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Javier Salaberria
Viernes, 30 de Octubre de 2015 Tiempo de lectura:

Suspiros de España

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Los secesionistas son hijos de la España constitucional, autonómica, próspera y postmoderna, en la que todo resulta fácil de conseguir, incluso rescribir la historia. Es la España  de la transición, el cambio y el pelotazo. Se creen eso de la modernización, la democracia, el pacifismo y la flexibilidad de los valores, que ha permitido cosas tan dispares como la laicidad, el matrimonio homosexual, las comisiones del 6%, la fuga de capitales, además de la más profunda hipocresía y deslealtad política.

 

Amparados en el paraguas de la Unión Europea y por el complejo fascista de la Vieja España, creen que ésta está enterrada en el Valle de los Caídos hace ahora 40 años, y que nunca más volverá. No ven como amenaza a un ejército ilustrado, a una monarquía de pasarela, ni a la mayoría conservadora representada por un Partido Popular volcado en la macroeconomía mientras se debate en contradicciones y divisiones internas.

 

Además, tanto jolgorio narcisista les hace padecer una amnesia histórica selectiva, y se han tomado más licencias narrativas que las magníficas series televisivas “Isabel” y “Carlos, Rey Emperador”.

 

La Vieja España profunda ha permanecido a la expectativa, adormecida por varios factores importantes. Su inmenso complejo de culpabilidad -muy católico él- por el tortuoso pasado franquista fue utilizado por la propaganda aperturista del sector económico más pujante en los años 60, lo que bloqueó al Antiguo Régimen Español que había ganado una guerra y no pensaba ceder el poder tan ricamente. También prometieron beneficios, pero la jugada magistral fue restaurar la monarquía. Era una monarquía blandengue, meramente simbólica, para amansar a las fieras castrenses, que dejaba vía libre para que banqueros y elite empresarial sin escrúpulos sacaran tajada de la pujanza de las infraestructuras creadas a base de sangre y autarquía por un estado centralizado y autoritario.  Además, al transformar España en 17 pequeñas repúblicas multiplicaban las posibilidades de enriquecerse del gasto público y la opacidad al control tributario. ¿17 repúblicas bajo la corana de un rey? ¡Eso no puede durar!

 

Pero ahí estaba el espejismo económico para distraernos a los españoles de todo nuestro sacrificado pasado. La aparente prosperidad que venía de la mano de “las libertades” hacía que el Antiguo Régimen se quedara acomplejado frente a los modestos logros de la autarquía franquista. España en la OTAN. España en Europa. España reconocida internacionalmente, organizando exposiciones universales y olimpiadas. España ganando mundiales y medallas. España volvía a ser “grande” y “libre”...¿Pero era “una”?

 

Las elites económicas, especialmente las financieras, han hecho el agosto en medio de este desorden. A río revuelto ganancia de pescadores. Con Franco vivían peor, porque además del dinero había otros amos y otros poderes superiores que supeditaban lo económico a valores sagrados (Dios, Patria, Destino Universal...). Ahora ya no. Ahora en vez de “Todo por la Patria” el lema nacional es “Todo por la Pasta”. Por eso, no es de extrañar que los movimientos neofascistas europeos tengan dos ejes del odio: emigrantes y separatistas por un lado; banqueros y políticos por otro. Todos ellos tienen algo en común: ponen en peligro la grandeza, la unidad y la identidad de la sagrada nación.

 

Una reflexión a parte se merecen nuestras Fuerzas Armadas. ¿Por qué tanto silencio? Tenemos a unos guerreros cultivados, a unos generales ilustrados.  Ya no se forman en la guerra sino en las academias. No han promocionado matando, sino estudiando. Por eso son escrupulosos en el cumplimiento de la ley, no son amigos de conspirar y creen sinceramente que el poder civil está por encima del militar. La inmensa mayoría de los oficiales españoles tienen unos modales educados y una cultura superior a la de sus viejos jefes. Han ganado batallas en un simulador, pero no han visto morir a sus soldados a excepción de aquellos que han participado en misiones internacionales. No perciben como amenaza la situación política de España porque están más preocupados por la que se nos viene encima desde África y Asia.

 

Sin embargo cuando les preguntas sobre el mandato constitucional del artículo 8 de la Constitución Española, te remiten a los políticos para que sean ellos lo que interpreten las normas.

 

Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.”

 

La pregunta es: ¿Y si los políticos españoles son la verdadera amenaza para la integridad territorial y el ordenamiento constitucional, y no tanto los terroristas islamistas?

 

Lo mismo les sucedió a los samurais del periodo Meiji, que acabó con las guerras internas estableciendo un periodo de paz y prosperidad. Eran guerreros que no habían conocido la guerra y que se dedicaron a cultivarse en las artes, en la vía espiritual del Zen y en la vida cortesana. Japón ganó la modernidad y la apertura al mundo, pero aparentemente perdió a sus guerreros y su esencia ancestral.

 

Sin embargo, 200 años después, ese espíritu guerrero volvió en forma de fascismo expansionista al servicio de la potente maquinaria industrial japonesa. Japón reivindicó la conquista de Asia. Fueron necesarias dos bombas atómicas par acabar con ese nuevo brote neo-samurai. Hoy son una de las potencias económicas más importantes del planeta y hacen la guerra con sus empresas. El libro de cabecera de los empresarios japoneses es el que escribió el mejor y más temido samurai de la historia: Miyamoto Mushashi.

 

Esto nos muestra cómo las formas cambian, pero las esencias permanecen.

 

¿Ocurrirá lo mismo en España?

 

El desafío catalán acabará con sangre si los actores no reflexionan sobre nuestra esencia histórica, tanto española como universal. Nuestros reinos se forjaron con una violencia extrema que duró siglos. Nadie hizo un referéndum para unir Aragón con Castilla. Ni para anexionarse Granada. Ni para conquistar Navarra. Ni para colonizar América. Ni para asentarse en Filipinas. Ni para ocupar el norte de Marruecos, Sidi Ifni y el Sahara Occidental.

 

Navarra y Cataluña pudieron ser francesas. Británicas las Baleares. Ceuta y Melilla marroquíes y Turco el Mediterráneo. Decenas de miles de españoles dieron su vida en gloriosas y heroicas batallas para que no fuera así. Pero ahora un Parlament, con una varita mágica, va a desafiar a una nación hecha a base de sangre y espada.

 

Los secesionistas piensan que si la Vieja España revive y comete el error de atacarlos, la Nueva Europa le retirará su apoyo y ganarán simpatías exteriores.

 

Se equivocan. Están solos.

 

La Vieja Europa está volviendo, y esa Vieja Europa verá con buenos ojos cómo la Vieja España pone orden en su casa.

 

Durante los disturbios raciales del siglo pasado, el Gobierno Federal de Estados Unidos puso orden en los estados del sur para acabar con la segregación declarada inconstitucional. No le tembló la mano al enviar a la Guardia Nacional y al ejército, encarcelando a dirigentes locales, incluidos jefes de policía, que no acataban las órdenes federales, y a todo aquel ciudadano americano que se opusiera al mandato constitucional. ¿Salió la comunidad internacional en defensa de Mississippi o Alabama?

 

Unos pocos españoles creen que pueden acabar con la constitución, haciendo caso omiso a la mayoría de la nación. No son conscientes de que esa constitución, que se hizo para dejar tranquilos los sables en sus vainas, es precisamente su seguro de vida; una delgadísima capa que les protege de fuerzas históricas ancestrales que acabarían por borrarlos del mapa en un suspiro.

 

“...Ay de mi, pena mortal

por qué me alejo España de ti,

por qué me arrancan de mi rosal...”

 

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