Mejor solos
Todas las células vivas de nuestro cuerpo requieren captar oxígeno y eliminar dióxido de carbono para sobrevivir, para ello respiramos aire, que contiene 21% de oxígeno. Éste, por tanto, es indispensable para asegurar la vida, pero tanto el exceso como el defecto del mismo pueden resultar fatales. El problema del oxígeno para los buceadores radica en que a presiones elevadas tiene efectos tóxicos sobre el organismo. Estos efectos nocivos pueden surgir tanto en situaciones en las que el oxígeno sea el único gas respiratorio o bien forme parte de mezclas respiratorias, como por ejemplo, el aire común (O21% + N79%) o el Nitrox empleado para buceo técnico que permite prolongar las inmersiones (Nitrox I = O32% + N68%; Nitrox II = O36% + N64%).
La necesidad de oxígeno de cada organismo es muy variable. Se modifica en función de las condiciones metabólicas, del estado de trabajo o reposo, de eventuales condiciones patológicas (fiebre) o fisiológicas (digestión). Además, los diferentes tejidos dentro del mismo organismo no consumen oxígeno por igual. Para que todas las funciones del cuerpo se realicen normalmente es necesario que la presión parcial de oxígeno se encuentre entre 0.20 y 0.21 atmósferas. Resulta imprescindible comprender que la acción de un gas determinado depende de su presión parcial, es decir, de la presión que ejerce cada gas por sí sólo en la totalidad de la mezcla, o lo que es lo mismo, del producto de su concentración por la presión absoluta de nuestro entorno, que se expresa normalmente como una fracción decimal. Así, en el medio terrestre es fácil calcularlo: la presión atmosférica ejercida sobre nosotros es de 1atm, por lo que se deduce que la presión parcial del oxígeno es 0.21 atm (1atm x 0.21 = 0.21atm). Buceando, la presión parcial de un gas aumenta cuando aumenta la profundidad de la inmersión, debido a que en el medio marino la presión absoluta va aumentando 1 atmósfera cada 10 m. Esto explicaría básicamente como una mezcla respiratoria es tolerada sin problemas en superficie y puede ser tóxica a partir de una cierta profundidad.
Este signo que se encuentra en la naturaleza es una constante también en las relaciones humanas. El ser humano es social, necesita relacionarse con los demás no sólo por motivos pragmáticos sino para conservar la salud mental. El aislamiento es uno de los castigos más duros a los que se somete a un recluso. El náufrago que sobrevive a los rigores naturales puede, sin embargo, no sobrevivir a la locura de vivir en una isla desierta. El ser humano es una delicada combinación de gregarismo y soledad que la presión, como en el caso de los gases, puede alterar.
Muchas relaciones humanas, que en condiciones normales pueden ser muy beneficiosas para ambas partes, sometidas a presión pueden tornarse tóxicas. El problema es que muchas veces no percibimos esa toxicidad hasta que ya es demasiado tarde, como sucede en el mundo subacuático.
Una relación se convierte en tóxica cuando los beneficios que aporta no compensan la pérdida de beneficios que la soledad nos aportaría, es decir que se rompe el equilibrio humano entre soledad y gregarismo y éste se vuelve primero incómodo, luego pesado, excesivamente costoso y finalmente limitante y tortuoso. Es cuando la frase “mejor sólo que mal acompañado” cobra todo su sentido.
Hay muchos “solterones” y “solteronas” que justifican su soledad diciendo que viven sin tener que aguantar a nadie, con mucha más libertad y menos problemas. Viendo el panorama desolador de la ratio matrimonios-divorcios algo de razón apoya esos argumentos. También hay quien defiende que para mantener relaciones sexuales satisfactorias no es necesario complicarse la existencia ya que, además de los profesionales del sexo, existen relaciones esporádicas y no tan esporádicas, libremente pactadas, que no comprometen el sacrosanto espacio de nuestra soledad.
Pero a veces hay que sacrificar una parte de esa soledad para formar familias, clanes, equipos, empresas, sociedades. En tal caso debemos evitar con denodada dedicación que estas relaciones se vuelvan tóxicas.
Hay miles de páginas dedicadas a analizar las relaciones tóxicas, especialmente en pareja, pero también en otros ámbitos (familia, trabajo, amistades...). Hay algunas pistas para saber cuándo una relación está tornándose tóxica para nosotros y debemos replantearla o simplemente prescindir de ella.
- Crecimiento personal comprometido por la relación. A veces no es algo objetivo, simplemente con percibir que la relación limita mis posibilidades de crecimiento en vez de potenciarlas deben saltar las alarmas. Los sacrificios no son buenos. Aunque a veces haya que hacerlos para garantizar el futuro, si se generalizan y, sobre todo, si no son equitativos, acaban por sepultar una relación.
- Hay personas que nos aportan energía, nos cambian el estado mejorándolo. Son personas con las que deseamos estar porque siempre nos dejan mejor que antes. Pero hay personas con las que ocurre lo contrario, que son capaces de bajarnos la energía aunque tuviéramos un buen día y gozáramos de perfecta salud. “Me pone enfermo”, debería ser suficiente síntoma para detectar la toxicidad de esa relación.
- Culpabilizar a alguien de lo que sucede es también un síntoma, ya seamos nosotros los que lo hagamos o sea la otra persona. Las culpas y los méritos siempre son compartidos en cualquier relación equilibrada entre dos adultos libres. Por supuesto, si hay una relación desigual, como la de un adulto y un menor, o la de un jefe y un subordinado, la responsabilidad recaerá en la persona de más capacidad o rango.
- Apoderarse de la voluntad. Si alguien decide por nosotros estamos ante un claro síntoma de toxicidad y probablemente de dependencia emocional.
- Síndrome de Estocolmo. El secuestrado justifica el comportamiento del secuestrador. Suele ser muy habitual cuando la toxicidad se ha desarrollado por completo pero hay una dependencia emocional, por lo que los malos tratos, insultos, coacciones, acoso psicológico, etc.incluso se justifican de algún modo. “En el fondo no quiere hacerlo, lo pasa tan mal como yo, tiene problemas...”
- Confusión de obsesión con amor y su posterior degeneración en celos enfermizos. Pero no sólo se manifiesta en los celos. Parece que la vida de la otra persona sólo se cimienta en el “amor” que siente hacia ti. Ahí la frontera entre amor y odio se verá vulnerada constantemente, porque sus expectativas son tan altas que siempre quedarán defraudadas.
- En la salud y en la enfermedad; a las duras y a las maduras. Si es amor resistirá las pruebas más duras. Si es un capricho pasajero se desvanecerá a la menor dificultad.
- Si añoras tu soledad más que a la otra persona... Replantéatelo.
- Si tratamos de cambiar a la otra persona o ella trata de cambiarnos... Nosotros mismos debemos ser el motor de la transformación personal, nadie mejor que nosotros para saber lo que no funciona en nuestra vida.
- Buscar la felicidad en otros es una búsqueda inútil y frustrante.
Finalmente, no debemos olvidar una cosa: nos juntamos para compartir. A veces hay poco que compartir, otras hay mucho. Pero lo importante no es lo que compartiremos, o lo que compartiríamos, sino lo que podemos compartir hoy, ahora, en este preciso instante.
Todas las células vivas de nuestro cuerpo requieren captar oxígeno y eliminar dióxido de carbono para sobrevivir, para ello respiramos aire, que contiene 21% de oxígeno. Éste, por tanto, es indispensable para asegurar la vida, pero tanto el exceso como el defecto del mismo pueden resultar fatales. El problema del oxígeno para los buceadores radica en que a presiones elevadas tiene efectos tóxicos sobre el organismo. Estos efectos nocivos pueden surgir tanto en situaciones en las que el oxígeno sea el único gas respiratorio o bien forme parte de mezclas respiratorias, como por ejemplo, el aire común (O21% + N79%) o el Nitrox empleado para buceo técnico que permite prolongar las inmersiones (Nitrox I = O32% + N68%; Nitrox II = O36% + N64%).
La necesidad de oxígeno de cada organismo es muy variable. Se modifica en función de las condiciones metabólicas, del estado de trabajo o reposo, de eventuales condiciones patológicas (fiebre) o fisiológicas (digestión). Además, los diferentes tejidos dentro del mismo organismo no consumen oxígeno por igual. Para que todas las funciones del cuerpo se realicen normalmente es necesario que la presión parcial de oxígeno se encuentre entre 0.20 y 0.21 atmósferas. Resulta imprescindible comprender que la acción de un gas determinado depende de su presión parcial, es decir, de la presión que ejerce cada gas por sí sólo en la totalidad de la mezcla, o lo que es lo mismo, del producto de su concentración por la presión absoluta de nuestro entorno, que se expresa normalmente como una fracción decimal. Así, en el medio terrestre es fácil calcularlo: la presión atmosférica ejercida sobre nosotros es de 1atm, por lo que se deduce que la presión parcial del oxígeno es 0.21 atm (1atm x 0.21 = 0.21atm). Buceando, la presión parcial de un gas aumenta cuando aumenta la profundidad de la inmersión, debido a que en el medio marino la presión absoluta va aumentando 1 atmósfera cada 10 m. Esto explicaría básicamente como una mezcla respiratoria es tolerada sin problemas en superficie y puede ser tóxica a partir de una cierta profundidad.
Este signo que se encuentra en la naturaleza es una constante también en las relaciones humanas. El ser humano es social, necesita relacionarse con los demás no sólo por motivos pragmáticos sino para conservar la salud mental. El aislamiento es uno de los castigos más duros a los que se somete a un recluso. El náufrago que sobrevive a los rigores naturales puede, sin embargo, no sobrevivir a la locura de vivir en una isla desierta. El ser humano es una delicada combinación de gregarismo y soledad que la presión, como en el caso de los gases, puede alterar.
Muchas relaciones humanas, que en condiciones normales pueden ser muy beneficiosas para ambas partes, sometidas a presión pueden tornarse tóxicas. El problema es que muchas veces no percibimos esa toxicidad hasta que ya es demasiado tarde, como sucede en el mundo subacuático.
Una relación se convierte en tóxica cuando los beneficios que aporta no compensan la pérdida de beneficios que la soledad nos aportaría, es decir que se rompe el equilibrio humano entre soledad y gregarismo y éste se vuelve primero incómodo, luego pesado, excesivamente costoso y finalmente limitante y tortuoso. Es cuando la frase “mejor sólo que mal acompañado” cobra todo su sentido.
Hay muchos “solterones” y “solteronas” que justifican su soledad diciendo que viven sin tener que aguantar a nadie, con mucha más libertad y menos problemas. Viendo el panorama desolador de la ratio matrimonios-divorcios algo de razón apoya esos argumentos. También hay quien defiende que para mantener relaciones sexuales satisfactorias no es necesario complicarse la existencia ya que, además de los profesionales del sexo, existen relaciones esporádicas y no tan esporádicas, libremente pactadas, que no comprometen el sacrosanto espacio de nuestra soledad.
Pero a veces hay que sacrificar una parte de esa soledad para formar familias, clanes, equipos, empresas, sociedades. En tal caso debemos evitar con denodada dedicación que estas relaciones se vuelvan tóxicas.
Hay miles de páginas dedicadas a analizar las relaciones tóxicas, especialmente en pareja, pero también en otros ámbitos (familia, trabajo, amistades...). Hay algunas pistas para saber cuándo una relación está tornándose tóxica para nosotros y debemos replantearla o simplemente prescindir de ella.
- Crecimiento personal comprometido por la relación. A veces no es algo objetivo, simplemente con percibir que la relación limita mis posibilidades de crecimiento en vez de potenciarlas deben saltar las alarmas. Los sacrificios no son buenos. Aunque a veces haya que hacerlos para garantizar el futuro, si se generalizan y, sobre todo, si no son equitativos, acaban por sepultar una relación.
- Hay personas que nos aportan energía, nos cambian el estado mejorándolo. Son personas con las que deseamos estar porque siempre nos dejan mejor que antes. Pero hay personas con las que ocurre lo contrario, que son capaces de bajarnos la energía aunque tuviéramos un buen día y gozáramos de perfecta salud. “Me pone enfermo”, debería ser suficiente síntoma para detectar la toxicidad de esa relación.
- Culpabilizar a alguien de lo que sucede es también un síntoma, ya seamos nosotros los que lo hagamos o sea la otra persona. Las culpas y los méritos siempre son compartidos en cualquier relación equilibrada entre dos adultos libres. Por supuesto, si hay una relación desigual, como la de un adulto y un menor, o la de un jefe y un subordinado, la responsabilidad recaerá en la persona de más capacidad o rango.
- Apoderarse de la voluntad. Si alguien decide por nosotros estamos ante un claro síntoma de toxicidad y probablemente de dependencia emocional.
- Síndrome de Estocolmo. El secuestrado justifica el comportamiento del secuestrador. Suele ser muy habitual cuando la toxicidad se ha desarrollado por completo pero hay una dependencia emocional, por lo que los malos tratos, insultos, coacciones, acoso psicológico, etc.incluso se justifican de algún modo. “En el fondo no quiere hacerlo, lo pasa tan mal como yo, tiene problemas...”
- Confusión de obsesión con amor y su posterior degeneración en celos enfermizos. Pero no sólo se manifiesta en los celos. Parece que la vida de la otra persona sólo se cimienta en el “amor” que siente hacia ti. Ahí la frontera entre amor y odio se verá vulnerada constantemente, porque sus expectativas son tan altas que siempre quedarán defraudadas.
- En la salud y en la enfermedad; a las duras y a las maduras. Si es amor resistirá las pruebas más duras. Si es un capricho pasajero se desvanecerá a la menor dificultad.
- Si añoras tu soledad más que a la otra persona... Replantéatelo.
- Si tratamos de cambiar a la otra persona o ella trata de cambiarnos... Nosotros mismos debemos ser el motor de la transformación personal, nadie mejor que nosotros para saber lo que no funciona en nuestra vida.
- Buscar la felicidad en otros es una búsqueda inútil y frustrante.
Finalmente, no debemos olvidar una cosa: nos juntamos para compartir. A veces hay poco que compartir, otras hay mucho. Pero lo importante no es lo que compartiremos, o lo que compartiríamos, sino lo que podemos compartir hoy, ahora, en este preciso instante.