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La Tribuna del País Vasco
Miércoles, 09 de Noviembre de 2016 Tiempo de lectura:

Lo que los ciudadanos norteamericanos han dicho

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El discurso de Donald Trump, el ya nuevo presidente de Estados Unidos, es pedestre, rudo, poco ortodoxo y abrumadoramente plano de matices políticos, pero tiene una virtud importante que, equívocamente o no, los norteamericanos han valorado por encima de otros muchos otros elementos: habla de las cosas que preocupan a las personas normales.

 

Con toda probabilidad, Donald Trump se ha convertido en el nuevo presidente de Estados Unidos no tanto por sus propios méritos como por su capacidad para incidir en todos los males provocados por un casi una década de Administración Obama, que pasará a la historia como una de las peores que ha tenido Estados Unidos por su empeño obcecado en convertir los deseos caprichosos de unas minorías en norma de obligatorio cumplimiento para todos los ciudadanos.

 

En este sentido, los ciudadanos estadounidenses de a pie de calle, que nada tienen que ver con los “buenistas”, bienpensates e ignorantes izquierdistas de salón que tanto abundan en el Partido Demócrata de Nueva York y Washington, no han perdonado a Barack Obama su mostrenca sumisión a la ideología de género más desformada, su chapuza con el sistema de salud pública, su falta de coraje a la hora de apoyar a las fuerzas policiales en su lucha contra la delincuencia, su abandono de responsabilidades para combatir eficazmente la amenaza terrorista y su discurso permisivo y contemporizador con los totalitarismos islamistas y comunistas.

 

En el ámbito internacional, el legado que el Partido Demócrata de Barack Obama deja a los ciudadanos norteamericanos resulta absolutamente desolador, especialmente después de haber firmado un vergonzante acuerdo nuclear con Irán, tras haber legitimado más de medio siglo de dictadura comunista cubana, tras haber sembrado el caos en Siria e Irán alentando indirectamente el surgimiento del autodenominado Estado Islámico y después de haber dejado a Europa en manos de la fuerza expansiva de Vladimir Putin.

 

Con toda probabilidad, la mayor parte de los votantes que hoy han llevado a Donald Trump a la Casa Blanca, no conocen al detalle todos los estropicios, tanto internos como externos, que ha cometido el Gobierno de Barack Obama y sus acólitos del Partido Demócrata. Pero si algo tienen los ciudadanos estadounidenses en abundancia es sentido común y es, quizás, este sentido tan poco habitual, especialmente entre las fuerzas de izquierda europeas y norteamericanas, el que les ha llevado a intuir que su país está dejando de ser el que era: que los Estados Unidos de las oportunidades para todos no han sabido expandir el crecimiento económico de los últimos años a toda la sociedad; que los Estado Unidos respetuosos, integradores e igualitarios con las minorías han pasado a convertirse, bajo el mandato del Partido Demócrata, en un país esclavo de éstas; que la tierra expansiva y siempre abierta a la inmigración está siendo incapaz de poner fin a los flujos migratorios incontrolados; que la tierra del individualismo, la libertad personal y el derecho a la seguridad está cediendo al comunitarismo más grosero y desnortado, y que, en definitiva, los millones de hombres y mujeres emprendedores y anónimos de Florida, Texas, Nevada o Illinois, ya no son quienes hacen el país, sino unas elites económicamente bien engrasadas, de la Costa este o de California, que poco o nada tienen que ver con el espíritu de los padres fundadores de esta nación.

 

Quienes, recién elegido Donald Trump como presidente de Estados Unidos ya han comenzado a cacarear sin control sobre “la amenaza que se cierne sobre el mundo”, sobre los “temblores del planeta” o sobre “lo que se nos viene encima”, han de recordar que, a diferencia de lo que ocurre en la gran mayoría de los países de Europa, y especialmente en España, la fortaleza y el equilibrio del sistema institucional norteamericano garantiza que ninguna Administración ni ninguna figura presidencial, por muy convulsa que ésta sea, pueda cambiar drásticamente el sistema político, económico o social del país y, de hecho, nunca ha ocurrido de este modo. ¿Por qué ese interés en asustar a los ciudadanos? ¿Por qué ese empeño reiterado, persistente y profundamente manipulador en considerar como “peligroso” a todo aquel. o a todo aquello, que no coincide con el pensamiento socialdemócrata politicamente correcto?

 

Quizás, si encontramos la respuestas a estas preguntas hallaremos también las claves para entender las razones que explican la victoria inapelable de Donald Trump.

 



   

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