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Enrique Arias Vega
Miércoles, 20 de Septiembre de 2017 Tiempo de lectura:

Razones para el pesimismo

[Img #12212]Ni siquiera durante mi actividad antifranquista (dos años y medio en el PSUC) pude aventurar que mi país viviría 40 años tan maravillosos como estos últimos. Con todas sus imperfecciones, el peor de ellos supera con mucho en bienestar, libertades y derechos al mejor durante la dictadura de Franco.


En esta hora de pesimismo histórico que me atenaza, al menos puedo consolarme diciendo, como en el tango de Carlos Gardel, “que me quiten lo bailao”.


Porque razones para el pesimismo las hay, en un momento en que se cuestiona lo conseguido, se tacha de poco democrático el sistema político en que vivimos (mientras no se critica a otros, desde Cuba hasta Corea del Norte, o desde Libia a Zimbabue), y se pretende poner todo patas arriba.


A falta de otras alternativas creativas, la única que se pretende es trocear España, en vez de integrarla en entidades de mayor universalidad y alcance. En una exaltación desaforada de particularidades, egoísmos y discrepancias, reinventamos una historia que nunca existió, convertimos en un conflicto étnico la Guerra de Sucesión, en que unos españoles (y bastantes extranjeros) lucharon unos contra otros para un imponer un rey de todos, y olvidamos deliberadamente la existencia de magníficos catalanes en la política, como Juan Prim, o en la literatura, como Josep Pla.


La ingenua o malévola ignorancia colectiva está en el fondo de mi pesimismo personal. Ahora, por ejemplo, releo la novela Zumalacárregui, de Pérez Galdós, sobre la primera guerra carlista, y en ella se aprecia el afán indómito de los campesinos vascos y navarros no en imponer ningún particularismo diferencial, sino en llevar a Madrid como rey de todos los españoles al infante Don Carlos.


Estamos, pues, en una época en la que las ansias de demolición se imponen a las de creación, con una onda expansiva que alcanzará a una Europa sentada en el polvorín de aspiraciones nacionalistas, atenazada por su paralizador miedo irracional a una gran cantidad de radicales islamistas en su seno y con una clamorosa ausencia de cooperación entre sus líderes para restañar tantas fisuras como se avecinan.    

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