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José Ignacio Aranes
Lunes, 09 de Junio de 2014 Tiempo de lectura:

El mago de Gabo: La realidad fabulosa y fabulada /y2

«El periódico más pequeño del mundo»

 

Pero volvamos a tierra. En la ciudad destino del barco Euskera y del circo Razzore, a la que no pudieron arribar: Cartagena de Indias, García Márquez comenzaría ese mismo año, 1948, a colaborar regularmente en el diario El Universal un 21 de mayo, y posteriormente en El Heraldo (de Barranquilla), también liberal.

 

En El Universal, en el que se consideró un «principiante» y estimó no haber encontrado «el paso» a sus notas, trabajó con el jefe de redacción Clemente Manuel Zabala, «el mejor maestro de periodismo que podía imaginarse», un hombre que «siempre supo ser lo que quiso: un sabio en la penumbra».

 

[Img #4442]Y trabó estrecha relación con los tipógrafos. Con el más joven, Guillermo Dávila, la relación sería mágica, ya que era «prestidigitador de maravillas» y obtenía por sus números aplausos entusiastas de los deslumbrados redactores. «Para mí, compartir con un mago la rutina diaria fue como descubrir por fin la realidad». No podía definir mejor Gabo su concepción de lo real y de la literatura.

 

Tal era la capacidad mágica del linotipista Dávila, que ideó un proyecto colosal: crear «el periódico más pequeño del mundo». Un diario de media cuartilla, gratuito, que se distribuyera por las tardes. Y así se hizo. Surgió la cabecera inequívoca: Comprimido, como si fuera un adelantado a su época o un experimento dadaísta. Gabriel García Márquez lo escribía en una hora y Dávila lo maquetaba e imprimía. Se editó el 18 de septiembre de 1951, y fue correspondido por sus lectores fieles y veloces. Pero murió prematuramente, con tres números en su haber. El gerente de El Universal había advertido que los costes resultaban inasumibles, y la publicidad era complicada…ya que los anuncios no entraban materialmente. Comprimido se atuvo con rigor a su nombre, hasta en lo temporal, con una cronología fugaz.

 

 

Textos costeños

 

Años más tarde, en 1981, parte de esos trabajos periodísticos empezarían a ser reunidos y publicados en una laboriosa recopilación de Jacques Gilard. No había recibido el premio Nobel de Literatura, que le sería entregado apenas unos meses después, en 1982, a la edad de 55 años. El primer volumen apareció con el título de Textos costeños (editorial Bruguera). Arrancaba en 1948 y llegaba hasta 1952: casi 900 páginas de obra para la Prensa.

 

[Img #4439]La producción periodística de este notario fabulador emergería con generosa voracidad para observar, inventar y engendrar. Aquí, en este espacio (Iluminaciones / Argialdiak), reparamos naturalmente en ese verbo que expresa la fertilidad luminosa. Así es: dar a luz, iluminar-nos. Y para ello, García Márquez, que pertenece a una cultura que cultiva las ofrendas, incluidas las de los ancestros, poseía una facultad que fue perfeccionando concienzudamente para engendrar y ofrecer realidades, proporcionar destellos oníricos, activar la memoria creadora, el recuerdo desmesurado hasta el delirio, el humor que nos reconcilia con la vida… Todo aquello con lo que procuraba asirse y asirnos, salvarse de la oscuridad y del olvido, reconfortarse, suministrar lo que vivifica… Diríase que la vida y la muerte, fuera del tiempo o en un tiempo intemporal, resonaran, tuvieran más vida y otra muerte, distinta ¿menos mortal? Es la poesía, a la que invocó en el discurso de recogida del Nobel, por su «permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte».

 

Su creación fabuladora no surgía -en contra de lo que pudiera parecer- con facilidad lineal o pasmosa. Nada de esto. Gabo era un mago, en efecto, y, si quieren, mágico. Pero sin trucos fáciles, y con mucho sacrificio, autoexigencia, tarea de campo, trabajo de calle y de mesa: archivo, biblioteca, taller y laboratorio. Obrero con mono blanco y alquimista del pasado, procuró construirse y construir el futuro, labrarse literariamente el porvenir, esquivar la angustia y el sufrimiento, disfrutar del presente.

 

 

Voces caudalosas

 

En su escritura, percibimos la fecundidad del Caribe, y también la limpieza de la sierra, el desierto polvoriento y el altiplano adusto de los Andes colombianos, en los que los ecos de la existencia se hacen mayúsculos mientras se descubre la entera levedad. Las voces de García Márquez no eran ajenas al cruce de las grandes geografías de las Américas indígena, latina y colonial. Junto a esas geografías (la cercanía mítica de la fuerza de la naturaleza y los encontronazos de la historia colectiva de los pueblos americanos) estaban las otras geografías del alma que aprehendió de la literatura, el cine y la música. Y ahí, en esos paisajes, la mixtura de la cultura clásica y la cultura popular (la vida a borbotones) se plantaba con una técnica literaria que a fuerza de ser depurada arduamente logró reinar invisible y desaparecer de escena.

 

[Img #4440]Reportero singularísimo que no dejó de serlo nunca, atendía y observaba, sin resistirse a cierta inventiva. Roturaba mentalmente el terreno y, con ese castellano tan bien dicho, brindaba piezas medidas en extensión, tiempos y palabras. Por algo era asiduo de los diccionarios de toda índole, desde que le regaló uno su abuelo y protector cuando era niño. Lo recorría como una novela y en lecturas de «trozos» durante varias horas. Los diccionarios que vendrían después serían consultados para alcanzar la precisión certera que su madre, exigente, le reclamaba ya mayor en la correspondencia. Tenía dificultades con la ortografía: un «calvario» que le acompañó a quien había elegido el oficio de las palabras y las historias relatadas.

 

Escuchaba su sonido y respetaba el ritmo; era consciente del tempo, tan importante para él: amante de la música («una pasión casi secreta») y con buen oído: «Hasta descubrir el milagro de que todo lo que suena es música, incluidos los platos y los cubiertos en el lavadero, siempre que cumplan la ilusión de indicarnos por dónde va la vida».

 

El ritmo era también visual para Gabo: hacedor de imágenes que aspiraban a volver a crear o recrear el mundo. Ese amor por el cine se dibujaba cuando, antes de haber aprendido a escribir, ya trazaba esbozos de tiras, fotogramas de papel, el relato, la narración, el cuento, las historias-historietas, el discurrir, el guion.

 

 

No hay vida sin historia

 

No hay vida sin historia contada, e historia sin vida real o sublimida. Y él estaba dotado como narrador. El retrato que trae a las páginas de Vivir para contarla no deja dudas. «Quienes me conocieron a los cuatros años dicen que era pálido y ensimismado, y que solo hablaba para contar disparates, pero  mis relatos eran en gran parte episodios simples de la vida diaria, que yo hacía más atractivos con detalles fantásticos para que los adultos me hicieran caso».  Partía con ventaja, en una casa, la suya, «donde lo más insólito parecía siempre posible».

 

En sus Notas periodísticas no dejaba de contar historias, las historias de lo noticioso o de lo que no lo era… Las que publicaba en El Heraldo bajo el pseudónimo de Septimus (procedente del «personaje alucinado de Virginia Woolf») acudían a la cita de su colaboración, denominada La Jirafa: el animal que tiene la mejor perspectiva… Para ser exactos, Gabo bautizó a su espacio con ese nombre de altas miras en homenaje a la que era entonces su novia y sería su esposa hasta el último día del escritor: Mercedes Barcha. «Así yo le decía a Mercedes, el amor de mi vida».

 

En el esfuerzo por elaborar cada Jirafa periodística aprendería a «escribir desde cero, con la tenacidad y la pretensión encarnizada de ser un escritor distinto». El oficio del que hablamos, anteriormente.

 

 

El viaje definitivo

 

En una de las Jirafas que escribió en otro mes de abril (año 1950), daba vueltas periodísticas sobre la actualidad de ese mes: Abril de verdad. Y en esas vueltas y requiebros dejaba deslizar varias sentencias, hallazgos o greguerías. El maestro Ramón Gómez de la Serna estaba muy presente, pero -según García Márquez- «solo como gimnasia rítmica para aprender a escribir».

 

Leemos. «A cada nuevo mes lo saludamos los periodistas, en algún rincón de la página, como si fuera un visitante inesperado», anotó. En realidad, Gabo se refería a los visitantes que puede traer cada mes… 

 

Este mes de abril que se fue (abril de verdad) trajo un visitante seguramente esperado por quien tuvo pavor a la oscuridad y la noche, «la zozobra nocturna». En su último tramo vital se hallaba envuelto entre neblinas. Con el visitante, llegó el viaje definitivo. Solo estamos seguros de nuestro deseo para García Márquez: ¡Venturoso viaje!

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