Navidades y niños perdidos
En un artículo editorial de La Tribuna del País Vasco de estos días se hace una valiente defensa de la Navidad. Entre otras muchas cosas, quizás si algo tienen estas fiestas tanto para creyentes como para no creyentes, para defensores y para críticos, es que es tiempo de estar con la familia.
Para nuestra publicación “La Navidad representa, mejor que ningún otro símbolo colectivo” ciertos valores, entre ellos uno que es nuclear: “La familia natural como base esencial sobre la que se construye nuestro sistema de convivencia”.
Habría que simbolizar menos y concretar más cuál es la salud de la que goza la “familia natural” en nuestro país y en el resto de Europa, porque nadie niega, ni siquiera la izquierda más radical, que la familia siempre acaba tapando todas las grietas del sistema, y que ninguna civilización de este planeta, ninguna, ha podido surgir y desarrollarse sin la complicidad de las familias.
A juzgar por los datos de natalidad, que podrían ser un buen índice de la salud familiar en cualquier tiempo y lugar, la situación de las familias es desastrosa. De lo que se deduce que nuestra civilización occidental, que tantos valores y libertades ha aportado al mundo, agoniza.
Nos estamos suicidando.
No es una opinión, ni una teoría. Acudan ustedes mismos a la pirámide poblacional y descubran por qué todos los políticos nos mienten cuando nos dicen que el sistema de pensiones está garantizado, o que la recuperación económica y el pleno empleo está a la vuelta de la esquina. Con esas cifras es matemáticamente imposible, no ya que seamos prósperos, simplemente que nos perpetuemos como naciones.
Cada cual que ponga el adjetivo que quiera al sustantivo “naciones” porque todas tienen el mismo problema. Pero la nuestra especialmente más.
¿Por qué iban a representar una amenaza una población de emigrantes que no llegan ni al 10% de la población?
Pues sencillamente, porque son el negativo de la foto. Inviertan los colores y se darán cuenta de la verdadera amenaza: no es que nos invadan, es que nosotros desaparecemos, como los incas o los aztecas, dejando el continente vacío para pueblos que necesitan expandirse y que cuadruplican nuestra fuerza reproductiva y productiva.
¿Pero qué pasa con eso de “tener hijos” que nos cuesta tanto?
Podríamos enumerar muchos factores: atraso en la edad de emancipación por la extrema dificultad de acceder a una vivienda; condiciones laborales precarias; políticas de fomento de la natalidad ridículas y erráticas; incorporación masiva de la mujer a profesiones liberales; conciliación laboral aún muy difícil; una sociedad volcada en el edonismo; valores tradicionales en crisis; relativismo moral; descenso de la fertilidad por modos de vida no saludables; etc. Algunos añadiríamos a la receta la “ideología de género”, a riesgo de ser quemados en la hoguera.
Las parejas convencionales que deciden tener una familia numerosa, es decir tres o más hijos, son mirados casi como héroes. Y es que en cierto modo lo son, porque están nadando contra la corriente de los tiempos. Es tan arriesgado como decidir vivir de la agricultura ecológica en un caserío. Sin embargo, no sólo es más saludable, en términos sociales, es que si no fuera por ellos no quedaría esperanza alguna.
Porque teóricos que opinan hay tantos como narices que respiran. Pero gente valerosa, muy poca.
Cómo tratan las administraciones públicas a estos héroes, es harina de otro costal.
Sin niños, hasta las Navidades agonizan.
No podemos imaginar unas Navidades sin niños.
Por esa horrible ausencia en muchas casas de nuestro país, muchas más de las que ustedes imaginan, en estas fiestas no se celebra nada, no se monta un belén, no se escuchan villancicos ni se cocinan estupendas comidas y cenas que congregan decenas de invitados, ni las visitan los Reyes Magos, siempre tan sigilosos y generosos.
Hay muchos niños perdidos, muchos niños secuestrados por el sistema, y muchos corazones rotos.
40.000 tutelados por distintas administraciones para los que la Navidad es un tiempo muy deprimente.
¿Cuándo un sistema, el que sea, tuvo sentimientos? ¿Qué es la Navidad sino el recipiente perfecto para albergar buenos sentimientos?
Una estructura que funciona engrasada con dinero, no con amor, no puede dar más de sí. “La naturaleza no es un sistema” decía Goethe.
Las administraciones, los sistemas, no pueden dedicarse a la crianza, ni siquiera a la educación. Porque la clave es que para transmitir un modelo de vida, unos valores, un sentido de pertenencia, se necesita mucho más que un programa, un protocolo y un presupuesto. Se necesita una conexión afectiva que sólo una familia puede ofrecer.
Pero el mayor destrozo que este “sistema de protección de menores” causa, no es para las familias y, por ende, para la nación. Los que más sufren, los que están pagando penas de prisión y privación de libertad, son los niños, a los que nadie puede culpabilizar de nada.
¿Cómo es posible que a un niño se le prive de estar con su padre, con su madre, con sus hermanos, con sus abuelos, con sus tíos y con sus primos, especialmente en Navidad?
Pues en algunos casos se hace por “el interés superior del menor”, que se usa como el Libro Rojo de Mao, para acabar con la disidencia.
Recientemente, una de las articulistas de La Tribuna del País Vasco, Yolanda Couceiro, declarada por el diario "El Mundo" “activista radical” ha sido incorporada a las listas electorales del PP por Vizcaya. Enhorabuena Yolanda, discrepamos en muchas cosas pero no en otras.
Según el mencionado diario, Yolanda ha sido fichada por Raquel González (Presidenta del PP de Vizcaya) para “neutralizar a Vox”. Eso opina la periodista, pero a lo mejor es para tender puentes con la formación de Santiago Abascal en un feudo donde el PNV es dominante.
El artículo recoge además unas declaraciones descontextualizadas de Yolanda Couceiro contra la emigración, especialmente arabo-musulmana, y contra los MENAS (Menores No Acompañados), a los que, no sin razón, los asocia a delincuencia y despilfarro de fondos públicos, proponiendo devolverlos a su país.
En otras palabras, quizás movidos por motivos no totalmente coincidentes aunque no totalmente discrepantes, Couceiro y muchas familias cerrarían el grifo que mantiene este sistema de protección del menor, que es inoperante, carísimo, y dañino para la estructura de cimentación de nuestra sociedad.
Si a eso sumamos otra expresión atribuida a Couceiro: “primero, para los de casa”, podemos coincidir en que sí hay que gastar dinero, dinero realmente bien invertido en nuestro futuro, hay que hacerlo en las familias, especialmente en las numerosas, en detrimento de las astronómicas cifras que gastamos en asistencia social para menores tras destrozar familias con intervenciones administrativas, que son consecuentes con la ideología de género y la supervivencia a toda costa de estructuras obsoletas que mantienen a muchas bocas políticamente correctas, pero que son totalmente inconsecuentes con los Derechos Humanos, la legislación internacional y la propia Ley del Menor, así como con las necesidades reales de la nación.
Los niños son las primeras víctimas de este inhumano sistema de intervención social. Pero la sociedad acaba secuestrada al perder el motor de su propia supervivencia.
¿Quién va a procrear en medio de un campo de minas?
Por eso, el asunto hoy, más que nunca, no es tanto poner muros a la emigración, que debe ser regulada y ordenada según las propias necesidades estratégicas de cada país. No se trata de evitar a toda costa que Mohamed, Aisha, Jenifer o Wilson sean los nombres más comunes en las maternidades del país. Se trata de que haya familias autóctonas que quieran y puedan tener hijos.
La clave es fortalecer a las familias, en vez de intervenirlas para acabar destruyéndolas por completo dejando a una generación de niños institucionalizados que tienen todas las papeletas para ser antisistemas radicales en el futuro.
¿Les roban su infancia y pretenden que después sean unos ciudadanos modélicos?
O detenemos este suicidio o nuestra civilización desaparecerá.
Feliz Navidad.
En un artículo editorial de La Tribuna del País Vasco de estos días se hace una valiente defensa de la Navidad. Entre otras muchas cosas, quizás si algo tienen estas fiestas tanto para creyentes como para no creyentes, para defensores y para críticos, es que es tiempo de estar con la familia.
Para nuestra publicación “La Navidad representa, mejor que ningún otro símbolo colectivo” ciertos valores, entre ellos uno que es nuclear: “La familia natural como base esencial sobre la que se construye nuestro sistema de convivencia”.
Habría que simbolizar menos y concretar más cuál es la salud de la que goza la “familia natural” en nuestro país y en el resto de Europa, porque nadie niega, ni siquiera la izquierda más radical, que la familia siempre acaba tapando todas las grietas del sistema, y que ninguna civilización de este planeta, ninguna, ha podido surgir y desarrollarse sin la complicidad de las familias.
A juzgar por los datos de natalidad, que podrían ser un buen índice de la salud familiar en cualquier tiempo y lugar, la situación de las familias es desastrosa. De lo que se deduce que nuestra civilización occidental, que tantos valores y libertades ha aportado al mundo, agoniza.
Nos estamos suicidando.
No es una opinión, ni una teoría. Acudan ustedes mismos a la pirámide poblacional y descubran por qué todos los políticos nos mienten cuando nos dicen que el sistema de pensiones está garantizado, o que la recuperación económica y el pleno empleo está a la vuelta de la esquina. Con esas cifras es matemáticamente imposible, no ya que seamos prósperos, simplemente que nos perpetuemos como naciones.
Cada cual que ponga el adjetivo que quiera al sustantivo “naciones” porque todas tienen el mismo problema. Pero la nuestra especialmente más.
¿Por qué iban a representar una amenaza una población de emigrantes que no llegan ni al 10% de la población?
Pues sencillamente, porque son el negativo de la foto. Inviertan los colores y se darán cuenta de la verdadera amenaza: no es que nos invadan, es que nosotros desaparecemos, como los incas o los aztecas, dejando el continente vacío para pueblos que necesitan expandirse y que cuadruplican nuestra fuerza reproductiva y productiva.
¿Pero qué pasa con eso de “tener hijos” que nos cuesta tanto?
Podríamos enumerar muchos factores: atraso en la edad de emancipación por la extrema dificultad de acceder a una vivienda; condiciones laborales precarias; políticas de fomento de la natalidad ridículas y erráticas; incorporación masiva de la mujer a profesiones liberales; conciliación laboral aún muy difícil; una sociedad volcada en el edonismo; valores tradicionales en crisis; relativismo moral; descenso de la fertilidad por modos de vida no saludables; etc. Algunos añadiríamos a la receta la “ideología de género”, a riesgo de ser quemados en la hoguera.
Las parejas convencionales que deciden tener una familia numerosa, es decir tres o más hijos, son mirados casi como héroes. Y es que en cierto modo lo son, porque están nadando contra la corriente de los tiempos. Es tan arriesgado como decidir vivir de la agricultura ecológica en un caserío. Sin embargo, no sólo es más saludable, en términos sociales, es que si no fuera por ellos no quedaría esperanza alguna.
Porque teóricos que opinan hay tantos como narices que respiran. Pero gente valerosa, muy poca.
Cómo tratan las administraciones públicas a estos héroes, es harina de otro costal.
Sin niños, hasta las Navidades agonizan.
No podemos imaginar unas Navidades sin niños.
Por esa horrible ausencia en muchas casas de nuestro país, muchas más de las que ustedes imaginan, en estas fiestas no se celebra nada, no se monta un belén, no se escuchan villancicos ni se cocinan estupendas comidas y cenas que congregan decenas de invitados, ni las visitan los Reyes Magos, siempre tan sigilosos y generosos.
Hay muchos niños perdidos, muchos niños secuestrados por el sistema, y muchos corazones rotos.
40.000 tutelados por distintas administraciones para los que la Navidad es un tiempo muy deprimente.
¿Cuándo un sistema, el que sea, tuvo sentimientos? ¿Qué es la Navidad sino el recipiente perfecto para albergar buenos sentimientos?
Una estructura que funciona engrasada con dinero, no con amor, no puede dar más de sí. “La naturaleza no es un sistema” decía Goethe.
Las administraciones, los sistemas, no pueden dedicarse a la crianza, ni siquiera a la educación. Porque la clave es que para transmitir un modelo de vida, unos valores, un sentido de pertenencia, se necesita mucho más que un programa, un protocolo y un presupuesto. Se necesita una conexión afectiva que sólo una familia puede ofrecer.
Pero el mayor destrozo que este “sistema de protección de menores” causa, no es para las familias y, por ende, para la nación. Los que más sufren, los que están pagando penas de prisión y privación de libertad, son los niños, a los que nadie puede culpabilizar de nada.
¿Cómo es posible que a un niño se le prive de estar con su padre, con su madre, con sus hermanos, con sus abuelos, con sus tíos y con sus primos, especialmente en Navidad?
Pues en algunos casos se hace por “el interés superior del menor”, que se usa como el Libro Rojo de Mao, para acabar con la disidencia.
Recientemente, una de las articulistas de La Tribuna del País Vasco, Yolanda Couceiro, declarada por el diario "El Mundo" “activista radical” ha sido incorporada a las listas electorales del PP por Vizcaya. Enhorabuena Yolanda, discrepamos en muchas cosas pero no en otras.
Según el mencionado diario, Yolanda ha sido fichada por Raquel González (Presidenta del PP de Vizcaya) para “neutralizar a Vox”. Eso opina la periodista, pero a lo mejor es para tender puentes con la formación de Santiago Abascal en un feudo donde el PNV es dominante.
El artículo recoge además unas declaraciones descontextualizadas de Yolanda Couceiro contra la emigración, especialmente arabo-musulmana, y contra los MENAS (Menores No Acompañados), a los que, no sin razón, los asocia a delincuencia y despilfarro de fondos públicos, proponiendo devolverlos a su país.
En otras palabras, quizás movidos por motivos no totalmente coincidentes aunque no totalmente discrepantes, Couceiro y muchas familias cerrarían el grifo que mantiene este sistema de protección del menor, que es inoperante, carísimo, y dañino para la estructura de cimentación de nuestra sociedad.
Si a eso sumamos otra expresión atribuida a Couceiro: “primero, para los de casa”, podemos coincidir en que sí hay que gastar dinero, dinero realmente bien invertido en nuestro futuro, hay que hacerlo en las familias, especialmente en las numerosas, en detrimento de las astronómicas cifras que gastamos en asistencia social para menores tras destrozar familias con intervenciones administrativas, que son consecuentes con la ideología de género y la supervivencia a toda costa de estructuras obsoletas que mantienen a muchas bocas políticamente correctas, pero que son totalmente inconsecuentes con los Derechos Humanos, la legislación internacional y la propia Ley del Menor, así como con las necesidades reales de la nación.
Los niños son las primeras víctimas de este inhumano sistema de intervención social. Pero la sociedad acaba secuestrada al perder el motor de su propia supervivencia.
¿Quién va a procrear en medio de un campo de minas?
Por eso, el asunto hoy, más que nunca, no es tanto poner muros a la emigración, que debe ser regulada y ordenada según las propias necesidades estratégicas de cada país. No se trata de evitar a toda costa que Mohamed, Aisha, Jenifer o Wilson sean los nombres más comunes en las maternidades del país. Se trata de que haya familias autóctonas que quieran y puedan tener hijos.
La clave es fortalecer a las familias, en vez de intervenirlas para acabar destruyéndolas por completo dejando a una generación de niños institucionalizados que tienen todas las papeletas para ser antisistemas radicales en el futuro.
¿Les roban su infancia y pretenden que después sean unos ciudadanos modélicos?
O detenemos este suicidio o nuestra civilización desaparecerá.
Feliz Navidad.