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Fernando José Vaquero Oroquieta
Sábado, 27 de Junio de 2015 Tiempo de lectura:

Miscelánea fotográfica armenia

[Img #6554]

 

Hayastán puede traducirse como Tierra de Hayk, siendo el término con el que los armenios denominan a su país. Según las leyendas, Hayk, descendiente de Noé, habría conducido a su pueblo desde las montañas del Cáucaso hasta la tierra del Ararat, en el que resuena el topónimo Urartu que denominó una de los reinos más antiguos de la historia de la humanidad. En el 520 a.C, en una inscripción trilingüe ya se denomina a este pueblo, en persa antiguo, como Harminya.

 

Fue la primera nación cristiana, cuando el rey Tirídates III se convirtió al cristianismo gracias a Gregorio el Iluminador, allá en el lejano 301 d.C. Desde entonces el máximo responsable de la iglesia apostólica armenia reside en Echmiadzin (que significa “descenso del unigénito”).

 

Armenia apenas ocupa hoy una mínima parte de lo que llegó a ser; en buena medida, otro trágico fruto del genocidio armenio que casi aniquiló por completo a este pueblo desde que en 1915 los Jóvenes Turcos planificaran y ejecutaran su casi completa extinción.

 

Con una superficie de 29.800 kilómetros cuadrados, residen en este país poco más de tres millones de habitantes; de ellos más de un millón en la capital Ereván. Varios millones más viven fuera del país, a los que debe sumarse otros tantos millones, descendientes de los supervivientes del genocidio establecidos por todo el mundo en lo que se conoce como “diáspora armenia”.

 

El país atraviesa una dura crisis económica alimentada por varios factores: el bloqueo económico y comercial de los dos países que tienen con Armenia el mayor número de kilómetros de frontera, Turquía y Azerbaiyán; el altísimo presupuesto del Ministerio de Defensa, imprescindible al encontrarse rodeado el país por enemigos declarados; las secuelas del desmoronamiento económico y de modelo de la Unión Soviética; los efectos de la guerra de Nagorno Karabaj; el aislamiento geográfico y la carencia de salida al mar.

 

Es un país de contrastes: desde la denominada “Suiza armenia”, con el lago Sevan, que nos recuerda a los valles del Baztán y de Belagua; hasta las llanuras del valle del Ararat, una mixtura de Bardenas Reales y ribera del Aragón.

 

Un pueblo orgulloso de su historia, culto, disciplinado, tranquilo, uno de cuyos valores más preciados es el respeto a la palabra dada, apreciado por sus vecinos e incluso por sus enemigos.

 

Poseedor de un arte único y extraordinario, de profundas resonancias teológicas, como lo es también su particular alfabeto, ideado en el 405 d.C. por el santo Mesrob Mashtots; recordemos que, por ejemplo, el cirílico de los eslavos lo fue hacia el siglo X de nuestra era.

 

En Ereván se respira orden, limpieza, paz, alegría de vivir; lo que lleva a que, al atardecer, cientos de miles de armenios se echen a sus calles y numerosos parques para disfrutar de la ciudad, de sus gentes, de su sabrosísima gastronomía, la música al aire libre, y atractivos de todo tipo.

 

Titular de una historia formidable, protagonista de una gesta humana única, propietario de un patrimonio artístico e intelectual excepcional, el pueblo armenio encara con serenidad e inteligencia su futuro.

 

Un reportaje fotográfico de Fernando Vaquero y Ana Isabel Casasola

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