Sobre la Filosofía de la Universidad
El joven que acude a la Universidad buscando la Verdad, añorando la Razón, puede que sembrando un Futuro, y, en su lugar, se topa con una caterva de funcionarios grises, lentos, sectarios, sin duda es una víctima de la corrupción de la Filosofía. Lejos de facilitar una senda enriquecedora para la juventud, muchos de aquellos profesores universitarios se limitan a repetir y administrar un seco veneno ajeno al mundo.
El libro que recomendamos viene muy a cuento de esto que decimos. Es corto, se lee rápido y bien. El tiempo no ha pasado por él. Su autor, Arthur Schopenhauer, fue un conservador declarado. Algunos dicen que reaccionario, pero reaccionario intrépido, radical. Estamos con él en su feroz ataque contra la decadencia de la Filosofía académica, contra su prostitución.
Arthur Schopenhauer, en un breve libelo, Sobre la Filosofía de Universidad [versión española de Mariano Rodríguez, en Tecnos, Madrid, 1991] denunciaba el pecado que se estaba cometiendo contra la juventud estudiosa: "tal abuso jamás ha podido perpetuarse con la auténtica filosofía cultivada por personas libres simplemente a causa de ella misma, con la filosofía que no tiene otro apoyo que el de sus argumentos. Esto sólo ha podido suceder con la filosofía que se imparte en la universidad, puesto que ya originariamente es un instrumento del Estado" (p. 85). La ira de Schopenhauer se dirigía contra los mediocres seguidores de la filosofía hegeliana. Éstos acaparaban las cátedras alemanas y se convertían, al instante, en esbirros del Estado. Según Schopenhauer, esta clase de funcionarios a sueldo del Estado cometían la grave infamia de confundir y esterilizar intelectualmente a la flor y nata de la juventud, aquella élite que acude a las aulas de enseñanza superior con una mayor predisposición a la crítica y a la transformación de las cosas. Esa vanguardia de la más joven generación es, al poco de pisar las aulas, filosóficamente castrada. Su pasión y su intelecto ardiente se estrellan contra el muro apolillado de unos enseñantes incapaces: incapaces de pensar por sí mismos al margen de la jerigonza incomprensible que han aprendido de memoria pero que, de ningún modo comprenden. Todo lo que no sea adoración de su maestro y justificación del orden establecido, cae fuera de su ámbito de competencia. Como indica M. Rodríguez en la Introducción de éste librito que recomendamos: "Surge el pensamiento en las universidades a partir de una triple mediatización, la del poder político, la de la religión del país y la de la opinión pública. El resultado lo tenemos en una filosofía domesticada, huérfana de potencia crítica y subversiva, un pensar destinado a dar con verdades sumisas, endebles criaturas de las que nadie, mucho menos los poderosos, tiene nada que perder" (p- 11). Así, la filosofía que generalmente se cultiva en la Universidad, desde un principio se prostituye. Para acceder a la cátedra, el candidato adapta sus planteamientos al sistema o a la jerigonza dominante en su nicho académico. Una vez lograda la vida cómoda del "maestro", el filisteo y el pedante, que no filósofo auténtico, no cesa de buscar comodidades mayores. Como el más vil de los lacayos pasa la mano abyecta sobre quien le paga, el Estado, y si en algo piensa no es sino en servirle más cumplidamente y merecerse así el sueldo que se le paga:
"…dado que se está a sueldo del Estado y para servir los intereses del Estado, que se celebre la apoteosis del mismo haciendo de él el punto más alto de toda aspiración humana y de todas las cosas. Con ello no solo se convierte la filosofía académica en una escuela del filisteísmo más vulgar, sino que al final se llega, como Hegel, a la indignante doctrina de que el destino del ser humano se agota en el Estado" (p. 53).
Por si el sueldo de profesor no basta, por si la infraestructura que el Estado ofrece (aulas, títulos) se vuelven insuficienten para esas tribunas narcotizantes y mistificadoras, pueden siempre aparecer generosos mecenas y fondos financieros "discretos", cuando no reservados. Pero el filósofo, de esta suerte, hace aún más evidente su condición prostituida: "Toda ayuda ofrecida desde el exterior a la Filosofía es, por su misma naturaleza, sospechosa: su interés es demasiado alto cono para haber podido aceptar una unión con el tráfago de este mundo malintencionado " (p. 144).
Fundaciones, subvenciones, instrumentalización. Todas estas palabras caen bajo un mismo concepto: intolerable degeneración de la enseñanza y del cultivo del saber filosófico. A la disciplina más noble se la convierte en prostituta. En efecto, es muy distinto –como señala Schopenhauer- vivir de la filosofía y vivir para la Filosofía. En el primer caso, como mínimo se la administra y divulga de manera fosilizada, como cosa muerta. Eso no sería lo más grave. Lo intolerable es correr detrás del dinero, de los micrófonos y de las tribunas. Lo peor, es subirse a ellas y vociferar alzado a hombros de burócratas, potentados, "hombres de partido", lobbies, fundaciones y sospechosos think tanks: porque para ellos, que les está vedada esta disciplina, también se les debería prohibir manosearla.
Desde aquellos tiempos, el ambiente de las camarillas filosóficas no parece haber cambiado. Su alejamiento de la "mundanal" vida, que incluye la realidad política más patente, sobre todo para la gente joven, ese menosprecio hacia la verdadera raíz de un saber crítico y racional se vuelve, sencillamente, insultante. Hay cátedras que constituyen un insulto a la razón y a la dignidad humana. Su "vida interna" fue así descrita por Schopenhauer: oscuridad en el lenguaje, con el fin de disimular la penuria de pensamientos propios y aún desconocimientos; arremolinamiento en forma de camarillas, afán por la monopolización de revistas, editoras y otros medios de expresión; y, por supuesto, afición a citarse los unos a los otros. ¡Verdaderamente recomendamos un libro muy actual! La raza de los "académicos" (salvo honrosas excepciones) lleva una vida muy similar desde el siglo XIX. Llenan de "ruido" (en el sentido de la Teoría de la Información) el ambiente con sus distinciones sutiles y sus polémicas escolásticas, pero silencian siempre algo que vale realmente la pena:
"Mantienen la boca cerrada maliciosamente, y callan, callan con ese silentium que ya denunciara el viejo Séneca, quod livor indixerit (ep. 79) ["el silencio que la envidia ha impuesto"] mientras que, eso sí, no dejan de berrear con tanta mayor fuerza en alabanza de los hijos espirituales abortivos y de los engendros de los colegas de su congregación…" (pps. 44-45).
Así se comportan estos "educadores", ellos, que forman cofradías sectarias y que bien separan la "búsqueda de verdades" de su "vida privada". Ellos, que sirven al Estado o, más bien, a ideologías mundialmente decretadas como oficiales, que nada tienen que ver con la verdadera Filosofía. Su vida, cuanto más privada, menos se diferencia de la de los animales. Viven de la filosofía, pero no se entregan a ella. De estos "funcionarios de la verdad" dice nuestro autor: "…me los encuentro a todos ellos, aunque no siempre dándose cuenta de ello, entregados a la mera apariencia de las cosas, empeñados en producir golpes de efecto, en impresionar y mistificar, pretendiendo con mucho ahínco el aplauso de sus superiores, y en segundo término el de los estudiantes. El fin último es siempre el mismo: regalarse placenteramente con lo que obtienen del asunto, junto con la mujer y los hijos". Schopenhauer que dijo de sí mismo "he buscado la Verdad, no una cátedra" solo halló entre sus colegas de la enseñanza un rebaño de burgueses alienados. No son dignos educadores de la juventud esos que, al salir del aula (y manosear la sabiduría, como hemos visto) tan solo se ocupan de "comer, el beber y el cuidar de las crías" como cualquier animal "habiendo recibido tan sólo, como característica distintiva, el afán de aparentar y destacar a toda costa" (p. 49). Estos filósofos tienen su mirada puesta en la nómina de cada mes, en las jaquecas de su cónyuge, en el colegio de los niños, en su plan de pensiones. La Historia los olvidará, pero no los absolverá.
Lean el libro. Quizá los libros críticos como éste nos ayuden en la tarea de la reconstrucción del Pensamiento y de la Enseñanza, a pesar de muchos de nuestros "maestros".
El joven que acude a la Universidad buscando la Verdad, añorando la Razón, puede que sembrando un Futuro, y, en su lugar, se topa con una caterva de funcionarios grises, lentos, sectarios, sin duda es una víctima de la corrupción de la Filosofía. Lejos de facilitar una senda enriquecedora para la juventud, muchos de aquellos profesores universitarios se limitan a repetir y administrar un seco veneno ajeno al mundo.
El libro que recomendamos viene muy a cuento de esto que decimos. Es corto, se lee rápido y bien. El tiempo no ha pasado por él. Su autor, Arthur Schopenhauer, fue un conservador declarado. Algunos dicen que reaccionario, pero reaccionario intrépido, radical. Estamos con él en su feroz ataque contra la decadencia de la Filosofía académica, contra su prostitución.
Arthur Schopenhauer, en un breve libelo, Sobre la Filosofía de Universidad [versión española de Mariano Rodríguez, en Tecnos, Madrid, 1991] denunciaba el pecado que se estaba cometiendo contra la juventud estudiosa: "tal abuso jamás ha podido perpetuarse con la auténtica filosofía cultivada por personas libres simplemente a causa de ella misma, con la filosofía que no tiene otro apoyo que el de sus argumentos. Esto sólo ha podido suceder con la filosofía que se imparte en la universidad, puesto que ya originariamente es un instrumento del Estado" (p. 85). La ira de Schopenhauer se dirigía contra los mediocres seguidores de la filosofía hegeliana. Éstos acaparaban las cátedras alemanas y se convertían, al instante, en esbirros del Estado. Según Schopenhauer, esta clase de funcionarios a sueldo del Estado cometían la grave infamia de confundir y esterilizar intelectualmente a la flor y nata de la juventud, aquella élite que acude a las aulas de enseñanza superior con una mayor predisposición a la crítica y a la transformación de las cosas. Esa vanguardia de la más joven generación es, al poco de pisar las aulas, filosóficamente castrada. Su pasión y su intelecto ardiente se estrellan contra el muro apolillado de unos enseñantes incapaces: incapaces de pensar por sí mismos al margen de la jerigonza incomprensible que han aprendido de memoria pero que, de ningún modo comprenden. Todo lo que no sea adoración de su maestro y justificación del orden establecido, cae fuera de su ámbito de competencia. Como indica M. Rodríguez en la Introducción de éste librito que recomendamos: "Surge el pensamiento en las universidades a partir de una triple mediatización, la del poder político, la de la religión del país y la de la opinión pública. El resultado lo tenemos en una filosofía domesticada, huérfana de potencia crítica y subversiva, un pensar destinado a dar con verdades sumisas, endebles criaturas de las que nadie, mucho menos los poderosos, tiene nada que perder" (p- 11). Así, la filosofía que generalmente se cultiva en la Universidad, desde un principio se prostituye. Para acceder a la cátedra, el candidato adapta sus planteamientos al sistema o a la jerigonza dominante en su nicho académico. Una vez lograda la vida cómoda del "maestro", el filisteo y el pedante, que no filósofo auténtico, no cesa de buscar comodidades mayores. Como el más vil de los lacayos pasa la mano abyecta sobre quien le paga, el Estado, y si en algo piensa no es sino en servirle más cumplidamente y merecerse así el sueldo que se le paga:
"…dado que se está a sueldo del Estado y para servir los intereses del Estado, que se celebre la apoteosis del mismo haciendo de él el punto más alto de toda aspiración humana y de todas las cosas. Con ello no solo se convierte la filosofía académica en una escuela del filisteísmo más vulgar, sino que al final se llega, como Hegel, a la indignante doctrina de que el destino del ser humano se agota en el Estado" (p. 53).
Por si el sueldo de profesor no basta, por si la infraestructura que el Estado ofrece (aulas, títulos) se vuelven insuficienten para esas tribunas narcotizantes y mistificadoras, pueden siempre aparecer generosos mecenas y fondos financieros "discretos", cuando no reservados. Pero el filósofo, de esta suerte, hace aún más evidente su condición prostituida: "Toda ayuda ofrecida desde el exterior a la Filosofía es, por su misma naturaleza, sospechosa: su interés es demasiado alto cono para haber podido aceptar una unión con el tráfago de este mundo malintencionado " (p. 144).
Fundaciones, subvenciones, instrumentalización. Todas estas palabras caen bajo un mismo concepto: intolerable degeneración de la enseñanza y del cultivo del saber filosófico. A la disciplina más noble se la convierte en prostituta. En efecto, es muy distinto –como señala Schopenhauer- vivir de la filosofía y vivir para la Filosofía. En el primer caso, como mínimo se la administra y divulga de manera fosilizada, como cosa muerta. Eso no sería lo más grave. Lo intolerable es correr detrás del dinero, de los micrófonos y de las tribunas. Lo peor, es subirse a ellas y vociferar alzado a hombros de burócratas, potentados, "hombres de partido", lobbies, fundaciones y sospechosos think tanks: porque para ellos, que les está vedada esta disciplina, también se les debería prohibir manosearla.
Desde aquellos tiempos, el ambiente de las camarillas filosóficas no parece haber cambiado. Su alejamiento de la "mundanal" vida, que incluye la realidad política más patente, sobre todo para la gente joven, ese menosprecio hacia la verdadera raíz de un saber crítico y racional se vuelve, sencillamente, insultante. Hay cátedras que constituyen un insulto a la razón y a la dignidad humana. Su "vida interna" fue así descrita por Schopenhauer: oscuridad en el lenguaje, con el fin de disimular la penuria de pensamientos propios y aún desconocimientos; arremolinamiento en forma de camarillas, afán por la monopolización de revistas, editoras y otros medios de expresión; y, por supuesto, afición a citarse los unos a los otros. ¡Verdaderamente recomendamos un libro muy actual! La raza de los "académicos" (salvo honrosas excepciones) lleva una vida muy similar desde el siglo XIX. Llenan de "ruido" (en el sentido de la Teoría de la Información) el ambiente con sus distinciones sutiles y sus polémicas escolásticas, pero silencian siempre algo que vale realmente la pena:
"Mantienen la boca cerrada maliciosamente, y callan, callan con ese silentium que ya denunciara el viejo Séneca, quod livor indixerit (ep. 79) ["el silencio que la envidia ha impuesto"] mientras que, eso sí, no dejan de berrear con tanta mayor fuerza en alabanza de los hijos espirituales abortivos y de los engendros de los colegas de su congregación…" (pps. 44-45).
Así se comportan estos "educadores", ellos, que forman cofradías sectarias y que bien separan la "búsqueda de verdades" de su "vida privada". Ellos, que sirven al Estado o, más bien, a ideologías mundialmente decretadas como oficiales, que nada tienen que ver con la verdadera Filosofía. Su vida, cuanto más privada, menos se diferencia de la de los animales. Viven de la filosofía, pero no se entregan a ella. De estos "funcionarios de la verdad" dice nuestro autor: "…me los encuentro a todos ellos, aunque no siempre dándose cuenta de ello, entregados a la mera apariencia de las cosas, empeñados en producir golpes de efecto, en impresionar y mistificar, pretendiendo con mucho ahínco el aplauso de sus superiores, y en segundo término el de los estudiantes. El fin último es siempre el mismo: regalarse placenteramente con lo que obtienen del asunto, junto con la mujer y los hijos". Schopenhauer que dijo de sí mismo "he buscado la Verdad, no una cátedra" solo halló entre sus colegas de la enseñanza un rebaño de burgueses alienados. No son dignos educadores de la juventud esos que, al salir del aula (y manosear la sabiduría, como hemos visto) tan solo se ocupan de "comer, el beber y el cuidar de las crías" como cualquier animal "habiendo recibido tan sólo, como característica distintiva, el afán de aparentar y destacar a toda costa" (p. 49). Estos filósofos tienen su mirada puesta en la nómina de cada mes, en las jaquecas de su cónyuge, en el colegio de los niños, en su plan de pensiones. La Historia los olvidará, pero no los absolverá.
Lean el libro. Quizá los libros críticos como éste nos ayuden en la tarea de la reconstrucción del Pensamiento y de la Enseñanza, a pesar de muchos de nuestros "maestros".