de la historia en la que conviven millones de personas de todas las razas humanas existentes en una situación más que aceptable. Seguramente muchos neoyorquinos tendrán problemas con otras personas de su raza y mantendrán excelentes relaciones con otras personas de otras razas, porque la naturaleza humana es diversa y rica, para lo bueno y para lo malo, y reducir los conflictos humanos a la raza es una solución estúpida consecuencia de un pensamiento de la inferioridad evidente: el progresismo.
Estos autores, por supuesto, no mencionan que quien más daño hace a la raza negra son los negros, en África. Tampoco mencionan que los programas de raza, género y orientación sexual no son más que trampantojos marxistas que sólo tienen por objeto subvertir una sociedad compleja, variada y democrática como la estadounidense y crear compartimentos estancos entre las personas en función de variables biológicas que, en buena lógica, a nadie deberían importar si realmente no fueran utilizados como arma política.
Pero el ejemplo perfecto del caldo de cultivo para el socialismo del siglo XXI que proporciona la izquierda ilustrada lo escribe David Eggers en su artículo recogido en Babelia.
Eggers es el autor de la novela El Círculo, una distopía sobre la información que se presta a empresas privadas (Facebook seguramente sería la fuente de inspiración) y la falta de identidad y libertad que provoca carecer de intimidad. No la recuerdo con detalle, pero he de reconocer que se trata de una novela interesante y oportuna.
Ahora bien, su artículo, seguramente escrito desde la inocencia de intentar defender la democracia, provoca el mismo terror que su novela precisamente porque muchas personas como él que desde la izquierda honestamente creen en la democracia son las que más están propiciando las circunstancias que servirían para demolerla a favor de sistemas socialistas que, sin duda alguna, conculcarían la libertad y la democracia.
Afirma Eggers en su artículo que ha pasado varios meses en el hotel La Garita de Gran Canaria, al que él llama una "comunidad". No sé si los lectores se consideran una comunidad con el resto de huéspedes de hotel donde se alojan. Lo cierto es que lo compruebo por Internet y La Garita se anuncia sólo como hotel. Desconfío de las personas que presumen de formar parte de una comunidad, siempre tienen el esquema mental del comunismo en la cabeza, lo que seguramente explica el artículo de Eggers.
A continuación dice que vivieron aquí un periodo lleno de "cordura". Imagino que el señor Eggers no habla español y no se entera de lo que es España en este momento y de qué ocurre en nuestro país. Menciona que EE.UU. se ha convertido en un reality show televisivo, una república bananera y un Estado fallido. Creo que le falla el subconsciente y está hablando realmente de España.
Por supuesto, menciona expresamente que Donald Trump está loco y que su Gobierno es irracional y reaccionario. No recuerda que si algún partido en EEUU ha sido irracional, reaccionario y ha defendido posturas inadmisibles ha sido el Partido Demócrata, que sostuvo el sistema de real apartheid en el sur de Estados Unidos y que fue el partido de Roosovelt, el peor presidente con Carter de la historia de EEUU pues, a pesar de la buena prensa que tiene entre los progres, lo cierto es que gobernando desde 1932 no fue capaz de frenar la Gran Depresión, no fue capaz de sanear la economía durante años (economía que sólo comenzó a despuntar tras entrar en la II Guerra Mundial y gracias al esfuerzo bélico). F. D. Roosovelt fue el presidente que sí que cambió el Estado norteamericano y lo hizo intrusivo en la vida de los americanos, no sólo a través de las políticas keynesianas, sino que intentó, antecedente claro de Pedro Sánchez, violentar y violar al Poder Judicial cambiando las reglas de juego de la elección de los magistrados del Tribunal Supremo de una forma idéntica a lo que hizo Cháves en Venezuela y lo que pretenden actualmente Sánchez e Iglesias en nuestro país.
Menciona que en su país el consenso sobre la decencia y el honor ha desaparecido y culpa, lógicamente, al Partido Republicano, cuando lo cierto es que acaba de descubrirse que el Rusiagate era cosa del Partido Demócrata y que la corrupción del hijo de Biden no tiene parangón en las acusaciones que se hacen a Trump, del mismo modo que el "impeachment" que se ha intentado frente a Donald Trump era mucho menos evidente que el que rechazó al Partido Demócrata frente a Bill Clinton.
A continuación menciona la gestión de la pandemia de Trump, ciertamente desafortunada, pero mucho mejor que la que se ha llevado a cabo en España, sobre la que parece que tampoco ha leído mucho. El Gobierno USA, al igual que el británico e incluso el sueco, optaron por una vía diferente de lucha frente a la pandemia. Trump reculó en algunos aspectos, pero siempre se ha mostrado contrario al confinamiento total, y parece que esa solución es menos mala que la que ha elegido el Gobierno español que ha sumado, a las peores cifras porcentuales de contagiados y muertos, una ruina económica que no se adivina en esos países, mucho menos en EEUU, que ha conseguido en pocos meses recuperar el 60% del empleo destruido durante la pandemia (y debemos recordar que en febrero el paro en EEUU era de menos de un 3%, o sea, inexistente).
Menciona que cubrió un mitin de Donald Trump hace tiempo y que la policía cargó contra él y otros manifestantes con gases lacrimógenos sin mediar ninguna provocación. Pero inmediatamente menciona que estaba parapetado tras una barricada, por lo que cabe preguntarse para qué hicieron barricadas si su protesta era totalmente pacífica. Tampoco menciona que se denunciara por él o por sus compañeros a la policía por brutalidad, lo que induce al lector a concluir que tras su denuncia lo que se esconde no es sino una evidente hipocresía.
Acusa, como no podía ser de otra manera, de autoritario a Trump y alega que ha utilizado los medios del Estado (agentes federales, policía, guardia nacional) a su favor. Pero obvia mencionar que fue precisamente el Gobierno de Obama el que utilizó desde la CIA al FBI para acusar sin pruebas a Trump durante la campaña electoral de 2016.
Refiere que muchos norteamericanos no están comprometidos con la democracia y sólo están con mantener el 'statu quo'. Sin embargo, todas las cifras de incremento de empleo y mejora de vida en las minorías negra e hispana se han disparado durante el Gobierno de Trump, le guste o no a Eggers. Si hay alguien que no ha mejorado la vida de las clases inferiores y las ha condenado a una falta de movilidad social ha sido el Partido Demócrata, que llegó a arrastrar más de un 8% de paro durante el mandato de Obama, cifra escandalosa en EE.UU. aunque a los españoles un porcentaje como ése nos parezca una bendición. La diferencia de sistemas políticos y económicos justifica esa diferencia de valores y no hay peor ataque a la igualdad, que tanto les gusta mencionar a los progres, que la falta de empleo. Pero claro, esto tampoco lo menciona el señor Eggers, a pesar de que son cifras oficiales.
Le vuelve a fallar el subconsciente a Eggers cuando menciona como un logro que a Hillary Clinton la votaron los americanos con más nivel educativo. A pesar de ello, acusa a Trump de formar un Gobierno "elitista". No puede haber mayor cinismo cuando desprecia a los votantes del Partido Republicano porque no son "intelectuales" como él. Es la hipocresía socialdemócrata de siempre que quiere salvar a los menos favorecidos pero en el fondo los desprecia. No se pregunta por qué sus compatriotas votan mayoritariamente a Trump ni se plantea por qué los progres están tan lejos de la mayoría de sus compatriotas. Tal vez porque no comparten la simpatía por el socialismo. Los norteamericanos desprecian en su mayoría esa ideología que propone una vida inferior y que conduce, como demuestran todos los intentos de implantarla, a la ruina y la opresión. Seguramente será cierto que la mayoría de los votantes de Donald Trump no sepan escribir una novela ni hacer disquisiciones exquisitas sobre literatura o política, pero seguramente tiene mucho más sentido común que los intelectuales neoyorquinos quienes, viviendo prósperamente en el país más rico del mundo, desprecian su modo de vida en un ejercicio no sólo de hipocresía sino de estupidez en el sentido más profundo del término.
Advierte Eggers que muchos de sus amigos están estudiando las leyes de inmigración de otros países (Nueva Zelanda, Australia) para emigrar. Sinceramente, no acierto a comprender por qué se plantean emigrar a Nueva Zelanda o Australia cuando tienen tan cerca Cuba y Venezuela. Finalmente, afirma que su país es una idiocracia sin civilizar. Demuestra un desprecio enorme por quienes piensan diferente, en un ejercicio de soberbio elitismo típico de la progresía y que no nos puede extrañar dado que aquí el desprecio de la izquierda a todos los demás no sólo es habitual sino que llega a extremos que rozan la violencia y que comienzan a recordar los que vivieron nuestros antepasados hace ochenta años. Se comienza por llamar idiotas a los que piensan diferente y de ahí se pasa al odio y del odio a la aniquilación (afortunadamente, sólo civil, de momento).
Un personaje como Donald Trump es, caso incluso de que Eggers tuviera razón y fuera exactamente como él lo describe, un episodio pasajero, pues su supuesto autoritarismo tendría un límite: la segunda legislatura. En cambio, implantar elementos socialistas en la sociedad no es algo pasajero sino que permanecen en las estructuras del Estado (el keynesianismo que implantó F. D. Roosovelt ha conseguido finalmente sumir al país en una deuda impagable, poniendo en un evidente riesgo su prosperidad) y provoca que incluso en EE.UU. el poder del Estado sea ahora mucho mayor que hace unas pocas décadas y que dicho poder estatal esté socavando la tradicional costumbre americana del asociacionismo que tanto admiraba Tocqueville y que convirtió en un determinado momento a la sociedad americana en la sociedad civil más fuerte del mundo, lo que motivó (en mucha más medida que otras cosas) el grado de libertad y prosperidad de que ha gozado y sigue gozando. El Estado cada vez más gigantesco implica que se produzca una proporción inversa en el poder de la sociedad civil y que se estén restando cada vez más parcelas de libertad a la sociedad.
Los Eggers de este mundo, con su buenismo progresista y socialismo de salón, son mucho más peligrosos que las muchedumbres que al amparo del BLM y Antifa han provocado disturbios, ruina y muerte por donde han pasado o que están intentando borrar el pasado mediante la incultura de la cancelación. Son los realmente peligrosos, porque los Eggers de la civilización occidental son los que están cavando la fosa para que los violentos de BLM y Antifa nos entierren.