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Sábado, 09 de Enero de 2016 Tiempo de lectura:

Un paseo (con aborigen) por Arrecife

[Img #2059]He pasado unos días en Arrecife, la capital de Lanzarote, y he descubierto una ciudad distinta que apenas recordaba de otras ocasiones en las que había visitado la isla canaria.

Arrecife, fundada en 1799, es hoy una urbe extrañamente mestiza, con una bahía hipnótica, y con algunas zonas a medio levantar, como si nadie supiera demasiado bien qué es lo que va a nacer allí.

 

Hay algo especial en esta tierra tan mágica como el resto de Lanzarote, una luz blanca y espesa, un viento eterno y una calma perenne en las calles que apela al visitante a enfrentarse a la vida de una forma ni mejor ni peor, pero siempre diferente. Arrecife es hoy una de las pocas capitales de España que luce con elegancia y modestia sus influencias europeas, africanas y americanas, y es también uno de los pocos lugares de este país donde la multiculturalidad se ha convertido en asimilación sin drama.

 

Volveremos a Arrecife, sin duda, porque además de todo esto y del hablar perpetuo del Atlántico que lo empapa todo, hay en esta urbe magnética excelentes alojamientos como el Gran Hotel, magníficos bares como La Recova, restaurantes modestos y encantadores como La Raspa o La Puntilla (en el Charco de San Ginés)  donde disfrutar de estupendos condumios locales e, incluso, una librería extraordinaria como El Puente. ¿Qué más se puede pedir?

 

El aborigen

 

Hay también en Arrecife un bar muy especial que aún conserva toda la fiereza de las antiguas tabernas de los años cincuenta del pasado siglo, pero que, sobre todo, encierra entre sus cuatro paredes todo la fuerza mestiza de esta ciudad. Siempre que viajo a Arrecife, y espero hacerlo muchas veces más, saboreo con calma un café en la terraza de El aborigen, porque en esta cafetería, como en el resto de la ciudad, se siente la presencia poderosa del mar cercano e inmenso y porque en la barra ajada de este local se palpa como en pocos otros lugares el caminar especial del tiempo en las regiones insulares y el no menos fascinante tumulto de pasiones, inquietudes, esperanzas, miedos y derrotas que a menudo los seres humanos desgranamos frente a una jarra de cerveza.

 

En El aborigen conviven los policías del acuartelamiento cercano con los inmigrantes ilegales recién llegados a las islas, los pescadores que desayunan tras una larga noche de pesca y los comerciantes que venden todo tipo de cacharrería electrónica, los ladronzuelos de poca monta y los ancianos que han visto pasar mucho y de todo en los alrededores del bello Castillo de San Gabriel. En "El Aborigen" se consume, en fin, esa vida rebozada de salitre que en las islas, como todos sabemos, siempre es diferente.

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