Pascual Tamburri, en busca de la verdad
Aún estoy conmocionado. Navarra, y por extensión España, ha perdido a una persona de gran importancia intelectual a la que la muerte no ha dejado desarrollar todo lo que hubiera sido posible proyectar de sí mismo, de sus altas capacidades y formación académica.
El pasado viernes, por la tarde, recibí una llamada del director de La Tribuna del País Vasco -y más tarde otra de Fernando Vaquero-. Inmediatamente pensé que el motivo sería alguna cuestión relacionada con mi habitual colaboración con ese periódico digital, pero me soltó el latigazo que me dejó con el alma en un vilo: “Pascual Tamburri ha muerto”. Ahora mismo no sé cuál fue mi respuesta, mi reacción. Creo que se me escapó un taco, una exclamación irreproducible. No daba crédito. Hacía dos días que le escribí un email, de los muchos que yo le enviaba alabándole los profundos artículos que redactaba en varios medios de comunicación, entre otros éste en el que compartíamos espacio como columnistas. Su respuesta fue diciéndome que mi artículo sobre Navarra también era bueno, a lo que le contesté que formábamos un buen equipo.
La llamada de nuestro amigo Raúl González Zorrilla me dejó noqueado. ¿Cómo íbamos a suponer que un hombre joven, dinámico, vitalista, optimista en su realismo acuciante, generoso y bueno, amable, inteligente, versado en mil disciplinas del ámbito humanístico y por tanto humanista que nos recordaba a los personajes del Renacimiento, ensayista, amante como nadie de su Navarra y luchador para que no la desnaturalizaran quienes ahora ocupan el poder aprovechándose de la fragmentación parlamentaria, etc, iba a morir, repentinamente, como si Dios quisiera arrancarnos de la vida a alguien querido para recordarnos que somos efímeros, y que estamos de paso?
Aún estoy conmocionado. Navarra, y por extensión España, ha perdido a una persona de gran importancia intelectual a la que la muerte no ha dejado desarrollar todo lo que hubiera sido posible proyectar de sí mismo, de sus altas capacidades y formación académica.
Fue doctor en Historia Medieval y licenciado en Derecho y Ciencias Políticas. No es cuestión hacer en un artículo en recuerdo de Pascual Tamburri -por necesidad de espacio conciso- un relato de su vida y obra, pues sería demasiado prolijo y extenso. Pero todo ello lo voy a resumir en una reflexión: fue un hombre en búsqueda de la verdad. Un apasionado de la verdad. La verdad como actitud, la verdad como indagación, la verdad como contraposición a la falsedad, a la manipulación, al adoctrinamiento político. La verdad como postura ante la vida.
La verdad siempre es incómoda para el que la descubre, pues deshace tópicos, moviliza las conciencias, rompe posturas anquilosadas, destruye falacias interesadas, mitos, construcciones cognitivas al servicio de intereses mezquinos, mata la simiente de la ignorancia como germen de esclavitudes, de servilismos tiránicos. Pero la verdad, aunque libera y nos emancipa, es comprometida, nos sume en riesgos, nos aproxima al ostracismo, nos arranca del sopor, de la tranquilidad de lo cotidiano, de la rutina.
Así fue Pascual. Podía con su amplio currículum académico y profesional haber vivido una existencia tranquila, apacible. Incluso haber tenido notables éxitos en todos los órdenes, pero prefirió el compromiso, la denuncia sutil, educada, pero siempre armada de razones y argumentos incontestables, sólidos, probados desde el rigor y soportados en las fuentes del conocimiento más allá de la simple opinión.
Gracias, Pascual, por tu magisterio, por tu autoridad académica, por tu bondad basada en la búsqueda incesante de la verdad. Gracias por ser tan amable, cercano, cordial, civilizado en un mundo convulso donde los valores se desmoronan.
Nos has dejado rotos, consternados, pero tu estela nos alumbra.
El pasado viernes, por la tarde, recibí una llamada del director de La Tribuna del País Vasco -y más tarde otra de Fernando Vaquero-. Inmediatamente pensé que el motivo sería alguna cuestión relacionada con mi habitual colaboración con ese periódico digital, pero me soltó el latigazo que me dejó con el alma en un vilo: “Pascual Tamburri ha muerto”. Ahora mismo no sé cuál fue mi respuesta, mi reacción. Creo que se me escapó un taco, una exclamación irreproducible. No daba crédito. Hacía dos días que le escribí un email, de los muchos que yo le enviaba alabándole los profundos artículos que redactaba en varios medios de comunicación, entre otros éste en el que compartíamos espacio como columnistas. Su respuesta fue diciéndome que mi artículo sobre Navarra también era bueno, a lo que le contesté que formábamos un buen equipo.
La llamada de nuestro amigo Raúl González Zorrilla me dejó noqueado. ¿Cómo íbamos a suponer que un hombre joven, dinámico, vitalista, optimista en su realismo acuciante, generoso y bueno, amable, inteligente, versado en mil disciplinas del ámbito humanístico y por tanto humanista que nos recordaba a los personajes del Renacimiento, ensayista, amante como nadie de su Navarra y luchador para que no la desnaturalizaran quienes ahora ocupan el poder aprovechándose de la fragmentación parlamentaria, etc, iba a morir, repentinamente, como si Dios quisiera arrancarnos de la vida a alguien querido para recordarnos que somos efímeros, y que estamos de paso?
Aún estoy conmocionado. Navarra, y por extensión España, ha perdido a una persona de gran importancia intelectual a la que la muerte no ha dejado desarrollar todo lo que hubiera sido posible proyectar de sí mismo, de sus altas capacidades y formación académica.
Fue doctor en Historia Medieval y licenciado en Derecho y Ciencias Políticas. No es cuestión hacer en un artículo en recuerdo de Pascual Tamburri -por necesidad de espacio conciso- un relato de su vida y obra, pues sería demasiado prolijo y extenso. Pero todo ello lo voy a resumir en una reflexión: fue un hombre en búsqueda de la verdad. Un apasionado de la verdad. La verdad como actitud, la verdad como indagación, la verdad como contraposición a la falsedad, a la manipulación, al adoctrinamiento político. La verdad como postura ante la vida.
La verdad siempre es incómoda para el que la descubre, pues deshace tópicos, moviliza las conciencias, rompe posturas anquilosadas, destruye falacias interesadas, mitos, construcciones cognitivas al servicio de intereses mezquinos, mata la simiente de la ignorancia como germen de esclavitudes, de servilismos tiránicos. Pero la verdad, aunque libera y nos emancipa, es comprometida, nos sume en riesgos, nos aproxima al ostracismo, nos arranca del sopor, de la tranquilidad de lo cotidiano, de la rutina.
Así fue Pascual. Podía con su amplio currículum académico y profesional haber vivido una existencia tranquila, apacible. Incluso haber tenido notables éxitos en todos los órdenes, pero prefirió el compromiso, la denuncia sutil, educada, pero siempre armada de razones y argumentos incontestables, sólidos, probados desde el rigor y soportados en las fuentes del conocimiento más allá de la simple opinión.
Gracias, Pascual, por tu magisterio, por tu autoridad académica, por tu bondad basada en la búsqueda incesante de la verdad. Gracias por ser tan amable, cercano, cordial, civilizado en un mundo convulso donde los valores se desmoronan.
Nos has dejado rotos, consternados, pero tu estela nos alumbra.