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Raúl González Zorrilla, director de La Tribuna del País Vasco
Lunes, 04 de Mayo de 2015 Tiempo de lectura:

José María Aldaya

El 8 de mayo de 1995, hace veinte años, la banda terrorista ETA secuestró al industrial guipuzcoano José María Aldaya. El propietario de la empresa de transporte Alditrans permanecería 341 días en manos de los criminales y, durante su captura, algunos de quienes hoy, bajo el logotipo de "Bildu", gobiernan en la Diputación Foral de Guipúzcoa y en el Ayuntamiento de San Sebastián, se paseaban por las calles de la capital guipuzcoana coreando gritos de "Aldaya, calla y paga". Este artículo lo publiqué en "El Diario Vasco" de San Sebastián pocos días después del secuestro de José María Aldaya, cuando se había conocado ya una manifestación de repulsa y de condena del atentado.

[Img #6142]Sé que Euskadi es una tierra compleja, plural y en permanente ebullición que, como otras muchas sociedades, crepita mientras se pone en marcha para acceder a los nuevos retos de un futuro cada vez más cercano y más cargado de incógnitas.

 

En este sentido, la amplitud de los puntos de vista, la diversidad de las opiniones y la riqueza ideológica que generan los diferentes proyectos políticos, sociales y económicos que en el País Vasco se dan, puede supurar en muchas ocasiones la impresión de que la polémica aquí es algo constante, que el consenso es una palabra que no contemplamos en nuestro diccionario y que jamás alcanzamos acuerdos globales desde un punto de vista social. Pero nada más lejos de la realidad, porque todos estos debates, intensamente crispados en muchos momentos, se llevan siempre dentro del más estricto marco democrático, en el interior del cuadro delimitado por las esencias del juego político y teniendo muy en cuenta cuáles son los límites que señalan la frontera básica que divide lo éticamente tolerable de lo moralmente reprobable.

 

El riquísimo magma ideológico que convive en el País Vasco actual se encuentra debidamente representado en las variadas candidaturas electorales que aceptan el marco democrático y que respetan debidamente estrategias y voluntades contrarias a las que ellas mismas defienden. Ciudadanos nacionalistas, no nacionalistas, foralistas, estatalistas, independentistas, conservadores o progresistas, pueden verse representados en el amplio abanico político que se ha generado en Euskadi. De esta fecunda pluralidad, y en colaboración o ejercitando el juego Gobierno-oposición, saldrán las individualidades que tomarán las decisiones necesarias para el mayor bienestar, la prosperidad y el desarrollo de nuestro país.

 

Así las cosas, el problema del País Vasco de hoy no surge de su presunta inestabilidad institucional ni del caos social que parece brotar muchas veces de la situación convulsa que atraviesa esta región; el auténtico drama de esta tierra radica en la contaminación permanente que sufre por las estrategias perversas que fluyen desde ese nido fascista que toma forma y se alimenta en los alrededores políticos de ETA. De ese foco intoxicador y vírico manan las órdenes que acabarán con la vida inocente de uno de nuestros vecinos, surgen las líneas del pavor callejero que aterrorizarán a los ciudadanos de a pie, nacen las bravuconadas verbales que indignan los corazones democráticos y brotan las directrices cobardes que llaman a justificar cualquier tipo de crimen y a apoyar cualquier forma de acción sangrienta.

 

El día en el que nos paremos a pensar que somos muchos los que nunca hemos conocido una Euskadi en paz, en el instante en el que comprendamos que este pueblo jamás ha celebrado unas elecciones democráticas sin muertos o secuestrados sobre la mesa y cuando, superando el miedo al horror, entendamos que esta es la única región del mundo donde primero se asesina a una persona y luego se profana su tumba, será cuando apreciemos definitivamente las altas montañas de miseria que los violentos de hecho y de derecho han alzado, durante mucho tiempo y sin piedad, en las entrañas de nuestra tierra.

 

En este ambiente, los comportamientos dictatoriales y sangrientos generados por los que en este país nunca aprenden a vivir en paz, han colocado a la sociedad vasca, nuevamente, ante la necesidad de salir a la luz para expresar el rechazo que en toda persona bien nacida provoca el secuestro de un ciudadano inocente, de una persona trabajadora y de un empresario honesto.

 

Estamos acostumbrados y, por ello, hoy estaremos otra vez en la calle. Para decirles a los torturadores del empresario José María Aldaya y a los asesinos de tantos cientos de personas que siempre nos van a tener delante, que ya no nos engañan más con su fantasmal palabrería pseudopolítica y para dejar bien claro, ante todo aquel que quiera oírnos, que la inmensa mayoría de los ciudadanos de esta región también sabemos proteger los principios básicos de paz, tolerancia y libertad que otros ciudadanos, mucho tiempo antes, defendieron igual que nosotros. Iremos unidos en nuestras profundas diferencias, juntos en las distintas formas de sentirnos miembros de nuestro país y enriquecidos por nuestros variadísimos puntos de vista, pero, formando un todo social, le gritaremos a ETA que debe rendirse, a Herri Batasuna que debe cambiar y a los secuestradores de José María Aldaya que deben poner a esta persona en  libertad.

 

Los más pesimistas, los que piensan que los acontecimientos no pueden ser alterados y los que, en el fondo, no acaban de comprender las raíces del problema mafioso que contamina esta tierra, suelen afirmar, no sin algo de razón, que ETA nunca ha hecho caso de este tipo de manifestaciones colectivas. Puede ser. Pero no debemos olvidar nunca que, como las olas acaban convirtiendo en polvo las rocas del mar, la sociedad vasca terminará por desterrar de este rincón del mundo todos esos comportamientos infrahumanos e incivilizados que nos han colocado, a las puertas del siglo XXI, en un desierto en el que solamente parece primar la ley del más fuerte y las infamias de los más brutos del lugar. No será fácil, pero sí será, a buen seguro, una tarea de todos por encima de ideologías, de objetivos, de creencias e, incluso, por encima de todas las distintas concepciones de país que en nuestro suelo, por suerte, se debaten.

 

Hoy, más que nunca, por el bien de los vascos, por el futuro de nuestra sociedad y por la vida de José María Aldaya, debemos permanecer unidos. Y en la calle.

 

Actualización: El empresario José María Aldaya falleció el martes 28 de diciembre de 2021.

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