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Ernesto Ladrón de Guevara
Lunes, 13 de Abril de 2015 Tiempo de lectura:

La España de las "autonosuyas"

[Img #6019]La novela de Fernando Vizcaíno Casas del mismo nombre no pude retratar mejor la torpeza de los constituyentes en 1978  al diseñar la nueva España, la de las autonomías.

 

Para reparar un roto, que era el vasco y el catalán, se descosió todo el andamiaje que daba cohesión, estructura y fortaleza a la economía española, y, lo peor de todo, es que se vestía el invento como la salvación para el progreso y bienestar para los españoles, cosa que ha resultado una filfa; como es obvio a nada que evaluemos el devenir de la España en la era de la democracia, en términos de desarrollo real y PIB relativo, o más bien Renta Per Cápita, sin trampas estadísticas. Y de la abismal diferencia entre rentas per cápita en los diferentes territorios.

 

La Agencia Moody’s lo deja al descubierto. Califica a Andalucía con un escalón por debajo del aprobado, y peor aún deja a Cataluña y comunidades de Valencia, Murcia y La Mancha, que están dos escalones por debajo, en definitiva un rotundo fracaso, sin que haya convocatoria en septiembre.

 

Por otra parte, la Comunidad Autónoma del País Vasco, llamada por otros Euskadi, aspirante, según Urkullu, a ser nación –por lo visto ahora no lo es pese a las veces que se nos ha bombardeado desde los medios de comunicación que lo era, cosa que muchos  lo negábamos- es la única comunidad que tiene decrementos de empleo, es decir que la ocupación laboral  no aumenta sino que se destruye. Ello a pesar de que en la historia próxima, desde la década de los sesenta del siglo pasado, estaba a años luz del resto. Eso a pesar de los privilegios del Concierto económico, pese a la autonomía fiscal, y al desarrollo industrial que de siempre ha caracterizado a los vascos y las vascas.  Algo va mal en el País Vasco, y si hubiera intelectuales independientes se analizaría por qué en lugares tan tradicionalmente avanzados como Cataluña y País Vasco la cosa está que arde y se va en sentido contrario a la historia.

 

Pero lo que está claro es que las autonomías, como invento para apagar los fuegos secesionistas, de origen republicano –en la Primera República se llegó al cantonalismo que es algo así como si independizáramos cualquier ciudad española del resto-, no han servido más que para agudizar los problemas estructurales de nuestra economía. Son estructuras que tienden a crecer sin límite en burocracia y aparato administrativo, en nepotismo, en clientelismo y en gastos suntuarios y perfectamente prescindibles, que no tienen corresponsabilidad fiscal y que no adoptan –contrariamente a otras naciones de estructura federal- una responsabilidad de Estado como fragmentos de él que son. Recordemos que los presidentes de esas comunidades son representantes ordinarios del Estado en su comunidad, aunque en la práctica ni asumen ni acatan las directrices generales del Gobierno de la nación, salvo honrosas y escasas excepciones, dándose el caso de la insumisión de determinados barones del PP en materias clave para sujetar el déficit y no desbocarlo.

 

Hoy, las comunidades autónomas son un enorme agujero en las cuentas del Estado, que imposibilitan en la práctica sujetar el déficit público, necesario a todas luces para mejorar nuestras cuentas generales.  Si la economía va bien es gracias a las medidas de Mario Dragui de girar la manivela de hacer dinero y aumentar la liquidez, además de adquirir los bonos de los países con necesidad; y a la bajada del precio del petróleo, que reduce la factura energética colectiva. La reducción del precio del dinero, la devaluación del euro, incrementan nuestra balanza de pagos y mejora la competitividad de nuestra economía. Pero eso puede ser temporal, y los problemas de tipo sistémico siguen ahí, además de los problemas estructurales de tipo territorial que acaban siendo una alcantarilla  por donde se va el dinero y aumenta el déficit por cuenta corriente, también.

 

El progreso coyuntural de nuestra  economía es cierto, lo cual no significa que tenga continuidad en un periodo temporal que permita recuperar las bases de desarrollo. Más aún, si como parece, volvemos a los vicios de antaño adoptando el ladrillo como motor económico y no mejoramos y equilibramos los tres sectores económicos, sin caer en el error de tomar  al sector servicios como principal baluarte de nuestro crecimiento, generador de déficit y  pan para hoy y hambre para mañana.

 

Pero lo que está claro es que las autonomías, contrariamente a lo que se nos dice desde lo políticamente correcto, son una rémora para nuestro bienestar colectivo, para el desarrollo económico global de España y para la corrección del déficit, elementos imprescindibles para el desarrollo de los parámetros que permitan la generación de riqueza y del correspondiente Estado de Bienestar, expresión ya olvidada en la terminología política actual.

 

“España va bien” sonaba en tiempos de Aznar, hasta que el ladrillo se fue al garete, pese a que era evidente que iba a ocurrir. La “economía va viento en popa” se dice ahora desde tribunas del actual presidente del Gobierno. Pero las comunidades autónomas siguen aumentando el déficit de forma irresponsable, sin que se consideren partes de Estado sino inmensos entes de gasto improductivo. Por tanto, tenemos un problema, al cual el señor Rajoy no ha hecho ni caso, quizás para no soliviantar a sus barones. Por lo que queda demostrado que, además, tenemos otro problema: los partidos como estructuras endogámicas.

 

Las autonomías sirven únicamente si son instrumentos a favor de los ciudadanos, si hay corresponsabilidad con la marcha general de las soluciones de Estado, si tienen alturas de mira y se consideran componentes del mismo barco que el Estado. Si uno tira de un velamen, el otro gira el timón en ángulo opuesto, y el otro hace una hoguera en el puente de mando para asar unas chuletas, lo más probable es que tarde o temprano la nave vaya al fondo y nos ahoguemos todos. Lo hemos visto de forma palpable. Otra cosa es que tome en consideración el aviso.

 

Conozco muchas provincias españolas. Por ejemplo, hay en Cantabria quien no entiende que esa provincia sea comunidad, y cree que hubiera sido la salida natural de la meseta castellana al Cantábrico. Otros no se ven a sí mismos en la Rioja y hubieran preferido sumarse a Álava o a Navarra, pues una comunidad uniprovincial apenas tiene posibilidades de generar políticas de alcance. Otros no ven lo de Murcia sin Alicante y Almería. Los propios almerienses se sienten olvidados por la “metrópoli”, es decir, por Sevilla. Recientemente hablé con una persona en Huelva que me decía que esta provincia debería estar en Extremadura por su conexión con Badajoz, con quien tiene lazos económicos, producen jamón igualmente bueno, y son la salida al mar de Extremadura. Así, hasta aburrirnos. Por no hablar de León, etc. 

 

En definitiva, quien diseñó esta España de las autonomías tomó la misma decisión arbitraria que la organización de España en provincias en enero de 1822, durante el Trienio liberal. Solamente que aquella organización al estilo de la organización territorial de la Francia ilustrada, fue sustancialmente mejor para los intereses de España, y a los hechos me remito.

 

Documentación bibliográfica sobre este tema

 

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