Terrorismo islamista y terroristas musulmanes
Tras los recientes atentados islamistas de Barcelona y Finlandia, que se suman a la larga lista de crímenes que el totalitarismo musulmán ha provocado en Europa y en Estados Unidos a lo largo de los últimos meses, el mensaje principal de la clase política, mediática y cultural sigue girando sobre las mismas reflexiones vacuas, genéricas y éticamente indecentes de siempre: "lo importante es la unidad", "esta es una lucha global contra el terror", "todos somos víctimas", etc.
Estos son los mensajes políticamente correctos, de rendición y sumisión, que están acabando con nuestra civilización, silenciada, domeñada y esclerotizada hasta la sinrazón por una idiocia socialdemócrata, ignorante, buenista y bienpensante, sin capacidad, sin deseo y sin voluntad para defender los valores y los principios de libertad, tolerancia e igualdad sobre los que se asienta Occidente.
El terrorismo que corroe nuestras sociedades, que quiebra nuestras libertades y que rompe nuestra seguridad, tiene nombres y apellidos: se construye intelectualmente sobre una ideología islamista y está protagonizado por hombres y mujeres de religión musulmana.
El terrorismo islamista es el totalitarismo del siglo XXI y, en Occidente, se alimenta, crece, se oculta y se abraza a los herederos de los grandes movimientos totalitarios del siglo XX: comunistas y nacionalistas. Y a estos hay que vigilar de cerca, porque bajo el nombre de Podemos, Bildu, CUP o tantos otros similares, son los auténticoa caballos de Troya de los bárbaros.
El Islam y el Corán jamás han aportado nada bueno, históricamente, a ninguna civilicación: solo aniquilación, sangre, violencia y guerra. Y hay que actuar en consecuencia: debemos controlar la inmigración musulmana hacia los paises occidentales, convertida ya en una invasión en todo regla, más que en un movimiento poblacional; hay que cerrar mezquitas y centros de culto musulmán, convertidos desde hace años en escuelas patrocinadores del odio y la yihad contra Occidente; estamos en guerra, y Occidente ha de utilizar sus recursos militares para luchar contra el terror, no para que nuestros barcos militares se pongan a disposición de miles de "refugiados" infiltrados de terroristas; las fuerzas de seguridad que defienden nuestra democracia, nuestras libertades y nuestro sistema de convivencia han de estar y verse, orgullosas, en nuestras calles; hay que cortar de raíz ayudas, recursos y subvenciones a quienes no demuestren una asunción sin fisuras de los valores occidentales; hay que romper todo tipo de lazos políticos y ecónomicos con países patrocinadores e impulsores del terrorismo islamista, como Irán o Arabia Saudí, entre otros.
Y, sobre todo, debemos decir muy alto y muy claro que Occidente, levantado sobre 5.000 años de tradición judeocristiana y construido sobre el gran legado grecorromano, es, sin lugar a dudas, la creación más grande y mejor del ser humano, y que debemos defenderlo como lo es: la esencia más depurada de nuestra civilización.
Hay que defender Occidente, sí, de los bárbaros abanderados del Islam, pero también de la izquierda política y el nacionalismo radical que, desde dentro, utilizan la agresión musulmana para acabar con nuestra libertad.
Tras los recientes atentados islamistas de Barcelona y Finlandia, que se suman a la larga lista de crímenes que el totalitarismo musulmán ha provocado en Europa y en Estados Unidos a lo largo de los últimos meses, el mensaje principal de la clase política, mediática y cultural sigue girando sobre las mismas reflexiones vacuas, genéricas y éticamente indecentes de siempre: "lo importante es la unidad", "esta es una lucha global contra el terror", "todos somos víctimas", etc.
Estos son los mensajes políticamente correctos, de rendición y sumisión, que están acabando con nuestra civilización, silenciada, domeñada y esclerotizada hasta la sinrazón por una idiocia socialdemócrata, ignorante, buenista y bienpensante, sin capacidad, sin deseo y sin voluntad para defender los valores y los principios de libertad, tolerancia e igualdad sobre los que se asienta Occidente.
El terrorismo que corroe nuestras sociedades, que quiebra nuestras libertades y que rompe nuestra seguridad, tiene nombres y apellidos: se construye intelectualmente sobre una ideología islamista y está protagonizado por hombres y mujeres de religión musulmana.
El terrorismo islamista es el totalitarismo del siglo XXI y, en Occidente, se alimenta, crece, se oculta y se abraza a los herederos de los grandes movimientos totalitarios del siglo XX: comunistas y nacionalistas. Y a estos hay que vigilar de cerca, porque bajo el nombre de Podemos, Bildu, CUP o tantos otros similares, son los auténticoa caballos de Troya de los bárbaros.
El Islam y el Corán jamás han aportado nada bueno, históricamente, a ninguna civilicación: solo aniquilación, sangre, violencia y guerra. Y hay que actuar en consecuencia: debemos controlar la inmigración musulmana hacia los paises occidentales, convertida ya en una invasión en todo regla, más que en un movimiento poblacional; hay que cerrar mezquitas y centros de culto musulmán, convertidos desde hace años en escuelas patrocinadores del odio y la yihad contra Occidente; estamos en guerra, y Occidente ha de utilizar sus recursos militares para luchar contra el terror, no para que nuestros barcos militares se pongan a disposición de miles de "refugiados" infiltrados de terroristas; las fuerzas de seguridad que defienden nuestra democracia, nuestras libertades y nuestro sistema de convivencia han de estar y verse, orgullosas, en nuestras calles; hay que cortar de raíz ayudas, recursos y subvenciones a quienes no demuestren una asunción sin fisuras de los valores occidentales; hay que romper todo tipo de lazos políticos y ecónomicos con países patrocinadores e impulsores del terrorismo islamista, como Irán o Arabia Saudí, entre otros.
Y, sobre todo, debemos decir muy alto y muy claro que Occidente, levantado sobre 5.000 años de tradición judeocristiana y construido sobre el gran legado grecorromano, es, sin lugar a dudas, la creación más grande y mejor del ser humano, y que debemos defenderlo como lo es: la esencia más depurada de nuestra civilización.
Hay que defender Occidente, sí, de los bárbaros abanderados del Islam, pero también de la izquierda política y el nacionalismo radical que, desde dentro, utilizan la agresión musulmana para acabar con nuestra libertad.