La nueva medicina alavesa
Como siempre las calles son referencia al pasado, y en el callejero de Vitoria hay recuerdo para los judíos y dentro de tal comunidad para algún galeno como es el caso del médico Antonio de Tornay, como también fue judío el primer médico contratado por el Ayuntamiento, David Oñate.
Pero no me voy a referir al siglo XV. Me quedo en los años setenta. Siempre sostuve que en las capitales de provincia los médicos tuvieron una enorme influencia social que les llevó a ser auténticos poderes políticos y civiles. En Vitoria no iba a ser menos. Cuando llegamos los jóvenes médicos hospitalarios de Barcelona para ser la nueva ola de aquella ciudad que se despertaba a la democracia tras la muerte del dictador y una transición política que los patricios vitorianos trataban de controlar -José Casanova (alcalde), Manuel Lejarreta (Presidente de la Diputación Foral), Francisco Javier Ansuátegui (Gobernador Civil de Álava), Miguel Ortiz Osés (Presidente del Consejo de Trabajadores), Jesús María Viana Santa Cruz (Presidente del Consejo de Empresarios de Álava)-
Aquellos médicos que controlaban la clase media vitoriana, desde la calle Dato y desde el Hospital "Santiago Apóstol": Joaquín Múgica; Castroviejo; los hermanos Lazpita; Braulio Garnica; los hermanos Fernández Corres; Arzamendi; Artamendi; Apraiz; Burgoa; Sádaba, etc. A los que se unían los que ejercían en las clínicas San José; Álava y Esperanza; Primitivo Prieto; Regalado; Tamarit, Calzada; San Vicente, Urquiola, Peña, los hermanos Viana, Munguira.
Había un segundo grupo. Los que de alguna forma habían estado relacionados con el magnífico Hospital de FASVA -fundación del Ayuntamiento y Diputación Foral- y con la llegada del equipo del Dr. Múgica, se vieron fuera de juego. Los encabezaba un personaje típicamente alavés. El Dr. Fernando Gómez, al que llamaban "sangrecilla" por haberse dedicado a la medicina privada relacionada con las transfusiones. Estuvo en Madrid de director de Hospital, y regresó para dirigir el Hospital Santiago; su tarjeta de presentación como médico privado constituía un retablo barroco con el que trataba de impresionar a la clientela.
El tercer grupo estaba formado por los facultativos jerarquizados con plaza de jefes de servicio por oposición en la Seguridad Social. Alfajeme, Rodríguez, Pérez Metola, Clausell, Gudelia Suarez, Merino, Azpiazu, Bautista, Sociats, Aguirrezabal, Mérida, Borderas, Caballero, etc. La relación con los anteriores nunca fue buena. Reconozco que hice uso de tal estado de ánimo para promover una competencia que beneficiara al servicio público asistencial como derecho del ciudadano alavés a la mejor medicina.
Pero en este 1978, el gran acontecimiento sería la inauguración del nuevo Hospital del barrio de Txagorritzo. Era la sustitución de una vieja Residencia Sanitaria del año 1957, por un moderno centro hospitalario que iba a suponer tres hitos poco recordados en la actualidad. 144 médicos, 389 enfermeras, 280 auxiliares de clínica, 74 auxiliares de asistencia, 129 celadores, 273 personal de oficio, cocina y lavandería, 11 personas dentro del ámbito administrativo del I.N.P. Su inauguración se produce un 20 de febrero por el primer Ministro de Sanidad de la democracia, que es recibido entre pancartas de protesta y la alegría de quienes sienten el orgullo de haber realizado un traslado y puesta en marcha en tiempo récord de un Hospital público con 650 camas, urgencias, radiodiagnóstico, laboratorios, consultas externas, escuela de enfermería, docencia MIR, área de admisión, bloque quirúrgico, rehabilitación, todo ello en siete plantas y dos más de sótano. Estamos ante nichos de empleo estable con salarios dignos; mejoras usando los modernos medios diagnósticos y terapéuticos; formación y organización de empresa pública hospitalaria alejada del paternalismo que coloca en la ciudad de Vitoria a un ingente número de ciudadanos altamente cualificados procedentes de los más avanzados lugares del país en el campo de las ciencias de la salud.
Vitoria había dado un salto en el sector servicios. Desgraciadamente, muy pronto las noticias de atentados impactaron en la sociedad y crearon desazón en muchos de los profesionales sanitarios que habían llegado a Vitoria con la ilusión de vivir en una moderna ciudad, bien comunicada y capaz de ofrecer todo lo que jóvenes familias querían para establecerse. Ya no eran sólo gentes procedentes del medio campesino o de la España pobre, eran auténticos yuppies para cambiar una población influida por la Iglesia, la milicia y la industria guipuzcoana.
Hoy, cuando la Sanidad es competencia del Gobierno Vasco, cuando se han fusionado los dos hospitales públicos, cuando el internamiento se ha ido sustituyendo por técnicas terapéuticas que no requieren ingreso, cuando la medicina se basa en guías y protocolos de actuación, cuando el economicismo ha invadido a las ciencias de la Salud, cuando los recortes y la precariedad afectan gravemente al poder adquisitivo de los trabajadores públicos, uno no tiene por menos que recordar aquella Álava de 1978, dónde los caminos del conocimiento se cruzaban entre gentes llegadas de los más diferentes lugares de una España que se desperezaba de la Dictadura y el aislamiento hacia la modernidad y la inversión en lo que con el tiempo ha sido la mejor sanidad pública del continente, y sin duda, casi sin saberlo, la mejor contrapartida -social demócrata- a la política fiscal.
Por estas fechas -1978- aun dependíamos del campus universitario de Valladolid, mirábamos con sana envidia al campus de Navarra, viajábamos a Madrid y Barcelona para seguir aprendiendo de los mejores, estábamos construyendo, desde nuestra iniciativa sanitaria, la nueva Álava desde Vitoria. Habíamos roto la endogamia de pueblo grande. No queríamos ser aldeanos ricos, queríamos ser ciudadanos del mundo occidental, éramos ajenos a las doctrinas de un tal Sabino Arana que rechazaba todo lo que no fuera vasco por apellidos, lengua y raza.
Los médicos ya no entraban a la Seguridad Social por el "dedo mandamás o las adhesiones al régimen", lo hicieron por oposición, ante unos tribunales que me ocupé personalmente fueran justos al valorar méritos y conocimientos expresos mediante examen.
Como siempre las calles son referencia al pasado, y en el callejero de Vitoria hay recuerdo para los judíos y dentro de tal comunidad para algún galeno como es el caso del médico Antonio de Tornay, como también fue judío el primer médico contratado por el Ayuntamiento, David Oñate.
Pero no me voy a referir al siglo XV. Me quedo en los años setenta. Siempre sostuve que en las capitales de provincia los médicos tuvieron una enorme influencia social que les llevó a ser auténticos poderes políticos y civiles. En Vitoria no iba a ser menos. Cuando llegamos los jóvenes médicos hospitalarios de Barcelona para ser la nueva ola de aquella ciudad que se despertaba a la democracia tras la muerte del dictador y una transición política que los patricios vitorianos trataban de controlar -José Casanova (alcalde), Manuel Lejarreta (Presidente de la Diputación Foral), Francisco Javier Ansuátegui (Gobernador Civil de Álava), Miguel Ortiz Osés (Presidente del Consejo de Trabajadores), Jesús María Viana Santa Cruz (Presidente del Consejo de Empresarios de Álava)-
Aquellos médicos que controlaban la clase media vitoriana, desde la calle Dato y desde el Hospital "Santiago Apóstol": Joaquín Múgica; Castroviejo; los hermanos Lazpita; Braulio Garnica; los hermanos Fernández Corres; Arzamendi; Artamendi; Apraiz; Burgoa; Sádaba, etc. A los que se unían los que ejercían en las clínicas San José; Álava y Esperanza; Primitivo Prieto; Regalado; Tamarit, Calzada; San Vicente, Urquiola, Peña, los hermanos Viana, Munguira.
Había un segundo grupo. Los que de alguna forma habían estado relacionados con el magnífico Hospital de FASVA -fundación del Ayuntamiento y Diputación Foral- y con la llegada del equipo del Dr. Múgica, se vieron fuera de juego. Los encabezaba un personaje típicamente alavés. El Dr. Fernando Gómez, al que llamaban "sangrecilla" por haberse dedicado a la medicina privada relacionada con las transfusiones. Estuvo en Madrid de director de Hospital, y regresó para dirigir el Hospital Santiago; su tarjeta de presentación como médico privado constituía un retablo barroco con el que trataba de impresionar a la clientela.
El tercer grupo estaba formado por los facultativos jerarquizados con plaza de jefes de servicio por oposición en la Seguridad Social. Alfajeme, Rodríguez, Pérez Metola, Clausell, Gudelia Suarez, Merino, Azpiazu, Bautista, Sociats, Aguirrezabal, Mérida, Borderas, Caballero, etc. La relación con los anteriores nunca fue buena. Reconozco que hice uso de tal estado de ánimo para promover una competencia que beneficiara al servicio público asistencial como derecho del ciudadano alavés a la mejor medicina.
Pero en este 1978, el gran acontecimiento sería la inauguración del nuevo Hospital del barrio de Txagorritzo. Era la sustitución de una vieja Residencia Sanitaria del año 1957, por un moderno centro hospitalario que iba a suponer tres hitos poco recordados en la actualidad. 144 médicos, 389 enfermeras, 280 auxiliares de clínica, 74 auxiliares de asistencia, 129 celadores, 273 personal de oficio, cocina y lavandería, 11 personas dentro del ámbito administrativo del I.N.P. Su inauguración se produce un 20 de febrero por el primer Ministro de Sanidad de la democracia, que es recibido entre pancartas de protesta y la alegría de quienes sienten el orgullo de haber realizado un traslado y puesta en marcha en tiempo récord de un Hospital público con 650 camas, urgencias, radiodiagnóstico, laboratorios, consultas externas, escuela de enfermería, docencia MIR, área de admisión, bloque quirúrgico, rehabilitación, todo ello en siete plantas y dos más de sótano. Estamos ante nichos de empleo estable con salarios dignos; mejoras usando los modernos medios diagnósticos y terapéuticos; formación y organización de empresa pública hospitalaria alejada del paternalismo que coloca en la ciudad de Vitoria a un ingente número de ciudadanos altamente cualificados procedentes de los más avanzados lugares del país en el campo de las ciencias de la salud.
Vitoria había dado un salto en el sector servicios. Desgraciadamente, muy pronto las noticias de atentados impactaron en la sociedad y crearon desazón en muchos de los profesionales sanitarios que habían llegado a Vitoria con la ilusión de vivir en una moderna ciudad, bien comunicada y capaz de ofrecer todo lo que jóvenes familias querían para establecerse. Ya no eran sólo gentes procedentes del medio campesino o de la España pobre, eran auténticos yuppies para cambiar una población influida por la Iglesia, la milicia y la industria guipuzcoana.
Hoy, cuando la Sanidad es competencia del Gobierno Vasco, cuando se han fusionado los dos hospitales públicos, cuando el internamiento se ha ido sustituyendo por técnicas terapéuticas que no requieren ingreso, cuando la medicina se basa en guías y protocolos de actuación, cuando el economicismo ha invadido a las ciencias de la Salud, cuando los recortes y la precariedad afectan gravemente al poder adquisitivo de los trabajadores públicos, uno no tiene por menos que recordar aquella Álava de 1978, dónde los caminos del conocimiento se cruzaban entre gentes llegadas de los más diferentes lugares de una España que se desperezaba de la Dictadura y el aislamiento hacia la modernidad y la inversión en lo que con el tiempo ha sido la mejor sanidad pública del continente, y sin duda, casi sin saberlo, la mejor contrapartida -social demócrata- a la política fiscal.
Por estas fechas -1978- aun dependíamos del campus universitario de Valladolid, mirábamos con sana envidia al campus de Navarra, viajábamos a Madrid y Barcelona para seguir aprendiendo de los mejores, estábamos construyendo, desde nuestra iniciativa sanitaria, la nueva Álava desde Vitoria. Habíamos roto la endogamia de pueblo grande. No queríamos ser aldeanos ricos, queríamos ser ciudadanos del mundo occidental, éramos ajenos a las doctrinas de un tal Sabino Arana que rechazaba todo lo que no fuera vasco por apellidos, lengua y raza.
Los médicos ya no entraban a la Seguridad Social por el "dedo mandamás o las adhesiones al régimen", lo hicieron por oposición, ante unos tribunales que me ocupé personalmente fueran justos al valorar méritos y conocimientos expresos mediante examen.