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Ernesto Ladrón de Guevara
Lunes, 04 de Mayo de 2015 Tiempo de lectura:

El rodillo lingüístico en la escuela

[Img #6150]Tradicionalmente se nos ha vendido la moto de que lengua y cultura están interrelacionadas y son lo mismo. Es decir, que quien adquiere la lengua vasca (yo defiendo que también es lengua vasca el castellano) se integra en la cultura vasca. Sin embargo, eso es un tótem carente de base científica desde una visión antropológica.

 

Por ejemplo, en Europa existen muchísimas lenguas, y sin embargo compartimos una cultura muy similar que hace que digamos que pertenecemos a la civilización occidental. No hay diferencias sustantivas en los modos de vida, en las tradiciones, en la cosmovisión vital, en los orígenes de nuestra civilización, en la religión, etc. Se puede decir que hay una transversalidad cultural.

 

Pongamos otro ejemplo. Si vamos a la ciudad de Lima, nos entenderíamos perfectamente. Los peruanos hablan la lengua española con sus peculiaridades, pero de forma  perfectamente comprensible. Captaríamos sin dificultad los mensajes orales y los escritos. Y, sin embargo, nos sentimos en una cultura totalmente diferente, apenas tenemos puntos en común en las formas de ocio, en las costumbres, en el régimen de vida, etc.  Todo lo contrario que si visitamos Londres sin conocer el inglés. No nos entendemos por la lengua pero apenas nos hace sentirnos ajenos a las formas de vida en ese ámbito, nos hace percibir que somos afines en ese sentido. La construcción mental es similar, las estructuras lógicas están en el mismo dial del pensamiento, pese a que las lenguas sean diferentes.

 

Por tanto, podríamos decir que la lengua condiciona cognitivamente pero no crea diferencias culturales. Esas estructuras lógicas superan a las lingüísticas.

 

Luego, la conclusión es que no se puede decir que lengua y cultura sea lo mismo, y que alguien que no conozca el euskera no entiende nuestra cultura, y menos que haya diferencias sustantivas entre la cultura vasca y la de otras regiones de nuestro espacio geográfico.

 

Siguiendo este hilo de pensamiento, es una manipulación impresentable querer sembrar la idea de que no conocer el euskera es tanto como no ser vasco, cuestión que ha sido repetida hasta el hartazgo por los partidos nacionalistas, e incluso por otros partidos que no siéndolo se comportan como los primeros.

 

Pero lo peor de todo es la pertinaz idea de querer crear una simetría entre lengua e identidad, que podríamos asimilarlo al empeño de los nazis de hacer corresponder raza aria con la identidad alemana, llegando al extremo de excluir del derecho a la vida de aquellos no arios, con la paradoja de que Hitler era la antítesis morfológica del ario, por lo que él debería haber sido el primero en autoexcluirse.  Todo este tipo de cosas lleva a un infantilismo social muy peligroso en el que hemos estado inmersos como si de un caldo protofascista se tratara. Es lamentable, pero la falta de capacidad crítica a nivel social y político ha hecho que cayéramos en este tipo de tópicos típicos que no resisten el más mínimo análisis lógico, ni etnográfico, ni antropológico, y menos histórico.

 

La lengua, tanto en Cataluña como en el País Vasco, ha sido un clarísimo instrumento de control social, como ya he repetido hasta el hartazgo en anteriores artículos.

 

Quiero reiterar el pensamiento de un tal Luis Eleizalde, buen discípulo de su maestro Sabino Arana, que ha marcado la estrategia nacionalista durante más de cien años, pero que es el paradigma que explica la deriva que hemos llevado los vascos durante décadas, en un sinsentido que los historiadores en el futuro analizarán como fenómeno sin parangón:

 

“Las etapas que debe recorrer todo nacionalismo normal, y por tanto el nuestro, son tres, y por este mismo orden cronológico: Primeramente, la etapa social y cultural, en la que se va despertando y arraigando la conciencia de la nacionalidad renaciente. Esta es la etapa fundamental, la etapa de las escuelas, de las academias y ateneos, de las publicaciones científicas y literarias, de las cooperativas obreras, de los Congresos de Estudios, de las Semanas Sociales, etc. Viene a continuación, aunque sin cerrar la primera que sigue subsistiendo, la etapa política, durante la cual el Nacionalismo, por medio de sus representaciones parlamentarias y administrativas, trata de incorporar a la vida pública el conjunto de soluciones estudiadas y elaboradas durante la etapa anterior. Esta segunda es la etapa de las elecciones, de los mítines políticos y de todo el movimiento que esta clase de actuación trae consigo. Finalmente y subsistiendo de las dos primeras etapas llega la final, la del triunfo completo y pleno dominio”

 

Este texto es suficientemente revelador de todo el entramado estratégico que ha desarrollado el nacionalismo a través de la escuela nacionalista, con la lengua como telón de fondo, para controlar y dominar a la sociedad, controlando y dominando la escuela, convirtiendo su objeto primario que es la educación en adoctrinamiento, cribando al profesorado y expulsando del sistema al no adicto a sus planteamientos, teledirigiendo a las asociaciones de padres, a los sindicatos, y a toda estructura social que se moviera en torno a los centros de enseñanza, etc. Y como herramienta para ello, siempre aparece lo mismo, el euskera. Por ello se ha destinado durante décadas un montante de dinero abrumador, aprovechándose de las posibilidades de la hacienda propia y el privilegio fiscal que nos proporcionaba el Concierto Económico, que podría haberse optimizado en otros propósitos más nobles y convenientes para el bienestar colectivo y la generación de riqueza.

 

Todo esto sería ridículo e incluso cómico si no fuera porque en este proceso se han arrasado derechos individuales, y ha existido una colectivización de las vidas particulares, una sovietización de las decisiones de cada uno de los ciudadanos y ciudadanas vascos. Y eso no tiene nada que ver con la democracia, más bien con un totalitarismo consentido por intereses mezquinos por los grandes partidos nacionales.

 

En lugar de proteger los derechos de los hablantes, que son los detentadores de los derechos fundamentales protegidos por la Constitución, se inventó lo del “derecho del euskera” que es lo mismo que si dijéramos “el derecho de mi ordenador”, el “derecho de mi bici” o el de las piedras.

 

En Cataluña pasa lo mismo, pero con agravantes, pues existe un claro diferencial o desviación típica estadística del fracaso escolar con respecto a los estándares del conjunto de España, sin que nadie ponga el acento en ello, salvo una Asociación ejemplar que es “Convivencia Cívica Catalana”, que lo demuestra con rigurosos estudios estadísticos.

 

En lugar de haber actualizado lo que los constituyentes de la II República fijaron en la correspondiente Constitución del 31, hemos creado las bases para arrasar los derechos ciudadanos.

 

En la República, el Estado garantizaba tener un circuito de enseñanza en español en todo el territorio nacional independientemente de las políticas educativas o de los poderes autonómicos. Es decir había unas instituciones educativas entrelazadas entre lo estatal y lo autonómico en lengua común. Y la decisión de aprender en lengua catalana o vasca era potestativa. De tal manera que un escolar que se matriculara en Barcelona o Bilbao podría instalarse después sin dificultades en Sevilla o La Coruña, o en Buenos Aires, por conocer perfectamente la lengua de Cervantes que dominan hoy 400 millones de  habitantes del mundo, lo que debería enorgullecernos. La lengua española es un gran tesoro y todos los españoles deberían acceder no solo a los registros de uso coloquial de esa lengua sino también a los cultos de la misma.

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