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Domingo, 01 de Octubre de 2017 Tiempo de lectura:
Editorial conjunto de los directores de La Tribuna del País Vasco y de La Tribuna de Cartagena

El triunfo de la sedición y la derrota del Estado democrático

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Escribimos hoy el editorial más triste de nuestras vidas, escribimos ese editorial que jamás pensamos –ni en la peor de nuestras pesadillas- que podríamos llegar a escribir un día. Escribimos este editorial conjunto para La Tribuna del País Vasco y para La Tribuna de Cartagena como un concierto para cuatro manos pero sin música de fondo o, de tener que elegir una melodía, habría de ser un réquiem.


La sedición ha triunfado en Cataluña. España, desde hoy, deja de ser lo que durante cientos de años de historia ha sido: una nación grande e indivisible. El presidente del Gobierno nos prometió que no habría urnas y, pese a habernos mentido en tantas ocasiones, esta vez decidimos creerle; sabiendo que se habían enviado a Cataluña casi el 30% de las fuerzas antidisturbios de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, era lo único a lo que podíamos acogernos, a la palabra del presidente del Gobierno de España ante un acto de sedición, nuestra última esperanza. Y ha habido urnas, ha habido tantas urnas que sólo se han desactivado el 13% de los colegios electorales dispuestos, quién sabe cómo ni de qué manera, de un día para otro.


Se nos prometió que los Mossos de Escuadra actuarían bajo un mando único, un todopoderoso coronel de la guardia civil que habría de meter en cintura a la díscola policía autonómica catalana. Y también nos mintieron. Los Mossos de Escuadra han actuado en plena convivencia y colaboración con los organizadores del referéndum, no sólo no han impedido que se abrieran los colegios electorales sino que, además, en las pocas actuaciones que ha habido de la Policía Nacional y la Guardia Civil han alentado a los sublevados y han llegado, incluso, a enfrentarse con el resto de Fuerzas de Seguridad del Estado todas, según nos prometieron, bajo un solo y único mando del Ministerio de Interior.


Nos prometieron desde el Gobierno de España una respuesta adecuada y proporcional a  cada acto de rebeldía que se creara y no ha sido detenido ni un solo mando de la policía autonómica, ni un solo consejero y, mucho menos, el presidente de la Generalidad. Se fletaron tres cruceros (como si la Armada Española no dispusiera de busques militares, pero era mejor que el Ejército no se dejara ver en Cataluña) con siete mil camas a bordo y se encontraban, en la región catalana, casi 40.000 agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil (“en una peligrosa e imperdonable encerrona”, como lo ha calificado Pérez Reverte), con la orden expresa de no usar la fuerza bajo ningún concepto. Y hoy, policías nacionales y guardias civiles, o han permanecido acuartelados y sin intervenir por órdenes superiores, o lo han hecho para ser pisoteados por las turbas separatistas y ninguneados por la policía mercenaria de Puigdemont y sus secuaces.


Hoy han vencido los sediciosos, los traidores, los golpistas, porque se han saltado las leyes democráticas a los ojos de todo el mundo, y no ha pasado absolutamente nada. Siguen mancillando las instituciones que gobiernan, siguen difundiendo su doctrina totalitaria sin que se produzca ninguna consecuencia y siguen delinquiendo, corrompiendo, manipulando y robando la democracia española, con el apoyo rastrero y miserable de la práctica totalidad de los medios de comunicación, y con el mirar a otro lado del Gobierno inane de Mariano Rajoy, de una cobarde Jefatura de las Fuerzas Armadas y de un rey absolutamente inútil y dimisionario.


Hoy han vencido los independentistas porque, realmente, han hecho los que les ha dado la gana ante ojos aterrados de millones de españoles que no podían creer lo que estaban viendo: sus fuerzas de seguridad, atacadas; sus leyes, desbordadas; su confianza en el Estado, por los suelos; su seguridad en el futuro, inexistente; su patria, mancillada; todas sus certidumbres, volatilizadas. Pero, además, hoy ha vencido la extrema-izquierda como opción política, ideológica, social y cultural aireada por una chusma inmensa de hombres y mujeres que, impunemente, han dicho bien alto y bien claro que impondrán su doctrina totalitaria, que es mejor ser un facineroso que un ser humano honrado, que tiene premio golpear a un policía, que es divertido utilizar a niños como escudos humanos y que no es tan importante ser hombres y mujeres responsables y demócratas como formar parte de una turba fanatizada e integrista que tiene como único objetivo quebrar el orden institucional vigente.


Hoy, los más rastreros, los más canallas y los más sinvergüenzas de cada casa han sido ascendidos a categoría de héroes por una horda de politicastros, intelectuales, periodistas, analistas y demás ralea, fruto de un sistema educativo en manos de los más ignorantes y fanáticos del lugar, que ha dibujado otra forma de golpismo, éste de corte ideológico y cultural: el que traiciona orgulloso, satisfecho y encantado nuestra democracia, nuestro bienestar, nuestro desarrollo, nuestros principales valores y nuestras creencias más compartidas.


Hoy ha triunfado la sedición en el aspecto más extenso de la palabra.  Probablemente en días, quién sabe si en horas, será proclamada, o no, la República Catalana. Pero ya da lo mismo. Y es que lo auténticamente cierto es que España, tal y como la conocimos, ya no existe. Porque los golpistas han arrasado definitivamente, con el silencio atronador del Gobierno del PP y con la complicidad casi delictiva del PSOE, con nuestra normativa legal, con décadas de convivencia trabajosamente labrada, con cualquier atisbo de justicia, con nuestra confianza en el país y con nuestras previsiones de porvenir para nuestros hijos. Hoy, el único futuro que atisbamos los ciudadanos simplemente decentes es un desierto dominado por los bárbaros ante el mutismo cómplice de quienes, como el rey Felipe VI o el Ejecutivo de Mariano Rajoy, no quisieron, no supieron o no se atrevieron a defender las libertades de millones de españoles simplemente decentes.
 

 

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