Victoria de Trump: lecciones sin aprender
Como motivo de las últimas elecciones generales españolas publiqué en este espacio un análisis sobre el programa sobre inmigración que presentaba la coalición Unidos Podemos. Empecé mostrando mi sorpresa por un hecho sorprendente: España era el único país de Europa que contando con una proporción alta de inmigrantes (12%) ignoraba en el debate electoral esta realidad de una forma total y absoluta. Con el añadido que las fuerzas de izquierda presentaban programas que supondrían unos efectos políticos, sociales y económicos de gran intensidad y calado.
Apenas ha pasado medio año y el triunfo de Trump ha demostrado que me quedé corto. No es sólo respecto a ese tema, sino que nuestros políticos son incapaces de comprender que en este mundo en acelerado cambio hay debates que no podemos obviar ni un minuto más. Mientras algunos periodistas y analistas sí que han reflexionado sobre lo qué ha pasado y porqué, nuestra clase política ha quedado paralizada. Al margen de determinadas claves que sólo son entendibles desde una perspectiva interna a los EE.UU., la elección de este histriónico y contradictorio personaje nos ha puesto sobre la mesa al menos tres problemáticas de mucho calado en la realidad española, que casi un mes después nadie ha querido abordar.
La primera es cómo lo políticamente correcto se ha convertido en una Ley de Mordaza, que ahoga todo tipo de debate sobre cuestiones sociales que nos afectan a todos. Aunque en España estamos más atrasados que en Norteamérica, ya se empieza a visualizar una progresiva toma de conciencia de que la menor duda sobre la verdad revelada es ahogada bajo un torrente de descalificaciones e insultos. Y esto no puede seguir así: más argumentos y menos insultos.
La segunda cuestión es relativa a los tratados de libre comercio. Con la única excepción de Podemos, IU y otros grupos arriscados, ni PP, ni PSOE, ni Ciudadanos, han abierto un debate sobre la ola proteccionista que nos viene encima. Tampoco se han querido dar por enterados que todo lo ocurrido durante este azaroso 2016 va a afectar decisivamente a los procesos de integración europea. ¿Apretamos el acelerador para avanzar más? ¿Abrimos una moratoria de unos años y en vez construir más Europa, nos centremos en salvar lo que hay? Cuando hay partidos con posibilidades de gobierno prometiendo referéndums para salir de la Unión Europea, nuestros representantes se refugian en el silencio espeso.
El último tema es el de la inmigración. Como han señalado numerosos analistas, este aspecto ha sido uno de los desequilibrados del resultado. En las últimas décadas más de 30 millones de inmigrantes, la mayoría ilegales, han afluido a los Estados Unidos y su sociedad da signos de que su paciencia se ha agotado. Para Trump ha sido fundamental, porque sus propuestas en este campo le han permitido incluso conseguir votos entre las minorías cuando todo, absolutamente todo, apuntaba a una debacle entre estos grupos. Después de haber expulsado a 2,8 millones de ilegales durante el mandato Obama, los demócratas han sido incapaces de comprender que los primeros afectados por la inmigración ilegal son los inmigrantes ya asentados. Así, algunos traicionaron su tradicional voto demócrata y otros muchos se quedaron en casa. También esta problemática ha sido el cemento que ha unido a grupos de votantes de Trump muy diferentes y diversos: todos coincidían en esta materia.
Al no asumir un debate serio en esta materia, la clase política española nos aboca a un fin igual de abrupto y brusco. Hasta ahora, el apagón informativo por parte de los medios ha sido eficaz a la hora de evitar que hubiera efectos políticos, pero el ejemplo norteamericano nos dice que hoy las redes sociales pueden llevar la conciencia a nivel de calle y entonces la unanimidad mediática puede fracasar.
Y aunque no lo quieran ver, en esta materia, el cambio empieza a ser evidente de modo que España es cada vez menos diferente de Europa. Hay signos que comunicadores y líderes, deberían atender.
A pesar de tener detrás importantes fuerzas políticas, sindicales y sociales junto el apoyo entusiasta de los medios de izquierda, las últimas movilizaciones a favor de inmigrantes y refugiados han tenido escaso seguimiento. En las redes sociales se palpa cómo va disminuyendo el eco de su causa mientras aumenta el eco de las denuncias, unas veces reales, otras no tanto, de los efectos de la inmigración en nuestra sociedad. Poco a poco, la presión va subiendo y cada vez es más evidente que la base social de la izquierda está dando la espada a los inmigrantes. Aún no se ha dado el salto que se está produciendo en Europa, donde el tradicional votante izquierdista da en proporciones sorprendentes su voto a la ultraderecha, pero la situación está evolucionando con sorprendente rapidez. La discusión no es si tendremos “una Le Pen”, sino cuando la o le tendremos.
Desde una perspectiva democrática y progresista el panorama no puede ser más desalentador. Los partidos, todos los partidos, siguen paralizados, incapaces de entender que el tiempo se acaba, que falta poco para que se evidencie la insostenibilidad de los planteamientos de los últimos años.
Las exageraciones y manipulaciones de grupos ultras y racistas no pueden ocultar que de mantenerse un crecimiento sostenido de inmigrantes, en especial de ciudadanos procedentes de países con poca o nula afinidad cultural con el nuestro, la situación se nos irá de las manos. En este campo hay margen para aplicar medidas que ya han implantado países de la Unión Europea, Canadá o Australia. Lo que Occidente se está discutiendo ya no es tanto la justicia o injusticia de la política inmigratoria, sino la sostenibilidad de los sistemas de protección social y la cohesión interna, en peligro de colapsar por los acelerados de incrementos de población foránea (Observar imagen al final de este texto).
Por el contrario nuestros partidos, siguen aferrados al silencio o al discurso buenista. Los secesionistas no se dan cuenta que pagarán ante el electorado su apuesta por “desespañolizar” sus territorios mediante inmigrantes del tercer mundo, preferentemente de origen musulmán.
El PP tiene que aprender de la Administración demócrata: como no vendan lo que hacen en la materia (expulsiones, devoluciones en caliente, CIE, orden público, permisos de trabajo, etc.) la población va a tener la imagen de que se desentiende del problema y le dará la espalda.
Ciudadanos ha perdido la frescura y valentía inicial, muestra un miedo paralizante y de este tema, como de otros “políticamente correctos”, ya no quiere saber nada, con lo que está dinamitando sus posibilidades de ser el dique que impida que los grupos xenófobos y populistas de derecha saquen tajada en este tema.
El PSOE actual, sumido en la contradicción de que a la vez es sumiso y seguidista del secesionismo y Podemos, con lo que hacen suyo buena parte del discurso “buenista” y por otro lado tiene un envejecido electorado que es particularmente hostil a este fenómeno. Así introduce matizaciones e interesantes reflexiones que no vemos en otras fuerzas de la izquierda, pero no se traducen en propuestas concretas con lo que no les servirá de nada.
De Podemos ya hemos hablado, anclado en el inmovilismo más extremo, por lo que nos quedan las dos fuerzas nacionales “desahuciadas”.
Vox, al borde del colapso, ha decidido apostar por este tema, con un tono radical, con algunos toques preocupantes por su cercanía a la xenofobia, pero cuyo resultado está por ver dado que sigue con planteamientos que el electorado considera muy derechas (ejemplo el tema del aborto) que harán muy difícil que pueda crecer entre el votante de izquierdas, hasta ahora el caladero natural de los grupos populistas europeos. Convencerles de la “traición” de sus fuerzas políticas tradicionales, siendo vistos como un PP-bis, es misión casi imposible, pero cuando se está al borde del colapso, hay que arriesgar y en eso han sido valientes.
UPYD desde su fundación fue una fuerza adelantada anticipando los problemas que durante esta gran crisis han estado en el centro de la discusión política, pero en este tema ha decidido ponerse de perfil. Al renunciar a ser la única fuerza de izquierdas que ofrezca un mensaje claro, realista y firme en esta materia, que con claridad apueste por la restricción mientras tengamos los actuales niveles de paro, de precariedad y de bajos salarios, está sellando su destino y lo que es peor, va a permitir que ese hueco sea ocupado por populistas xenófobos y racistas. En el próximo Congreso veremos si consuman el suicidio o si tienen el valor de ser la única alternativa progresista en esta materia. Una pena, porque aún tienen margen para plantear cuestiones claves como que las interpretaciones sobre los derechos humanos no pueden estar en exclusiva en manos de oenegés que se benefician económicamente de los programas públicos de atención a los inmigrantes. Que se puede implantar una política que, en lo posible, impida que la presión suba a niveles insostenibles y a la vez combatir un discurso maniqueo, xenófobo y victimista que a la postre alimente a los ultras. Que defender con contundencia la seguridad ciudadana es una obligación ineludible para evitar la estigmatización de los inmigrantes ya establecidos en España. Ellos decidirán si consuman lo que parece un inevitable suicidio.
El tiempo se acaba. La acelerada evolución desde la crisis de los refugiados sirios y los terribles sucesos de Colonia demuestran que no se puede seguir con la cabeza bajo el ala. Hasta ahora se ha evitado hablar del tema para impedir que grupos extremistas sacaran tajada del tema, pero como se dice en economía, rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras. Este modelo se ha agotado: el Brexit y el triunfo de Trump lo han demostrado dramáticamente.
¿Aprenderán nuestros políticos?
![[Img #10198]](upload/img/periodico/img_10198.png)
Como motivo de las últimas elecciones generales españolas publiqué en este espacio un análisis sobre el programa sobre inmigración que presentaba la coalición Unidos Podemos. Empecé mostrando mi sorpresa por un hecho sorprendente: España era el único país de Europa que contando con una proporción alta de inmigrantes (12%) ignoraba en el debate electoral esta realidad de una forma total y absoluta. Con el añadido que las fuerzas de izquierda presentaban programas que supondrían unos efectos políticos, sociales y económicos de gran intensidad y calado.
Apenas ha pasado medio año y el triunfo de Trump ha demostrado que me quedé corto. No es sólo respecto a ese tema, sino que nuestros políticos son incapaces de comprender que en este mundo en acelerado cambio hay debates que no podemos obviar ni un minuto más. Mientras algunos periodistas y analistas sí que han reflexionado sobre lo qué ha pasado y porqué, nuestra clase política ha quedado paralizada. Al margen de determinadas claves que sólo son entendibles desde una perspectiva interna a los EE.UU., la elección de este histriónico y contradictorio personaje nos ha puesto sobre la mesa al menos tres problemáticas de mucho calado en la realidad española, que casi un mes después nadie ha querido abordar.
La primera es cómo lo políticamente correcto se ha convertido en una Ley de Mordaza, que ahoga todo tipo de debate sobre cuestiones sociales que nos afectan a todos. Aunque en España estamos más atrasados que en Norteamérica, ya se empieza a visualizar una progresiva toma de conciencia de que la menor duda sobre la verdad revelada es ahogada bajo un torrente de descalificaciones e insultos. Y esto no puede seguir así: más argumentos y menos insultos.
La segunda cuestión es relativa a los tratados de libre comercio. Con la única excepción de Podemos, IU y otros grupos arriscados, ni PP, ni PSOE, ni Ciudadanos, han abierto un debate sobre la ola proteccionista que nos viene encima. Tampoco se han querido dar por enterados que todo lo ocurrido durante este azaroso 2016 va a afectar decisivamente a los procesos de integración europea. ¿Apretamos el acelerador para avanzar más? ¿Abrimos una moratoria de unos años y en vez construir más Europa, nos centremos en salvar lo que hay? Cuando hay partidos con posibilidades de gobierno prometiendo referéndums para salir de la Unión Europea, nuestros representantes se refugian en el silencio espeso.
El último tema es el de la inmigración. Como han señalado numerosos analistas, este aspecto ha sido uno de los desequilibrados del resultado. En las últimas décadas más de 30 millones de inmigrantes, la mayoría ilegales, han afluido a los Estados Unidos y su sociedad da signos de que su paciencia se ha agotado. Para Trump ha sido fundamental, porque sus propuestas en este campo le han permitido incluso conseguir votos entre las minorías cuando todo, absolutamente todo, apuntaba a una debacle entre estos grupos. Después de haber expulsado a 2,8 millones de ilegales durante el mandato Obama, los demócratas han sido incapaces de comprender que los primeros afectados por la inmigración ilegal son los inmigrantes ya asentados. Así, algunos traicionaron su tradicional voto demócrata y otros muchos se quedaron en casa. También esta problemática ha sido el cemento que ha unido a grupos de votantes de Trump muy diferentes y diversos: todos coincidían en esta materia.
Al no asumir un debate serio en esta materia, la clase política española nos aboca a un fin igual de abrupto y brusco. Hasta ahora, el apagón informativo por parte de los medios ha sido eficaz a la hora de evitar que hubiera efectos políticos, pero el ejemplo norteamericano nos dice que hoy las redes sociales pueden llevar la conciencia a nivel de calle y entonces la unanimidad mediática puede fracasar.
Y aunque no lo quieran ver, en esta materia, el cambio empieza a ser evidente de modo que España es cada vez menos diferente de Europa. Hay signos que comunicadores y líderes, deberían atender.
A pesar de tener detrás importantes fuerzas políticas, sindicales y sociales junto el apoyo entusiasta de los medios de izquierda, las últimas movilizaciones a favor de inmigrantes y refugiados han tenido escaso seguimiento. En las redes sociales se palpa cómo va disminuyendo el eco de su causa mientras aumenta el eco de las denuncias, unas veces reales, otras no tanto, de los efectos de la inmigración en nuestra sociedad. Poco a poco, la presión va subiendo y cada vez es más evidente que la base social de la izquierda está dando la espada a los inmigrantes. Aún no se ha dado el salto que se está produciendo en Europa, donde el tradicional votante izquierdista da en proporciones sorprendentes su voto a la ultraderecha, pero la situación está evolucionando con sorprendente rapidez. La discusión no es si tendremos “una Le Pen”, sino cuando la o le tendremos.
Desde una perspectiva democrática y progresista el panorama no puede ser más desalentador. Los partidos, todos los partidos, siguen paralizados, incapaces de entender que el tiempo se acaba, que falta poco para que se evidencie la insostenibilidad de los planteamientos de los últimos años.
Las exageraciones y manipulaciones de grupos ultras y racistas no pueden ocultar que de mantenerse un crecimiento sostenido de inmigrantes, en especial de ciudadanos procedentes de países con poca o nula afinidad cultural con el nuestro, la situación se nos irá de las manos. En este campo hay margen para aplicar medidas que ya han implantado países de la Unión Europea, Canadá o Australia. Lo que Occidente se está discutiendo ya no es tanto la justicia o injusticia de la política inmigratoria, sino la sostenibilidad de los sistemas de protección social y la cohesión interna, en peligro de colapsar por los acelerados de incrementos de población foránea (Observar imagen al final de este texto).
Por el contrario nuestros partidos, siguen aferrados al silencio o al discurso buenista. Los secesionistas no se dan cuenta que pagarán ante el electorado su apuesta por “desespañolizar” sus territorios mediante inmigrantes del tercer mundo, preferentemente de origen musulmán.
El PP tiene que aprender de la Administración demócrata: como no vendan lo que hacen en la materia (expulsiones, devoluciones en caliente, CIE, orden público, permisos de trabajo, etc.) la población va a tener la imagen de que se desentiende del problema y le dará la espalda.
Ciudadanos ha perdido la frescura y valentía inicial, muestra un miedo paralizante y de este tema, como de otros “políticamente correctos”, ya no quiere saber nada, con lo que está dinamitando sus posibilidades de ser el dique que impida que los grupos xenófobos y populistas de derecha saquen tajada en este tema.
El PSOE actual, sumido en la contradicción de que a la vez es sumiso y seguidista del secesionismo y Podemos, con lo que hacen suyo buena parte del discurso “buenista” y por otro lado tiene un envejecido electorado que es particularmente hostil a este fenómeno. Así introduce matizaciones e interesantes reflexiones que no vemos en otras fuerzas de la izquierda, pero no se traducen en propuestas concretas con lo que no les servirá de nada.
De Podemos ya hemos hablado, anclado en el inmovilismo más extremo, por lo que nos quedan las dos fuerzas nacionales “desahuciadas”.
Vox, al borde del colapso, ha decidido apostar por este tema, con un tono radical, con algunos toques preocupantes por su cercanía a la xenofobia, pero cuyo resultado está por ver dado que sigue con planteamientos que el electorado considera muy derechas (ejemplo el tema del aborto) que harán muy difícil que pueda crecer entre el votante de izquierdas, hasta ahora el caladero natural de los grupos populistas europeos. Convencerles de la “traición” de sus fuerzas políticas tradicionales, siendo vistos como un PP-bis, es misión casi imposible, pero cuando se está al borde del colapso, hay que arriesgar y en eso han sido valientes.
UPYD desde su fundación fue una fuerza adelantada anticipando los problemas que durante esta gran crisis han estado en el centro de la discusión política, pero en este tema ha decidido ponerse de perfil. Al renunciar a ser la única fuerza de izquierdas que ofrezca un mensaje claro, realista y firme en esta materia, que con claridad apueste por la restricción mientras tengamos los actuales niveles de paro, de precariedad y de bajos salarios, está sellando su destino y lo que es peor, va a permitir que ese hueco sea ocupado por populistas xenófobos y racistas. En el próximo Congreso veremos si consuman el suicidio o si tienen el valor de ser la única alternativa progresista en esta materia. Una pena, porque aún tienen margen para plantear cuestiones claves como que las interpretaciones sobre los derechos humanos no pueden estar en exclusiva en manos de oenegés que se benefician económicamente de los programas públicos de atención a los inmigrantes. Que se puede implantar una política que, en lo posible, impida que la presión suba a niveles insostenibles y a la vez combatir un discurso maniqueo, xenófobo y victimista que a la postre alimente a los ultras. Que defender con contundencia la seguridad ciudadana es una obligación ineludible para evitar la estigmatización de los inmigrantes ya establecidos en España. Ellos decidirán si consuman lo que parece un inevitable suicidio.
El tiempo se acaba. La acelerada evolución desde la crisis de los refugiados sirios y los terribles sucesos de Colonia demuestran que no se puede seguir con la cabeza bajo el ala. Hasta ahora se ha evitado hablar del tema para impedir que grupos extremistas sacaran tajada del tema, pero como se dice en economía, rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras. Este modelo se ha agotado: el Brexit y el triunfo de Trump lo han demostrado dramáticamente.
¿Aprenderán nuestros políticos?