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Raúl González Zorrilla, director de La Tribuna del País Vasco
Lunes, 26 de Septiembre de 2016 Tiempo de lectura:

Vasco, radical y chic

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El hombre trabaja con el mimo de los antiguos artesanos, con la precisión de quienes están acostumbrados a domeñar todas esas piezas, tuercas, maquinarias, instalaciones y sistemas que a muchos, entre los que me encuentro, nos resultan tan insondables como ariscas. 

 

Mientras mantiene el parachoques de mi coche bien sujeto con una mano, con la otra busca cómo acceder a la bombilla del foco delantero y, al mismo tiempo, me detalla, intercalando su relato con tenues espasmos de esfuerzo, detalles de su trabajo. 

 

Le gusta hablar y le comento mi sorpresa por el hecho de que tanto su taller como el de su vecino, dedicado a reparar carrocerías, se encuentren repletos de vehículos, algo que se pensaría poco habitual en los tiempos de crisis que corren. “Los coches de fin de semana me van a dejar sin fin de semana”, me dice sonriendo mientras esgrime un destornillador eléctrico como si se tratara del puntero de un catedrático. En mi ignorancia, le interrogo sobre “los coches de fin de semana”, pues jamás había escuchado tal expresión, a pesar de que llevo casi tres décadas conduciendo. 

 

“Hay muchas familias guipuzcoanas que tienen dos automóviles”, me explica con paciencia y como revelando un misterio que es conocido por todo el mundo. “Uno lo utilizan habitualmente los días laborables para llevar a cabo las tareas cotidianas, ir al trabajo, hacer las compras, acompañar a los niños al colegio… ya sabe, para hacer todas esas cosas que solemos hacer todos los días. Luego están lo que yo llamo ‘coches de fin de semana’. Éstos suelen ser más lujosos, se cuidan más y con más esmero, se limpian con detalle y suelen tener muy pocos kilómetros, y son los que estas personas utilizan para las escapadas del fin de semana a la segunda residencia, a esquiar o a visitar a los abuelos. Pero, claro, estos vehículos también exigen un mantenimiento importante, porque, al no utilizarse demasiado, es conveniente prestarles más atención, revisar sus niveles y la presión de los neumáticos, sobre todo. Y nosotros, encantados, claro”. 

 

Se limpia las manos con un trapo repleto de grasa y me mira con la paciencia amable de quien sabe que su interlocutor se encuentra en un territorio ajeno que le resulta absolutamente incomprensible. “Ya ve que no es tan difícil reparar un faro”, me dice mientras me entrega las llaves del coche, y ante mi insistencia por abonarle la reparación, añade: “No se preocupe, se lo cobraré la próxima vez que vuelva. Lo mejor de los coches es que… se estropean”. Y se aleja, feliz, riéndose en silencio y limpiándose dos chorretones de aceite de la cara. 

 

Salgo del taller, situado en el Paseo de Errondo de San Sebastián, dándole vueltas al tema de los “coches de fin de semana” y pensando que la misma sociedad que realiza esta escabrosa, petulante e innecesaria exhibición de poderío económico es la misma que ha colocado a los proetarras de Bildu al frente de la Diputación Foral de Guipúzcoa o del Ayuntamiento donostiarra. Hay en este territorio, y en el resto del País Vasco, una profunda obscenidad ética en el hecho de que una colectividad enriquecida, acomodada, mimada y consentida, que representando el 5% de la población española recibe casi el 40% de las ayudas sociales que se distribuyen en el país, sitúe en la cima de su entramado institucional a un puñado de proetarras asilvestrados, fanáticos antisistema e independentistas seducidos por la violencia. 

 

Hace tres años narraba esta historia en mi libro “Territorio Bldu”, y hoy, la moraleja de ese sucedido en Guipuzcoa se extiende al resto de la comunidad vasca.

 

Tras las elecciones de ayer, los nacionalistas vascos del PNV, los proetarras vascos de EH Bildu y la extrema izquierda vasca de Podemos han conseguido el 76% de los escaños en el Parlamento de Vitoria. Y es que, en el fondo, al nacionalismo burgués acomplejado y a la izquierda “cocochera” y radical de casa a millón de euros, como la que disfruta la candidata a lehendakari por Podemos, les priva rebozarse en la barbarie. Aunque esta permanente atracción por los abismos totalitarios, sean éstos independentistas o bolivarianos, no es novedosa. Porque a estos exquisitos nacionalistas, independentistas y extremistas de izquierda, de “coche de fin de semana”, mariscada en las sociedades gastronómicas machistas, adosados distinguidos y escapadas elegantes los “finde”, ya les bautizó el escritor Tom Wolfe en 1970 con el apelativo devastador de “radical chic”.

 

El autor de “La hoguera de las vanidades” se inventó este título para describir en un relato inolvidable una lujoso fiesta dada por un puñado de intelectuales neoyorquinos enriquecidos, liderados por el músico Leonard Berstein, para “dialogar” con los portavoces de los Panteras Negras y para “entender los puntos de vista de las clases inferiores y de sus movimientos de rebeldía.” 

 


 

 

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