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Javier Salaberria
Lunes, 30 de Noviembre de 2015 Tiempo de lectura:

La guerra del smartphone

Consuelo Ordóñez, Soraya Sáenz de Santamaría y María JiménezCOVITE (Colectivo de Víctimas del Terrorismo) junto con el OIET (Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo) organizaron el pasado 26 y 27 de noviembre las jornadas “Radicalización Violenta: de la lucha contra ETA a la prevención del terrorismo yihadista”.

 

Inauguradas en el Palacio de Miramar por la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáez de Santamaría, las jornadas contaron con especialistas de primer orden que participaron en dos mesas de trabajo: “La lucha policial contra el terrorismo en el siglo XXI” y “Terrorismo y redes sociales, una cuestión de comunicación pública”.

 

En la primera mesa estuvieron presentes Antonio Álvarez, director del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO); Juan Vicente Bilbao, jefe de Inteligencia Criminal de la Oficina Central de Inteligencia de la Ertzaintza; José María Borja Moreno, comisario jefe del Grupo de Terrorismo Internacional de la Policía Nacional; y el coronel de la Guardia Civil Valentín Díaz, de la Jefatura de Información del cuerpo.

 

En la segunda mesa hablaron dos expertos en comunicación y redes sociales: Francesc Puyol, doctor en Economía por la Universidad de Ginebra y director de Media Reputation and Intangible Center de la Universidad de Navarra; y Javier Lesaca, periodista e investigador de la George Washington University.

 

Así mismo durante las jornadas se hizo entrega del XIV Premio Internacional COVITE a los tres ciudadanos estadounidenses y al ciudadano británico que evitaron una masacre terrorista en el tren Thalys que une Amsterdam con París. Estos héroes son Spencer Stone, Alek Skarfatos, Anthony Sandler y Chris Norman, el cual recogió el premio en nombre de sus compañeros.


 

Resultaría difícil resumir en unas líneas la cantidad de información y conceptos manejados en estas jornadas, las cuales despertaron gran interés, tanto en el público como en los medios de comunicación. Pero, sin duda, podemos destacar una idea central: aunque hemos derrotado y derrotaremos al terrorismo en nuestras calles, aun queda una guerra por ganar tan importante como esa: la conquista del relato.

 

El objetivo del terrorismo es crear miedo, odio y división en la sociedad a través de daños y muertes calculados, que no son en sí mismo su objetivo prioritario. Por eso es más útil a los fines terroristas ganar el terreno del relato de la historia y del análisis político, junto con la imposición del lenguaje empleado para describir el escenario. La mayor parte de los medios de comunicación acaban usando términos que ellos imponen como “lucha armada”, “aparato militar”, “comandos”, “yihad”, “califato”, etc.

 

En palabras de la vicepresidenta del Gobierno: “Al terrorismo se le combate en el mundo de las ideas”. Por eso mismo, el estudio de los procesos de radicalización de los jóvenes a través de las redes sociales es esencial. En estas redes es donde se produce el mayor “manto de legitimación de la violencia”. Y no estamos hablando sólo del DAESH, hablamos del mundo abertzale nostálgico de ETA que aún homenajea como sus héroes a individuos que mataban poniendo bombas en los bajos de un coche o acribillando a tiros por la espalda a sus victimas indefensas. También hay que prestar atención a los movimientos neofascistas que crecen como una plaga en Europa.

 

Los presentes pudimos visionar dos vídeos recientes con homenajes de la Izquierda Abertzale a sus “héroes” caídos o encarcelados. En uno de ellos se bailaba un aurresku reverencial ante un cartel de presos de ETA, y en el otro se celebraba una “euskaldantza” con “momotxorros” alrededor de una hoguera en la que acababan quemándose las siluetas de un guardia civil y un policía.

 

Hay que explicar a estos jóvenes que un héroe es quien se juega su vida para salvar la vida de otros, no para acabar destrozando otras vidas, incluidas las de sus propios familiares. O quizás deban hacer algo más sencillo: volver su vista hacia unas víctimas, vecinos suyos, que heroicamente han soportado el dolor por la pérdida de un ser querido y el aislamiento social, renunciando a vengar sus muertos por la vía que eligieron los verdugos para evitar un mal mayor. Empatizar con las víctimas, escuchar su testimonio, sería de gran ayuda para esta juventud tan necesitada de héroes.

 

El coronel de la Guardia Civil Valentín Díaz, de la Jefatura del Servicio de Inteligencia de la Benemérita, puso un título a las jornadas: “Agur ETA; Hello DAESH”. Pero hizo hincapié en que ETA no está totalmente derrotada, cifrando en 100 las personas huidas, unos 20 de la directiva en Francia y el resto en Sudamérica. “Aun conservan armas y explosivos, material de falsificación y logística. Pretenden además perpetuarse como agente político. También tienen disidencias. Por otra parte, sólo se han esclarecido menos del 50% de sus crímenes… Así que seguimos combatiendo a ETA”, añadió el coronel Díaz.

 

De nada servirán los 10.000 miembros de ETA detenidos desde el comienzo de su actividad hasta nuestros días si perdemos el relato, olvidando a las víctimas, aceptando el discurso político de ETA o tolerando la historia y terminología que tratan de imponer aquellos que dan aliento a sus acciones y a sus ideas. La derrota no será total sin no se les derrota en el terreno de los afectos, las emociones, las lealtades y las ideas.

 

Para este combate del terror en el mundo de las ideas y de la comunicación, la colaboración ciudadana, especialmente la de las comunidades más afectadas, como la musulmana, es esencial.

 

Debemos desactivar su legitimación y su publicidad ganando el relato. Ejemplo de ello son los numerosos comunicados de las comunidades musulmanas europeas y españolas condenando los atentados terroristas y desvinculando por completo la religión musulmana de cualquiera de estos actos.

 

Pero no es suficiente con condenar. Hace falta una contranarrativa que genere nuevos valores. Especialmente en esas “caja vacías” que son los más jóvenes. Unas cajas vacías de cultura y de arraigos que representan algunas generaciones que no se identifican ni con los países de origen de sus padres ni con los países de acogida donde han nacido. O unas “cajas llenas y cerradas”. Llenas de odio hacia España y todo lo español, y cerradas a cualquier cosa que no sea “abertzale”.

 

Cuando un chaval ve frustrado su encaje social a través del estudio, del trabajo, del deporte, de la familia, busca un sentido y busca el abrazo de una comunidad. Los proyectos fascista-nihilista del DAES o de ETA son atractivos porque aciertan donde esta sociedad falla, en dar ese abrazo comunitario que demanda un joven solitario, fracasado, comunicado con el supermercado de las ideas, las lealtades y los afectos a través de su smartphone. Esa es la guerra que debemos ganar, esa guerra de la comunicación en donde podemos realizar mapas de la radicalización, en donde como apuntaba Francesc Puyol podemos hacer una grafología simbólica identificando contenidos radicales en envolturas aparentemente inocuas.

 

En esta guerra del smatphone no sólo nos jugamos la prevención de futuros actos terroristas, nos jugamos la vacuna contra el odio.

 

En el País Vasco tenemos la ventaja de la experiencia. La narrativa del odio entre los más débiles, la fascinación por la fuerza y agresividad del fascismo del signo que sea, es una constante en el ser humano. Cuanto más débil, más exaltado. Cuanto menos razones, más gritos. Cuanto menos raíces, más fanatismo. Cuanto menos cultura, más violencia.

 

Los propios líderes terroristas tiene clara una cosa: “Hay que ganar las mentes y los corazones”. Lo expresaba así el propio Al Zawahiri, líder supremo de Al Qaeda. Algo que el DAESH también ha heredado de su predecesor. Tanto que no parece un grupo terrorista con una buen gabinete de comunicación, sino un gabinete de comunicación con algunos terroristas sobre el terreno.

 

El aparato de comunicación de ETA sigue funcionando. Es posible que una vez derrotado el DAESH militarmente siga intacta su capacidad narrativa. Hay mitos difíciles de destruir: El Gran Califato Universal, la República Catalana o la Euskalherria independiente son ideas arraigadas que pasan de generación en generación. Como los virus con los antivirales, las ideas mutan y se adaptan a los tiempos que corren.

 

Será necesaria mucha inteligencia y dedicación si queremos acabar con la enfermedad y no sólo paliar sus síntomas. La mejor receta contra el odio hacia algo es sustituirlo por sentimientos positivos o de amor hacia eso que odiábamos.

 

Gandhi advertía con razón: “Lo que se obtiene con violencia, sólo se puede mantener con violencia”. Seamos creativos y ganemos en el terreno de las ideas a aquellos que tratan de imponer las suyas a tiros.

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