La España desvertebrada
Hago una pausa en la serie de artículos sobre el adoctrinamiento y la vulneración de los derechos del niño para hablar de una consecuencia de ello: la España desvertebrada.
Que nuestros niños y jóvenes tengan una deformación mental respecto a su pasado, de la realidad histórica de las regiones donde viven, trae una muy mala consecuencia. Lo reflejaba recientemente un sondeo de opinión en el que quedaba constancia de algo que ya presuponemos, que es que nadie daría un paso para defender a su nación (España) en el caso de un ataque exterior, por ejemplo del Estado Islámico. Porque hace mucho tiempo que se tiene una idea deformada de lo que es una patria común, la historia trasversal que cruza por las historias particulares, configurando un marco indeleble. Se manipularán los libros de texto, pero la realidad y esa memoria común es indestructible, porque está en cada una de las manifestaciones cotidianas de nuestra vida. Solamente hace falta abrir un poco los ojos para verlo, y no tener las orejeras que limitan el campo de la percepción. Quien no sabe bien cual es su casa corre el riesgo de perderla.
La Constitución no fue todo lo perfecta que nos dicen. Se hicieron demasiadas cesiones a los nacionalismos vasco y catalán en aras de un consenso falso, pues como queda de manifiesto por los comportamientos y actuaciones de ambos nacionalismos, no aceptaron el marco y aprovecharon esas concesiones como ariete para ir avanzando en sus estrategias totalitarias. En el País Vasco lo hicieron acompañados del tiro en la nuca y el amonal.
Una constatación evidente de esa cesión absurda fue la Adicional Primera de la Constitución Española que preserva los derechos históricos de los territorios forales, que es como si retrocediéramos en el tiempo y reconociéramos los derechos históricos de Al Andalus, haciendo felices a quienes amenazan a España para recuperarlo. La historia no tiene derechos, los territorios tampoco, las lenguas menos. Los derechos son de los ciudadanos y ellos son los únicos sujetos activos de los mismos. Y la foralidad es un residuo claro del Antiguo Régimen de origen medieval, donde los reyes lo eran por derecho divino y reinaban de forma absoluta. Desgraciadamente, tras la Primera Guerra Carlista, si Espartero en lugar de hacer el Abrazo de Vergara, hubiera derrotado definitivamente a sus contrincantes, no hubiera habido una segunda o tercera carlistada y el nacionalismo carecería de raíces en las que apoyarse, apuntalando los residuos de aquel Régimen tan claramente representado por Fernando VII; y el liberalismo hubiera entrado por derecho propio en España de forma oficial, quedándose para siempre.
Pero no fue así, y en España no hay cultura liberal. Muestra de ello es que la opción liberal dentro del abanico político es residual y apenas representa nada en el espacio electoral.
Fruto de todo esto es el sinsentido y el arcaísmo de haber nacionalismos secesionistas que predican, de forma absurda y con muchos seguidores, el despedazamiento de España. Y ello es por dos motivos básicamente: por la dejación de sus obligaciones por parte de los dos principales partidos de Estado y por una cultura política (yo lo llamaría incultura) fortalecida desde las aulas, creando el caldo de cultivo para una enfermedad psicológica de masas.
Otro ejemplo de esa esquizofrenia es el Título Primero del Estatuto de Autonomía del País Vasco, cuyo primer artículo reza así : “El Pueblo Vasco o Euskal-Herría, como expresión de su nacionalidad, y para acceder a su autogobierno, se constituye en Comunidad Autónoma dentro del Estado Español, bajo la denominación de Euskadi o País Vasco, de acuerdo con la Constitución y con el presente Estatuto, que es su norma institucional básica.”
Al respecto de este texto yo formulo irónicamente las siguientes preguntas:
¿Qué es el Pueblo Vasco? ¿Es un ente abstracto similar al volk del Mein Kanf de Hitler cuyo término está asociado a los conceptos de «nación» «tribu» y «raza», de unidad de sangre, en su acepción más originariamente racista? ¿Por qué se asocia ese concepto de pueblo vasco al de Euskal Herria, entelequia inexistente en la historia de la ciencia política, ni en la Historia de Francia o España reflejada en la historiografía de los, cuando menos, quinientos últimos años. Este simple hecho demuestra que sus mentores adquirían esta orientación del concepto originario de “pueblo” definido en el Mein Kanf. ¿Qué es una nacionalidad? ¿En qué se diferencia de una nación? ¿Cuál es el nombre real, según este título preliminar, de la Comunidad Autónoma Vasca? ¿Es Euskal Herria, País Vasco, Euskadi -término inventado por Sabino Arana que es algo así como bosque de “euskos”-?
La misma confusión que introduce este primer artículo es paradigmática de la bajada de pantalones que ha dado lugar a la situación anómica y patológica que nos embarga e hipoteca el futuro de nuestros nietos. No puede ser que en tan poco espacio se concentren más ideas contradictorias, indocumentadas y confusas, por lo que lo que sigue no puede ser en ningún caso bueno, al margen de la bondad de las ideas federalistas o autonomistas.
No es igual federalismo que autonomismo asimétrico. El federalismo nace de la idea igualitaria, del rechazo al privilegio, de la “discriminación positiva” fundada en la amenaza, la extorsión y el “palo y tente tieso” o en el chantaje de la guerra, que eso ha sido de una u otra forma la travesía del “árbol y las nueces”.
Si hubiera habido una España federal, el País Vasco y Cataluña estarían bajo el mismo encuadre estatutario que el resto de las comunidades. Por eso, una vez más, resulta contradictoria, ambigua y poco sólida desde la doctrina política y el derecho comparado la posición de los socialistas que a veces parecen ir más a una confederación que a una federalización de las diferentes realidades que enriquecen nuestra nación mientras no supongan su fragmentación.
Fruto de este disparate fue el café para todos inventándose comunidades históricas que bajo ningún concepto tienen fundamento, como “La Rioja”, “Murcia”, “Cantabria”…, por no mencionar otras, hasta llegar a la tontería ésta de fragmentar la educación en 17 subsistemas, lo que es una verdadera aberración desde la teoría del Estado. Ningún Estado puede sobrevivir con 17 sistemas educativos contradictorios y desarmónicos.
El otro factor de dispersión y de crecimiento alocado de los nacionalismos ha sido una ley electoral que lleva a situaciones ridículas, como que partidos que no llegan a un diez por ciento en su representación en las Cortes Españolas se constituyan como bisagras, favoreciendo, por poner un ejemplo, la complicidad culposa del encubrimiento de las azañas de Pujol en el expolio del erario mediante el encarecimiento artificial de las obras y otras cuestiones asombrosas como el que quedara inmune tras su travesía por Banca Catalana, arruinada. En un país medianamente serio, como los del centro de Europa, esto no pasaría, y los nacionalistas ocuparían el espacio que les corresponde, sin potenciar su representación hasta el punto de condicionar las políticas de gobierno.
Otra cuestión determinante ha sido, a todas luces, se mire como se mire, las llamadas inapropiadamente “lenguas propias”, verdaderas armas para crear cosmovisiones particularistas e introducir un adoctrinamiento solapado y camuflado, sobre todo en el sistema educativo. Lo ocurrido en Cataluña es tan evidente que es inobjetable, pero lo mismo podríamos decir en otras comunidades, como la de “Euskadi”. Y también en Valencia, Baleares, Galicia…., a pesar de estar en posiciones menos exarcebadas.
De nuevo hemos de recalcar que las lenguas no son entidades que sean sujeto u objeto de Derecho, que los únicos que han de ser protegidos por el Estado de Derecho, tal como lo definió Hobbes son las personas, los ciudadanos, pues el concepto de ciudadano precisamente nace de esa idea de totalidad en la definición y el ejercicio del Derecho.
Pero tras casi treinta y cinco años de Constitución no podemos decir que ésta sea la representación de la perfección, y mucho menos que haya sido cumplido su mandato literal e implícito, su espíritu fundacional. La Constitución no hay que reformarla, pese a sus imperfecciones, sino cumplirla de manera rigurosa, poniéndola por encima de los estatutos de autonomía y profesionalizando y despolitizando un Tribunal que debería se independiente del resto de poderes, para no ser marioneta de sus apaños.
www.educacionynacionalismo.com
Hago una pausa en la serie de artículos sobre el adoctrinamiento y la vulneración de los derechos del niño para hablar de una consecuencia de ello: la España desvertebrada.
Que nuestros niños y jóvenes tengan una deformación mental respecto a su pasado, de la realidad histórica de las regiones donde viven, trae una muy mala consecuencia. Lo reflejaba recientemente un sondeo de opinión en el que quedaba constancia de algo que ya presuponemos, que es que nadie daría un paso para defender a su nación (España) en el caso de un ataque exterior, por ejemplo del Estado Islámico. Porque hace mucho tiempo que se tiene una idea deformada de lo que es una patria común, la historia trasversal que cruza por las historias particulares, configurando un marco indeleble. Se manipularán los libros de texto, pero la realidad y esa memoria común es indestructible, porque está en cada una de las manifestaciones cotidianas de nuestra vida. Solamente hace falta abrir un poco los ojos para verlo, y no tener las orejeras que limitan el campo de la percepción. Quien no sabe bien cual es su casa corre el riesgo de perderla.
La Constitución no fue todo lo perfecta que nos dicen. Se hicieron demasiadas cesiones a los nacionalismos vasco y catalán en aras de un consenso falso, pues como queda de manifiesto por los comportamientos y actuaciones de ambos nacionalismos, no aceptaron el marco y aprovecharon esas concesiones como ariete para ir avanzando en sus estrategias totalitarias. En el País Vasco lo hicieron acompañados del tiro en la nuca y el amonal.
Una constatación evidente de esa cesión absurda fue la Adicional Primera de la Constitución Española que preserva los derechos históricos de los territorios forales, que es como si retrocediéramos en el tiempo y reconociéramos los derechos históricos de Al Andalus, haciendo felices a quienes amenazan a España para recuperarlo. La historia no tiene derechos, los territorios tampoco, las lenguas menos. Los derechos son de los ciudadanos y ellos son los únicos sujetos activos de los mismos. Y la foralidad es un residuo claro del Antiguo Régimen de origen medieval, donde los reyes lo eran por derecho divino y reinaban de forma absoluta. Desgraciadamente, tras la Primera Guerra Carlista, si Espartero en lugar de hacer el Abrazo de Vergara, hubiera derrotado definitivamente a sus contrincantes, no hubiera habido una segunda o tercera carlistada y el nacionalismo carecería de raíces en las que apoyarse, apuntalando los residuos de aquel Régimen tan claramente representado por Fernando VII; y el liberalismo hubiera entrado por derecho propio en España de forma oficial, quedándose para siempre.
Pero no fue así, y en España no hay cultura liberal. Muestra de ello es que la opción liberal dentro del abanico político es residual y apenas representa nada en el espacio electoral.
Fruto de todo esto es el sinsentido y el arcaísmo de haber nacionalismos secesionistas que predican, de forma absurda y con muchos seguidores, el despedazamiento de España. Y ello es por dos motivos básicamente: por la dejación de sus obligaciones por parte de los dos principales partidos de Estado y por una cultura política (yo lo llamaría incultura) fortalecida desde las aulas, creando el caldo de cultivo para una enfermedad psicológica de masas.
Otro ejemplo de esa esquizofrenia es el Título Primero del Estatuto de Autonomía del País Vasco, cuyo primer artículo reza así : “El Pueblo Vasco o Euskal-Herría, como expresión de su nacionalidad, y para acceder a su autogobierno, se constituye en Comunidad Autónoma dentro del Estado Español, bajo la denominación de Euskadi o País Vasco, de acuerdo con la Constitución y con el presente Estatuto, que es su norma institucional básica.”
Al respecto de este texto yo formulo irónicamente las siguientes preguntas:
¿Qué es el Pueblo Vasco? ¿Es un ente abstracto similar al volk del Mein Kanf de Hitler cuyo término está asociado a los conceptos de «nación» «tribu» y «raza», de unidad de sangre, en su acepción más originariamente racista? ¿Por qué se asocia ese concepto de pueblo vasco al de Euskal Herria, entelequia inexistente en la historia de la ciencia política, ni en la Historia de Francia o España reflejada en la historiografía de los, cuando menos, quinientos últimos años. Este simple hecho demuestra que sus mentores adquirían esta orientación del concepto originario de “pueblo” definido en el Mein Kanf. ¿Qué es una nacionalidad? ¿En qué se diferencia de una nación? ¿Cuál es el nombre real, según este título preliminar, de la Comunidad Autónoma Vasca? ¿Es Euskal Herria, País Vasco, Euskadi -término inventado por Sabino Arana que es algo así como bosque de “euskos”-?
La misma confusión que introduce este primer artículo es paradigmática de la bajada de pantalones que ha dado lugar a la situación anómica y patológica que nos embarga e hipoteca el futuro de nuestros nietos. No puede ser que en tan poco espacio se concentren más ideas contradictorias, indocumentadas y confusas, por lo que lo que sigue no puede ser en ningún caso bueno, al margen de la bondad de las ideas federalistas o autonomistas.
No es igual federalismo que autonomismo asimétrico. El federalismo nace de la idea igualitaria, del rechazo al privilegio, de la “discriminación positiva” fundada en la amenaza, la extorsión y el “palo y tente tieso” o en el chantaje de la guerra, que eso ha sido de una u otra forma la travesía del “árbol y las nueces”.
Si hubiera habido una España federal, el País Vasco y Cataluña estarían bajo el mismo encuadre estatutario que el resto de las comunidades. Por eso, una vez más, resulta contradictoria, ambigua y poco sólida desde la doctrina política y el derecho comparado la posición de los socialistas que a veces parecen ir más a una confederación que a una federalización de las diferentes realidades que enriquecen nuestra nación mientras no supongan su fragmentación.
Fruto de este disparate fue el café para todos inventándose comunidades históricas que bajo ningún concepto tienen fundamento, como “La Rioja”, “Murcia”, “Cantabria”…, por no mencionar otras, hasta llegar a la tontería ésta de fragmentar la educación en 17 subsistemas, lo que es una verdadera aberración desde la teoría del Estado. Ningún Estado puede sobrevivir con 17 sistemas educativos contradictorios y desarmónicos.
El otro factor de dispersión y de crecimiento alocado de los nacionalismos ha sido una ley electoral que lleva a situaciones ridículas, como que partidos que no llegan a un diez por ciento en su representación en las Cortes Españolas se constituyan como bisagras, favoreciendo, por poner un ejemplo, la complicidad culposa del encubrimiento de las azañas de Pujol en el expolio del erario mediante el encarecimiento artificial de las obras y otras cuestiones asombrosas como el que quedara inmune tras su travesía por Banca Catalana, arruinada. En un país medianamente serio, como los del centro de Europa, esto no pasaría, y los nacionalistas ocuparían el espacio que les corresponde, sin potenciar su representación hasta el punto de condicionar las políticas de gobierno.
Otra cuestión determinante ha sido, a todas luces, se mire como se mire, las llamadas inapropiadamente “lenguas propias”, verdaderas armas para crear cosmovisiones particularistas e introducir un adoctrinamiento solapado y camuflado, sobre todo en el sistema educativo. Lo ocurrido en Cataluña es tan evidente que es inobjetable, pero lo mismo podríamos decir en otras comunidades, como la de “Euskadi”. Y también en Valencia, Baleares, Galicia…., a pesar de estar en posiciones menos exarcebadas.
De nuevo hemos de recalcar que las lenguas no son entidades que sean sujeto u objeto de Derecho, que los únicos que han de ser protegidos por el Estado de Derecho, tal como lo definió Hobbes son las personas, los ciudadanos, pues el concepto de ciudadano precisamente nace de esa idea de totalidad en la definición y el ejercicio del Derecho.
Pero tras casi treinta y cinco años de Constitución no podemos decir que ésta sea la representación de la perfección, y mucho menos que haya sido cumplido su mandato literal e implícito, su espíritu fundacional. La Constitución no hay que reformarla, pese a sus imperfecciones, sino cumplirla de manera rigurosa, poniéndola por encima de los estatutos de autonomía y profesionalizando y despolitizando un Tribunal que debería se independiente del resto de poderes, para no ser marioneta de sus apaños.
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