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Enrique Arias Vega
Viernes, 12 de Diciembre de 2014 Tiempo de lectura:

Las otras corrupciones

La preocupación por la corrupción se ha disparado hasta convertirse en el segundo problema de los españoles.

 

No saben cuánto me alegro, pero sería justo realizar algunas matizaciones. La primera, que nuestros políticos no son menos decentes que sus colegas extranjeros.

 

Recuerdo la que se montó en su día en Suecia al descubrirse que una ministra conservadora planificaba con dinero público viajes a lejanas regiones, los cuales coincidían con otros presuntos desplazamientos por trabajo de un diputado comunista. Su aventura adúltera había costado a los ciudadanos un montón de coronas.

 

Eso no es nada frente a las gigantescas estafas ministeriales en Francia durante la época de François Mitterrand o los más oscuros y ocultos episodios que salpicaron a las monarquías del Benelux.

 

Más pintoresca fue la prolija relación que dio The Daily Telegraph hace pocos años de lores y diputados británicos que, al lado de peticiones elevadas y dolosas al Parlamento, le defraudaron también con auténticas mezquindades: una de ellas, el equivalente a 60 céntimos de euro por la bolsa de un supermercado; otra, 90 céntimos por un par de huevos fritos. Ya ven qué tropa.

 

La segunda puntualización que me gustaría hacer es que la corrupción no es de hoy. Al contrario. Cualquier modesto aficionado a la Historia sabe de la compraventa fraudulenta de títulos y dignidades en la Edad Media o las colosales estafas con los pertrechos de los soldados o los dineros de inexistentes obras públicas durante los dos últimos siglos.

 

Pero lo que más me preocupa es la falta de autocrítica de quienes ven la inmoralidad de los políticos mientras ignoran sus propias corrupciones personales. ¿Cuántos de nosotros no hemos copiado en los exámenes, enchufado al hijo de algún amigo, recibido regalos por el puesto que ocupamos, hecho chapuzas sin cobrar o pagar el IVA, etcétera, etcétera?

 

Un país que permite impertérrito todo esto y hasta presume que el 20 por ciento de su actividad económica se oculta sistemáticamente a la Hacienda pública, si no trata de arreglarlo al mismo tiempo que exige honradez y transparencia a sus políticos es simplemente hipócrita. 

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