Sin libertad
Los adláteres de Bildu
Ayer, viernes, estuve en un acto de VOX en el Centro Cívico Judimendi, un barrio de Vitoria conquistado por las huestes de la banda terrorista ETA en los años de plomo. En aquel tiempo, mi amigo Nino Muñoz tuvo que abandonar la presidencia de la Asociación de Vecinos pese a ser una persona muy querida en el barrio y totalmente implicada en el bienestar colectivo de esa parte de la ciudad. El motivo fue el acoso que sufrió por las presiones de unos pocos vecinos bien organizados para conquistar esa asociación y someterla a los postulados y estrategia de los afines a la banda terrorista.
No voy a explicar por qué fui al mitin de VOX pues no tengo que hacerlo. Simplemente porque es un acto de libertad, condición mínima para sostener mi dignidad como persona. Me acompañaban mis otros amigos Jesús Laínz y un burgalés llamado Javier, con los que comparto largas reflexiones ontológicas sobre la naturaleza del ser humano y el futuro de España. Fui porque me dio la gana de ir, y además por solidaridad con Santi Abascal padre, hospitalizado por quebranto de su salud y candidato de ese partido, al que considero una excelente persona, y de vida y obras ejemplares. Y también por simpatía y empatía con las víctimas Ortega Lara y Vidal Abarca, que pronunciaron sus discursos junto a Santi Abascal hijo.
Pero el motivo de esta crónica no es el acto de VOX, uno más de los que se realizan en esta campaña electoral de las “vascas”, sino el intento de sabotaje que sufrió el acto.
Llegamos tarde a la celebración del acto y nos encontramos en una de las bocacalles del Centro Cívico con un grupo de unas 200 personas que rápidamente identificamos como “borrokas” por sus indumentarias y aspecto. Pasamos entre ellas simplemente por dignidad cívica, pues la calle es de todos y todos pagamos impuestos, y porque la cobardía es el mejor regalo que podemos hacer a estos liberticidas.
Cuando terminó el acto se produjeron enfrentamientos entre los antidisturbios de la policía vasca y quienes trataban de impedir un acto libre con procedimientos de coacción a los ciudadanos y sometimiento al miedo.
Cuando salíamos del local los terroristas lanzaron botellas y otros objetos a las fuerzas antidisturbios.
Relato esto para que veamos lo que hoy sigue siendo Bildu y adláteres.
Que nadie se engañe. El terrorismo de baja intensidad no ha desaparecido. Lo que ocurrió ayer merecería la detención de los asistentes por vulneración de los principios de libertad de reunión, de libertad de concurrencia electoral, y por persecución a los disidentes, es decir de resurgimiento de las prácticas bolcheviques tan conocidas por el relato histórico, según las cuales todo lo que no responda a determinados parámetros políticos ha de ser exterminado. Stalin tiene muy buenos discípulos, y eso es un grave peligro para la democracia.
Ayer, viernes, estuve en un acto de VOX en el Centro Cívico Judimendi, un barrio de Vitoria conquistado por las huestes de la banda terrorista ETA en los años de plomo. En aquel tiempo, mi amigo Nino Muñoz tuvo que abandonar la presidencia de la Asociación de Vecinos pese a ser una persona muy querida en el barrio y totalmente implicada en el bienestar colectivo de esa parte de la ciudad. El motivo fue el acoso que sufrió por las presiones de unos pocos vecinos bien organizados para conquistar esa asociación y someterla a los postulados y estrategia de los afines a la banda terrorista.
No voy a explicar por qué fui al mitin de VOX pues no tengo que hacerlo. Simplemente porque es un acto de libertad, condición mínima para sostener mi dignidad como persona. Me acompañaban mis otros amigos Jesús Laínz y un burgalés llamado Javier, con los que comparto largas reflexiones ontológicas sobre la naturaleza del ser humano y el futuro de España. Fui porque me dio la gana de ir, y además por solidaridad con Santi Abascal padre, hospitalizado por quebranto de su salud y candidato de ese partido, al que considero una excelente persona, y de vida y obras ejemplares. Y también por simpatía y empatía con las víctimas Ortega Lara y Vidal Abarca, que pronunciaron sus discursos junto a Santi Abascal hijo.
Pero el motivo de esta crónica no es el acto de VOX, uno más de los que se realizan en esta campaña electoral de las “vascas”, sino el intento de sabotaje que sufrió el acto.
Llegamos tarde a la celebración del acto y nos encontramos en una de las bocacalles del Centro Cívico con un grupo de unas 200 personas que rápidamente identificamos como “borrokas” por sus indumentarias y aspecto. Pasamos entre ellas simplemente por dignidad cívica, pues la calle es de todos y todos pagamos impuestos, y porque la cobardía es el mejor regalo que podemos hacer a estos liberticidas.
Cuando terminó el acto se produjeron enfrentamientos entre los antidisturbios de la policía vasca y quienes trataban de impedir un acto libre con procedimientos de coacción a los ciudadanos y sometimiento al miedo.
Cuando salíamos del local los terroristas lanzaron botellas y otros objetos a las fuerzas antidisturbios.
Relato esto para que veamos lo que hoy sigue siendo Bildu y adláteres.
Que nadie se engañe. El terrorismo de baja intensidad no ha desaparecido. Lo que ocurrió ayer merecería la detención de los asistentes por vulneración de los principios de libertad de reunión, de libertad de concurrencia electoral, y por persecución a los disidentes, es decir de resurgimiento de las prácticas bolcheviques tan conocidas por el relato histórico, según las cuales todo lo que no responda a determinados parámetros políticos ha de ser exterminado. Stalin tiene muy buenos discípulos, y eso es un grave peligro para la democracia.









