Gobernar a espaldas de los intereses de la ciudadanía
Cuando hablamos de ciudadanía, ésta no es un cuerpo compacto, unívoco, homogéneo. Es la suma de individuos con sus intereses y necesidades propios.
Es una evidencia constante y constatable que no se está gobernando en respuesta a los intereses de cada uno de nosotros, sino en función de la fuerza de grupos de presión o de intereses de grupo. Ese es el caso cuando se suscita el tema de las lenguas regionales mal llamadas “propias”, pues lengua propia es la de cada persona. Ni las lenguas ni los territorios tienen derechos. Me harto de decirlo, una y otra vez. Son los ciudadanos, cada persona en particular.
Para poner un ejemplo, otro más entre muchos, tenemos el caso de lo que estos días ha aparecido en el "Faro de Vigo", que lo podríamos trasladar al País Vasco, pues, en definitiva, es lo mismo. Dice ese periódico que “Uno de cada cuatro niños habla gallego, un 37% menos que hace una década”. Otra vez se constata lo que dicen los lingüistas, como Gregorio Salvador, que afirman que las lenguas no se instauran por decisión política sino por la voluntad y el interés de los hablantes. Continúa el diario gallego con este jugoso párrafo: “Galicia envejece. Y su lengua propia lo hace con ella. Mientras tres cuartas partes de los gallegos de 65 o más años habla siempre en gallego o lo prefiere sobre el castellano para el uso cotidiano, con los niños ocurre justamente al revés: solo uno de cada cuatro utiliza exclusivamente este idioma o con preponderancia. Los datos, relativos a 2013, facilitados ayer por el Instituto Galego de Estatística (IGE), también muestran que el porcentaje de menores de 15 años que eligen el gallego para sus conversaciones es un 37 por ciento inferior al que se registraba una década atrás, al pasar del 40,33% de usuarios al 25,11%”
.
Pero los políticos no se enteran y siguen a lo suyo.
No crean ustedes que este tipo de políticas de imposición de las lenguas es propio de nacionalistas. Quizás sean ellos los que han iniciado este sinsentido. Pero siempre encontraremos personajes de otros partidos, si no éstos al completo, que tratan de competir en estupidez con los secesionistas que usan la lengua como instrumento para lograr la socialización nacionalista. En Galicia no gobierna el BNG ni ningún otro grupo que aboga por volver a la época de los suevos. No, es el PP de Núñez Feijoo y anteriormente el del difunto Fraga, el que hace estas políticas de “normalización lingüística” –Ya el propio término de “normalización” revela una deformación ideológica que nos recuerda a episodios totalitarios del siglo XX-. Y así seguimos de burrada en burrada hasta la asnada final.
Dice “Galicia Bilingüe”, colectivo que aboga por la libertad lingüística, que “sí, querido lector, puede estar seguro de que no encontrará un sólo caso de país civilizado en el que un alumno no pueda recibir toda la enseñanza en su lengua si ésta es oficial en el territorio y la única oficial en todo su país para obligarlo, siquiera en parte, a recibir la enseñanza en una lengua de carácter regional en su país. Ya no digamos si su lengua es hablada por cientos de millones de personas en el mundo.” Y que “Los ciudadanos en general tenemos mucha responsabilidad, ya que en otro país no se consentiría lo que aquí se consiente en diferentes ámbitos; por ejemplo, en el del atropello de los derechos lingüísticos. Pueden estar seguros y ejemplos hay.” Y, ciertamente, tiene razón. Los gobernantes son culpables, pero también es corresponsable con esa culpa la mayoría silenciosa que lo permite.
Y también Núñez Feijoo, flamante presidente de esa Comunidad y destacado dirigente popular, es culpable del adoctrinamiento en el sistema educativo que él dirige. La prueba la da “Galicia Bilingüe” con un repertorio de publicaciones donde se trata de orientar a los escolares hacia las ideas nacionalistas gallegas, es decir, hacia la cultura con boina. Vamos… parecido a lo que pasa en nuestra desangrada tierra vasca.
Por eso conviene saber claramente quien es el enemigo de las libertades, pero, también conocer a los “Vichy” que actúan de colaboracionistas.
Cuando hablamos de ciudadanía, ésta no es un cuerpo compacto, unívoco, homogéneo. Es la suma de individuos con sus intereses y necesidades propios.
Es una evidencia constante y constatable que no se está gobernando en respuesta a los intereses de cada uno de nosotros, sino en función de la fuerza de grupos de presión o de intereses de grupo. Ese es el caso cuando se suscita el tema de las lenguas regionales mal llamadas “propias”, pues lengua propia es la de cada persona. Ni las lenguas ni los territorios tienen derechos. Me harto de decirlo, una y otra vez. Son los ciudadanos, cada persona en particular.
Para poner un ejemplo, otro más entre muchos, tenemos el caso de lo que estos días ha aparecido en el "Faro de Vigo", que lo podríamos trasladar al País Vasco, pues, en definitiva, es lo mismo. Dice ese periódico que “Uno de cada cuatro niños habla gallego, un 37% menos que hace una década”. Otra vez se constata lo que dicen los lingüistas, como Gregorio Salvador, que afirman que las lenguas no se instauran por decisión política sino por la voluntad y el interés de los hablantes. Continúa el diario gallego con este jugoso párrafo: “Galicia envejece. Y su lengua propia lo hace con ella. Mientras tres cuartas partes de los gallegos de 65 o más años habla siempre en gallego o lo prefiere sobre el castellano para el uso cotidiano, con los niños ocurre justamente al revés: solo uno de cada cuatro utiliza exclusivamente este idioma o con preponderancia. Los datos, relativos a 2013, facilitados ayer por el Instituto Galego de Estatística (IGE), también muestran que el porcentaje de menores de 15 años que eligen el gallego para sus conversaciones es un 37 por ciento inferior al que se registraba una década atrás, al pasar del 40,33% de usuarios al 25,11%”
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Pero los políticos no se enteran y siguen a lo suyo.
No crean ustedes que este tipo de políticas de imposición de las lenguas es propio de nacionalistas. Quizás sean ellos los que han iniciado este sinsentido. Pero siempre encontraremos personajes de otros partidos, si no éstos al completo, que tratan de competir en estupidez con los secesionistas que usan la lengua como instrumento para lograr la socialización nacionalista. En Galicia no gobierna el BNG ni ningún otro grupo que aboga por volver a la época de los suevos. No, es el PP de Núñez Feijoo y anteriormente el del difunto Fraga, el que hace estas políticas de “normalización lingüística” –Ya el propio término de “normalización” revela una deformación ideológica que nos recuerda a episodios totalitarios del siglo XX-. Y así seguimos de burrada en burrada hasta la asnada final.
Dice “Galicia Bilingüe”, colectivo que aboga por la libertad lingüística, que “sí, querido lector, puede estar seguro de que no encontrará un sólo caso de país civilizado en el que un alumno no pueda recibir toda la enseñanza en su lengua si ésta es oficial en el territorio y la única oficial en todo su país para obligarlo, siquiera en parte, a recibir la enseñanza en una lengua de carácter regional en su país. Ya no digamos si su lengua es hablada por cientos de millones de personas en el mundo.” Y que “Los ciudadanos en general tenemos mucha responsabilidad, ya que en otro país no se consentiría lo que aquí se consiente en diferentes ámbitos; por ejemplo, en el del atropello de los derechos lingüísticos. Pueden estar seguros y ejemplos hay.” Y, ciertamente, tiene razón. Los gobernantes son culpables, pero también es corresponsable con esa culpa la mayoría silenciosa que lo permite.
Y también Núñez Feijoo, flamante presidente de esa Comunidad y destacado dirigente popular, es culpable del adoctrinamiento en el sistema educativo que él dirige. La prueba la da “Galicia Bilingüe” con un repertorio de publicaciones donde se trata de orientar a los escolares hacia las ideas nacionalistas gallegas, es decir, hacia la cultura con boina. Vamos… parecido a lo que pasa en nuestra desangrada tierra vasca.
Por eso conviene saber claramente quien es el enemigo de las libertades, pero, también conocer a los “Vichy” que actúan de colaboracionistas.