Pablo Iglesias y Juan Manuel de Prada: ¿Un idilio?
Como novelista Juan Manuel de Prada es un autor importante, adjetivo a estimar en un mundo literario en el que domina triunfante la basura. El adjetivo cambia cuando se trata de enmarcarlo como articulista y ensayista, pues como tal, De Prada es un coloso. También en eso se parece a Chesterton. Su ensayo “Dinero, demogresca y otros podemonios” resulta imprescindible. Se trata de un diagnóstico certero de los males de la modernidad, expuesto en una prosa punzante a través del rico vocabulario de De Prada (vocabulario que los más pedantes tildan de “pedante”); diagnóstico que, más que poner el dedo en la llaga, provoca llagas redentoras a unas mentes modernas que no cesan de beber en la fuente del engaño. Sin embargo, en el quinto apartado de la obra, titulado “Podemonios”, salen a la luz multitud de asuntos que no son nuevos en el escritor, pero que al quedar referidos sin tapujos a Pablo Iglesias, “ese” –en palabras de de Prada- “joven profesor de universidad lleno de lecturas y con una teología”- alcanzan una nueva perspectiva que, en principio me resultó atrayente y luminosa, pero que a los pocos minutos se me reveló como inquietantemente luciferina.
De Prada no ha cesado jamás de señalar al capitalismo como su mortal enemigo. Al autor de “Coños” le pone no sólo el exhibirse proclamando a los cuatro vientos quién es el enemigo a batir, le pone además combatirlo abiertamente y arroja dardos envenenados a los mortales que temen al espantajo del comunismo, no habiendo reconocido aún al verdadero enemigo a batir, ya que son imbéciles e ignorantes (calificativos con los que la saeta de De Prada hiere con tanta frecuencia como con falta de puntería).
Y es que para De Prada, igual que para Chesterton, el comunismo es un hijo del capitalismo, pero un hijo rebelde, que viene a completar la obra de destrucción del mundo que ha trazado el padre. Sin embargo, pese al parentesco, la frente donde de Prada ve inscritas las palabras: “Abandonad toda esperanza los que aquí entréis”, es la frente del padre, no la del hijo. Con el hijo, de Prada es comprensivo y hasta misericordioso. La pregunta que no debe esquivarse es si Podemos es ese hijo rebelde. Y mi respuesta es clara: Podemos no es ese hijo rebelde que naciendo del seno del capitalismo toma otra senda destructiva distinta a la del padre; Podemos es más bien el hijo mimado del capitalismo, sobre todo porque Podemos no es sólo comunismo, es mucho más… un cocktail aún más terrible (de ello ha dado buena cuenta Carlos Blanco en este mismo medio en el excelente ensayo “Podemismo y lo que lleva dentro”). Sin duda que De Prada es consciente de esto, pero en esas páginas de su libro quiere presentar a un Podemos que roza lo inmaculado, un Podemos enarbolado por jóvenes que se rebelan contra el nihilismo capitalista del padre, jóvenes que son la sal de la tierra contra la podredumbre de los mandamases, los maduros y experimentados carcamales. La idealización que De Prada hace de Podemos se me antoja una broma pesada. Una relectura de Gracián disuadiría bien a De Prada, quien parece haber bebido a chorros en la fuente del engaño, tanto como –según él- ha bebido la “derechona”. Usted también ha sido engañado señor de Prada. Y no sé si preguntarle con Andrenio –¿Quién es usted que tanto ve? O preguntarle con el viejo prudente que le enseña el palacio del Engaño: -¿Quién eres tú que estás tan ciego”? (Gracián; “El Criticón”; Cátedra, p.181).
Y es que Podemos se nutre en su mayor parte de todo el ideario progre y multicultural que está en la raíz ideológica del capitalismo y del liberalismo. Se nutre sobre todo del atontamiento y anestesia de la juventud, de una “juventud fiambre” que, como bien indica De Prada en el primer punto del apartado “Podemonios”, es tarea que el capitalismo ha llevado hasta sus últimas consecuencias. Pero es que ¡por el amor de Dios!, ¡eso es lo mismo que Iglesias está dispuesto a hacer! El “demócrata tremendo” (otro de los nombres casi divinos con los que el escritor se refiere al dios morado) que se ha declarado dispuesto a dominar dictatorialmente los medios de comunicación y adoctrinar en otra dirección a la juventud es el que se ha ganado el carnoso corazón del novelista. ¡Por Dios que salta a la vista, señor de Prada, que Pablo Iglesias no es su pareja!
Al seguir la falsa pista del hijo rebelde, descartando al hijo mimado, supone de Prada que esos votantes de Podemos se han liberado del atontamiento y la anestesia a los que el padre (el capitalismo) los ha sometido, se han dado cuenta de la dictadura de la plutocracia internacional a la que han calificado como deben: “la casta”. Podemos nos ha despertado del engaño. Pero en esto, Podemos no tiene la exclusiva de la verdad; existe un pensamiento conservador que lleva decenios alertando de la casta y los clubes financieros. Véase -por citar un libro en boca de todos- el último sobre la crisis económica con el que Roca Barea cierra su magna obra “Imperiofobia y leyenda negra”.
Dice De Prada que los diagnósticos de Podemos son certeros y “sólo” se equivoca en el tratamiento, a lo que añade: “…pero más escandaloso que votar a alguien que se equivoca en el tratamiento, después de acertar en el diagnóstico, se nos antoja votar a quienes ocultan el diagnóstico, vendiéndonos el veneno como medicina” (p.98). De Prada comete el error de ver a Podemos como un brote nuevo, como algo fresco que irrumpe en un panorama dominado por plutócratas y nihilistas; por eso dice que el partido de Iglesias no puede traernos nada que no nos haya traído ya el capitalismo: la desestructuración de familias, la ideología de género en las escuelas, el fomentar la inmoralidad en los medios de masa… Todo eso –dice de Prada- no nos lo podrá traer Podemos porque lo ha traído el capitalismo. Me sorprende que de Prada sea incapaz de ver que ese espíritu que se ha hecho carne en Podemos es lo que lleva siglos inspirando e instigando al capitalismo. Dicho de otro modo, me sorprende que no sea capaz de ver que es esa bendita y pura juventud la que está imponiendo y coaccionando al mundo. Me sorprende que no tenga de Prada la suficiente imaginación cristológico-demonológica como para calibrar que ese hijo es mimado eternamente, y que estaba ya con el Padre antes de crear el mundo. Jiménez Losantos, que no es precisamente santo de mi devoción, con algo de bilis, pero también con una intuición teológica certera (toda intuición requiere bilis) se dirigía una vez a Podemos con estas palabras: “Vosotros no tenéis Padre, vosotros sois eternos, sois el mal”. Esta es una buena intuición, que rebasa el cristianismo, puesto que para esta religión el mal no es eterno, sino fruto de lo creado, los ángeles caídos y después el hombre.
Pero no cabe duda de que los artículos y ensayos de Juan Manuel De Prada están construidos magistralmente, astutamente, y por ello comienza su capítulo “Podemonios” con un elogio de la juventud. Como buen católico, el autor de “Morir bajo tu cielo” (gran novela) se ha tragado este cuento del espíritu rebelde y puro de la juventud. No me extraña que diga que Iglesias tiene una teología, pues en efecto, la tiene, y uno de los capítulos de esta teología de Iglesias es el encomiar sin límites a la juventud. De la misma forma como el mundo creado por Dios era bueno, y sólo el hombre lo torna malo, las edades del hombre individual son un vestigio de ese orden primero. La juventud manifestaría las virtudes puras, y el hombre maduro los vicios, de ahí que el joven que vota a Podemos le resulta más simpático que el hombre medio que vota al PP. Repito, más simpático el hijo que el padre. Esto es demasiado evidente y ha hecho que en la famosa entrevista para el Programa La tuerca, Iglesias presente a De Prada como un escritor “más que interesante”. Cómo no va a calificar de más que interesante a quien ha dicho de él, entre otras cosas: “Nadie podrá decir que Iglesias es un marrullero que trata de obtener ventaja de sus rivales mediante estrategias secretistas o empleando malas artes” (p.104). Por Dios que cuando leo estas cosas creo que De Prada se ha convertido voluntariamente en Bartimeo, el ciego del evangelio, y que pide a gritos -no sé si a Cristo a o sus lectores- que por favor le sea otorgada de nuevo la luz para sus ojos.
El aprecio de Juan Manuel de Prada por la rebeldía destructiva es, pese a su repetido amor al tradicionalismo, demasiado evidente. Parece simpatizar más con el nihilismo con sangre, con el nihilismo del cuerpo que con el nihilismo del alma. Él ya lo ha dicho en otros artículos, muy certeros: antiguamente la represión iba dirigida al cuerpo, hoy va dirigida al alma, y como creyente, a De Prada le espanta que “el alma” sea víctima del nihilismo, al fin y al cabo para él el cuerpo cuenta poco -sin que esto sea dicho con segundas-. Este es el motivo por el que De Prada detesta todo contractualismo, que dice que el hombre es malo por naturaleza. Para De Prada el hombre, y cómo no, el joven, es bueno por naturaleza (es decir, por creación de Dios), su alma es más pura, de ahí que el preludio con el que se abre el apartado “Podemonios” guiñe a la Arcadia feliz, a la edad dorada cervantina, y manifieste una juventud cargada de valores nobles y que sólo por la influencia del mundo, del progreso y de los vejetes carcamales se ve castrada en sus virtudes e intenciones puras. Pero yo quisiera recordarle a De Prada a un autor que él bien conoce. Dice Giovanni Papini de esa juventud que para de Prada -como para el Papa Francisco- es purísima: “Para el hombre de veinte años cualquier anciano es su enemigo; cualquier idea resulta sospechosa; cualquier gran hombre debe ser sometido a proceso; la historia pretérita parece una larga noche sólo iluminada por los relámpagos…Es la única edad fanfarrona de la vida en la que se camina con paso ágil y firme de avasalladores; la guerra es nuestro oxígeno, cualquier asedio es una fiesta, cada idea una bomba infalible” (Papini; Un hombre acabado; Cálamo, p.88-90).
Esa juventud tan “pura” que acaba quemando todo lo que considera “impuro”, ese estado de guerra es el que le gusta a De Prada cuando hace mención de la extraordinaria novela “La esfera y la cruz” de Chesterton (p.100). Un ateo y un creyente que quieren batirse en duelo a muerte, pero que el mundo no les deja. Y es que De Prada, como Iglesias, prefiere a estos apocalípticos, entienden que un mundo templado debe ser vomitado. El Cristo que le pone es el que proclama “No creáis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz sino discordia. He venido a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre…(Mt 10, 34-36). Pero este Cristo, señor De Prada, no es tan fácil de distinguir del demonio, a no ser para una mente tan preclara como la suya. De Prada desea que el liberalismo y el capitalismo paguen eternamente sus culpas. Cuando se le oye hablar de estos males se nota un deleite devorador, culinario, que deviene en un regocijo contemplativo al imaginar cómo el mundo moderno sufre eternamente por sus pecados. Así, por ejemplo, en el tema de Cataluña, De Prada justifica que un grupo social pueda decidir su futuro, y su argumento es: una sociedad que permite que los individuos cambien su naturaleza cambiando de género, cómo no va a permitir qué hacer políticamente con su futuro. Véase el deleite culinario: ¡Paga pues por tus pecados y contradicciones mundo moderno! Sin duda De Prada no es incoherente, pero su coherencia es tan inmisericorde que más que evangélica es veterotestamentaria. Al fin y al cabo se convierte él mismo en aquellos que él siempre ha denunciado, en un puritano. Al fin y al cabo, pensará, la España que vivimos nace de una constitución liberal, la peste demoniaca, que se pudra pues. Al final, De Prada caerá –y ya ha dado pistas claras de ello- en la justificación del mundo talibán y del fundamentalismo islámico, prefiriendo una sociedad religiosa a una sociedad que ignora a Dios. La vía de este fundamentalismo es conocida. Es la misma que hace a muchos ultraortodoxos judíos abominar el Estado de Israel y el sionismo por ser éstos liberales, poniéndose no sólo del lado de los palestinos, sino justificando al mismo fundamentalismo árabe.
Pero sigamos con Podemos. De Prada descalifica constantemente a esos “fachas de tertulieta” que ven en Podemos un peligro. Le pasa aquí a De Prada como a los “valientes” podemitas que insultan a los católicos, y que mejor harían en probar su valor metiéndose con el islam. Métase usted con los podemitas en lugar de con los fachas de tertulieta señor De Prada. Verá si es lo mismo o no. Y es que esos “fachas de tertulieta” serán los que, de llegar Iglesias al poder, defenderán primero las carnes de Juan Manuel de Prada de la escabechina progre y multicultural a la que nos entrega Podemos, porque Podemos no es el proletariado, no es el comunismo, no es el puro y rebelde joven. Podemos es el “lumpenproletariado”, es el hijo mimado del capitalismo que da cabida en casa del padre a toda una tropa de colegas saltimbanquis, delincuentes, vagos, maleducados, inmigrantes….(revísese la cuarta entrega del excelente estudio de Adriano Erriguel para el periódico “El Manifiesto”). No en vano todos estos podemitas son seguidores de Laclau, quien ha insistido con Marcuse y Faucoult que la revolución no vendrá de la clase obrera, clase a la que en el fondo desprecian, por ser el obrero demasiado facha, futbolero y machista... La revolución vendrá por parte de estos progres consentidos. ¡Buen espíritu joven señor De Prada!
Iglesias, más listo que el hambre, sabe muy bien que De Prada le ha dejado bien parado tanto en el libro aquí citado como en multitud de ocasiones radiofónicas, al menos sabe que le ha dejado más limpio que a otros políticos españoles. Por eso Iglesias puede prescindir de algunas frases lacerantes que De Prada dirige contra él –todo hay que decirlo-, por ejemplo en la exégesis que De Prada hace de “Los demonios” de Dostoievski, cuando Piotr Stepánovich, hijo del liberal –y nihilista a ojos de De Prada- Stefan Trofímovich, es calificado como un “cínico manipulador que no duda en servirse del prójimo para sus fines, por supuesto abomina de Cristo y de la Iglesia, de la familia y de la moral, de la propiedad y de la canalla demócrata…y desea que la sociedad humana se hunda en el lodazal que su padre ha favorecido con sus frivolidades”. Y sigue De Prada haciendo hablar a Stephanovich (Iglesias): promoveremos borracheras, chismes, denuncias, promoveremos un libertinaje inaudito, apagaremos a cualquier genio en la infancia. Todo bajo el denominador común de igualdad total” (p.96). Y es que esto se queda en nada cuando ha declarado en frases más sencillas que Iglesias está limpio como una patena. Hasta el mismo De Prada parece olvidar que Podemos no tiene otro fin que atontar y anestesiar a la juventud, y parece pasar por encima de su propia y certera exégesis de “Los demonios”.
Sí, Juan M. de Prada siente más simpatía por el hijo (al que sigue creyendo rebelde) que por el padre. Siente más simpatía por Iglesias, que por todo dirigente del PP, PSOE o Ciudadanos; y me temo que VOX aparezca ante sus ojos como el verdadero hijo mimado, un hijo fachilla, imbécil e ignorante. Iglesias supo conmover a De Prada cuando dijo: “Van a agitar el miedo, van a decir que con nosotros viene el lobo”. Bien, esto mismo ha dicho Santiago Abascal de VOX, quien además ha declarado a Podemos como su enemigo mortal. ¿Encandilará Abascal al novelista tanto como Iglesias? Repito, me temo que no.
Me parece, en suma, que el recelo al capitalismo y la modernidad, que muchos compartimos, se convierte en Juan Manuel De Prada en un odio tan extremadamente visceral y tan atroz que está dispuesto a vender su alma (o al menos una decena de páginas y alguna entrevista) al demonio; pues lo digo sin reserva alguna, ya que eso es para mí Pablo Iglesias, y con ello me ofrezco a los insultos de De Prada: imbécil, borrego e ignorante. Porque asumo y declaro que Pablo Iglesias es el hijo que viene a romper, a avasallar, a triturar… no al capitalismo, sino a lo más sagrado de entre nosotros, al arma verdadera contra el capitalismo, la fe católica y la tradición cristiana, mientras el capitalismo, aunque en la incubadora, la dejaba vivir.
Olvidemos ahora la extrema exégesis de Losantos sobre la prueba de paternidad sobre Podemos, para afirmar más realistamente, que estos sí tienen padre, o al menos madre. Son los hijos mimados del capitalismo, son hijos pues de una prostituta, pero estos hijos no son unos zascandiles rebeldes señor de Prada, sino unos auténticos “hijoputas”. Por eso, yo respondo así a la invitación de De Prada a no hacer ascos a votar a Podemos: yo prefiero votar al que me quiere matar lentamente, pues eso significará no sólo más vida, sino la posibilidad de escapar, que al que me desea matarme fulminantemente, porque no tendré opción alguna de vida, de tradición, de fe ni de esperanza. Prefiero a un liberal conservador que cae en la contradicción de unir tradición siendo a la vez siervo del nefasto progreso, que a aquellos clarividentes y puros apocalípticos que creen no caer en contradicción alguna para arrancarte no sólo las entrañas del cuerpo, sino también las del alma o ¿es que acaso cree, señor De Prada, que Iglesias no va directamente a arrancarle el alma? Confío en que mi admirado De Prada, tan creyente en los tormentos del infierno y del purgatorio, recapacite y tema que por cada palabra de alabanza, por cada tonteo con Pablo Iglesias, por cada incitación al voto a Podemos, le esperan no sólo días de terrible tormento en el Purgatorio, sino en esta vida, aunque quizás ese sea su afán, quién sabe.
Como novelista Juan Manuel de Prada es un autor importante, adjetivo a estimar en un mundo literario en el que domina triunfante la basura. El adjetivo cambia cuando se trata de enmarcarlo como articulista y ensayista, pues como tal, De Prada es un coloso. También en eso se parece a Chesterton. Su ensayo “Dinero, demogresca y otros podemonios” resulta imprescindible. Se trata de un diagnóstico certero de los males de la modernidad, expuesto en una prosa punzante a través del rico vocabulario de De Prada (vocabulario que los más pedantes tildan de “pedante”); diagnóstico que, más que poner el dedo en la llaga, provoca llagas redentoras a unas mentes modernas que no cesan de beber en la fuente del engaño. Sin embargo, en el quinto apartado de la obra, titulado “Podemonios”, salen a la luz multitud de asuntos que no son nuevos en el escritor, pero que al quedar referidos sin tapujos a Pablo Iglesias, “ese” –en palabras de de Prada- “joven profesor de universidad lleno de lecturas y con una teología”- alcanzan una nueva perspectiva que, en principio me resultó atrayente y luminosa, pero que a los pocos minutos se me reveló como inquietantemente luciferina.
De Prada no ha cesado jamás de señalar al capitalismo como su mortal enemigo. Al autor de “Coños” le pone no sólo el exhibirse proclamando a los cuatro vientos quién es el enemigo a batir, le pone además combatirlo abiertamente y arroja dardos envenenados a los mortales que temen al espantajo del comunismo, no habiendo reconocido aún al verdadero enemigo a batir, ya que son imbéciles e ignorantes (calificativos con los que la saeta de De Prada hiere con tanta frecuencia como con falta de puntería).
Y es que para De Prada, igual que para Chesterton, el comunismo es un hijo del capitalismo, pero un hijo rebelde, que viene a completar la obra de destrucción del mundo que ha trazado el padre. Sin embargo, pese al parentesco, la frente donde de Prada ve inscritas las palabras: “Abandonad toda esperanza los que aquí entréis”, es la frente del padre, no la del hijo. Con el hijo, de Prada es comprensivo y hasta misericordioso. La pregunta que no debe esquivarse es si Podemos es ese hijo rebelde. Y mi respuesta es clara: Podemos no es ese hijo rebelde que naciendo del seno del capitalismo toma otra senda destructiva distinta a la del padre; Podemos es más bien el hijo mimado del capitalismo, sobre todo porque Podemos no es sólo comunismo, es mucho más… un cocktail aún más terrible (de ello ha dado buena cuenta Carlos Blanco en este mismo medio en el excelente ensayo “Podemismo y lo que lleva dentro”). Sin duda que De Prada es consciente de esto, pero en esas páginas de su libro quiere presentar a un Podemos que roza lo inmaculado, un Podemos enarbolado por jóvenes que se rebelan contra el nihilismo capitalista del padre, jóvenes que son la sal de la tierra contra la podredumbre de los mandamases, los maduros y experimentados carcamales. La idealización que De Prada hace de Podemos se me antoja una broma pesada. Una relectura de Gracián disuadiría bien a De Prada, quien parece haber bebido a chorros en la fuente del engaño, tanto como –según él- ha bebido la “derechona”. Usted también ha sido engañado señor de Prada. Y no sé si preguntarle con Andrenio –¿Quién es usted que tanto ve? O preguntarle con el viejo prudente que le enseña el palacio del Engaño: -¿Quién eres tú que estás tan ciego”? (Gracián; “El Criticón”; Cátedra, p.181).
Y es que Podemos se nutre en su mayor parte de todo el ideario progre y multicultural que está en la raíz ideológica del capitalismo y del liberalismo. Se nutre sobre todo del atontamiento y anestesia de la juventud, de una “juventud fiambre” que, como bien indica De Prada en el primer punto del apartado “Podemonios”, es tarea que el capitalismo ha llevado hasta sus últimas consecuencias. Pero es que ¡por el amor de Dios!, ¡eso es lo mismo que Iglesias está dispuesto a hacer! El “demócrata tremendo” (otro de los nombres casi divinos con los que el escritor se refiere al dios morado) que se ha declarado dispuesto a dominar dictatorialmente los medios de comunicación y adoctrinar en otra dirección a la juventud es el que se ha ganado el carnoso corazón del novelista. ¡Por Dios que salta a la vista, señor de Prada, que Pablo Iglesias no es su pareja!
Al seguir la falsa pista del hijo rebelde, descartando al hijo mimado, supone de Prada que esos votantes de Podemos se han liberado del atontamiento y la anestesia a los que el padre (el capitalismo) los ha sometido, se han dado cuenta de la dictadura de la plutocracia internacional a la que han calificado como deben: “la casta”. Podemos nos ha despertado del engaño. Pero en esto, Podemos no tiene la exclusiva de la verdad; existe un pensamiento conservador que lleva decenios alertando de la casta y los clubes financieros. Véase -por citar un libro en boca de todos- el último sobre la crisis económica con el que Roca Barea cierra su magna obra “Imperiofobia y leyenda negra”.
Dice De Prada que los diagnósticos de Podemos son certeros y “sólo” se equivoca en el tratamiento, a lo que añade: “…pero más escandaloso que votar a alguien que se equivoca en el tratamiento, después de acertar en el diagnóstico, se nos antoja votar a quienes ocultan el diagnóstico, vendiéndonos el veneno como medicina” (p.98). De Prada comete el error de ver a Podemos como un brote nuevo, como algo fresco que irrumpe en un panorama dominado por plutócratas y nihilistas; por eso dice que el partido de Iglesias no puede traernos nada que no nos haya traído ya el capitalismo: la desestructuración de familias, la ideología de género en las escuelas, el fomentar la inmoralidad en los medios de masa… Todo eso –dice de Prada- no nos lo podrá traer Podemos porque lo ha traído el capitalismo. Me sorprende que de Prada sea incapaz de ver que ese espíritu que se ha hecho carne en Podemos es lo que lleva siglos inspirando e instigando al capitalismo. Dicho de otro modo, me sorprende que no sea capaz de ver que es esa bendita y pura juventud la que está imponiendo y coaccionando al mundo. Me sorprende que no tenga de Prada la suficiente imaginación cristológico-demonológica como para calibrar que ese hijo es mimado eternamente, y que estaba ya con el Padre antes de crear el mundo. Jiménez Losantos, que no es precisamente santo de mi devoción, con algo de bilis, pero también con una intuición teológica certera (toda intuición requiere bilis) se dirigía una vez a Podemos con estas palabras: “Vosotros no tenéis Padre, vosotros sois eternos, sois el mal”. Esta es una buena intuición, que rebasa el cristianismo, puesto que para esta religión el mal no es eterno, sino fruto de lo creado, los ángeles caídos y después el hombre.
Pero no cabe duda de que los artículos y ensayos de Juan Manuel De Prada están construidos magistralmente, astutamente, y por ello comienza su capítulo “Podemonios” con un elogio de la juventud. Como buen católico, el autor de “Morir bajo tu cielo” (gran novela) se ha tragado este cuento del espíritu rebelde y puro de la juventud. No me extraña que diga que Iglesias tiene una teología, pues en efecto, la tiene, y uno de los capítulos de esta teología de Iglesias es el encomiar sin límites a la juventud. De la misma forma como el mundo creado por Dios era bueno, y sólo el hombre lo torna malo, las edades del hombre individual son un vestigio de ese orden primero. La juventud manifestaría las virtudes puras, y el hombre maduro los vicios, de ahí que el joven que vota a Podemos le resulta más simpático que el hombre medio que vota al PP. Repito, más simpático el hijo que el padre. Esto es demasiado evidente y ha hecho que en la famosa entrevista para el Programa La tuerca, Iglesias presente a De Prada como un escritor “más que interesante”. Cómo no va a calificar de más que interesante a quien ha dicho de él, entre otras cosas: “Nadie podrá decir que Iglesias es un marrullero que trata de obtener ventaja de sus rivales mediante estrategias secretistas o empleando malas artes” (p.104). Por Dios que cuando leo estas cosas creo que De Prada se ha convertido voluntariamente en Bartimeo, el ciego del evangelio, y que pide a gritos -no sé si a Cristo a o sus lectores- que por favor le sea otorgada de nuevo la luz para sus ojos.
El aprecio de Juan Manuel de Prada por la rebeldía destructiva es, pese a su repetido amor al tradicionalismo, demasiado evidente. Parece simpatizar más con el nihilismo con sangre, con el nihilismo del cuerpo que con el nihilismo del alma. Él ya lo ha dicho en otros artículos, muy certeros: antiguamente la represión iba dirigida al cuerpo, hoy va dirigida al alma, y como creyente, a De Prada le espanta que “el alma” sea víctima del nihilismo, al fin y al cabo para él el cuerpo cuenta poco -sin que esto sea dicho con segundas-. Este es el motivo por el que De Prada detesta todo contractualismo, que dice que el hombre es malo por naturaleza. Para De Prada el hombre, y cómo no, el joven, es bueno por naturaleza (es decir, por creación de Dios), su alma es más pura, de ahí que el preludio con el que se abre el apartado “Podemonios” guiñe a la Arcadia feliz, a la edad dorada cervantina, y manifieste una juventud cargada de valores nobles y que sólo por la influencia del mundo, del progreso y de los vejetes carcamales se ve castrada en sus virtudes e intenciones puras. Pero yo quisiera recordarle a De Prada a un autor que él bien conoce. Dice Giovanni Papini de esa juventud que para de Prada -como para el Papa Francisco- es purísima: “Para el hombre de veinte años cualquier anciano es su enemigo; cualquier idea resulta sospechosa; cualquier gran hombre debe ser sometido a proceso; la historia pretérita parece una larga noche sólo iluminada por los relámpagos…Es la única edad fanfarrona de la vida en la que se camina con paso ágil y firme de avasalladores; la guerra es nuestro oxígeno, cualquier asedio es una fiesta, cada idea una bomba infalible” (Papini; Un hombre acabado; Cálamo, p.88-90).
Esa juventud tan “pura” que acaba quemando todo lo que considera “impuro”, ese estado de guerra es el que le gusta a De Prada cuando hace mención de la extraordinaria novela “La esfera y la cruz” de Chesterton (p.100). Un ateo y un creyente que quieren batirse en duelo a muerte, pero que el mundo no les deja. Y es que De Prada, como Iglesias, prefiere a estos apocalípticos, entienden que un mundo templado debe ser vomitado. El Cristo que le pone es el que proclama “No creáis que he venido a traer paz a la tierra; no he venido a traer paz sino discordia. He venido a separar al hijo de su padre, a la hija de su madre…(Mt 10, 34-36). Pero este Cristo, señor De Prada, no es tan fácil de distinguir del demonio, a no ser para una mente tan preclara como la suya. De Prada desea que el liberalismo y el capitalismo paguen eternamente sus culpas. Cuando se le oye hablar de estos males se nota un deleite devorador, culinario, que deviene en un regocijo contemplativo al imaginar cómo el mundo moderno sufre eternamente por sus pecados. Así, por ejemplo, en el tema de Cataluña, De Prada justifica que un grupo social pueda decidir su futuro, y su argumento es: una sociedad que permite que los individuos cambien su naturaleza cambiando de género, cómo no va a permitir qué hacer políticamente con su futuro. Véase el deleite culinario: ¡Paga pues por tus pecados y contradicciones mundo moderno! Sin duda De Prada no es incoherente, pero su coherencia es tan inmisericorde que más que evangélica es veterotestamentaria. Al fin y al cabo se convierte él mismo en aquellos que él siempre ha denunciado, en un puritano. Al fin y al cabo, pensará, la España que vivimos nace de una constitución liberal, la peste demoniaca, que se pudra pues. Al final, De Prada caerá –y ya ha dado pistas claras de ello- en la justificación del mundo talibán y del fundamentalismo islámico, prefiriendo una sociedad religiosa a una sociedad que ignora a Dios. La vía de este fundamentalismo es conocida. Es la misma que hace a muchos ultraortodoxos judíos abominar el Estado de Israel y el sionismo por ser éstos liberales, poniéndose no sólo del lado de los palestinos, sino justificando al mismo fundamentalismo árabe.
Pero sigamos con Podemos. De Prada descalifica constantemente a esos “fachas de tertulieta” que ven en Podemos un peligro. Le pasa aquí a De Prada como a los “valientes” podemitas que insultan a los católicos, y que mejor harían en probar su valor metiéndose con el islam. Métase usted con los podemitas en lugar de con los fachas de tertulieta señor De Prada. Verá si es lo mismo o no. Y es que esos “fachas de tertulieta” serán los que, de llegar Iglesias al poder, defenderán primero las carnes de Juan Manuel de Prada de la escabechina progre y multicultural a la que nos entrega Podemos, porque Podemos no es el proletariado, no es el comunismo, no es el puro y rebelde joven. Podemos es el “lumpenproletariado”, es el hijo mimado del capitalismo que da cabida en casa del padre a toda una tropa de colegas saltimbanquis, delincuentes, vagos, maleducados, inmigrantes….(revísese la cuarta entrega del excelente estudio de Adriano Erriguel para el periódico “El Manifiesto”). No en vano todos estos podemitas son seguidores de Laclau, quien ha insistido con Marcuse y Faucoult que la revolución no vendrá de la clase obrera, clase a la que en el fondo desprecian, por ser el obrero demasiado facha, futbolero y machista... La revolución vendrá por parte de estos progres consentidos. ¡Buen espíritu joven señor De Prada!
Iglesias, más listo que el hambre, sabe muy bien que De Prada le ha dejado bien parado tanto en el libro aquí citado como en multitud de ocasiones radiofónicas, al menos sabe que le ha dejado más limpio que a otros políticos españoles. Por eso Iglesias puede prescindir de algunas frases lacerantes que De Prada dirige contra él –todo hay que decirlo-, por ejemplo en la exégesis que De Prada hace de “Los demonios” de Dostoievski, cuando Piotr Stepánovich, hijo del liberal –y nihilista a ojos de De Prada- Stefan Trofímovich, es calificado como un “cínico manipulador que no duda en servirse del prójimo para sus fines, por supuesto abomina de Cristo y de la Iglesia, de la familia y de la moral, de la propiedad y de la canalla demócrata…y desea que la sociedad humana se hunda en el lodazal que su padre ha favorecido con sus frivolidades”. Y sigue De Prada haciendo hablar a Stephanovich (Iglesias): promoveremos borracheras, chismes, denuncias, promoveremos un libertinaje inaudito, apagaremos a cualquier genio en la infancia. Todo bajo el denominador común de igualdad total” (p.96). Y es que esto se queda en nada cuando ha declarado en frases más sencillas que Iglesias está limpio como una patena. Hasta el mismo De Prada parece olvidar que Podemos no tiene otro fin que atontar y anestesiar a la juventud, y parece pasar por encima de su propia y certera exégesis de “Los demonios”.
Sí, Juan M. de Prada siente más simpatía por el hijo (al que sigue creyendo rebelde) que por el padre. Siente más simpatía por Iglesias, que por todo dirigente del PP, PSOE o Ciudadanos; y me temo que VOX aparezca ante sus ojos como el verdadero hijo mimado, un hijo fachilla, imbécil e ignorante. Iglesias supo conmover a De Prada cuando dijo: “Van a agitar el miedo, van a decir que con nosotros viene el lobo”. Bien, esto mismo ha dicho Santiago Abascal de VOX, quien además ha declarado a Podemos como su enemigo mortal. ¿Encandilará Abascal al novelista tanto como Iglesias? Repito, me temo que no.
Me parece, en suma, que el recelo al capitalismo y la modernidad, que muchos compartimos, se convierte en Juan Manuel De Prada en un odio tan extremadamente visceral y tan atroz que está dispuesto a vender su alma (o al menos una decena de páginas y alguna entrevista) al demonio; pues lo digo sin reserva alguna, ya que eso es para mí Pablo Iglesias, y con ello me ofrezco a los insultos de De Prada: imbécil, borrego e ignorante. Porque asumo y declaro que Pablo Iglesias es el hijo que viene a romper, a avasallar, a triturar… no al capitalismo, sino a lo más sagrado de entre nosotros, al arma verdadera contra el capitalismo, la fe católica y la tradición cristiana, mientras el capitalismo, aunque en la incubadora, la dejaba vivir.
Olvidemos ahora la extrema exégesis de Losantos sobre la prueba de paternidad sobre Podemos, para afirmar más realistamente, que estos sí tienen padre, o al menos madre. Son los hijos mimados del capitalismo, son hijos pues de una prostituta, pero estos hijos no son unos zascandiles rebeldes señor de Prada, sino unos auténticos “hijoputas”. Por eso, yo respondo así a la invitación de De Prada a no hacer ascos a votar a Podemos: yo prefiero votar al que me quiere matar lentamente, pues eso significará no sólo más vida, sino la posibilidad de escapar, que al que me desea matarme fulminantemente, porque no tendré opción alguna de vida, de tradición, de fe ni de esperanza. Prefiero a un liberal conservador que cae en la contradicción de unir tradición siendo a la vez siervo del nefasto progreso, que a aquellos clarividentes y puros apocalípticos que creen no caer en contradicción alguna para arrancarte no sólo las entrañas del cuerpo, sino también las del alma o ¿es que acaso cree, señor De Prada, que Iglesias no va directamente a arrancarle el alma? Confío en que mi admirado De Prada, tan creyente en los tormentos del infierno y del purgatorio, recapacite y tema que por cada palabra de alabanza, por cada tonteo con Pablo Iglesias, por cada incitación al voto a Podemos, le esperan no sólo días de terrible tormento en el Purgatorio, sino en esta vida, aunque quizás ese sea su afán, quién sabe.











