Viernes, 19 de Septiembre de 2025

Actualizada Viernes, 19 de Septiembre de 2025 a las 17:34:34 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Yolanda Larrea Sánchez
Viernes, 21 de Octubre de 2016 Tiempo de lectura:

Podemos joder la universidad: una oda a la intolerancia

[Img #9927]

 

Vivimos en una época difícil, es cierto. Una época tremendamente convulsa en cuanto a lo que se entiende por convivencia y respeto en términos democráticos. Es tiempo de efervescencia de nacionalismos, de ultraje a nuestros símbolos, de socavamiento de la historia de dolor y sangre, de resignificación de los términos propios de la democracia e incluso de la propia función pública. Erróneamente, se ha instaurado en la sociedad la legitimidad por parte de ésta para atacar, escrachar y humillar a toda persona por la única “tara” de ser político y, sobre todo, por parecer serlo. Ahí es quizá donde ha visto su último reducto para su necesidad de autofocalización el señor Pablo Iglesias Turrión: quitarse el traje de político y ponerse el de agitador fascistoide.

 

Y si le nombro a él es porque, directa o indirectamente -eso está por ver- es, junto con Alberto Garzón el causante de escraches como el que sufrió Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid. Ellos promueven el sometimiento de la razón a la acción, quizá porque en cuanto se usa la cabeza una se da cuenta de la especie de dictadura del proletariado estudiantil que promueve el todavía líder de Podemos en una formación totalmente jerarquizada. Se estila en ella una suerte de, perdonándome el neologismo, circulerismo totalitario: es decir, la entera absorción del joven por un círculo, por una masa que si bien en su forma parece democrática, en su contenido es completamente dictatorial. Embebidos por unas palabras que repiten como mantra, por unas ideas que una no sabe si siquiera entienden y por la grandilocuencia de ciertos términos con los cuales, alienados para la causa, se plantan en la universidad y, cámara delante, montan el pitote. E imagino que han de estar alienados porque no se entiende que, en una juventud donde en ninguno de los escalones del sistema educativo se solicita la simple y tan necesaria lectura de la Constitución española, donde -publicado en medios- la gran mayoría de los jóvenes tienen una idea vaga de ETA y ni saben quiénes fueron Fernando Buesa o Gregorio Ordóñez (porque no, narices, no lo saben), parece increíble que increpen con la cal viva a un Presidente de nuestra democracia. A no ser que, claro, otros, hayan puesto el germen… O puede que algo más según la filtración de unos mensajes de Whatsapp enviados por cuentas vinculadas a la formación morada donde se pedía la asistencia para lo que ellos llaman una “calurosa bienvenida”.

 

Así las cosas, siembran Iglesias y Garzón esa verdadera división de clases, esa continua confrontación decimonónica entre revolucionarios y “jodidos burgueses capitalistas”. Uno ganando supuestamente 120.000 euros al año, y otro habiendo tenido entre las filas de IU a integrantes de consejos de administración involucrados en las “black” y debiendo más de diez millones de euros a las arcas públicas. Así es fácil implementar esa pseudopolítica basada en el odio. Porque no hay discurso. La violencia es el discurso. Y éste cala sin remedio entre los émulos, entre aquellos votantes foco que se caracterizan por ser de corta edad y por tener una incipiente necesidad de conformar su identidad.

 

Y cuéntenme si hay cosa peor que las maneras de instruir que éstos practican. Como si los ciudadanos que creen en la Constitución y el sentido de Estado y, por supuesto, en la inviabilidad de la violencia verbal o física como vía de expresión en democracia, se hubiesen caído de un guindo. Y, de paso, fueran unos fachas. Como si la mayoría de la ciudadanía que ha elegido uno de los partidos situados dentro de los límites constitucionales viviese en otra realidad. Como si se tratasen de los prisioneros que aún continúan en la oscuridad de la caverna platónica. Los secuaces de Unidos Podemos vienen a traer la luz, porque no les interesan ciertas sombras. Pero la historia de España también es eso: luces, sí, pero también muchas sombras. Y pierdes toda la razón cuando llamas terrorista a González mientras elevas pancartas de apoyo a los terroristas que arrasaron con 856 personas. 856 sombras. Y hace falta vivir muchas vidas para tener la dignidad de solamente una de ellas, y creerse con la legitimidad de apoyar a quienes las mataron.

 

De esta efebocracia alteradita se nutren los extremistas. De este buenismo izquierdoso trasnochado. Y resulta tremebundo que Iglesias diga que es partidario de dejar hablar a González cuando fue justamente él quien no quiso dejar hablar en la Complutense a una voz tan autorizada de la política española como es la de Rosa Díez. Y es tremebundo que lo diga él cuando supuestamente fuentes policiales han reconocido a medios de comunicación la presencia de representantes de Podemos en este último ataque. Sin embargo, no sorprende.

 

Hablemos claro. Hagámoslo de una vez. Este incidente no hace más que ser el fiel reflejo del agonizante estado de parte de la Universidad pública española, plagada en sus lugares más simbólicos de podredumbre y pensamiento único. Busquen y vean el reportaje de Ciudadano Cake sobre el verdadero rostro de la Universidad Complutense de Madrid. Llegaban a contar cómo algunos de los docentes iban a clase con hojas de afiliación para sus pupilos. Una cosa más dentro de una institución que es de todo menos libre. Que, en cuestiones de convivencia y planificación, ha devaluado enormemente su compromiso con el conocimiento para ser el campo de reclutamiento de unos pocos. Que ha hecho una apuesta por la sectarización, permitiendo que se perviertan los principios y la historia. Cuán ingenuo se puede ser creyendo que en la Universidad se debía únicamente proveer de las herramientas necesarias para que los jóvenes conformasen su propia visión crítica. Y, podemos preguntarnos: ¿Es posible que en una de estas universidades un estudiante manifieste una ideología de derechas o su afiliación al Partido Popular? Difícilmente sin que éste tenga algún tipo de respuesta. Se escucha y se practica una oda a la intolerancia. Y mientras, algunos dirigentes, ante la realidad palmaria de ser unos perdedores, se lanzan a borrokizar las calles. La política, claro, es otra cosa.

 


 

 

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.