Ruptura entre la sociedad civil y los políticos
No es nada nuevo. La política ejerce una voracidad sólo comparable a la que sufrimos los contribuyentes ante Hacienda. Todo les vale. Todo es controlable y de uso común a interés partidario. Casi no quedan espacios donde los expertos con sus méritos objetivables no sean subsumidos por los abrazafarolas y lametraseros del régimen. Eso sí, la diferencia con la oprobiosa, es que en aquella España una, grande, libre, con centralismo, bastaba con jurar los principios fundamentales del régimen. Ahora, cada autonomía, al funcionar como un fragmento de Estado, tienen sus propias directrices para asegurarse la lealtad inquebrantable de los cargos. Pero se puede resumir: en la España de las autonomías hay que ser leal al que manda en cada momento, por encima del conocimiento y el prestigio profesional.
Son tiempos para mediocres. Todo lo que pueda significar toma de decisiones -gestión- es territorio sometido al control de la política. No sólo han castigado, hasta el exterminio, a la clase media, con la política fiscal. Han invadido totalmente a la sociedad civil para instalarse con sus banderas, consignas y gentes de confianza. Pero el colmo y la esperanza de ruptura con el nuevo-viejo régimen, instalado por el nacionalismo catalán, se ha lanzado a las calles. Si cuando la partitocracia del nacional-catolicismo-catalán parecía haberse adueñado de todo, con sus propios instrumentos de propaganda, con su propia enseñanza al servicio de la doctrina, con sus embajadas y consulados, con sus manifestaciones al más puro estilo de la Europa a mediados del pasado siglo XX, con la persecución civil de los disidentes, con los símbolos desplegados al viento de sus mitos... surge la libertad en forma de gentes anónimas que exigen gobernar al estilo del mundo clásico. La autonomía para resolver los problemas de la salud, la enseñanza, el trabajo y el conocimiento.
Ya no se trata de contramanifestaciones para frenar al independentismo. Se trata del grito que una parte del pueblo, no suficientemente amaestrado o alienado, produce, ya que mucho más importante que el fuero, resulta ser el huevo. Las calles de la ciudad condal, camino del Parlamento, dónde se ha declarado, sí pero no, no pero sí, la República de Cataluña, se hacen gentes que son sanitarios, bomberos, estudiantes, profesores, y demás, pidiendo lo que son deberes de un mal gobierno, que les está robando no sólo la nacionalidad española, les está despojando de sus derechos sociales como ciudadanos. Situaciones como la que se vive en Cataluña son el mejor germen para la reacción. Por una parte, los enemigos del sistema que añoran la resurrección de la momia; de otra, los que exigen la devolución de las competencias de un Estado descentralizado. Pero a lo peor, estos últimos no se dan cuenta, lo que no funciona no son las ideas sino los personajes de baja calaña que se adueñan y hacen prisionera a esa dama virtuosa llamada democracia. ¡Me da miedo!. Descubro que el siglo XXI cada día se parece más al siglo XX. ¡Qué horror!
Pero a los mandarines de la República, las nubes que rodean su Olimpo les impide ver las llamaradas del incendio en la tierra. Están demasiado ocupados con sus embajadas y consulados. Supongo que hasta pueden estar interesados en algún programa espacial para poner en órbita satélites de comunicaciones en catalán. Y, desde luego, usando los caudales públicos en cuestiones de hondo calado. ¡Menos sanidad y más TV3!. Y con estos iluminados es con quien tiene que pactar el socialismo de Sánchez para sacar adelante cuentas y legislatura hasta el 2020. Pues lo tiene negro, por mucho que a la alcaldesa Colau algunas mañanas se le aparezca Wilfredo y le susurre que ese día toca jugar a ser nacionalista, lo que traduce hacer de Barcelona un enclave más para las mil y una noche. Y así, tendremos India, Persia, Siria, China, Egipto y Cataluña. La veo en mis ensueños, convenciendo a los bomberos para que se pisen la manguera, a los médicos, para que receten elixires mágicos, a los maestros para que enseñen los viajes de Simbad, y a los jóvenes estudiantes para que repasen a Sherezade.
Puede que la necesidad, una vez más, promueva la virtud. ¿Es sostenible el Estado de las autonomías?. Desde el punto de vista del concepto eficiencia, rotundamente, no. Desde el punto de vista de las cuentas públicas como Estado, tampoco. España tiene enormes dificultades para alcanzar un nivel óptimo de ingresos; tenemos una deuda descomunal que no sabemos gestionar, más allá de seguir emitiendo deuda pública; tenemos una cartera de gastos que nos lleva a cotas para el déficit que resultan intolerables, al menos en la senda marcada por la U.E.
Nadie puede comprender cómo se recortan los gastos en educación y sanidad, mientras se mantienen o se incrementan otros gastos prescindibles. Otro motivo más para la ruptura entre la sociedad civil y los gestores públicos. Las diferencias de trato resultan insultantes para el ciudadano medianamente informado. ¿Cuántos funcionarios, asesores, contratados, instalados en la nómina pública, son gastos de ayuntamientos, diputaciones, autonomías y estructura central de la Administración?. ¿Se ha consultado alguna vez con los ciudadanos sobre el servicio que prestan los anteriores?. ¿Se hacen estudios para saber algo que sabemos, si entre invertir en sanidad y educación, o hacerlo en televisiones públicas, y burocracia, cual es la escala de preferencias y necesidades a cubrir?.
El Estado de las autonomías es muy mejorable. La eliminación de las duplicidades administrativas, una asignatura pendiente. La nómina de enchufados con fines partidarios, un insulto a la inteligencia. Las desigualdades de salarios y rendimientos, entre lo público y lo privado, una tropelía evidente. Los sueldos y las pensiones de los que conforman castas y élites, comparados con la gente corriente, un escupitajo en la cara del pueblo soberano.
Por tanto, esto tiene que explotar. ¿Que lo hace en Cataluña?. ¡Lógico!. Pues han tenido la desvergüenza de señalar "España nos roba", cuando los ladrones pertenecen a la saga de los Pujol. Y encima, la chulería infinita les lleva a gastar en el proceso, mientras matan de hambre al pueblo indefenso.
No es nada nuevo. La política ejerce una voracidad sólo comparable a la que sufrimos los contribuyentes ante Hacienda. Todo les vale. Todo es controlable y de uso común a interés partidario. Casi no quedan espacios donde los expertos con sus méritos objetivables no sean subsumidos por los abrazafarolas y lametraseros del régimen. Eso sí, la diferencia con la oprobiosa, es que en aquella España una, grande, libre, con centralismo, bastaba con jurar los principios fundamentales del régimen. Ahora, cada autonomía, al funcionar como un fragmento de Estado, tienen sus propias directrices para asegurarse la lealtad inquebrantable de los cargos. Pero se puede resumir: en la España de las autonomías hay que ser leal al que manda en cada momento, por encima del conocimiento y el prestigio profesional.
Son tiempos para mediocres. Todo lo que pueda significar toma de decisiones -gestión- es territorio sometido al control de la política. No sólo han castigado, hasta el exterminio, a la clase media, con la política fiscal. Han invadido totalmente a la sociedad civil para instalarse con sus banderas, consignas y gentes de confianza. Pero el colmo y la esperanza de ruptura con el nuevo-viejo régimen, instalado por el nacionalismo catalán, se ha lanzado a las calles. Si cuando la partitocracia del nacional-catolicismo-catalán parecía haberse adueñado de todo, con sus propios instrumentos de propaganda, con su propia enseñanza al servicio de la doctrina, con sus embajadas y consulados, con sus manifestaciones al más puro estilo de la Europa a mediados del pasado siglo XX, con la persecución civil de los disidentes, con los símbolos desplegados al viento de sus mitos... surge la libertad en forma de gentes anónimas que exigen gobernar al estilo del mundo clásico. La autonomía para resolver los problemas de la salud, la enseñanza, el trabajo y el conocimiento.
Ya no se trata de contramanifestaciones para frenar al independentismo. Se trata del grito que una parte del pueblo, no suficientemente amaestrado o alienado, produce, ya que mucho más importante que el fuero, resulta ser el huevo. Las calles de la ciudad condal, camino del Parlamento, dónde se ha declarado, sí pero no, no pero sí, la República de Cataluña, se hacen gentes que son sanitarios, bomberos, estudiantes, profesores, y demás, pidiendo lo que son deberes de un mal gobierno, que les está robando no sólo la nacionalidad española, les está despojando de sus derechos sociales como ciudadanos. Situaciones como la que se vive en Cataluña son el mejor germen para la reacción. Por una parte, los enemigos del sistema que añoran la resurrección de la momia; de otra, los que exigen la devolución de las competencias de un Estado descentralizado. Pero a lo peor, estos últimos no se dan cuenta, lo que no funciona no son las ideas sino los personajes de baja calaña que se adueñan y hacen prisionera a esa dama virtuosa llamada democracia. ¡Me da miedo!. Descubro que el siglo XXI cada día se parece más al siglo XX. ¡Qué horror!
Pero a los mandarines de la República, las nubes que rodean su Olimpo les impide ver las llamaradas del incendio en la tierra. Están demasiado ocupados con sus embajadas y consulados. Supongo que hasta pueden estar interesados en algún programa espacial para poner en órbita satélites de comunicaciones en catalán. Y, desde luego, usando los caudales públicos en cuestiones de hondo calado. ¡Menos sanidad y más TV3!. Y con estos iluminados es con quien tiene que pactar el socialismo de Sánchez para sacar adelante cuentas y legislatura hasta el 2020. Pues lo tiene negro, por mucho que a la alcaldesa Colau algunas mañanas se le aparezca Wilfredo y le susurre que ese día toca jugar a ser nacionalista, lo que traduce hacer de Barcelona un enclave más para las mil y una noche. Y así, tendremos India, Persia, Siria, China, Egipto y Cataluña. La veo en mis ensueños, convenciendo a los bomberos para que se pisen la manguera, a los médicos, para que receten elixires mágicos, a los maestros para que enseñen los viajes de Simbad, y a los jóvenes estudiantes para que repasen a Sherezade.
Puede que la necesidad, una vez más, promueva la virtud. ¿Es sostenible el Estado de las autonomías?. Desde el punto de vista del concepto eficiencia, rotundamente, no. Desde el punto de vista de las cuentas públicas como Estado, tampoco. España tiene enormes dificultades para alcanzar un nivel óptimo de ingresos; tenemos una deuda descomunal que no sabemos gestionar, más allá de seguir emitiendo deuda pública; tenemos una cartera de gastos que nos lleva a cotas para el déficit que resultan intolerables, al menos en la senda marcada por la U.E.
Nadie puede comprender cómo se recortan los gastos en educación y sanidad, mientras se mantienen o se incrementan otros gastos prescindibles. Otro motivo más para la ruptura entre la sociedad civil y los gestores públicos. Las diferencias de trato resultan insultantes para el ciudadano medianamente informado. ¿Cuántos funcionarios, asesores, contratados, instalados en la nómina pública, son gastos de ayuntamientos, diputaciones, autonomías y estructura central de la Administración?. ¿Se ha consultado alguna vez con los ciudadanos sobre el servicio que prestan los anteriores?. ¿Se hacen estudios para saber algo que sabemos, si entre invertir en sanidad y educación, o hacerlo en televisiones públicas, y burocracia, cual es la escala de preferencias y necesidades a cubrir?.
El Estado de las autonomías es muy mejorable. La eliminación de las duplicidades administrativas, una asignatura pendiente. La nómina de enchufados con fines partidarios, un insulto a la inteligencia. Las desigualdades de salarios y rendimientos, entre lo público y lo privado, una tropelía evidente. Los sueldos y las pensiones de los que conforman castas y élites, comparados con la gente corriente, un escupitajo en la cara del pueblo soberano.
Por tanto, esto tiene que explotar. ¿Que lo hace en Cataluña?. ¡Lógico!. Pues han tenido la desvergüenza de señalar "España nos roba", cuando los ladrones pertenecen a la saga de los Pujol. Y encima, la chulería infinita les lleva a gastar en el proceso, mientras matan de hambre al pueblo indefenso.