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Javier Salaberria
Lunes, 28 de Marzo de 2016 Tiempo de lectura:

Las maras

[Img #8447]En pleno debate europeo sobre el futuro de los refugiados el testimonio de una amiga hondureña me hizo reflexionar sobre la condición humana. Ella y su familia serían considerados en España “emigrantes económicos” y no refugiados, ya que Honduras no es considerado un país en guerra. Sin embargo el capitalismo global es una política económica que ha declarado la guerra a la humanidad, instaurando una distribución de la riqueza criminal. Así que cualquier persona que huye de la miseria es un refugiado político causado por una política global carente de escrúpulos morales.

 

Pero aún hay más. Mi amiga Rosa contó la historia de su primo Juan. Un chaval de 20 años que era taxista. Madrugaba y pernoctaba para sacarse sus lentejass con un microbús. Horas y horas en las carreteras de Tegucigalpa, una ciudad de millón y medio de habitantes aparentemente tranquila y bonita.

 

Allí hay dos tipos de impuestos que pagar y dos gobiernos paralelos. El oficial y el de las maras.

 

Las maras acuden a todo el que trabaja o produce algo y no puede permitirse un ejército privado que garantice su seguridad, y le reclaman un “impuesto de protección”. Ante la pasividad o complicidad de la administración, los sicarios extorsionan a cualquier trabajador, pequeño empresario o comerciante para que contribuyan al mantenimiento de éstas a cambio de protección. En caso de impago son ejecutados impunemente. No sólo con armas blancas. Las maras poseen un arsenal mejor dotado que el de la propia policía o ejército hondureño: subfusiles, repetidoras, granadas, proyectiles, bombas lapa...

 

La población está asustada y completamente secuestrada ante la pasividad de una administración corrupta hasta las trancas.

 

La familia de Juan supo que éste había salido a trabajar y no había vuelto esa noche. Se temieron lo peor. Su madre empezó a mover a la familia para pagar el rescate. Es habitual secuestrar a los que no pagan para pedir un rescate. Juan no podía pagar a la mara porque había tenido una avería en el motor de su microbús y llevaba sin trabajar una semana. “Dejadme trabajar y os pagaré. No ha sido culpa mía, el bus se averió y no he ganado nada esta semana. La avería también me costó mucha plata”... El mensajero le advirtió: “No sirven las disculpas, paga o atente a las consecuencias”.

 

La madre de Juan estaba esperando una petición de rescate cuando le avisaron que su hijo había aparecido en unas cajas de verdura en el mercado. No habían tardado ni 24 horas en ejecutarlo. Rosa teme ahora por su propio hermano, también taxista, también extorsionado por las maras, y está haciendo todo lo posible e imposible por traerlo a España.

 

¿Es esto un caso de “emigración económica”?

 

Si condenamos a la inmensa mayoría de la población mundial a vivir en unas condiciones inaceptables para cualquiera de nosotros, ¡oh maravillosos seres superiores de la civilización occidental!, no podemos ser luego tan hipócritas de calificar el instinto de supervivencia como oportunismo económico.

 

Refugiado de guerra no sólo es el que huye del exterminio de los campos de concentración o de las bombas químicas y de racimo. No sólo es aquel al que unos colonos o guerrilleros integristas religiosos han echado de sus casa y de sus tierras. También los son los millones de personas que huyen de una muerte segura a causa de una miseria económica y moral que es consecuencia directa de la usura multinacional que ha pervertido el comercio y las finanzas haciéndolas instrumentos de esclavitud más inhumanos que las propias instituciones esclavistas de la antigüedad.

 

Si perseveramos en nuestra hipocresía, la que autoproclamamos como Civilización Occidental está condenada a un colapso inminente, fruto de sus incoherentes valores y su ceguera autocomplaciente. ¿Cuántos horrores necesitaremos sufrir para ver con nitidez que la economía debe estar al servicio de la ética? ¿Cuánto tiempo tenemos para derribar a ese tirano que dice ser el garante de nuestras libertades?

 

La cuenta atrás ha comenzado y los cadáveres se agolpan a los pies de nuestras murallas.

 

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