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Antonio Ríos Rojas
Martes, 17 de Octubre de 2017 Tiempo de lectura:

Un vehículo avanza y acelera

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Aquella fiesta sin banderas, de camisetas y globos blancos que pudo presenciarse en distintas ciudades españolas ante el temor de que un día después España se inundara de banderas nacionales, fue el intento desesperado de volver a poner en marcha un camión que lleva años amenazando a España. El camión era rojo de fábrica, pero utilizando el  perfecto camuflaje contemporáneo del pacifismo y el diálogo, se le revistió de blanco para la ocasión. Seguirán camuflándose, pero que nadie se confunda; es el mismo vehículo.


El camión, exhibiendo su rojo original, salió del garaje con la crisis económica. Llevaba casi ochenta años sin salir, pero con un buen lavado quedó como nuevo.  Gente de buena voluntad pensó que fue justo que arrancara y que saliera del garaje. Muchos creyeron que era un camión de bomberos, dispuesto a extinguir los fuegos de la crisis y de la corrupción de PSOE y PP. Obligaban de alguna forma a que los políticos enderezaran, aunque fuera sólo una pizca, su inalterable y distante omnipotencia.  Y la omnipotencia ya no era atributo ni de Dios ni del héroe, sino de gente ramplona que sólo destacaba por una combinación de suerte y falta de escrúpulos. Así pues, muchos vieron justo que el camión rebajara la altanera omnipotencia de los señoritos de cortijo. Pero pocos se dieron cuenta de quiénes eran los sujetos que iban al volante de aquel camión, así como tampoco del gusto de estos por pisar el acelerador (¿de quién lo habrán aprendido o quién los habrá imitado?).

 

No se trataba de apagafuegos, sino de pirómanos. Esta última palabra está hoy en boca de todas las ideologías. Pero hay que utilizarla con rigor. Estos conductores son los verdaderos pirómanos. La crisis y la corrupción fue en realidad una excusa para estos conductores incendiarios formados por un grupo de niñatos, la mayor parte de ellos pijos, que superaban su nulidad –unos- y sus ansias megalómanas del más infantil romanticismo –otros- creyéndose los perdedores de la guerra, y cuyo objetivo era devolver a España a la situación frente populista de 1936. Zapatero, demostrando que la ingenuidad buenista es en política el mayor de los males, había preparado el camino, pero estos conductores estaban dispuestos a recoger el guante, la horma de Zapatero; traían algo más, mucho más; un odio reconcentrado y la creencia de ser una casta superior, moral e intelectual, a lo que fue sumando una financiación sospechosa. No se movían como Zapatero, hacia todos lados, cual pollo sin cabeza –en realidad como marioneta del liberalismo progre- pidiendo empatía y tolerancia; estos conductores sabían contra qué y contra quiénes dirigir el vehículo. No es un marxismo lo que les anima en primera instancia, sino la más devastadora progresía, esta vez gozosamente consciente de su propia capacidad destructiva.
    

Pero he aquí que pese a la hedionda corrupción del PP, el partido liberal,  aún llamado de derechas, no sin el sacrificio de muchos españoles, parecía estar sacando a España de la crisis. Las inversiones crecían, y tras años de grave sequía, volvían a brotar oposiciones públicas e iniciativa privada en cantidad. Aún se padecía -y se padece-, pero el horizonte comenzaba, si no a despejarse, sí al menos a mostrarse más tranquilo. La mejora significaba, claro está, una prolongación del llamado “estado del bienestar”, que no es la panacea, que no es un “Estado perfecto” sin afectados -esto no existe sino en mentes infantiles tipo PSOE zapateril-, pero al menos no acontecía la ruina que amenazó con hundirnos en la miseria, ruina que sólo temen quienes realmente han sufrido carestía y devastación y han salido de ella.


Y ante esta situación de mejora, los conductores, ya en marcha y a velocidad que superaba la permitida, jaleados por otros fans del camión rojo, el socialismo ingenuo, el socialismo podemita y los separatismos, pisaron el acelerador. “Ahora o nunca” –debieron pensar-. “No podemos dejar que España se reestablezca o ya no tendremos oportunidad de asaltar el poder para nuestras particulares conveniencias”. Fue un ataque, un atentado a la desesperada, y el campo preferentemente minado fue básicamente internet y los medios de comunicación. Esta masa, esta casta masiva que se sueña con superioridad moral e intelectual, que está convencida, entre tantas cosas, de que nadie que sea conservador puede ser culto, leído, interesante, de que quien es conservador es escoria, un paria mental; esta masa, experta en volver las pocas verdades del revés,  bombardea incesantemente con las difamaciones más viles. Fuertemente ideologizados se alimentan, se autoengañan, sueñan en colores para devastar en blanco y negro –se trata de mentes enfermas-. El camión en marcha era un intento camicace, un atentado contra el país, calcado –con alguna variación temporal- al del separatismo catalán y el Frente Popular del 34-36. Sólo que ahora la chusma es mayor que entonces y es experta en extender el virus por internet. El curso del camión acelerado no ofrecía expectativas halagüeñas para España.


Mas he aquí que los últimos acontecimientos en Cataluña, los últimos atentados ocasionados por el camión multicolor, salido de la misma fábrica que el camión rojo, provocan lo inesperado. Cientos de miles de españoles y catalanes enarbolan la bandera de España y hacen creer a muchos que el espíritu patriótico -aunque de escasa categoría-, no ha muerto del todo en este país. Movidos algunos con sensata emoción por el lacónico discurso del rey, animados muchos al son de Manolo Escobar y emocionados otros con algún vídeo fraterno de los éxitos de “la Roja”, miles de españoles salieron a las calles de Barcelona y del resto de España. Pese a estos motores de tan escasa potencia espiritual –no puede esperarse más en esta época de hombres arbustos-, no dejó de ser emotivo ver a tantos compatriotas quitándose los complejos que desde decenios contaminan  nuestra libertad, saliendo con las  banderas que simbolizan la unidad de un país y buscando, aunque sin medios suficientes, imitar en altura y fortaleza a los robles.


Y… ¿qué pasó con el camión? El motor aún funciona -ya lo creo- y los conductores no se han bajado. Identificados ya por muchos como camicaces que arremetían contra el corazón y la integridad de España,  parecían haber frenado bruscamente al ver a los españoles superando una represión psíquica y manifestándose orgullosos de su país. Pero no, el sistema de frenado de este vehículo letal tiene un defecto de fábrica. No pudiendo, no sabiendo frenar, han aprovechado su arte más propio, el amago, el engaño consciente, y han pintado de blanco el camión, como ya pintaran autobuses de otros colores, arrojando globos de ese mismo color por las ventanillas. No se engañen, pues en realidad, enloquecidos de rabia porque en España volviera a resurgir un orgullo de amor patrio, no han frenado sino tan sólo han tomado otra calle, un atajo, que ha de conducirles a la misma meta. Al son de “sin banderas”, “por el diálogo” –“parlem”-, camuflado a la perfección el cuerpo de color blanco y camuflada el alma de esa pedagogía pacifista para mediocres que pretende enseñarnos  que no existen delincuentes que se reinserten sin diálogo –ellos también incluyen  entre los delincuentes aquellos que hacen cumplir la ley-, y siempre al son de la poderosa palabra mágica “empatía”, palabra que identifica a un pedante, a una mente adolescente o a un progre -¿qué diferencia hay?-, no pretenden sino que se dialogue “en condiciones de igualdad” para desembocar en un referéndum pactado que permita obtener a Cataluña y al País Vasco los injustos privilegios que reclaman, terminando así por romper España.

 

¿Cabe un peligro mayor? El camión que nos amenaza y que ha acelerado por la avenida más transitada de nuestro país revistiéndose de blanco, no puede tolerar que en España surja un brote de orgullo español porque el combustible con el que se mueve ese vehículo es precisamente su odio a España, a su historia, a su bandera, a su ser; pues las pocas ocasiones en las que hablan de patria se refieren por ella al suelo español que ellos devastarán para hacer germinar el estado frente populista. De blanco, “Parlem”. Ya es hora de que nuestro país clame con voz unánime que el único diálogo y el único entendimiento que puede haber con los golpistas catalanes es el que señaló José Bono, el diálogo y el entendimiento de éstos con el juez. Cuando el español entienda este asunto inmediato, será hora de frenar en las urnas al camión blanco, al camión rojo.
    

 

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