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Ernesto Ladrón de Guevara
Lunes, 09 de Mayo de 2016 Tiempo de lectura:

Sobre los grandes retos para España, más o menos

[Img #8730]España no es un concepto discutible y discutido, contra lo que dijo alguien con poca sesera que nos ha llevado a una situación impensable hace tan solo un par de décadas.

 

España es una nación sin la que estaríamos desguarnecidos los ciudadanos, a merced de los  depredadores que pululan por ese mundo cainita que está agazapado a la espera del reparto del despojo.

 

Y eso, pese a unos cuantos millones de españoles desconocedores de la intrahistoria de la historia y la propia historia, afectará decisivamente a nuestro bienestar y modo de vida; con la añadidura de los daños a la psicología colectiva que supone nuestra pérdida de identidad fraguada tras siglos de existencia en común y mucha sangre derramada por antepasados que ni por lo más remoto se imaginarían el punto al que hemos llegado en la era de la información y de un presunto conocimiento que no aparece ni por asomo.

 

Nuestro talón de Aquiles en la actualidad no es la crisis sistémica en el orden económico, ni tan siquiera el paro que en el corto recorrido afecta a las condiciones básicas de vida de varios millones de nuestros conciudadanos, sino la destrucción de nuestra casa común.

 

Ese  aniquilamiento progresivo de los lazos históricos y culturales que nos unen  a los ciudadanos de la vieja Iberia supone la pérdida sustancial de nuestros rasgos más distintivos como europeos, y, por tanto, de la respetabilidad lograda con el paso de los siglos. La desconfianza en nuestro sistema de convivencia y la insolvencia colectiva en un mercado económico y político internacional más depredador que en cualquier otro momento histórico, supone la ruina en todos los órdenes y el empobrecimiento.

 

El principal problema que tenemos en esta España desnaturalizada es la existencia de un nacionalismo cuyo objetivo por antonomasia es la destrucción de la nación  y su despedazamiento. De ahí vienen los principales males que nos afectan. Pero no lo olvidemos ni nos equivoquemos, de eso son primeros responsables quienes pasando por la responsabilidad de gobierno no han sido capaces o no han querido resolver de una vez esta situación que ya se ha convertido en endémica.

 

Hay que tener en cuenta que la perdida de confianza de los agentes económicos internacionales se origina por la incertidumbre que se transmite por causa de esa constante puesta en cuestión de nuestro sistema jurídico y de nuestro entramado territorial, por la falta de sentido de Estado de nuestros representantes políticos y el cuestionamiento permanente de nuestro común sentido de pertenencia, que es un caso insólito en el mundo civilizado.

 

A esto hay que añadir una izquierda cada vez más radicalizada y antisistema que se retrotrae a momentos de la historia que creíamos superados; y, también, a la natural tendencia de los españoles a enfrentarse entre sí en un bucle interminable que se repite cíclicamente.

 

Hay, para corregir esta diabólica tendencia autodestructiva, tres retos:

 

1.- Modificar la ley electoral para acabar de una vez con el chantaje de grupúsculos nacionalistas que condicionan la formación de los gobiernos de España,  respetándose  las opciones más votadas, que es lo  mismo que aceptar el veredicto de las urnas.

           

2.- Poner requisitos de umbral electoral que impidan que unos pocos ciudadanos impongan su visión al conjunto de la abrumadora mayoría  del cuerpo electoral. Resulta agotador tener que argumentar esto y definir la democracia por su esencia.

 

3.- Poner los mecanismos sancionadores suficientes para reprimir las vulneraciones sistemáticas de la voluntad general que se expresa a través del cuerpo legislativo donde se manifiesta la soberanía nacional; es decir en la legislación derivada del tronco constitucional. También argumentar esto es francamente cansado.

 

Simplemente con estas medidas se lograría resolver la crisis permanente que afecta al Estado, que, no lo olvidemos es crisis de la propia democracia en sí.

 

Pero para que estos retos tengan aceptación en el acervo colectivo hay que hacer una revolución cultural, una recuperación de la formación humanística común,  una difusión de la verdad histórica para que todos los españoles conozcan de donde vienen y se erradiquen mitos, tópicos y mentiras de nacionalistas e izquierdistas de todo pelo  que laboran para la conformación de un nuevo imaginario colectivo y una ingeniería social que haga tabla rasa de nuestro pasado convulsionando toda la pirámide de valores que hemos heredado.

 

Para eso tenemos que acabar con la discriminación de una parte de la sociedad que no comulga con las pulsiones separatistas, tal como denunciaba la U.E. en 1999. Así, el Consejo de Europa decía entonces que era racista la discriminación del castellano en las escuelas vascas y catalanas, según un estudio realizado por la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI).  En aquel informe se dejaba constancia de las dificultades a las que se enfrentaban los niños castellanohablantes para recibir una enseñanza en su lengua y consideraba que “ese tipo de casos había que seguirlos de cerca”.

 

Este tipo de cosas que son muy graves han de ser objeto de preocupación por nuestros gobernantes; pero, para ello, es requisito imprescindible que por encima de su ideología tengan como preferencia la defensa de España como concepto. Si no ven la necesidad de España no hay nada que hacer.

 

Puesto que España no es una idea “facha” como creen unos cuantos iletrados ignorantes.  Es un proyecto común en construcción con una trayectoria histórica milenaria y eras gloriosas sin cuya comprensión no es posible  entender  la Europa actual o la creación del espacio americano tales como hoy lo conocemos. Con un legado lingüístico y cultural que abarca a más de cuatrocientos millones de ciudadanos. Y de todo eso resulta inconcebible que muchos de nuestros conciudadanos renieguen, salvo que carezcan de un conocimiento mínimo de nuestra historia común.

 

Esos son los retos sustanciales, lo demás es mera consecuencia y solamente se parchea sin dar fin a una descomposición de la que vamos a salir muy damnificados todos los españoles, también quienes son causantes directos.

 

 

 

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