Los toros
Hace muchísimos años —con toda seguridad demasiados— un amigo de juventud me invitó a una corrida de toros. Fue en el coso de la calle Játiva, en Valencia. A los otros dos toreros ni siquiera los recuerdo; a Dámaso Alonso, sí.
Mi relación con la tauromaquia oscila entre el cero y la nada, pero jamás me veréis entre la neurótica e insufrible calderilla antitaurina.
Ni torista ni torerista. Nada. Sin embargo, tengo la sospecha de que cuando los toros desaparezcan de España, las matanzas humanas seguirán existiendo al socaire de la ONU y las siempre adiposa verborrea ecopacifista.
Hace muchísimos años —con toda seguridad demasiados— un amigo de juventud me invitó a una corrida de toros. Fue en el coso de la calle Játiva, en Valencia. A los otros dos toreros ni siquiera los recuerdo; a Dámaso Alonso, sí.
Mi relación con la tauromaquia oscila entre el cero y la nada, pero jamás me veréis entre la neurótica e insufrible calderilla antitaurina.
Ni torista ni torerista. Nada. Sin embargo, tengo la sospecha de que cuando los toros desaparezcan de España, las matanzas humanas seguirán existiendo al socaire de la ONU y las siempre adiposa verborrea ecopacifista.











