Las raíces del problema secesionista
Produce perplejidad -¿o quizás no?- el expolio masivo de la familia Pujol, a la que algunos asemejan al clan Corleone. No se puede amasar tal fortuna de forma delictiva sin el conocimiento de mucha gente. Es imposible. Y esta gente es la que quiere llevar a Cataluña a la independencia, que produce terror en cualquier persona sensata con un mínimo no ya de cultura, que eso se adquiere, no se nace con ello; sino de neuronas en el cortex cerebral.
No es posible que los diferentes gobiernos de España, y sus respectivos partidos políticos fueran ajenos a estas andanzas. Y lo digo no por creencia sino por constatación. ¿Y por qué lo afirmo? Pues porque ya existía al menos un libro en el año 1998 de mi amigo Josep Manuel Novoa Novoa, titulado “Jaque al virrey”, donde narraba las andanzas de Pujol y su saga, correrías por el mundo de donde se lograban jugosas exacciones de forma absolutamente impune, sin que poder judicial alguno y menos político se atreviera a pedirle cuentas por sus ilegítimas actuaciones lucrativas. Se puede argumentar que pocos leyeron este libro, pero no que no se hubiera publicado.
La razón de ello está al alcance de cualquier persona mínimamente informada: Pujol era el “pope” intocable que se necesitaba para tener a Cataluña tranquila, sin los actuales sobresaltos independentistas; y, además, el grupo parlamentario que estaba sometido a sus dictados en las Cortes Generales venía muy bien para conjugar mayorías que permitieran la investidura de los respectivos presidentes, daba lo mismo si lo eran del PP o del PSOE, en tiempos de minorías mayoritarias. Eso los sabe hasta el más necio. Por tanto, ¿por qué nos rasgamos ahora las vestiduras? Más de uno debería rendir cuentas de estas complicidades, pero eso no va a suceder como todos lo sabemos, y no sería imposible que haya una componenda que impida que la familia Pujol vaya a donde están los pequeños delincuentes, aquellos que roban para comer, no para asegurar la vida de hijos, nietos y bisnietos sin pegar palo al agua. No sé usted, querido lector, al menos yo estoy indignado, muy indignado.
De aquellos lodos estos barros. Hoy estamos ante una situación de máxima incertidumbre de futuro y de una inestabilidad política e institucional absolutamente absurda, irracional e idiota, pues no tiene ni pies ni cabeza.
Quienes han permitido el engorde de los nacionalistas, por interés, por mirar hacia otro lado, o por no saber hacerles frente, no están exentos de responsabilidad.
La primera responsabilidad, y origen de todo este problema, fue la de los constituyentes de 1978, que tuvieron un acierto –el salvar los difíciles escollos para traernos una democracia más aparente que real- pero muchos errores, uno de los mayores el de contemplar la redacción logomáquica de “la indisoluble unidad de la nación española” al mismo tiempo que se “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades” en lugar de redactar algo así como “la Constitución proclama como indisoluble la unidad nacional” que tenía mucho más sentido, pues el reconocer “nacionalidades” al tiempo que la constatación de la “nación española”, es tanto como admitir que España es una “nación de naciones” que es como decir que mi gato es un gato de gatos. O hay una nación o hay naciones, pero una nación con varias naciones es, además de tautológico una estupidez, sea quien sea el que lo dice, y aunque lo contemple la Constitución. Es que no tiene sentido, pero sirve de plataforma retórica para quienes han trabajado para la ruptura de España. Primer grave error del que ahora tenemos unas consecuencias de las que se derivarán padecimientos imprevisibles para todos nosotros, ciudadanos que votamos aquella Constitución, los que no la votaron y quienes no han podido hacerlo por edad, es decir mis hijos y nietos. Tal como está redactado en la Constitución es un infortunio, pues “reconocer y garantizar nacionalidades” es admitir que éstas existían antes de la Constitución, lo que no es cierto, aparte de que no se sabe qué criterios lógicos de carácter histórico se puedan esgrimir desde la racionalidad, no desde el sentimiento, para diferenciar lo que eran regiones de lo que se consideran nacionalidades? No hay realidad objetiva alguna desde el rigor histórico, salvo la más absoluta discrecionalidad y arbitrariedad, o la pura invención. La misma discrecionalidad y arbitrariedad con la que algunos postulan ahora la independencia para Cataluña.
¿Qué es una nacionalidad? ¿En qué se diferencia una nacionalidad de una nación? De este batiburrillo terminológico vacío de contenido semántico y de precisión jurídica viene esta situación en la que nos encontramos, abonada desde el Título VIII de la Constitución que arbitraba dos vías para acceder a la autonomía según se consideraran nacionalidades o regiones, rompiendo el principio de igualdad ante la ley, y la unidad, equilibrio y solidaridad del Reino de España. Todo para satisfacer a quienes apuntaban hacia el desguace de la nación española desde aquellos momentos de incertidumbre política y de transición a un marco de convivencia. No solamente no se logró integrar a los nacionalistas secesionistas, sino que hemos tenido que padecer décadas de terrorismo en el País Vasco y diferentes intentos de desestabilización política e institucional, hasta llegar en la actualidad a situaciones de sedición y rebelión contra la Constitución y las instituciones que se soportan en ella.
Sin perjuicio de defender la Constitución por ser nuestro marco de democracia, libertad y pluralidad viene a ser hora de reconocer los errores en su redacción por si vienen tiempos de reforma, para corregirlos.
El inefable Gonzalo Fernández de la Mora ya lo advertía en su libro “Los errores del cambio” en 1986, con una visión prospectiva que estremece. Destaco un párrafo de ese libro: “Ilustres figuras de antaño ya no son españoles a secas, sino que póstumamente se han convertido en ciudadanos de una ‘nacionalidad’. En vez de España se habla de Estado español. Esto sería únicamente grotesco, si no fuese la rampa de lanzamiento, primero, de los nacionalismos, luego del antiespañolismo, y finalmente del cantonalismo o taifismo, de tan penosa memoria. Y todo ello en un continente donde naciones de tradición secular dejan de considerarse autosuficientes, renuncian a parcelas de su soberanía y se inscriben en círculos supranacionales. ¿Cabe mayor involución histórica que, en estas circunstancias, tratar de reconstruir el mapa de la España medieval, corregido y aumentado? A esto nos lleva la ambigüedad del pactismo constitucional”
Produce perplejidad -¿o quizás no?- el expolio masivo de la familia Pujol, a la que algunos asemejan al clan Corleone. No se puede amasar tal fortuna de forma delictiva sin el conocimiento de mucha gente. Es imposible. Y esta gente es la que quiere llevar a Cataluña a la independencia, que produce terror en cualquier persona sensata con un mínimo no ya de cultura, que eso se adquiere, no se nace con ello; sino de neuronas en el cortex cerebral.
No es posible que los diferentes gobiernos de España, y sus respectivos partidos políticos fueran ajenos a estas andanzas. Y lo digo no por creencia sino por constatación. ¿Y por qué lo afirmo? Pues porque ya existía al menos un libro en el año 1998 de mi amigo Josep Manuel Novoa Novoa, titulado “Jaque al virrey”, donde narraba las andanzas de Pujol y su saga, correrías por el mundo de donde se lograban jugosas exacciones de forma absolutamente impune, sin que poder judicial alguno y menos político se atreviera a pedirle cuentas por sus ilegítimas actuaciones lucrativas. Se puede argumentar que pocos leyeron este libro, pero no que no se hubiera publicado.
La razón de ello está al alcance de cualquier persona mínimamente informada: Pujol era el “pope” intocable que se necesitaba para tener a Cataluña tranquila, sin los actuales sobresaltos independentistas; y, además, el grupo parlamentario que estaba sometido a sus dictados en las Cortes Generales venía muy bien para conjugar mayorías que permitieran la investidura de los respectivos presidentes, daba lo mismo si lo eran del PP o del PSOE, en tiempos de minorías mayoritarias. Eso los sabe hasta el más necio. Por tanto, ¿por qué nos rasgamos ahora las vestiduras? Más de uno debería rendir cuentas de estas complicidades, pero eso no va a suceder como todos lo sabemos, y no sería imposible que haya una componenda que impida que la familia Pujol vaya a donde están los pequeños delincuentes, aquellos que roban para comer, no para asegurar la vida de hijos, nietos y bisnietos sin pegar palo al agua. No sé usted, querido lector, al menos yo estoy indignado, muy indignado.
De aquellos lodos estos barros. Hoy estamos ante una situación de máxima incertidumbre de futuro y de una inestabilidad política e institucional absolutamente absurda, irracional e idiota, pues no tiene ni pies ni cabeza.
Quienes han permitido el engorde de los nacionalistas, por interés, por mirar hacia otro lado, o por no saber hacerles frente, no están exentos de responsabilidad.
La primera responsabilidad, y origen de todo este problema, fue la de los constituyentes de 1978, que tuvieron un acierto –el salvar los difíciles escollos para traernos una democracia más aparente que real- pero muchos errores, uno de los mayores el de contemplar la redacción logomáquica de “la indisoluble unidad de la nación española” al mismo tiempo que se “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades” en lugar de redactar algo así como “la Constitución proclama como indisoluble la unidad nacional” que tenía mucho más sentido, pues el reconocer “nacionalidades” al tiempo que la constatación de la “nación española”, es tanto como admitir que España es una “nación de naciones” que es como decir que mi gato es un gato de gatos. O hay una nación o hay naciones, pero una nación con varias naciones es, además de tautológico una estupidez, sea quien sea el que lo dice, y aunque lo contemple la Constitución. Es que no tiene sentido, pero sirve de plataforma retórica para quienes han trabajado para la ruptura de España. Primer grave error del que ahora tenemos unas consecuencias de las que se derivarán padecimientos imprevisibles para todos nosotros, ciudadanos que votamos aquella Constitución, los que no la votaron y quienes no han podido hacerlo por edad, es decir mis hijos y nietos. Tal como está redactado en la Constitución es un infortunio, pues “reconocer y garantizar nacionalidades” es admitir que éstas existían antes de la Constitución, lo que no es cierto, aparte de que no se sabe qué criterios lógicos de carácter histórico se puedan esgrimir desde la racionalidad, no desde el sentimiento, para diferenciar lo que eran regiones de lo que se consideran nacionalidades? No hay realidad objetiva alguna desde el rigor histórico, salvo la más absoluta discrecionalidad y arbitrariedad, o la pura invención. La misma discrecionalidad y arbitrariedad con la que algunos postulan ahora la independencia para Cataluña.
¿Qué es una nacionalidad? ¿En qué se diferencia una nacionalidad de una nación? De este batiburrillo terminológico vacío de contenido semántico y de precisión jurídica viene esta situación en la que nos encontramos, abonada desde el Título VIII de la Constitución que arbitraba dos vías para acceder a la autonomía según se consideraran nacionalidades o regiones, rompiendo el principio de igualdad ante la ley, y la unidad, equilibrio y solidaridad del Reino de España. Todo para satisfacer a quienes apuntaban hacia el desguace de la nación española desde aquellos momentos de incertidumbre política y de transición a un marco de convivencia. No solamente no se logró integrar a los nacionalistas secesionistas, sino que hemos tenido que padecer décadas de terrorismo en el País Vasco y diferentes intentos de desestabilización política e institucional, hasta llegar en la actualidad a situaciones de sedición y rebelión contra la Constitución y las instituciones que se soportan en ella.
Sin perjuicio de defender la Constitución por ser nuestro marco de democracia, libertad y pluralidad viene a ser hora de reconocer los errores en su redacción por si vienen tiempos de reforma, para corregirlos.
El inefable Gonzalo Fernández de la Mora ya lo advertía en su libro “Los errores del cambio” en 1986, con una visión prospectiva que estremece. Destaco un párrafo de ese libro: “Ilustres figuras de antaño ya no son españoles a secas, sino que póstumamente se han convertido en ciudadanos de una ‘nacionalidad’. En vez de España se habla de Estado español. Esto sería únicamente grotesco, si no fuese la rampa de lanzamiento, primero, de los nacionalismos, luego del antiespañolismo, y finalmente del cantonalismo o taifismo, de tan penosa memoria. Y todo ello en un continente donde naciones de tradición secular dejan de considerarse autosuficientes, renuncian a parcelas de su soberanía y se inscriben en círculos supranacionales. ¿Cabe mayor involución histórica que, en estas circunstancias, tratar de reconstruir el mapa de la España medieval, corregido y aumentado? A esto nos lleva la ambigüedad del pactismo constitucional”