Lunes, 06 de Octubre de 2025

Actualizada Lunes, 06 de Octubre de 2025 a las 16:32:13 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

José Ignacio Aranes
Viernes, 08 de Agosto de 2014 Tiempo de lectura:

Raymond Carver y el alma de las palabras

Demasiado pronto

 

Se fue un 2 de agosto de 1988, a los cincuenta años, en Port Angeles (ciudad del Estado de Washington: el mismo Estado en el que pasaría su infancia y parte de su juventud). Se fue demasiado pronto, antes de tiempo, prematuramente… como suele decirse. Cada vez uno asiste, con mayor frecuencia, a la visita de las ideas y las palabras que se dicen ante situaciones que hasta hace no demasiado tiempo eran un poco o un mucho ajenas… No es el caso.

 

Estamos en verano. Y recordamos un poema suyo. Representa bien el estilo de Raymond Carver: conciso, elíptico, nítido y directo al corazón… El estilo, igual que el alma de sus palabras. Tras la lectura del poema se cuela un cierto aire naïf.

 

Y no, no se sorprendan, no se dejen atrapar por las etiquetas de la crítica literaria al uso en torno a este maestro del relato breve, iniciador -según los manuales- del Realismo Sucio (Dirty Realism) junto a sus amigos Tobias Wolff y Richard Ford. Ninguno de los tres se lo tomaba muy en serio: lo de pertenecer a un grupo bautizado por los demás. Pudo ser Bill Buford, director de la revista inglesa Granta, el responsable de acuñar aquella etiqueta. Tampoco la categoría de Minimalismo, que circuló en Estados Unidos, fue bien acogida por sus protagonistas.

 

En otro orden: con su sello, a eso que les vincula de verdad, Carver lo llamó Amistad, según expone -con ese mismo título- en un artículo publicado precisamente en la revista Granta (n.º 25) el año de su muerte, en 1988.

 

[Img #4708]

 

En estas líneas sobre Raymond Carver nos limitamos a recrear su obra poética. Menos conocida y celebrada que sus cuentos; con la narratividad aún más concentrada; como su prosa, despojada de adherencias fútiles; plena de rescoldos de fuego que aguardan ser avivados para que abriguen esas noches… Sus personajes han pasado frío. Carver sabe de lo que habla. Lo vivió: en su familia, con su padre, afilador de sierras, alcoholizado. Lo vivió en sus relaciones, lastradas por la pobreza, las facturas pendientes de pago y su propio alcoholismo, del que no se recuperó ni liberó hasta junio de 1977. Las marcas resultan indelebles.

 

Pero estábamos ante un poema de verano. Se titula Colibrí [Hummingbird], y lo dedicó a Tess Gallagher: su amante, colaboradora profesional y compañera de los últimos años, desde 1978, exactamente a partir de otro mes de agosto.

 

«Vamos a suponer que digo verano,

escribo la palabra “colibrí”,

la meto en un sobre

y la llevo colina abajo

hasta el buzón. Cuando abras

la carta te acordarás

de aquellos días y lo mucho,

lo muchísimo que te quiero».

 

[Del libro de Raymond Carver: Un sendero nuevo a la cascada,

recogido en Todos nosotros. Poesía reunida,

Bartleby Editores, Madrid, 2007, p. 239]

 

 

Hemos elegido la versión traducida por Jaime Priede, responsable editor de la obra bilingüe Todos nosotros, publicada por Bartleby (Madrid, 2007), que reúne la poesía de Raymond Carver. Magnífico libro de mesilla, de bolsillo, de viaje y relecturas a las que se vuelve.

 

Raymond Carver y Tess Gallagher vivirían juntos el último decenio. Y meses antes de que muriese Carver a causa de un cáncer de pulmón, agravado por un tumor cerebral, se casaron. Tras su fallecimiento, Tess dedicó un espacio medular de su trabajo, su memoria y sus palabras a la obra de Carver (Ray) y a su reconocimiento.

 

Años más tarde, en un nuevo siglo, el buscador Google denominaría a su algoritmo de búsqueda: Hummingbird [Colibrí]. Sustituyó en 2013 al que se aplicaba: Caffeine. Y al parecer, en las búsquedas y en la presentación de la información obtenida, el algoritmo con el nombre de este mínúsculo pájaro, muestra una capacidad desconocida hasta su implantación: más depurada para guiarse por la relevancia del contenido y el análisis del contexto. Podríamos introducir la ficción o las visiones literarias para pensar que esta coincidencia en la denominación se asocia a una forma de homenajear al poema y a su autor. Naturalmente, el que no sea así nada cambia. Nos mantenemos leales a Colibrí (y a Carver), más allá de su frenesí picaflor (el del pájaro con alas). Un atleta tan esforzado en el ritmo y en el despliegue virtuoso de movilidad (ese pico bisturí digno de un cirujano del bosque), como en el alarde de los colores de su cuello y cabeza: estampados y brillos fascinantes: verde esmeralda, rojo encendido, azul…

 

Santa Teresa de Ávila

 

Cierres de vida. Como en otros casos, cuando uno se acerca al final -de cualquier empresa o proyecto, hasta el de su vida-, empieza a entender y a entenderse. Acontece algo (puede ser la nada); se presenta alguien (incluso nadie), y sobre todo se escucha y se mira (y a veces, se termina oyendo y viendo).

 

En la escritura de Carver, el último texto en prosa es como si hubiera sido el que absuelve e instaura la vía para redimirse y construir. Su título: Pensando en una frase de Santa Teresa.

 

¿Y la frase? Esta es: «Las palabras que llevan al obrar, preparan el alma, la ponen presta y la mueven a la ternura».

 

[Img #4709]

 

Sí, aunque sea una cita descubierta gracias a su compañera Tess, que la empleó en un libro suyo de poesía -como lo cuenta Carver-, nos hallamos ante el sucio de Raymond, el realista que encuentra en la mística de las palabras y las obras, en la mística literaria y del practicar, en la mística Santa Teresa de Ávila… una corriente germinal para mejor concebir lo que se dice y lo que se hace: las maneras de hacerlo, de ser, de habitar (lamentablemente, cuando estaba cerca de irse).

 

Su modo de comprender y situar en la tierra la cita de Teresa de Ávila es limpio y delicado. «Hay una belleza diáfana tanto en lo que dice como en la forma de decirlo. […] La verdad es que percibimos la frase como un eco de otros tiempos más considerados».

 

A su sensibilidad, se añade la profundidad existencial. No es un texto cualquiera, ninguno lo es en Carver. Pero este, en el que se menciona a uno de sus padres literarios: Antón Pávlovich Chéjov, tiene mucho de legado ético. Su cáncer de pulmón estaba muy avanzado. A las personas del auditorio que le escuchaba en la Universidad de Hatford (Connecticut), el 15 de mayo de 1988, les dijo: «Cuando hayan pasado unos cuantos meses y lo único que recordéis sea el haber asistido a un largo acto público para celebrar el final de una época de vuestras vidas y el comienzo de otra, intentad no olvidar que las palabras, las palabras correctas y verdaderas, pueden tener tanto poder como los actos».

 

Y remató así el bueno de Carver. Era una despedida: «Recordad también esa palabra tan poco usada en público o en privado: ternura. No hace daño. Y esa otra: alma -o espíritu si lo preferís, si así os resulta más fácil afirmar su territorio-. Tampoco la olvidéis. Prestad atención al espíritu de vuestras palabras, de vuestros actos. Es suficiente preparación. Ya no tengo más palabras».

 

No tenía más palabras, o quizás había tenido las justas.

 

Cierres de una vida, de un libro. Con este texto se cierra la obra póstuma de Raymond Carver: Sin heroísmos, por favor, publicada por Bartleby Editores (Madrid, 2005), traducida por Jaime Priede y con Prólogo de Tess Gallagher.

 

Luz marina

 

Como en la vida: es parte de la vida. Encontramos la luz y, tantas veces es ella -felizmente- la que nos encuentra. De bruces, nos topamos con el poema-cita (incompleto) que encabeza un título del que en Iluminaciones / Argialdiak siempre estaremos cerca: Bajo una luz marina, primer poemario que Raymond Carver publicó fuera de Estados Unidos, con textos elegidos por el escritor.

 

[Img #4710]

 

Este libro, editado por Visor (Madrid, 1990) y con traducción de Mariano Antolín Rato, se abre con unos versos del gran Pablo Neruda, que escribía en tinta verde, tenía ojos americanos y en esas palabras reflejaba brillo de Oriente, ya que el poema Aquella luz (inserto en Memorial de Isla Negra) suponía otra despedida: la del poeta chileno de la entonces llamada Isla de Ceilán (Sri Lanka, la Lágrima de la India). Era, más ampliamente, el abandono forzado de su trayectoria consular en tierras para él tan lejanas. Volvería derrotado: sin casa ni empleo, ante el cierre de las plazas consulares decretado por el Gobierno chileno a raíz de la crisis económica que padecía entonces el país. El retorno lo hizo Neruda en barco, con varias escalas, el año 1932. Destino final: Valparaíso. Después de aquella prolongada travesía, la mar entraría para no salir de su vida.

 

Con el permiso de Neruda, de Carver y el de los editores, seleccionamos el fragmento  del poema del chileno, tal como se reproduce en el libro del estadounidense:

 

«Luz en el alma, luz en la cocina,

de noche luz y de mañana luz

y luz entre las sábanas del sueño.

Las redes que temblaban en la luz

siguen saliendo claras del océano».

 

[Del poema de Pablo Neruda: Aquella luz (Memorial de Isla Negra),

recogido por Raymond Carver en Bajo una luz marina,

Visor, Madrid, 1990, p.7]

 

 

Último fragmento

 

Hay razones para la exploración: a la que daremos el tiempo que requiera en otros recorridos. Nos referimos tácitamente a esto que ya nos está envolviendo. Y seguramente es buena señal. No la confusión, pero sí la sensación de que todo: todo tiene un sentido; incluso lo que estimamos como un sinsentido. En este punto aludimos a los dualismos: a su superación, o cuando menos a la percepción global, en recorrido que se perfila circular de estos conceptos: el final y el principio; lo primero y lo último; lo que empieza y acaba… En el principio está el final; y en lo que llamamos el final está el principio. Y disculpen, no quisiéramos incurrir en la banalidad de los juegos de palabras ni en las meras ocurrencias. Y con Carver, en ninguna circunstancia.

 

Ahora que relatamos una sucesión de cierres, nos gustaría concluir que se conciben como aperturas. Es lo que ocurre asimismo con el poema de Raymond Carver: Último fragmento. Lo recoge Mariano Antolín Rato en la Introducción que escribe en el libro citado: Bajo una luz marina. Es una fórmula para abrir y ofrecer el universo Carver.

 

Y de nuevo con los tiempos del tiempo. Pese a ese título: Último fragmento [Late fragment] y a la disposición del poema, o precisamente por todo ello, se antoja como el primer fragmento, inaugural en la lectura que se nos brinda de la vida: de la piel de los anhelos.

 

[Img #4711]

 

Carver escribe en la pared y en la nieve, con el dedo. Oímos cómo se forman las letras y las palabras; cómo se elude todo menos lo esencial: lo que más nos duele y reconforta; cómo se contempla retrospectivamente lo que hemos sido -y lo que no- sin mentiras ni autoengaños (y, si hace falta, con su arrastre); cómo opera la inversión aparente del tiempo: la inmersión; cómo nos toca la fragilidad, nos abraza la compasión y nos acaricia la benevolencia. El bueno de Carver: afable y gentil, siempre que podía. Y podía, porque quería y lo era.

 

Leemos el Último fragmento:

 

«¿Y conseguiste lo que

querías en esta vida?

Lo conseguí.

¿Y qué querías?

Considerarme amado, sentirme

amado sobre la tierra».

 

[Del libro de Raymond Carver: Un sendero nuevo a la cascada,

recogido en Todos nosotros. Poesía reunida,

Bartleby Editores, Madrid, 2007, p. 251]

 

 

Carver Country

 

Quienes deseen acercarse a Raymond Carver, a su trayectoria vital y a su obra literaria: inseparables, además de las referencias que hemos mencionado  -circunscritas a la poesía-, tienen un libro excelente: Carver Country. Los textos de Carver escogidos se enmarcan entre el Prólogo del editor y amigo Olivier Cohen, y el largo y emocionante Epílogo de Tess Gallagher: iluminador y de elegante humanidad.  Todos dialogan con las fotografías de Bob Adelman, a quien Carver escribe una carta deliciosa que permanecía en la intimidad. Cada fotografía supone un hallazgo, una huella, una imagen de aguda e incisiva desnudez, como la escritura de Carver.

 

El viaje propuesto es un recorrido excepcional por Carver: su mundo; la tierra de la que procedía (Yakima, en el Estado de Washintgton, ciudad a la que llegó siendo un niño, desde Clatskanie, en Oregón, donde nació en 1938); su padre en alguna imagen antigua; los retratos sobrecogedores de su madre, de su primera mujer: Maryann, de su hija Christine; las fotografías de su gente y sus amigos; del escritor solo y con Tess; los campos de lúpulo y manzanos, los bosques, los ríos y la pesca, las cabañas, el aserradero, la fábrica de enlatados; el retrete exterior que tenía la casa familiar: el último que quedaba en el vecindario, del que se avergonzaba; las bares y los moteles; el hospital donde trabajó por las noches; la bebida y el tabaco; los coches abandonados; la libreta de notas, la máquina de escribir, los borradores; las declaraciones de amor en poemas, y el cementerio de Ocean View, donde descansa.

 

El tratamiento editorial del libro, notable por su diseño y los materiales incorporados: algunos inéditos, contribuye al interés y al placer de este viaje de honduras sin maquillaje. En castellano, traducida por Jesús Zulaika, la publicación la pueden encontrar a cargo de Anagrama (Barcelona, 2013).

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.