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Raúl González Zorrilla, director de La Tribuna del País Vasco
Viernes, 12 de Octubre de 2018 Tiempo de lectura:

España

 

Hoy, Día de la Hispanidad, hay que situarse, más que nunca, frente al golpismo secesionista de extrema izquierda que busca romper nuestro país porque, en el fondo, el totalitarismo nacional- socialista, ese que mana de la alianza pútrida del PSOE con toda la chusma independentista y bolivariana que pulula a lo largo y ancho de diferentes regiones españoles, sabe con certeza que si consigue quebrar nuestra nación logrará abatir nuestra historia, nuestros hábitos, nuestros valores, nuestra estirpe y nuestro legado.

 

No debemos engañarnos. Quienes avalados por el PSOE buscan una Cataluña independiente quieren abrir una nueva era. Se ven a sí mismos como un antes y un después en los anales de Europa, como la punta de lanza de un movimiento independentista y anarcosocialista que ha de acabar de una vez por todas con la civilización occidental, de la que España forma parte esencial, y con los valores, los modos y las costumbres que caracterizan a ésta y que son responsables de los niveles más altos de progreso, desarrollo y bienestar que los seres humanos hemos alcanzado jamás.

 

Para mí, cuando alguien trata de desgarrar España está intentando resquebrajar más de veinte siglos de nuestro legado judeocristiano, otras tantas centurias de nuestra herencia grecolatina, un idioma, el español, que es una de las grandes conquistas de la cultura universal, y una historia grandiosa que solamente puede entenderse desde la integridad de una nación que ha sido protagonista principal de no pocos de los más grandes acontecimientos que han jalonado con mayúsculas la historia de la humanidad.

 

Entiendo a quienes sienten España como algo casi sagrado y deífico, intensamente espiritual, que trasciende la realidad cotidiana de los individuos, de los colectivos o del territorio que la conforman. Pero ese no es mi sentimiento hacia España.

 

Para mí, España, es el tañer de las campanas en centenares de ermitas esparcidas por los campos de Castilla, es un barco gallego empequeñecido en medio del Atlántico, es la belleza de un olivo, es Covadonga, son nuestros templos romanos, las capillas románicas, las catedrales góticas, las plazas mayores, los conventos, las iglesias barrocas y los edificios modernistas.

 

Para mí, España, como gran parte de Europa, es Velázquez y es Goya, es el espíritu celta, es la pionera Universidad de Salamanca, es la Generación del 98, y es parte fundamental de un sistema de creencias que adora a la mujer, a la Dama de Elche, a las madres vascas o a nuestras grandes guerreras. España es el Cantar del Mio Cid, es el amor cortés, son los cruzados liberando Tierra Santa, es don Pelayo emprendiendo la Reconquista y son Fernando de Aragón e Isabel de Castilla liberando Granada.

 

Para mí, España, son las guerras y batallas de nuestros antepasados, son los valores de mis abuelos, el esfuerzo trabajador de mi padre, las historias de mi madre y, sobre todo, el saberse parte de una unidad indivisible que de Compostela a Palos y de Barcelona a Huelva ha lidiado a lo largo de los siglos con todo tipo de sucesos y aconteceres. Sucesos y aconteceres que nos han hecho más grandes, más libres y, creo, vamos a ver pronto si es así, más fuertes.

 

Hoy, más que nunca, hay que decir que no al totalitarismo golpista del Gobierno y del Parlamento catalán; hay que decir que no al Gobierno socialista de Pedro Sánchez, tan legal como ilegítimo, vergonzante y miserable; hay que decir que no a las amenazas guerracivilistas de la extrema-izquierda; hay que decir que no a quienes tratan de convertir a Cataluña en la gran puerta de entrada a Europa de la barbarie islamista y de la estulticia bolivariana; hay que decir que no a quienes adoran a los verdugos y escupen a las víctimas; y, especialmente, hay que decir que no a quienes solamente buscan convertir no pocas regiones y provincias de España, en algunos casos auténticos territorios perdidos para nuestra país, en arietes con los que poner fin y acabar con la democracia, la libertad, las creencias y los valores que compartimos desde tiempos inmemoriables.

 

Hoy, más que nunca, hay que decir, simplemente, que no. Que no pongan sus sucias manos sobre España.

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